Y está amenazada, igual que ella amenaza, porque nadie está dispuesto a aceptar la sencilla idea de que alguien pueda no estar de acuerdo con su grupo y seguir siendo un ser humano decente digno de respeto.
¿Puede eso abocar a la guerra?
Sencillamente, sí. En el momento en que un grupo se considera tan agraviado que usa sus propias armas o las armas del Estado para «impedir» que el otro bando lleve a cabo sus planes supuestamente «malignos», entonces ese otro bando no tendrá más remedio que tomar las armas a su vez. Cada bando considerará al otro el instigador.
La enorme mayoría de la gente se sentirá horrorizada... pero también se movilizará, le guste o no.
Es la lección de Yugoslavia y Ruanda. Si antes del holocausto ruandés eras un tutsi que no odiaba a los hutus, casado con una hutu, que contrataba hutus o daba clase a estudiantes hutus, eso no impidió a los hutus descargar sus machetes contra ti y tu familia. Sólo te quedaban dos opciones: morir o tomar las armas contra los hutus, los odiaras anteriormente o no.
Pero la cosa no acabó aquí. Sabiendo que causaban un gran mal, los hutus que llevaron a cabo las matanzas también aniquilaron a todos los hutus lo suficientemente «desleales» para tratar de oponerse a tomar las armas.
Lo mismo sucedió en Yugoslavia. Por intereses políticos, los líderes serbios del gobierno posterior a Tito insistieron con su propaganda del destino manifiesto serbio, que consideraba abiertamente a los croatas y los musulmanes una amenaza para los buenos serbios. Cuando los serbios de Bosnia empuñaron las armas «para protegerse» de ser gobernados por una mayoría musulmana (instados y apoyados por el gobierno serbio), ¿qué otra opción tuvieron los musulmanes serbios sino empuñar las armas para defenderse? Por tanto, ambos bandos decían actuar en defensa propia y, poco después, eso hicieron.
Y como se demostró tanto en Ruanda como en Bosnia, las divisiones geográficas claras no son necesarias para padecer brutales y sangrientas guerras civiles. Lo único que hace falta es que cada bando crea que, si no toma las armas, el otro lo destruirá.
En los Estados Unidos de hoy, nos complacemos en la creencia de que aquí no puede suceder. Nos olvidamos de que Estados Unidos no es una nación étnica, con lazos de sangre ancestrales capaces de unir a la gente a pesar de sus diferencias. Nos une la ideología; las ideas son nuestra única conexión. Y como hemos rechazado el mercado libre de ideas y nos hemos polarizado en dos ideologías igualmente insanas, cada bando puede, con perfecta precisión, acusar de locura al otro, y estamos maduros para dar el siguiente paso, emprender acciones preventivas para impedir que el otro bando tome el poder y oprima al nuestro.
Los ejemplos son, o deberían ser, obvios. Que seamos por lo común ciegos a los excesos de nuestro propio bando simplemente demuestra lo cerca que ya estamos de un paroxismo autodestructivo.
Estamos esperando un Fort Sumter.
Espero que no lleguemos a eso.
Mientras tanto, no obstante, aquí está esta novela, en la que trato de describir personajes que se esfuerzan por no caer en la locura... y que, sin embargo, también intentan impedir que la locura de los otros destruya Estados Unidos. Esta historia es de ficción. Es un entretenimiento. No creo que una nueva guerra civil sea inevitable; y si la hubiera, no creo que tomara necesariamente la forma que muestro en este libro, ni política ni militarmente. Como la guerra descrita en estas páginas no ha sucedido, desde luego no declaro a ningún bando de nuestra polarizada vida pública culpable de haberla causado. Sólo digo que para los propósitos de este libro, tenemos este conjunto de causas; en el mundo real, si alguna vez fuéramos tan estúpidos como para permitir que vuelva a haber una guerra, tendríamos obviamente un conjunto distinto de causas específicas.
Vivimos en una época en la que la gente como yo, que no desea elegir la ideología ridícula e inconsistente de ningún bando, está siendo obligada a elegir y a aceptar un absurdo paquete completo o el otro.
Vivimos en una época en que los moderados son tratados peor que los extremistas y se los castiga como si fueran más fanáticos que los verdaderos fanáticos.
