Kafka en la orilla (47 page)

Read Kafka en la orilla Online

Authors: Haruki Murakami

Tags: #Drama, Fantástico

BOOK: Kafka en la orilla
4.45Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ahí está la gracia —dijo ella.

Cuando, tras acabar y despedirse de la mujer, volvió solo al santuario, se encontró al Colonel Sanders esperándolo sentado en el mismo banco de antes.

—¡Eh, abuelo! ¿Me has estado esperando aquí todo el rato? —le preguntó Hoshino.

El Colonel Sanders sacudió la cabeza irritado.

—¡No digas tonterías! ¿Crees que me sobra el tiempo como para quedarme aquí plantado esperándote? ¿Tan poco trabajo te crees que tengo? Mientras tú, Hoshino, alcanzabas en alguna cama el paraíso, el destino ha hecho que yo me matara trabajando por estas callejuelas. Cuándo la chica me ha llamado para avisarme de que ya habíais terminado, he venido corriendo. ¿Qué? ¿Verdad que es fenomenal mi máquina sexual?

—Sí, muy buena. Nada que objetar. Algo fuera de serie. Activamente hablando, me he corrido tres veces. Me da la sensación de haber perdido unos dos kilos.

—Fantástico, entonces. Por cierto, la piedra de la que hablábamos.

—Sí, eso es importante.

—Pues la verdad es que la piedra se encuentra entre los árboles de este santuario.

—Hablo de la «piedra de entrada», ¿eh?

—Sí, exacto. La «piedra de entrada».

—Oye, abuelo. No estarás, por casualidad, diciéndome lo primero que se te pasa por la cabeza, ¿no?

Al oírlo, el Colonel Sanders levantó la mirada con resolución.

—¿Pero qué dices? ¡Idiota! ¿Acaso te he mentido una sola vez? ¿Has oído un solo disparate de mis labios? Te he hablado de una preciosa máquina sexual y era una preciosa máquina sexual. ¿O no? Además, te he ofrecido un servicio a un precio tan bajo que he perdido dinero. Y tú, por unos miserables quince mil yenes, tienes el morro de eyacular ni más ni menos que tres veces. Y encima desconfías de mí.

—No, no. No es que no te crea. No te pongas así. No es eso. Pero, entiéndeme. Todo ha resultado demasiado fácil y he pensado más de la cuenta. Es que, mira, voy andando por la calle, se me acerca un tipo con una pinta muy extraña, me dice que me enseñará dónde está la piedra y, encima, me ofrece a una tía estupenda para echar un clavo…

—¡Tres! Han sido tres.

—Eso es lo de menos. Bueno, sí, para echar tres clavos, y, al final, va y me dice que la piedra que he estado buscando se encuentra aquí. Sinceramente, esto desconcertaría a cualquiera, ¿no?

—Tú no entiendes nada de nada. Una revelación es así —dijo el Colonel Sanders haciendo chasquear la lengua—. Una revelación trasciende los límites de lo cotidiano. Y una vida sin revelaciones no es vida. Lo importante es pasar de una razón que sólo observa a una razón que actúa. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo, pedazo de alcornoque?

—La proyección y el intercambio del objeto y del yo… —dijo Hoshino medrosamente.

—Eso es. Con que entiendas eso, basta. Ahí está el secreto. Tú, sígueme. Y te dejaré adorar realmente tu preciosa piedra. Un buen servicio, ¿eh, Hoshino?

29

Llamo a Sakura desde el teléfono público de la biblioteca. Pensándolo bien, no me había puesto en contacto con ella desde la noche en que me alojé en su apartamento. Me fui dejándole una simple nota. Me siento avergonzado por ello. En cuanto abandoné su casa me vine a la biblioteca, Ôshima me llevó en coche a su cabaña, pasé unos días solo en el corazón de las montañas, desde donde era imposible telefonear. Después volví a la biblioteca, inicié aquí una vida nueva, un trabajo nuevo, empecé a ver por las noches el espíritu vivo (o algo parecido) de la señora Saeki. Y, luego, me he enamorado locamente de aquella jovencita de quince años. Son tantas las cosas que se han ido sucediendo sin interrupción. Pero esto, claro, no es ninguna excusa.

