Porque cuando Reuben le puso las manos encima ya era demasiado tarde para él. Se volvió hacia la derecha, así que Reuben le giró la cabeza bruscamente hacia la izquierda y cayó como un saco.
Pero dentro de aquel casco a lo mejor había soltado alguna exclamación. O tal vez no. Porque los otros no manifestaron ninguna alarma. Cole también abatió a su blanco en silencio.
No hubo tanta suerte con el siguiente. Reuben no sabía si su hombre o el de Cole habían dado la voz de alarma o si era pura casualidad, pero nadie más se quedó quieto para que le rompieran el cuello. Tampoco disparaban. Reuben seguía necesitando un arma silenciosa. El bolígrafo Uniball que llevaba siempre. Derribó a su hombre y lo apuñaló en la garganta, bajo el casco. Fue difícil llegar a la arteria. Los dos guardias restantes ya disparaban. Sin duda, habrían pedido refuerzos.
Reuben gritó a Willis y a los policías.
—¡Disparad a manos llenas!
Obedecieron la orden y empezaron a disparar. El blindaje de los malos era bueno, pero no perfecto. Reuben no estaba seguro de que alguna de las balas disparadas por los policías hubiese dado a los dos guardias restantes. Lo que sabía era que él había eliminado a uno con su M—240 y que Cole estaba disparando la Minimi, así que probablemente había alcanzado al otro.
Antes de que el fuego cesara, Reuben arrancó el casco y el chaleco blindado a un soldado enemigo muerto.
—¡Adelante! —le gritó a Willis—. ¡Si los nuestros están al otro lado, identifíquense y, por el amor de Dios, díganles que vamos para allá!
—¿Y si no están?
—Entonces escóndanse si pueden y espérennos a nosotros.
Cole también estaba despojando de su equipo al otro soldado.
—¡Cole! —gritó Reuben—. ¡Córtale un pulgar! ¡Queremos saber quiénes son estos tipos, no sólo lo que llevan puesto!
Fue un trabajo desagradable. Pero tenían que saber a quién se enfrentaban. ¿Eran criminales? ¿Eran civiles corrientes? El FBI necesitaba algo para hacer una identificación.
Reuben sabía que ya no tenían más tiempo para hacerse con el equipo cuando oyeron el retumbar de los mecas que se acercaban.
Los policías ya se habían perdido de vista túnel abajo.
—Me pregunto si nos perseguirán por el túnel —dijo Cole.
—Tengo un casco y un chaleco —dijo Reuben—. Suelta los que has cogido. Quédate con los pantalones y el arma.
Cada uno soltó lo que conservaba el otro y los dos echaron a correr, mucho menos cargados.
Los policías no estaban tan en forma como los miembros de Operaciones Especiales. Los alcanzaron antes de que hubiesen llegado al centro del túnel.
—¡No nos dejen atrás! —gritó uno de los hombres.
—Cierra el pico —dijo Willis.
—No los dejamos atrás —gritó Reuben—. Preparamos la retaguardia.
No había coches en el túnel. Reuben y Cole se agazaparon en los huecos de la pared del túnel, uno detrás del otro, en el lado opuesto. Cuando los policías llegaron jadeando y los dejaron atrás, Reuben les dio instrucciones.
—¡Establezcan una cadena para avisarnos cuando lleguen al final, para que sepamos cuándo retroceder!
Willis hizo un gesto afirmativo con el pulgar y siguió corriendo. Por la cuesta ya, cada vez más y más empinada.
—Hay un montón de agua sobre nuestras cabezas —se quejó Cole.
—Calla y sigue achicando —respondió Reuben.
Cuando los policías hubieron tenido tiempo suficiente para subir, Reuben dejó su posición y retrocedió hasta otra más alejada que la de Cole. Se estaba volviendo cuando oyeron las pisadas. Montones de ellas. Los mecas estaban en el túnel.
—¿Y si comprobamos si nuestras balas sirven contra esos mecas? —preguntó Cole.
—Ven aquí. ¡Tenemos que continuar!
Emplazar una retaguardia sólo tenía sentido si podían frenar al enemigo. Si todos eran mecas, entonces Reuben y Cole morirían para nada. Los mecas eran rápidos, pero durante unos segundos la curvatura del túnel los protegería.
Cuando llegaron al final del túnel, fueron recibidos por miembros de la Guardia Nacional, que obviamente los estaban esperando. «Gracias, Willis.»
—¿El comandante? —preguntó Reuben.
Veinte pasos más allá, un joven capitán saludó a Reuben.
—¿Sabe lo que está haciendo? —preguntó Reuben.
—Dos servicios en Irak —respondió el capitán—. He estado en combate.
—¿Tienen artillería?
—Los tanques vienen de camino.
—No hagan nada hasta que lleguen, a menos que tengan AT-4 o SMAWS.
—AT-4, señor. Pero nunca los hemos usado en combate —dijo el capitán—. No me enfrenté a muchos tanques cuando estuve en Irak, y los equipos son de novatos.
