Read Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española Online
Authors: Amadeo Martínez-Inglés
Tags: #Política, #Opinión
El lunes 11 de abril la situación, lejos de arreglarse durante el fin de semana, parece empeorar por momentos. Se teme una dimisión en bloque de los tres ministros militares en las próximas horas y con ello, la apertura de una grave crisis institucional y de Gobierno. En los Estados Mayores de los tres Ejércitos la situación no es mejor. Durante el domingo, la División de Inteligencia del Ejército de Tierra ha estado en contacto permanente con las capitanías generales, los sectores aéreos y los departamentos marítimos, y he aquí que sus informes son preocupantes.
Las primeras autoridades regionales controlan la situación y han evitado hacer declaraciones fuera de los canales reservados de mando, pero en los cuerpos y unidades la preocupación es creciente y a lo largo del día las salas de banderas pueden hervir… En Madrid, el suceso del sábado ha caído como una bomba en las dos unidades más operativas y conflictivas de la I Región Militar: la BRIPAC (Brigada Paracaidista) y la DAC (División Acorazada). Los mayores problemas pueden empezar por ahí.
A las nueve horas se reúne el teniente general Vega, jefe del Estado Mayor del Ejército, con un numeroso grupo de generales de su Cuartel General para analizar la preocupante situación. La reunión durará toda la mañana del día 11, y mientras ésta tiene lugar en los corrillos formados en los despachos de los oficiales de EM, en las oficinas de las distintas secciones y en las improvisadas cafeterías caseras diseminadas por el vetusto edificio, los rumores, las noticias alarmistas, las preocupaciones sinceras de unos y las alegrías contenidas de otros se mezclan en irracional «puzzle».
Antes de que termine la reunión de la cúpula del EME se conoce, a través de la División de Inteligencia, la dimisión irrevocable como ministro de Marina del almirante Gabriel Pita da Veiga. Se espera, asimismo, que le secunden en las próximas horas los generales Félix Álvarez-Arenas y Carlos Franco, ministros respectivos del Ejército y del Aire.
Los medios de comunicación de esa misma mañana habían recogido ya con alarma, en sus primeras ediciones, que los tres altos militares (especialmente el almirante Pita da Veiga, quien, según esos medios, se enteró de la noticia a través de la televisión) habían sido cogidos por sorpresa ante la decisión gubernamental. Obviamente, esto no fue así. Antes de emprender vuelo a Canarias, en los primeros días de la Semana Santa, el vicepresidente del Gobierno, Manuel Gutiérrez Mellado, había llamado por teléfono a los tres ministros militares alertándoles de una posible decisión del presidente Suárez en el sentido de legalizar el PCE, si los informes jurídicos en marcha y las negociaciones secretas con Santiago Carrillo resultaban positivas. Y no sólo se enteraron los ministros (el de Marina pidió, incluso, explicaciones a Gutiérrez Mellado sobre esos informes en preparación) sino que, a través de las oportunas notas informativas de la División de Inteligencia del EME, la mayoría de los componentes de los Estados Mayores de los tres Ejércitos recibimos precisa información paralela.
Sin embargo, a pesar del impacto de la dimisión del almirante Pita, que inmediatamente trasciende a la opinión pública, los generales Álvarez-Arenas, que no se deja ver por su despacho alegando enfermedad, y Franco, no le siguen los pasos. El general Gutiérrez Mellado, al conocer la decisión del titular de la cartera de Marina, regresa precipitadamente a Madrid y trata de contener la cadena de dimisiones. Los capitanes generales del Ejército de Tierra son convocados urgentemente a una reunión extraordinaria del Consejo Superior del Ejército, a celebrar el día siguiente en Madrid, sin que se sepa muy bien de qué autoridad ha partido la convocatoria.
Desaparecido de la escena castrense Álvarez-Arenas, en el palacio de Buenavista no se sabe a ciencia cierta quién ostenta el poder real. El general Vega, jefe del Estado Mayor, un hombre autoritario y de carácter, parece muy mediatizado por los generales de la «troika» franquista que dirige las divisiones segunda, tercera y cuarta del EME, los más radicales. Los capitanes generales que se incorporen al Consejo Superior del Ejército al día siguiente, día 12 de abril, serán mayoritariamente también del sector duro franquista y pueden adoptar graves decisiones.
En las unidades de Madrid, en la BRIPAC y la DAC, la tensión no ha disminuido un ápice a lo largo de la mañana, por lo que varios jefes del EME, entre los que me encuentro, nos reunimos cada pocos minutos en la División de Organización del mismo para tomar el pulso a los acontecimientos y evitar que éstos nos desborden literalmente.