Llamo poco antes de las nueve de la noche. Al sexto tono, Sakura se pone al teléfono.

—¿Dónde diablos te has metido? ¿Qué estás haciendo? —me pregunta Sakura con voz dura.

—Todavía estoy en Takamatsu.

Ella enmudece por unos instantes. De fondo, se oye algún programa de música en la televisión.

—He sobrevivido, más o menos —continúo.

Se produce otro corto silencio y, luego, Sakura lanza un suspiro de resignación.

—¿Crees que fue correcto lo que hiciste, salir corriendo en mi ausencia? Yo, ¿sabes?, estaba preocupada por ti. Aquel día salí del trabajo antes que de costumbre. Me vine a casa cargada con un montón de comida.

—Lo siento de veras. Sí que me porté fatal. Pero en aquel momento no tuve más remedio que marcharme. Me sentía muy confuso, necesitaba ordenar mis ideas. Reflexionar con tiempo. Y, a tu lado, ¡uff!, no sé… ¿Cómo te lo diría…?

—¿Que los estímulos eran demasiado fuertes?

—Sí. Yo, hasta entonces, no había estado nunca tan cerca de una mujer.

—¡No me digas!

—Y ya sabes. El olor de una mujer, esas cosas. Y, además…

—Qué duro es ser joven, ¿eh?

—Pues sí. Tal vez —digo—. ¿Estás muy ocupada?

—Sí, muchísimo. Pero, en fin, no me quejo. Mi idea en estos momentos es trabajar y ahorrar, así que ya me va bien.

Hago una pequeña pausa. Luego digo:

—Oye, Sakura. La verdad es que la policía me está buscando.

Ella enmudece por un instante, luego pregunta con tono precavida.

—¿No tendrá algo que ver con aquella sangre?

De momento, decido mentirle.

—No, ¡qué va! No tiene nada que ver con aquello. Me buscan porque soy un menor que se ha fugado de casa. Si me encuentran, me pondrán bajo tutela y me mandarán a Tokio. Sólo eso. Pero, escucha, es posible que la policía se ponga en contacto contigo. Hace días, la noche que pasé en tu casa, te llamé con mi móvil, la policía se ha enterado así de que estoy en Takamatsu, por el registro de la compañía telefónica. También conocen tu número de teléfono móvil.

—¡Ostras! —dice—. Pero, por lo de mi número, no tienes por qué preocuparte. Es un número de prepago, así que no consta el titular. De hecho, en principio, el móvil era de mi novio y se lo cogí prestado, así que ni yo ni mi dirección figuramos por ninguna parte. Puedes estar tranquilo.

—¡Uff! —suspiré—. Es que no quería ocasionarte más molestias.

—¡Cuánta consideración! Mira, se me saltan las lágrimas.

—Lo digo en serio —replico.

—Ya lo sé, hombre —dice ella con tono renuente—. Y qué, señor menor que se ha fugado de casa, ¿dónde te alojas ahora?

—En casa de un conocido.

—Creía que aquí no conocías a nadie, ¿o sí?

No puedo responder adecuadamente a su pregunta. ¿Cómo diablos podría explicarle, de manera concisa, todo lo que me ha ocurrido estos últimos días?

—Es una historia muy larga —digo.

—Todas tus historias lo son.

—Sí. No sé por qué, pero siempre lo acaban siendo.

—¿Tienes tendencia a ello?

—Probablemente —respondo—. Un día, con tiempo, te lo explicaré todo con pelos y señales. No es que ahora quiera ocultártelo. Sólo que, por teléfono, no te lo podría explicar bien.

—No es preciso que me cuentes nada. Pero, dime, no te habrás metido en nada peligroso, ¿verdad?

—En absoluto. No corro ningún peligro. Tranquila.

Lanza otro suspiro.

—Ya sé que eres una persona muy independiente y que tú solo te las apañas muy bien, pero lo mejor es no tener líos con la justicia, ¿sabes? En primer lugar, porque siempre sales perdiendo. Eso fijo. Recuerda que Billy el Niño murió antes de cumplir los veinte.

