Read Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española Online
Authors: Amadeo Martínez-Inglés
Tags: #Política, #Opinión
Ahora todo parece estar atado y bien atado. Suárez ha trabajado muy bien desde la Presidencia del Gobierno después de la caída de Arias Navarro. No puede haber sorpresas para nadie, pero menos para los que, desde el campo castrense, hemos intentado conocer algo de la «modélica» (más bien endogámica) transición diseñada, a la muerte de Franco, por algunos franquistas moderados e inteligentes para cambiar la situación política del país sin que variaran sus mas insignes protagonistas.
Todo está pactado de antemano. Los militares han dicho sí a una monarquía nacida del propio Régimen, continuista, heredera de los más sacrosantos postulados franquistas, pero que, por la juventud y talante de su titular, puede ofrecer al mundo una nueva imagen de modernidad y democracia. La Iglesia Católica, haciendo uso de su posibilismo secular y de su reconocido pragmatismo, ha dado asimismo luz verde a un cambio que le asegura seguir con su cómoda posición de liderazgo espiritual y recibiendo sabrosas subvenciones del Estado para mantener su tinglado. Los nacionalismos, de la mano de algunos líderes recobrados del exilio, se han mostrado dispuestos a colaborar y a ser prudentes en sus reivindicaciones. A los partidos políticos que lucharon contra el franquismo sólo se les ha dado opción a elegir entre esta democracia pactada o una nueva dictadura de imprevisibles resultados. Para alejar el peligro de esto último no han dudado en ceder en temas para ellos muy caros en otros tiempos: monarquía, bandera, ruptura total con el antiguo Régimen, etc.
Sólo existe en este entramado político preestablecido un punto débil. Un respaldo electoral amplio para la izquierda tradicional (socialistas y comunistas) de este país en las elecciones de hoy (15-J-77) podría alentar a sus bases, exultantes por la victoria, a echarse a la calle al más puro estilo del 14 de abril de 1931, pidiendo el cambio verdadero, la ruptura total con el franquismo, la vuelta al legítimo régimen republicano expulsado
manu militari
por la rebelión fascista de julio de 1936. En este supuesto habría que actuar sin demora, según mi interlocutor, el general jefe de la División de Inteligencia, con la máxima rotundidad y eficacia. Según sentencia con cierta gravedad, antes de levantarse con dificultad para poner fin a este primer encuentro de trabajo:
- Debemos estar preparados en las próximas horas. España se juega su futuro en las puñeteras urnas.
Le acompaño hasta el pasillo. Dos estruendosos taconazos de los policías militares que montan guardia en la puerta ahogan mi reglamentario: «A sus órdenes, mi general» El pequeño burócrata castrense, el poderoso G-2 de la División de Inteligencia, el militar mejor informado del Ejército español, se aleja por el largo pasillo de la segunda planta del palacio de Buenavista con su inseparable ordenanza/escolta pisándole los talones. Entro de nuevo en mi despacho. El reloj electrónico de la mesa marca exactamente las 18:53. Tengo por delante una hora larga de tranquilidad relativa, pues hasta las ocho no empezará la «movida castrense» A partir de ese momento, con toda seguridad, tendré permanentemente pegados a mi teléfono al JEME, a su segundo en el mando, al general G-2, y a los máximos responsables de información de todas las capitanías generales. No va a ser fácil la tarea. Tendré que emplearme a fondo si no quiero que la situación me desborde. Bien es cierto que a lo largo de mi carrera he estado en sitios cien veces más comprometidos que éste y en peores momentos. Sin embargo, no puedo engañarme, dado que ahora me encuentro en la cúpula del Ejército y con la delicada tarea por delante de tener que controlar toda esta enorme institución durante diez o doce horas dramáticas. Un informe mío precipitado o equivocado a un JEME muy preocupado en estos momentos o una orden no excesivamente clara a un inquieto capitán general, pueden desencadenar decisiones muy peligrosas o inconvenientes.
Lo peor de toda esta situación que voy a vivir en primera persona dentro de muy pocos minutos es que los actos más importantes que la van a conformar se van a desarrollar en horas intempestivas y con muy pocos actores principales, sin posibilidad real de recabar ayudas o asesoramientos urgentes. Yo mismo, por ejemplo, que tengo ya bajo mi control directo todas las comunicaciones internas del Ejército: capitanías, estados mayores, gobiernos militares, cuarteles de las unidades de élite (paracaidistas, legión), divisiones del EME, direcciones generales del Ministerio, etc., voy a tener que coordinar éste «puzzle» de informaciones, análisis, órdenes y decisiones prácticamente solo y en muy poco espacio de tiempo. Difícil, sin duda, pero pienso permanecer en todo momento con la cabeza fría, el corazón tranquilo y tratando por todos los medios de que el «poder informativo» que llegue a mis manos potencie la legalidad y el orden establecidos.