Procuramos estar en contacto permanente con algunos compañeros de las dos unidades operativas citadas, ya que no se nos escapa que el verdadero peligro radica, sobre todo, en la División Acorazada Brunete n° 1 de Milans del Bosch que, según los informes de que disponemos, ha permanecido durante bastantes horas de la noche reunido con sus colaboradores y mandos más cercanos. Debemos evitar ante todo la sorpresa, enterándonos
ipso facto
de cualquier movimiento de carros de combate o vehículos blindados más livianos como del tipo TOA (Transporte Oruga Acorazado) que pueda iniciarse en esta gran unidad operativa, sobre todo en el Regimiento de Infantería Acorazada Alcázar de Toledo n.° 61, el mecanizado Asturias n.° 31 (ambos acuartelados en El Goloso, Madrid), el Regimiento de Caballería Villaviciosa de Retamares, o los Regimientos de Infantería Mecanizada Saboya y Wad-Ras, con cuarteles en Leganés y Campamento respectivamente.
Afortunadamente, la anunciada reunión del Consejo Superior del Ejército del día siguiente impide cualquier reacción apresurada de los mandos de estas unidades blindadas. Contactadas por teléfono por el grupo de oficiales «demócratas» que periódicamente nos reunimos en la División de Organización del EME, nos aseguran que aunque el ambiente está enrarecido al máximo y la presión en las salas de banderas y cuartos de oficiales de batallones y compañías es muy alta, nadie se moverá antes de que los capitanes generales, que se reúnen al día siguiente en el palacio de Buenavista de Madrid, adopten una decisión en firme. Compás de espera, pues, aunque no conviene bajar la guardia.
El martes 12 de abril, por la tarde, se reúne por fin el Consejo Superior del Ejército bajo la presidencia del teniente general Vega Rodríguez, jefe del Estado Mayor. El ministro del departamento continúa con su extraña enfermedad. En principio, la reunión estaba convocada para las 11 de la mañana de ese día y todos, en la gran casa de Cibeles, pensamos que sería el teniente general Álvarez-Arenas, como ministro, el que finalmente tomara las riendas de la misma.
Sin embargo las horas han ido pasando y la reunión retrasándose, mientras los rumores y las cábalas aumentaban en intensidad y frecuencia. A pesar de que antes del almuerzo han tenido lugar encuentros informales entre los distinguidos «príncipes de la milicia» protagonistas del extraordinario evento, hasta bien entrada la tarde los burócratas operativos del Ministerio del Ejército y Estado Mayor no hemos tenido acceso a alguna información relevante con que alimentar nuestra lógica ansiedad profesional. Sabemos entonces que el general Álvarez Zalba, secretario del ministro, auxiliado por los tenientes coroneles de EM Quintero y Ponce de León (destinados ambos en la secretaría general del EME), está redactando una nota oficial sobre el «cónclave» recién finalizado. Se asegura en los pasillos que éste ha sido muy tenso y duro, con intervenciones personales crispadas a favor de plantar cara al Gobierno de una vez por todas, de frenar como sea la medida política que ha tomado.
-Si alguna palabra puede servir como denominador común de todos los discursos oídos en la sala del Consejo, ésta es sin duda la de traición, seguida de los consabidos tópicos de «patria», «honor», «unidad» y «Ejército». El general Vega se las ha visto y deseado para contener la ira de sus pares, que no querían levantarse de la sesión sin medidas de acción concretas; aunque al final ha conseguido ganar tiempo en espera de entrevistarse urgentemente con el ministro. -Es lo que me comenta un coronel, jefe de sección, mientras tomo café en la improvisada cafetería de su despacho.
El malestar, la indignación en la cúpula militar roza la visceralidad más insensata e imprevisible, según los oficiales mejor enterados de Inteligencia, Secretaría General y Ayudantes. A pesar de ello, termina la jornada militar en el EME sin que ese grave malestar trascienda a la esfera civil, más allá de ciertos comentarios, recogidos en determinados medios de comunicación, sobre la dimisión del almirante Pita da Veiga, ocurrida el día anterior. Dimisión que, según esas informaciones, puede contagiarse a los Ministerios de Tierra y Aire en cualquier momento.
Se especula también en algunos medios, emisoras de radio y televisión preferentemente, sobre el «ruido de sables» detectado en algunas unidades militares a raíz de la decisión política tomada por Suárez, pero las informaciones son escasas, erráticas, sin mucho conocimiento de causa. La efervescencia militar interior es mucho más elevada que todo eso, aunque circunscrita de momento al área de la capital de la nación: Ministerios del Ejército y de Marina, Estado Mayor del Ejército y grandes unidades operativas de la Primera Región Militar.
El Ejército se presenta mayoritariamente unido en la línea franquista-conservadora. El verdadero peligro de que pueda iniciar en las próximas horas alguna extraña maniobra de corte involucionista hay que situarlo donde verdaderamente está: en el grupo de tenientes generales que acaba de reunirse en Madrid. Las capitanías generales se han quedado sin sus máximos responsables al salir éstos precipitadamente hacia la capital de la nación y sus mandos interinos obedecerán ciegamente las directrices que puedan dictarse desde Cibeles. El Ministerio de Marina, donde los almirantes en activo se han conjurado para que ninguno de ellos ocupe la vacante dejada por Pita da Veiga, y el del Aire, con mucho menor peso especifico, secundarán con toda probabilidad cualquier medida antigubernamental tomada por el de tierra. Y no olvidemos que en éste, ante la sospechosa enfermedad de Álvarez-Arenas, ha tomado las riendas del poder un general como Vega Rodríguez, con fama de moderado, pero duro y decidido. Pero es alguien que se puede ver desbordado por los acontecimientos.