—Billy el Niño no murió antes de cumplir los veinte —corrijo—. Mató a veintiuno y murió a los veintiuno.

—¿Ah, sí? —dijo—. En fin, dejémoslo correr. ¿Querías algo?

—Sólo darte las gracias. Tú te portaste muy bien conmigo y yo, a cambio, me fui de tu casa a la francesa. La verdad es que estaba preocupado.

—Eso ya ha quedado aclarado. Olvídalo.

—También quería escuchar tu voz —digo.

—Me alegra que digas eso, pero no creo que te sirva de gran cosa, ¿no?

—¿Cómo te lo diría?… Quizá te suene extraño, pero es que tú vives en un mundo real, respiras un aire real, pronuncias palabras reales. Y, cuando hablo contigo, comprendo que todavía sigo, de momento, ligado al mundo real. Y para mí eso es muy importante.

—¿Y la gente que te rodea
no es así?

—Pues, quizá no —respondo.

—No sé si lo he entendido bien. ¿Tú estás en un lugar alejado de la realidad, con unas personas alejadas de la realidad? ¿Es eso?

Pienso en ello.

—Según cómo te lo mires, sí.

—Oye, Tamura —dice Sakura—. Ya sé que se trata de tu vida, y yo no quiero entrometerme. Pero, mira, escuchándote, no sé, tengo la impresión de que lo mejor sería que te fueras inmediatamente de ese sitio. Ignoro qué tipo de lugar debe de ser, pero me da mala espina. Llámalo presentimiento si quieres. Así que vente enseguida a casa. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.

—Oye, Sakura. ¿Por qué eres tan buena conmigo?

—¿Tú eres tonto o qué?

—¿Por qué?

—¿No está ya claro que te tengo cariño? Fijo que soy una persona muy curiosa, pero esto no lo haría por cualquiera. Pero a ti te tengo cariño, me caes muy bien. No sé cómo explicarlo, pero me da la sensación de que eres mi hermano de verdad.

Me quedo mudo ante el auricular. ¿Qué diablos debo hacer? Por un instante, dejo de saberlo. Me asalta un ligero vértigo. Jamás en la vida, desde que nací, me había dicho nadie nada parecido.

—¿Me oyes? —pregunta Sakura.

—Estoy aquí —contesto.

—Pues si estás ahí, di algo.

Ordeno mis ideas. Respiro hondo.

Digo:

—Sakura, ojalá pudiera hacerlo. Hablo en serio. Lo deseo de todo corazón. Pero ahora no puedo. Tal como te he dicho antes, no puedo dejar este sitio. En primer lugar, porque estoy enamorado.

—¿De una persona complicada que no se puede decir que sea real?

—Más o menos.

Sakura vuelve a lanzar otro suspiro ante el auricular. Un suspiro hondo, profundo.

—Escúchame. Cuando un chico de tu edad se enamora, por lo general ya tiene tendencia a huir de la realidad; si ella, encima, es una persona alejada de la realidad, la cosa puede ser un poco complicada. ¿Lo tienes en cuenta?

—Sí, ya lo sé.

—Oye, Tamura.

—¿Sí?

—Si me necesitas, llámame cuando quieras. No importa la hora que sea, no te lo pienses dos veces y llama.

—Gracias.

Corto la comunicación. Vuelvo a mi cuarto, pongo en el plato el
single
de
Kafka en la orilla del mar
, hago descender la aguja. Y me siento arrastrado de nuevo a
aquel lugar
. A
aquel tiempo
.

Me despierto al notar una presencia. Está oscuro. Las agujas fosforescentes del reloj, a la cabecera de la cama, señalan poco más de las tres. Debo de haberme dormido sin darme cuenta. A la tenue luz de los focos del jardín que penetra por la ventana la veo a
ella
. Como de costumbre, la niña está sentada frente a la mesa, contemplando el cuadro en la misma posición de siempre. Con el codo hincado en la mesa y la barbilla apoyada en la palma de la mano, inmóvil. Tendido en la cama, contengo la respiración, como de costumbre, contemplo su silueta con los ojos entreabiertos. Fuera, la brisa que llega del mar mece silenciosamente las ramas de los árboles.