—Ahora es cuando se debe notar el entrenamiento —dijo Reuben. Señaló a izquierda y derecha—. Tienen cosas blindadas ambulantes, mecánicas. Puede que estén tripuladas, puede que no. El fuego de las armas pequeñas no las afecta. Pero las Minimis y los M-240 pueden atravesar el blindaje corporal de los soldados. —Le mostró las piezas—. No se expongan. Los mecas disparan contra los uniformes.
—Ahí vienen —dijo el capitán, llevándolo a cubierto.
No veían nada pero el sonido era ensordecedor. ¿Cuántos mecas había allí abajo?
Mientras los mecas se acercaban a la desembocadura del túnel, Reuben comprobó con qué contaban. Había dos AT-4, uno a cada lado del camino. La Guardia Nacional se había apostado también. Tal vez aquellos hombres nunca hubieran entrado en combate, pero estaban entrenados y su jefe sabía lo que estaba haciendo.
Mientras tanto, Cole obligaba a Willis y sus hombres a apartarse completamente del camino. Ya eran inútiles, un activo que tendría que ser usado más tarde y que había que proteger. Cole obviamente comprendía que, aunque murieran todos allí, en la boca del túnel, los policías de Nueva York tenían que sobrevivir y contar lo que habían visto. Incluso le había entregado a Willis las prendas blindadas.
Reuben tenía que entregar las suyas.
—¿Puedo disponer de un hombre? —le preguntó Reuben al capitán—. Estas piezas de equipo tienen que ser entregadas a alguien que las pueda estudiar y averiguar quién demonios las fabricó y qué podemos hacer contra ellas. —Entregó inmediatamente las piezas a un joven cabo—. Espere —le pidió Reuben. Se sacó del bolsillo el pulgar ensangrentado y se lo dio al muchacho—. No vomite, lléveselo al FBI para que localicen la huella. Piense que es un casquillo que necesitan en balística.
El cabo tragó saliva una vez, se guardó el pulgar y se marchó corriendo con las piezas blindadas.
Los mecas salían ya del túnel. Todavía no estaban a plena luz pero se les veía perfectamente.
—Cuando quiera —le dijo Reuben al capitán.
—¿Algún punto vulnerable?
—No son fáciles de matar. Disparen al cuerpo. Si tienen suerte, estallarán de lo lindo. Están llenos de munición.
Tuvieron suerte.
Los dos primeros cohetes los alcanzaron. Los dos mecas volaron por los aires.
«Tengo que decirle a Mingo lo que tiene que añadir a su arsenal», pensó Reuben.
Los hombres de la Guardia Nacional vitoreaban. Pero el capitán les gritó:
—¡Seguid disparando, panda de capullos, podría haber cientos!
Ya habían aparecido cuatro más.
—¿Cuántos MT-4 tienen? —preguntó Reuben.
—Somos la Guardia Nacional destinada en Jersey —dijo el capitán—, ¿usted qué cree?
—¿Eso significa menos de diez?
—Eso significa dos más.
—Entonces dispárenlos como si fueran cien.
El capitán ordenó de nuevo que dispararan. Dos impactos más. Dos objetivos alcanzados. Aunque uno de los mecas no estalló completamente, cayó y no trató de incorporarse. Los otros dieron media vuelta y corrieron túnel abajo.
Esta vez el capitán no hizo callar a sus hombres.
Un par de guardias empezaron a correr hacia los mecas caídos.
—¡No se acerquen a ellos! —gritó Reuben—. ¡Podrían estar minados! ¡Volarán en pedazos!
Los guardias se detuvieron. Una vez más, demostraban su buena disciplina.
Reuben y Cole se aproximaron al que no había estallado. Realizaron la misma operación de antes con el panel trasero, pero no soltaron la tapa después de volar el teclado y disparar al botón.
La tapa se soltó sola.
Un hombre asomó la cabeza. Vio la situación (Cole y Reuben apuntándole con sus armas) y volvió al interior.
—¡Salga y ríndase! —le exigió Reuben.
La respuesta fue un solo disparo dentro del meca.
—¡Mierda! —dijo Cole.
Reuben corrió hacia la escotilla. El hombre se había metido una pistola en la boca y había abierto fuego. Pero el estropicio era menor de lo que Reuben esperaba.
—Creo que ha fallado —dijo—. Ayúdame a sacarlo.
Fue difícil, pero al final cada uno logró agarrarlo por un brazo y sacarlo por la escotilla. Se había disparado en la boca pero había apuntado mal. La bala, al parecer, le había atravesado el velo del paladar y había salido por el ojo izquierdo. Tenía un surco en la frente y el cráneo abierto. Se le veían los sesos. Pero, aunque estaba indudablemente inconsciente, con el ojo izquierdo, el paladar y un pómulo destrozado, el tipo no estaba muerto.
Lo arrastraron hacia los guardias.
—¿Un médico? —preguntó Reuben.
—La ambulancia viene de camino —respondió el capitán—. La pedí cuando nos apostamos ante el túnel.
—Bien hecho —dijo Reuben—. Mayor Reuben Malich —se presentó—. El hombre que me acompaña es...
—Demonios, sé quiénes son ustedes, tengo tele. Me llamo Charlie O'Brien. Es un honor conocerlos.