A las siete y media de la tarde, después de ordenar mis papeles y de colocar encima de la mesa el listado de teléfonos de las principales autoridades con las que me puedo ver obligado a establecer contacto, ordeno al oficial auxiliar que establezca una primera ronda de comunicaciones con las diferentes capitanías y que me dé la novedad. Los reglamentos y la historia militar son tajantes en este aspecto: «Antes de la hora H es muy conveniente tener siempre una panorámica informativa general del “teatro de operaciones”». Estoy seguro de que la situación general del país en esos últimos momentos de la jornada electoral es de calma total, pero me interesa saber cómo respira cada una de las autoridades regionales. Sé que todas ellas están ya en sus despachos oficiales, pendientes de Madrid, y quiero conocer sus estados de ánimo a través de los partes de novedades que transmitan al Cuartel General. La simple redacción de unas pocas líneas, que el jefe de Servicio de cada uno de los Estados Mayores regionales consultará escrupulosamente con su capitán general ante una situación política tan importante como la que estamos viviendo, me permitirá pergeñar un primer análisis personal sobre la moral, la disposición y la capacidad de reflejos de los mandos periféricos del Ejército. El llamado «Ejército de Madrid», el más numeroso e importante, me resulta ya suficientemente conocido.
Las contestaciones que en pocos minutos recibo, a través del télex, me defraudan un poco. Los capitanes generales no se «mojan» en estos primeros minutos de desinformación manifiesta. Casi todos contestan con el reglamentario «sin novedad en la región», y sólo alguno añade su total predisposición a enviar la información que pueda en cuanto la tenga disponible. A su vez, un par de capitanes generales solicitan al JEME información descendente en cuanto sea posible. En suma, los «príncipes de la milicia» con mando en región militar demuestran, por un lado, mucha prudencia, además de cierto recelo, y, por otro, un notable afán de noticias e incluso de órdenes.
Tomo nota. Está claro que por lo menos en estas primeras horas poca información me va a llegar desde dentro del Ejército. Tendré que procurármela a través de la Administración y de los canales de información propios, y para ello deberé movilizar a algunos amigos de la División de Inteligencia del EME (Sección de Información Interior) que, con carácter muy reservado, se ofrecieron personalmente días atrás. Debo moverme rápidamente. No puedo contestar con el silencio o con imprecisas apreciaciones personales a las preguntas que, dentro de muy pocos minutos, empezará a formularme de manera inmisericorde un JEME preocupado, ávido de saber y de controlar la situación.
En consecuencia, cojo el teléfono y me pongo en comunicación directa con un chalet de la colonia de El Viso, en Madrid, donde mis compañeros «espías» de la Sección de Información Interior tienen una de sus bases secretas urbanas. Hablo con su máximo responsable, un teniente coronel, antiguo superior mío, que me asegura que la situación hasta el momento es de absoluta normalidad. El Ejecutivo está tranquilo y las votaciones se han realizado sin apenas incidentes.
De cifras, todavía nada, ni siquiera datos aproximados, aunque algunos sondeos reservados a los que ha tenido acceso su servicio indican que la izquierda, en su conjunto, se mueve sobre el 35% del total de votos emitidos y que la UCD roza la mayoría absoluta, pero sin alcanzarla hasta el momento. Nada hay seguro, pues, a esa hora, ocho y cuarto de la tarde del miércoles 15 de junio de 1977.
Acabo de colgar el teléfono cuando aparece nuevamente ante mi, bastante más alterado que en su visita anterior, el general G-2. Ha debido hacer alguna seña a los policías militares de la puerta para que obviaran el saludo puesto que el silencio más absoluto ha acompañado su llegada. Me hace una autoritaria seña para que continúe sentado y él hace lo propio en el sillón colocado enfrente de la mesa.
-El JEME ha citado en su despacho, para una reunión urgente, al general segundo JEME, a los generales jefes de las cinco divisiones del Estado Mayor del Ejército y a los generales de las direcciones del Mando Superior de Personal y de Apoyo Logístico -me espeta con rapidez-.
También están convocados otros generales de la guarnición de Madrid, entre ellos el jefe de Estado Mayor de Capitanía y algunos comandantes de las grandes unidades operativas de la región. Es probable que todos pasemos la noche con él, en sesión de trabajo y pendientes de los resultados de las elecciones. Encárguese de pedir mantas en la unidad de tropa del Cuartel General y de que preparen algo de cena en la residencia de oficiales. El suboficial de servicio puede hacer la gestión y llevar todo al despacho de ayudantes del JEME. A partir de este momento prepare cada media hora rápidos informes sobre las últimas noticias recibidas de Inteligencia, organismos oficiales, capitanías y medios de comunicación para presentárselos directamente al JEME en su despacho. Yo procuraré estar con usted el mayor tiempo posible para ayudarle en la elaboración de esos informes, pero si al terminar alguno de ellos no estoy presente, se lo entrega directamente, sin ningún problema, al general Vega. Quiero que sepa, también, que el JEME ha pedido soldados armados a la Agrupación de Tropas del Cuartel General y un retén de vehículos a disposición de los ayudantes. Le darán novedades cuando todo este listo.