Pronto me doy cuenta de que el aire contiene un elemento distinto a lo habitual.
Algo
extraño que turba levemente, aunque de modo decisivo, la armonía, que debería ser perfecta, de aquel pequeño mundo. Fijo la mirada en la penumbra. ¿Qué diablos es lo que ha cambiado? Por un instante, el viento de la noche sopla con más fuerza, la sangre que corre por mis venas empieza a adquirir un peso y un espesor extraños. Las ramas de los árboles del jardín dibujan un nervioso laberinto en el cristal de la ventana. Pronto lo descubro. Aquélla no es la silueta de la niña. Se le parece mucho. Casi podría decirse que es idéntica. Pero no es
exactamente
igual. Como si, al dibujo original, le hubieran superpuesto una copia ligeramente poco lograda, las diferencias van saltando, una tras otra, a mis ojos. El peinado es distinto, por ejemplo. Y también el vestido. Pero, sobre todo, su presencia es distinta. Me doy cuenta. Sacudo la cabeza con un gesto inconsciente. Allí hay
alguien
que no es la niña. ¿Qué está ocurriendo? Debe de tratarse de algo importante. Sin pensar, me aprieto las manos con fuerza dentro de la cama. Mi corazón, incapaz de resistir más, empieza a latir con un sonido duro y seco. Empieza a marcar un tiempo distinto.

Y, como si ese sonido fuera una señal, la silueta de la silla se pone en movimiento. El cuerpo cambia lentamente de ángulo, como un gran barco virando a golpe de timón. Aparta la barbilla de la palma de la mano, mira hacia donde yo me encuentro. Y descubro que se trata de la señora Saeki. Ni siquiera soy capaz de expulsar el aire que he aspirado. La que está aquí es la señora Saeki
actual
. En otras palabras, es la señora Saeki
real
. Ella permanece unos instantes mirándome. En silencio, con toda su atención, como cuando contemplaba el cuadro de
Kafka en la orilla del mar
. Pienso en el eje del tiempo. Quizá, sin saberlo yo, en algún lugar le ha sucedido algo extraño al tiempo. Y, en consecuencia, los sueños se confunden con la realidad. Igual que se mezcla el agua del río con el agua del mar. Me devano los sesos buscándole un sentido. Pero no le encuentro el sentido por ninguna parte.

Poco después, la señora Saeki se levanta y se me acerca despacio. Con su manera de andar característica, erguida, con la espalda bien recta. No lleva zapatos. Va descalza. El entarimado cruje levemente bajo sus pies. Se sienta en silencio a los pies de la cama, permanece unos instantes allí, inmóvil. Su cuerpo posee una densidad y un peso evidentes. La señora Saeki lleva una blusa blanca de seda y una falda de color azul marino hasta las rodillas. Alarga la mano, me acaricia el pelo. Sus dedos juguetean con mis cortos cabellos. Sin duda, la más real. Los dedos son reales. Luego se pone en pie y, bañada por la pálida luz que llega del exterior, empieza a desnudarse, como si eso fuera lo más natural. No se apresura, pero tampoco vacila. Con movimientos suaves, llenos de naturalidad, se va desabrochando, uno a uno, los botones de la blusa, se quita la falda, se baja las bragas. Su ropa va deslizándose hacia el suelo por orden, en silencio. Las suaves prendas no hacen ningún ruido al caer. Está dormida. Lo sé. Tiene los ojos abiertos. Pero la señora Saeki
está dormida
. Y todas sus acciones las está realizando en sueños.

Other books

Watchers of Time by Charles Todd
Nobody's Dream by Kallypso Masters
All I Ever Need Is You by Andre, Bella
Prochownik's Dream by Alex Miller
08 Blood War-Blood Destiny by Suttle, Connie
Playboy Doctor by Kimberly Llewellyn
Sins of the Angels by Linda Poitevin