Vivimos en una época en la que se prefieren las mentiras a la verdad y las verdades son llamadas mentiras, en la que se supone que los oponentes tienen los peores motivos imaginables y se les trata de manera expeditiva y en la que recurrimos inmediatamente a la coerción sin molestarnos en averiguar qué están diciendo realmente los que están en desacuerdo con nosotros.
En resumen, nos estamos preparando para una nueva edad oscura: la oscuridad de las orejeras que llevamos voluntariamente, y que, si no nos las quitamos y nos vemos unos a otros como seres humanos con preocupaciones legítimas y virtuosas, nos llevarán a tragedias cuyo coste soportaremos durante generaciones.
O, tal vez, podamos calmarnos y dejar de pensar que nuestras propias ideas son tan preciosas que nunca debemos ceder ni un ápice para aceptar las creencias de los otros.
¿Cómo podemos conseguirlo? Lo primero es desdeñar las voces extremistas del bando en el que estamos alineados. Los demócratas y los republicanos deben renunciar a los que gritan y difunden el odio desde su propio bando en vez de continuar abrazándolos y denunciar solamente a los que gritan desde el bando contrario. Debemos moderarnos nosotros mismos en vez de insistir en moderar al otro mientras alimentamos nuestro propio fanatismo.
A la larga, la gran masa de gente que simplemente quiere seguir con su vida puede dar forma a un futuro de paz. Pero para eso hace falta que busque de manera activa la moderación y rechace los extremismos de ambos bandos, no sólo de uno. Porque es precisamente la gente corriente, que ni siquiera se preocupa demasiado por estos asuntos, la que acabará sufriendo más en cualquier conflicto que pudiera surgir.
Vaya mi agradecimiento en primer lugar para Donald Mustard y su equipo de Team Entertainment, que empezaron a desarrollar el videojuego de
Empire
y, sin embargo, se comprometieron a no ceñirse a ningún argumento para que yo pudiera crear con libertad los personajes, situaciones y hechos de esta novela y desarrollarlos orgánicamente. Su trabajo me proporcionó la idea de una nueva guerra civil estadounidense, de los mecas y los aerodeslizadores, de la subida y bajada del nivel de un embalse del estado de Washington y del héroe cuya vida se extingue y deja a los demás encargados de la victoria. Fueron fructíferas semillas que regar en una historia que, por lo demás, es mía.
En los últimos años, a medida que mi novela
El juego de Ender
se ha ido haciendo más popular y ha sido más discutida en las comunidades militares estadounidenses, he tenido oportunidad de conocer a muchos soldados y me he quedado profundamente impresionado, no sólo por las conocidas virtudes militares de valor, compromiso y lealtad, sino también por el grado de inteligencia, educación, apertura de miras, iniciativa, tolerancia, paciencia y sabiduría que no son sólo virtudes individuales, sino también admiradas y anheladas por una porción sorprendentemente vibrante y sana de la sociedad estadounidense. Nuestros soldados, naturalmente, no son inmunes a las enfermedades que afligen a instituciones semejantes por todo el mundo, pero son conscientes de esos problemas potenciales y muchos oficiales inteligentes y dedicados buscan constantemente evitarlos en su servicio a nuestro país. Los admiro por ello.
Sin embargo, no los nombro, más que nada porque no querría que a ninguno de ellos se le achacaran los muchos errores que sin duda habré cometido al escribir este libro. Nunca he servido en el Ejército y, cuando trato de describir una sociedad compleja y longeva, ninguna cantidad de información compensa la carencia de no haber pertenecido a ella. Los errores que aquí aparecen son míos. A aquellos que me han ayudado a alcanzar el grado de comprensión al que he llegado, les doy las gracias. Sabéis quiénes sois. Que Dios os acompañe.
Durante la redacción de este libro confié, como nunca antes, en internet. Cuando creo un mundo de fantasía o de ciencia ficción, o trabajo en un periodo histórico, internet normalmente no me sirve de nada. Me baso en mi imaginación o en información histórica tan antigua que sólo puede encontrarse en los libros. Con
Imperio,
sin embargo, estuve trabajando en el futuro inmediato, y por eso la información contemporánea fue esencial.
La página web
www.usmilitary.about.com
me proporcionó información sobre las armas específicas que mis personajes deberían llevar en combate. Google Maps me llevó paso a paso a lo largo de las escenas de persecución y combate en Washington D. C. y Nueva York, y me ayudó a encontrar la ruta de Cole hasta el estado de Washington; Google Earth me permitió localizar dos improbables embalses de presas impracticables en la franja de tierra situada cerca de la autopista Doce, entre Santa Helena y el monte Rainier.
