De repente pareció que el pasillo se terminaba.
No. Cuando terminó de describir la curva vio que giraba bruscamente a la derecha. No había puerta esta vez. No había motivo para que hubiese un montón de puertas allí abajo, por debajo del nivel del agua y sin que nadie pudiera entrar.
Pero Cole se preguntaba cuál era ahora su misión. Se habían acercado a la cabaña sólo para explorar. No pretendían asaltar el lugar. Cada paso de aquel camino desde que habían empezado los disparos estaba orientado a la supervivencia. Sin embargo... cuando hubo una opción sobre qué camino seguir en el túnel inundado, Cat había elegido avanzar hacia el enemigo, no retirarse. Y Cole lo había seguido sin pensárselo dos veces.
Tenían suficientes pruebas de que era allí donde estaban los malos. Uno de los muchachos de fuera tenía que haber sacado fotos de los mecas y los aerodeslizadores saliendo de aquellas enormes puertas de la montaña. También tendrían vídeos de los rebeldes disparando a Cole y Cat en la escalera que conducía a la cabaña.
Como no había nadie disparándoles, Cole hizo una seña con la mano para que Cat esperara y montara guardia. Luego conectó su transmisor.
—¿Crees que funcionará todavía? —preguntó Cat.
—El piloto sigue encendido. Y supongo que usará el suelo como conductor.
Cole llamó primero a Drew. Y recibió respuesta.
—Aquí Drew. ¿Estáis bien?
—¿Han contactado Mingo y Benny con Gettysburg? —preguntó Cole.
—No lo sé todavía —respondió Drew—. Pero por esas puertas ha salido de todo.
—¿Hay más tipos buscándoos?
—Nos cargamos dos mecas con cohetes y todos volvieron a casa. Ahora salen camiones que van más allá de la presa. Me parece que están evacuando el lugar.
—¿Sólo porque nosotros dos hemos entrado? —dijo Cat—. Qué valientes.
—Seguramente creen que somos la avanzadilla —dijo Drew—. Si creen que sólo somos eso y vosotros habéis logrado entrar, supongo que no les ha parecido buena señal.
—Además —dijo Babe—, ésos son los que decidieron no seguir una carrera militar.
Evacuaban a otro lugar. ¿Por qué? Porque pretendían inutilizar las instalaciones de la presa ellos mismos.
—Creo que piensan inundarlo todo —dijo Cole—. El Genesseret está más alto que este complejo. Lo llenarán de agua y se lo cargarán todo.
—No eliminarán las pruebas de su existencia —dijo Drew.
—Si planean inundar esto, quiero estar en un sitio más alto —dijo Cat.
—Avísanos cuando Mingo informe de que llega la fuerza de choque —dijo Cole—. Asegúrate de que tienes una radio preparada para avisarlos acerca del material bélico y el personal que se marcha. Capturadlo todo en la carretera. —Se despidió y apagó el transmisor.
Cat se deslizó por la pared hasta quedar medio sentado.
—¿Cuánto tiempo tardará en llegar una fuerza de choque?
—No lo sé —respondió Cole—. Si vienen de Nevada o de Montana, al menos una hora.
—Un portaaviones desde alta mar... Los marines podrían llegar más rápido.
—No me importaría que los marines me salvaran el culo. Siempre que me lo salven.
—Si están evacuando...
—... para inundar todo esto...
—Ya estoy harto de nadar —dijo Cat.
—Bien, entonces, antes de seguir, ¿cuál es nuestro objetivo?
—Seguir respirando —dijo Cat.
—Podríamos habernos quedado en la cabaña.
Cat pensó en eso unos segundos.
—Bueno, querremos estar en terreno más elevado si van a inundar toda la zona. Y mi deducción es que, si intentamos salir por la puerta principal, nos estarán esperando. ¿Por qué cazarnos si saben que tenemos que ir hasta ellos?
—Así que queremos subir. Si hay algún lugar lo bastante alto aquí para que sobresalga del agua.
—Y estaba yo pensando —dijo Cat— que tal vez Aloe Vera esté por aquí en alguna parte. Naturalmente, estaría loco si estuviera aquí, porque no podría negar saber nada del asunto.
—Tal vez no quiera negarlo —contestó Cole—. A lo mejor está orgulloso de ello.
—De aquí sale el material bélico —dijo Cat—. Tal vez las órdenes también provienen de aquí. El tipo se agencia un ejército, ¿no crees que querría dirigirlo?
—¿Así que estamos buscando a Vero?
—Demonios, no. Estamos buscando el centro de mando. Para eliminarlo antes del ataque principal.
Era elemental. Eliminar el centro de mando del enemigo es lo que se supone que hacen las Fuerzas Especiales antes de un ataque. Pero Cole nunca había estado en una invasión. Siempre había trabajado en misiones de reconocimiento con grupos pequeños, dando golpes de efecto. Cat, sin embargo, había estado en Irak en 2003. Su experiencia era diferente, así que se le ocurrían cosas diferentes en un momento de crisis.