La situación interna en el Cuartel General del Ejército va subiendo de tono a medida que pasan las horas. Yo esperaba, desde luego, momentos tensos y difíciles para mi persona en la tarde/noche del 15-J al tener que desempeñar la jefatura de Servicio en el Estado Mayor del Ejército en un día tan señalado e histórico. Imaginé interminables horas de teléfono con continuas llamadas del JEME, del segundo JEME, de los capitanes generales, de los servicios de información… todas ellas alternadas con gestiones mías urgentes y rápidas para recabar datos en organismos oficiales, agencias de noticias, medios de comunicación, servicios de inteligencia del Estado y de otros ministerios, etc., etc., pero la verdad, habituado a trabajar en Estados Mayores y órganos de decisión de grandes unidades operativas en situaciones mucho más preocupantes que la actual, incluso de guerra, nunca llegué a pensar que nada menos que el jefe del Ejército y toda la cúpula militar se acuartelaran literalmente por su cuenta en el Cuartel General durante la larga noche de las primeras elecciones democráticas en España después de cuarenta años de dictadura.
La decisión tomada por el jefe del Ejército era, además de muy incomoda para mi en el terreno personal, muy peligrosa e inquietante. ¿A qué venía este «cónclave» militar de alto nivel, con todos los generales del Estado Mayor del Ejército, de las direcciones operativas del Cuartel General y de la guarnición de Madrid reunidos para recabar información precisa y continuada del resultado de las votaciones? ¿Sabía el Gobierno qué los altos mandos del Ejército iban a seguir el escrutinio en asamblea permanente? ¿Estaba el rey, jefe supremo de las Fuerzas Armadas, al tanto de esta insólita reunión vespertina? ¿Era consecuencia, esta singular reunión, del supuesto contemplado por el general de Inteligencia, que sucintamente me había adelantado horas antes, de que un triunfo claro de los partidos de izquierda debería poner en marcha una reacción militar inmediata y contundente?
Estaba claro que la respuesta a esta última pregunta era «sí», aunque yo nunca asumí del todo que de las opiniones personales del general tuviera que desprenderse a corto plazo una acción involucionista del Ejército en toda regla. Pero ahora ya no se trataba de opiniones de un alto cargo del Cuartel General o de charlas de despacho o café de jefes u oficiales de categoría media.
Yo era en esos momentos el jefe de Servicio del EME y mi misión principal era controlar, durante unas horas cruciales, la totalidad del Ejército de Tierra; y dentro de unos minutos iba a tener pegados a mí a los generales con más poder de la cúpula militar esperando mis informes para obrar en consecuencia. Preocupante, sin duda.
«¡Que todo salga bien y que el pueblo español no se equivoque!», me digo a mi mismo. Los militares, los altos mandos franquistas, han «autorizado» las elecciones y una transición política consensuada, pero desconfían y no están dispuestos a dejarse «engañar» otra vez por Adolfo Suárez. Si las elecciones no discurren por los cauces previstos por ellos y hay peligro real de ruptura con el antiguo Régimen, actuarán de inmediato. En el pasado mes de abril, cuando el PCE fue legalizado, no se atrevieron a reaccionar, a romper la baraja de la transición a golpe de cañón de los carros de combate de la División Acorazada Brunete de Milans del Bosch. Hoy, 15 de junio, están preparados. Están decididos a todo. Y a mí, humilde comandante de Estado Mayor, me puede pillar el terremoto en su epicentro si, desgraciadamente, éste se produce.
La altisonante voz del oficial de servicio que pide permiso para entrar en el despacho y me saca de golpe de mis negros pensamientos. Le autorizo. Se me presenta, extraordinariamente respetuoso, y me dice en una impecable posición de firmes:
-Mi comandante, acaban de presentarse diez soldados armados de la Agrupación de Tropas del Cuartel General al mando de un sargento, solicitados por el JEME. Los he mandado al despacho de ayudantes. También he remitido allí veinte mantas y unos bocadillos y bebidas, procedente todo ello de la Residencia de Oficiales. Le traigo los últimos télex de las capitanías. Todas sin novedad.
Se retira el oficial dejando sobre la mesa un abultado rollo de mensajes. Resulta extraño, pienso, el rebrote de disciplina formal que noto en todo el mundo durante estas últimas horas. No es algo corriente en este máximo templo de la burocracia militar que es el palacio de Buenavista. ¿Será que la electricidad ambiental de los tensos momentos que vivimos influye en nuestras formas externas? Seguramente. Esta manera de actuar es muy típica del Ejército español y de la mayoría de los ejércitos. Jamás he presenciado actos reglamentarios más perfectos y cuidados en las formas que los llevados a cabo en las trincheras de Ifni, frente al enemigo. Cualquier parte de novedades o el más rutinario de los relevos, adquirían enseguida tintes de enorme trascendencia bélica.