Como siempre, confié en mi equipo de prelectores. Como tienen cada cual su propia vida, a veces les voy dando capítulos cuando no disponen de tiempo para leerlos. Así que en el avance de una novela a veces me ayuda un lector, a veces otro. Al principio de este libro, Aaron Johnston y Erin y Philip Absher me dieron rápidas y valiosas respuestas; posteriormente esa responsabilidad fue de Kathryn H. Kidd y Geoffrey Card, quienes me mantuvieron al tanto de problemas y posibilidades. Miembros del forum de mi web , como Alexis Gray y Marc Van Pelt, también encontraron errores.
Naturalmente Donald Mustard, que estaba creando el juego paralelamente a la redacción de la novela, leyó cada capítulo y respondió valiosamente. En concreto, les debo a él y a su hermano Jeremy parte de las conclusiones de los dos últimos capítulos.
También me animaron mucho las observaciones de mi amiga y colega Lynn Hendee, en cuyo juicio confío hace tiempo.
Como pasa con todos mis libros, mi esposa Kristine leyó antes que nadie cada capítulo, como siempre pilló muchos errores y me alertó de problemas que nadie más advirtió. Hasta que ella queda satisfecha, el capítulo no está terminado.
Y mi editora, Beth Meacham, no sólo me hizo excelentes sugerencias en momentos fundamentales del proceso de escritura, sino que también dejó otros trabajos para leer los capítulos en el momento en que eran escritos. A causa de eso, y de su heroico trabajo a favor del libro cuando desarrollar la historia me costaba más de lo que yo esperaba, pudimos cumplir el plazo de entrega y publicarlo en otoño de 2006, apenas cuatro meses después de que hubiera empezado a escribirlo.
También le doy las gracias al resto del personal de TOR, que ha compensado mi tardanza y mis errores. Estoy orgulloso del aspecto que tiene este libro y de cómo lo habéis presentado al público.
En cuando a mi editor, Tom Doherty: gracias por apostar por mí a ciegas y confiar en que cumpliría. Que no tengas una úlcera no se debe a mí.
Barbara Bova, mi agente, es a la vez mi protectora y mi provocadora: han sido treinta años emocionantes, ¿verdad?
Y Zina Card, que pasaste horas viendo episodios de
24
con Kristine y conmigo para que yo pudiera ir pillando el ritmo y la energía a un
thriller
efectivo, gracias por tu deliciosa compañía y por tu paciencia con mi insistencia en hacerte visitar Washington D. C. dos veces este verano. Ya puedes recuperar tu vida familiar normal... al menos hasta el próximo libro.
Orson Scott Card, Escritor americano, es conocido por sus novelas de ciencia ficción, con las que ha logrado grandes éxitos como El juego de Ender o La voz de los muertos.
Card estudió en la Universidad de Utah y profesa la religión mormona, debido a lo cual vivió dos años en Brasil como parte de su formación. La iglesia fue importante en los inicios literarios de Card ya que fue en la revista mormona Ensign donde publicó sus primeros trabajos en 1977.
El salto a la ciencia ficción llegó con El juego de Ender, que pasó de novela corta a novela en 1977 y con la que consiguió el premio más prestigioso del género, el Hugo, algo que también conseguiría con su continuación, La voz de los muertos.
A partir de ese momento, la prolífica carrera de Card se dispara con varias continuaciones de Ender y la creación de las sagas de Alvin Maker o La saga del retorno. Además, Card se ha dedicado a dar clases de Escritura Creativa, con la intención de aplicar nuevas técnicas de enseñanza.
A lo largo de su carrera, Card, además de varios Premios Hugo, ha sido merecedor de galardones como el Nebula, el John W. Campbell o el Locus.
[1]
En inglés, NRA, National Rifle Association. (N. del T.)
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[2]
En inglés, AARP, American Association A Retirer Persons. (N. del T.)
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[3]
«Estado rojo», estados donde predomina el Partido Republicano; «estado azul», estados donde domina el Partido Demócrata. La elección de los colores es inversa a nuestros antiguos «azules» y «rojos», (N.
del T)
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[4]
Sección de elite de la Marina estadounidense,
(N. del T.)
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[5]
La radio pública de Estados Unidos, guía de la intelectualidad del país. (N. del T.)
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[6]
El programa se emite de hecho en la cadena. (
N. del T.)
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