A pesar de todo, Cole pensó: «Tendría que habérseme ocurrido a mí.»—Si por casualidad lo encontramos —dijo—, lo necesitamos con vida. Para las cámaras.
—Creo que su cadáver hará el mismo efecto.
—Será mejor sacarlo de un agujero.
—Como a Saddam.
—Mientras tanto —dijo Cole—, me pregunto quién nos espera tras esa esquina. ¿Te queda alguna granada?
—Están en mi mochila —respondió Cat—. Flotando en ese túnel.
Cole se lanzó al suelo y rodó, manteniendo su arma apuntada hacia el pasillo.
Allí no había nada. Sólo más rampas de subida y otra curva.
—Sube —dijo Cat tras él.
—Justo lo que queríamos.
Cole se levantó y subió corriendo la cuesta. Cat lo siguió.
La carrera no los llevó a un pasillo sino a una gran caverna. Era una de las fábricas. No se trataba de una línea de montaje plenamente automatizada, pues el volumen no era lo bastante grande para justificarlo. Por lo visto usaban equipos para montar las piezas de los aerodeslizadores, un aparato por equipo, seis equipos en acción y carros cargados de piezas.
Pero en aquel momento no había nadie trabajando. Cosa que confirmaba lo que los muchachos veían desde fuera. Todo el mundo había sido evacuado.
En una pared había un mapa de las instalaciones con dos rutas de escape señaladas. Una conducía a la enorme puerta principal, la otra al túnel que comunicaba con la cabaña.
—No me creo este mapa —dijo Cole—. No creo que construyeran este sitio sin una vía de escape que no dependiera de secar el lago.
—No esperaban que el túnel estuviera inundado.
—Pero si lo han inundado ellos. Su defensa es inundar también la puerta principal. Es imposible que sean tan estúpidos como para quedarse atrapados si ambas entradas se inundan.
—¿Así que hay una ruta de escape que no aparece en el mapa? —dijo Cat.
—Una que no pueden usar los camiones.
—Pero Aloe Vera sí.
Sin embargo, tras estudiar el mapa, no encontraron nada convenientemente marcado como «centro de mando».
—Montaré guardia —dijo Cole—, estudia tú esto.
Cat lo estudió.
—No es un edificio normal. Es una torre rectangular. Se ven los espacios allí donde las cosas sobresalen del plano.
—Si tú estuvieras a cargo de este sitio, ¿dónde pondrías el centro de mando?
—Arriba —dijo Cat—. Hay tres pisos por encima éste y pocas rutas que conduzcan allí.
—Apuesto a que está cuatro pisos más arriba, ya que en el plano sólo salen tres.
—Apuesto a que tienes razón —dijo Cat.
—¿Qué camino quieres seguir?
Tanto él como Cat habían memorizado el mapa mientras lo estudiaban; parte de su entrenamiento requería memorizar los mapas para no tener que llevarlos encima.
—El que va a la puerta principal, no —dijo Cat—. Evitemos las multitudes.
Se cruzaron con tres personas en las escaleras que tomaron. Todos civiles, a juzgar por su ropa, dos de ellos mujeres. Una chilló y se apartó, pero la otra se armó con el zapato y lo blandió ante ellos mientras la adelantaban y seguían subiendo.
—Ya puede enfundar el zapato —dijo Cole cuando pasó por su lado. A ella no le hizo gracia.
El final de las escaleras coincidía con el último piso del mapa. Pero aquel piso era más pequeño que los otros. Había un montón de oficinas en él, la mayoría meros cubículos. Habían volado la CPU de los ordenadores con un explosivo pequeño alojado en la carcasa, pero salía humo de muchos y la mayoría estaban destrozados o deformados. No iban a sacar muchos datos de aquellos ordenadores, aunque nunca se sabía qué disco duro podía sobrevivir. Tal vez quedara algo recuperable. A menos que hubieran usado bombas caloríficas: todo el plástico interior se derretiría. «Eso es lo que yo usaría», pensó Cole. Así que probablemente era lo que Vero había usado.
Su infra vibró. Alguien lo llamaba.
—Aquí Cole.
Era Benny.
—En cuanto dimos el aviso, despegaron de Montana —dijo—. Ya estarán a sólo quince minutos.
Si la Restauración Progresista tenía observadores en las fuerzas de Idaho, lo cual era bastante probable, eso explicaba por qué habían empezado a evacuar aquel lugar cuando sólo lo habían penetrado un par de soldados. Cole le dio las gracias a Benny y cortó la comunicación.
—¿Ves algún control para la puerta principal? —preguntó Cat—. ¿Alguno para inundar el túnel donde estábamos?
—Tampoco habíamos visto controles para abrir la trampilla de la cabaña.
—Y tiene que haber uno para enviar agua de un lago a otro.
—¿Qué te apuestas a que, estén donde estén esos controles, Vero está sentado junto a ellos esperando para elevar el nivel de agua del Chinnereth justo cuando nuestra fuerza de choque entre por la puerta?
—Cabe suponerlo —dijo Cat.