Sucedieron dos cosas mientras esperaban a que llegaran los tanques. La primera: un par de reactores se acercaron a Manhattan desde el sur, volando bajo. Los guardias empezaron a vitorear, pero cuando los aviones se aproximaban a la Estatua de la Libertad los pilotos perdieron el control de los aparatos, que se desviaron. Uno golpeó la superficie del agua, boca abajo; el otro chocó contra la túnica de la estatua y luego cayó a plomo al mar.
—Díganles que no envíen más aviones —le dijo Reuben al capitán.
—¿Cómo han hecho eso? No he visto ninguna explosión ni nada.
—Con un rayo mortal o con la gripe aviar —dijo Reuben, impaciente. Pero el capitán quería una respuesta clara—. Mi deducción es que ha sido un pulso electromagnético altamente enfocado. Los F—16 están protegidos, pero si puedes superar la barrera y estropear los componentes electrónicos, no pueden volar. Coja esa maldita radio y dígales que no manden más aviones.
La segunda cosa que ocurrió fue que el capitán Charlie O'Brien oyó algo por la radio y se volvió hacia Reuben.
—Se supone que debo arrestarlos.
Reuben lo miró fijamente.
—Eso es política, Charlie. Me ha visto salir del túnel. Nos ha visto a Cole y a mí traer a un puñado de policías de Nueva York. Hemos abatido juntos a cuatro mecas y me ha visto abrir la escotilla y sacar a ese pobre hijo de puta. Le daré un informe y usted podrá pasar esa información. Pero quien me quiere bajo arresto forma parte del mismo grupo que mató al presidente y al vicepresidente.
—¿Quiénes? —preguntó Charlie—. ¿Quiénes están haciendo esto?
—Son estadounidenses —contestó Reuben—. Y cualquiera podría estar de su parte, trabajando dentro el Gobierno contra la Constitución.
—Entonces, ¿no son terroristas?
—Decididamente no —dijo Cole, que se había reunido con ellos—. Son todo lo contrario. Estaban matando a la gente de uniforme, pero dejaban en paz a los civiles siempre que era posible. Les advertían que no salieran a la calle. Estos tipos pretenden ocupar y gobernar Nueva York, no aterrorizarla y escapar.
—¿Estamos arrestados? —preguntó Reuben.
—Demonios, no —respondió Charlie—. Pero han dicho que enviaban helicópteros a recogerlos. Así que cojan mi coche: es un Ford Escort que está allá atrás. Pulse el mando a distancia y mire los faros de cuál parpadean.
Le tendió a Reuben las llaves.
—Va a meterse en un lío gordo por esto —dijo Reuben—. No puedo llevarme su coche.
—Cójalo y ya me encargaré yo de todo —respondió Charlie—. Estábamos aquí con la infantería antes de que esos policías empezaran a salir por el túnel. Sé de qué bando están ustedes.
—Ni siquiera sé todavía cuáles son los bandos —dijo Reuben—. Podría ser una milicia derechista que ha elegido Nueva York para castigar a la capital de los de izquierdas. O podría ser una milicia izquierdista que ha elegido Nueva York porque cree que ya se ha ganado el corazón y la mente de sus ciudadanos.
—Quienesquiera que sean —dijo Cole—, tienen un diseñador de armas chulísimo y están dispuestos a volarse los sesos antes de ser capturados.
—Cojan mi coche y váyanse. Diré que recibí el mensaje cuando ya se habían marchado.
¿Cuánta responsabilidad tienes por el mal uso que otros hacen de tus ideas? Casi tanta como la responsabilidad que tienes si dejas de expresarlas, cuando podrían haber supuesto una diferencia para el mundo.
Reuben se mantuvo apartado de las autopistas de peaje mientras regresaban a casa de tía Margaret. Era demasiado fácil detener el tráfico para hacer una comprobación de identidad. Además, estarían transportando tropas hacia el norte. En la autopista habría atascos kilométricos.
—Probablemente no esté bien que nos llevemos el coche de Charlie O'Brien hasta West Windsor —dijo Cole—. Pero no nos imagino tampoco volviendo en autobús.
—Estamos en guerra —contestó Reuben—. Le enviaremos las llaves por correo y le diremos dónde puede recoger su coche.
—Sigo atónito. ¿Cómo han podido desarrollar armas así sin que ningún servicio de inteligencia lo supiera?
—Es más fácil de lo que piensas —dijo Reuben—. Inteligencia de Defensa intenta detectar desarrollo y fabricación de armas principalmente en el extranjero. Si tienen a alguien en el FBI al tanto de la información que no debe pasar a sus superiores, podrían desarrollarse en cualquier lugar perdido de este mismo país.
—Han tenido que transportar esos mecas a Nueva York.
—En camiones con el logo de la ABF
[8]
—Hay inspecciones.
—Todo es cuestión de dinero y de seguidores fieles. La mayoría de quienes están en el ajo creen en la causa. No hablan. Y a los que no son fieles seguidores les pagan un montón de dinero y, en cualquier caso, no saben de la misa la mitad.