El miércoles 13 de abril, a primera hora de la mañana, corre con rapidez por los despachos y pasillos de Buenavista la minuta de la nota redactada por el general Álvarez Zalba y sus dos auxiliares en la tarde/noche anterior. Es explosiva. Va dirigida a «todos los generales, jefes, oficiales y suboficiales del Ejército», y constituye en sí misma un claro desafío al Gobierno al rechazar de plano la legalización del PCE y amenazar descaradamente con tomar las medidas necesarias para anularla. Frases como éstas: «El Consejo Superior del Ejército exige que el Gobierno adopte, con firmeza y energía, todas cuantas disposiciones y medidas sean necesarias para garantizar los principios reseñados (unidad de la patria, honor y respeto a la Bandera, solidez y permanencia de la Corona, prestigio de las Fuerzas Armadas…)», o «El Ejército se compromete a, con todos los medios a su alcance, cumplir ardorosamente con sus deberes para con la patria y la Corona», no dejan dudas sobre las intenciones de los máximos jerarcas militares.
El escrito, aparte de su total improcedencia legal y desfachatez política (olvida que en un Estado de derecho las Fuerzas Armadas deben estar subordinadas siempre al poder civil, el cual emana del pueblo soberano), presenta abundantes irregularidades de forma y errores de redacción.
Manifiesta, por ejemplo, que el Consejo se ha reunido bajo la presidencia del teniente general Vega Rodríguez y, sin embargo, aparece con la antefirma del ministro del Ejército, Félix Álvarez-Arenas Pacheco; aunque en el borrador y en los miles de copias que se difundirán horas después por canales nada reglamentarios, la rúbrica del jefe del departamento brilla por su ausencia. El documento dice también, al referirse a la ausencia del ministro, «por enfermedad de aquél» cuando es él mismo el que redacta el manifiesto.
No cabe la menor duda de que este incendiario panfleto golpista ha nacido del nerviosismo y la impotencia imperantes en la cúpula militar desde bastante antes de la tensa reunión del Consejo Superior del Ejército. Ha sido desde el mismo instante en que sus miembros, incrédulos y perplejos, recibieron por los medios de comunicación (los menos) o a través de sus secciones de Inteligencia (los más) la traumática noticia de que el presidente Suárez «sí se había atrevido» a legalizar el PCE, a pesar de sus promesas.
La crisis es tan grave en esas primeras horas del miércoles de Pascua que parece desbordar a las autoridades de Defensa, Presidencia del Gobierno, y hasta al propio rey Juan Carlos, bajo cuya dirección se ha tejido toda la maniobra legalizadora de los comunistas de Santiago Carrillo. Los generales franquistas, convencidos de que el monarca no ha respetado el compromiso pactado con ellos, parecen decididos a romper la baraja y a detener traumáticamente el proceso democratizador puesto en marcha por el Borbón. Éste, mientras tanto, ausente, sumamente preocupado y no muy dispuesto a reprimir por la fuerza este primer y grave órdago militar franquista contra su persona y su proyecto político, reaccionará por fin (como hará a partir de ese momento repetidas veces en el futuro) echando mano de los militares monárquicos más fieles a su persona, entre los que se encuentra el general de División Jaime Milans del Bosch y Ussia, jefe de la División Acorazada Brunete, la gran unidad operativa, la más poderosa del Ejército español, con sus acuartelamientos a muy pocos kilómetros de La Puerta del Sol. Coge el teléfono, con secráfono incorporado, y llama con toda urgencia a Milans. Son exactamente las diez horas del miércoles 15 de abril de 1977.
El general se pone inmediatamente al aparato a pesar de que en esos momentos se encuentra reunido con su Estado Mayor y los jefes de sus batallones de carros de combate:
-¿Cómo va todo, Jaime? -pregunta el monarca.
-¡A sus órdenes, majestad, sin novedad en la División! -responde marcialmente el aludido.
-Jaime, escúchame bien, no debes ni puedes intervenir en estos momentos pues todo se puede ir al traste. La decisión que ha tomado Suárez era absolutamente necesaria para dar credibilidad al proceso de apertura democrática en España. Yo he sido informado de todo desde el principio y el presidente del Gobierno ha actuado con arreglo a mis instrucciones. El PCE debe involucrarse en la transición que hemos emprendido y para ello, es absolutamente necesario que pueda concurrir a las próximas elecciones generales. Tengo amplias seguridades de Santiago Carrillo de que su partido respetará el juego democrático, la monarquía y el nuevo régimen que ésta representa. No hay peligro alguno para España… Créeme, Jaime. Todo está bien pensado. Confía en mí. Pero, por favor, no te muevas. No tomes ninguna decisión precipitada.