—Y luego usará la puerta trasera secreta que no aparece en ninguno de los mapas. La que está camuflada y da a la ladera de la montaña, en algún punto de la cara del Genesseret.
—Eso sería muy inteligente.
—Bueno, sólo a medias —dijo Cole—. Lo inteligente sería entregarse pacíficamente y denunciarnos por violar la neutralidad de Washington.
—Nadie se va a creer eso ahora.
—Vamos, la gente se traga cualquier mentira si está dispuesta a creérsela. Nosotros somos el Ejército estadounidense. Si la pifiamos, todo el mundo piensa que es a propósito y que algunos tendríamos que ir a la cárcel. Incluso cuando ganamos piensan que la hemos pifiado. ¿En qué Ejército estabas tú?
—Vale —dijo Cat.
—Un piso más arriba tiene que haber una escalera que lleve a alguna parte.
—Tal vez no —dijo Cat—. Tal vez sea sólo la puerta de un armario.
—¿Que nos llevará a Narnia?
—Que nos llevará a una escalera.
No había muchas puertas, pero todas estaban cerradas. En las películas, la gente siempre abre las puertas a tiros. Pero disparar a un cerrojo no saca el cerrojo del hueco de la cerradura. Y aquellas puertas eran pesadas, de metal macizo. Las balas podían rebotar. Podían saltar esquirlas. Podías matarte disparando así contra las puertas. Por no mencionar que no querían asustar a Vero para que se largara corriendo de su madriguera... si tenía una.
—Las mesas —dijo Cole. Regresó a uno de los cubículos y abrió un cajón tras otro, revolviendo papeles y palpando en su interior.
En efecto, encontró una llave que parecía valer. Alguien se había olvidado una copia en su mesa. Sucedía a menudo.
No era una llave maestra, pero abrió las dos primeras puertas que probaron. Naturalmente, Cole dio por sentado que la que no abriría sería la que querían abrir, pero la tercera puerta se abrió y reveló unas escaleras que subían.
Y subían y subían. No sólo un piso más. Tal vez llegaba no muy lejos de la torre de observación situada en la cima de la montaña, entre los embalses.
Corrieron a paso regular: no querían llegar arriba sin aliento, por si alguien tenía un arma esperándolos.
Allí estaba. La sala de control, llena de pantallas y ordenadores y paneles y calibres. Aquellos ordenadores no habían sido destruidos, porque no contenían datos incriminatorios y sólo controlaban la maquinaria de las instalaciones.
Cole entró en la sala. Vio otra puerta, la del lavabo. Al lado había dos hombres. Uno era Vero, con pantalones anchos y camisa blanca de manga corta. El otro iba trajeado y empuñaba un AK-47.
—Volved escaleras abajo —dijo el hombre armado—. Nadie tiene por qué resultar herido.
Cole le disparó en la cabeza. Cayó como una piedra.
—Calma —dijo Vero.
Cat entró en la sala tras Cole y empezó a estudiar los controles.
—Aquí está el control de las puertas —dijo—. Siguen abiertas. Todavía hay camiones saliendo. Y el túnel... inundado. Eh, gracias por todo, Aldo. Aún no estamos secos.
—No tenían ningún derecho a venir aquí —dijo Vero.
No tenía sentido discutir con él acerca de quién tenía derecho a atacar Nueva York y matar policías, o a perseguir a Cole por todo el Distrito de Columbia y Maryland para conseguir la PDA de Reuben.
—Y aquí están los niveles de los embalses —dijo Cat—. Hay una compuerta abierta que devuelve el agua del Genesseret.
—¿Puedes cerrarla? —preguntó Cole.
Fue Vero quien contestó.
—No se puede cerrar la puerta superior hasta que el nivel de agua del Genesseret vuelva a la normalidad.
—¿Cuántas compuertas hay? —preguntó Cole.
—Seis.
—Entonces se está volviendo a llenar a una sexta parte del ritmo máximo. Sigue siendo demasiado rápido. Ciérrala.
—Pero ha dicho...
Y entonces Cat se dio cuenta de que había estado dando por válida la palabra del enemigo. ¿Por qué no? Era un estadounidense quien se lo decía.
—El hijo de puta probablemente tiene un grupo secreto de controles preparados para inundarlo todo y en alguna parte hay una pantalla de plasma descontando los segundos.
—Ves demasiadas películas —dijo Cole.
—Usted es Bartholomew Coleman —dijo Vero.
—Lamento no haber dejado que me mataran ustedes en el Distrito de Columbia —Lástima que los ultraderechistas le hayan lavado el cerebro —dijo Vero—. Alguien con tantos recursos como usted me habría sido de mucha utilidad.
—¿Y qué hay de mí? —dijo Cat—. Yo también tengo muchos recursos.
—Esta vez sí que llevaremos a juicio a John Wilkes Booth —dijo Cole.
—No tuve nada que ver con la muerte de esa patética parodia de presidente.
—Pero casualmente se dispuso a invadir Nueva York dos días más tarde.
—Íbamos a actuar el 4 de julio —dijo Vero—. El golpe del general Alton iba a ser nuestra excusa.