Imperio (22 page)

Read Imperio Online

Authors: Rafael Marín Trechera,Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Imperio
12.38Mb size Format: txt, pdf, ePub

Volvieron a acelerar mientras las balas empezaban a hacer blanco a su alrededor. La esquina de la calle Greenwich estaba a su derecha, a un par de metros de distancia.

—Ahora no es una grabación —dijo Cole.

—¿Intentamos ir hacia la calle Murray o nos quedamos con Park Place?

—¿Ahora quieres jugar al Monopoly?

La máquina dobló la esquina tras ellos antes de lo que esperaban. Disparó inmediatamente.

—Parece ser que el mensaje de advertencia se ha acabado —dijo Cole.

Se escondieron entre los coches aparcados y continuaron avanzando agachados por la acera.

Tras ellos, un coche explotó. La onda expansiva los derribó al suelo.

Cole se incorporó de inmediato. Rube fue un poco más lento, porque había ido a dar contra una boca de riego.

—¿Estás bien?

—Es la chica más fea que he besado jamás —respondió Rube. Estaba lo bastante bien para seguir corriendo.

Llegaron a la esquina de Park Place justo cuando el tanque con patas pasaba a la acera para poder disparar sin tener que sortear los coches. Las balas arrancaron el cemento de la acera y Cole sintió los pinchazos de trocitos de hormigón en la nuca. Pasaría por un infierno para quitárselos él solo, pero detestaba pagar para que se lo hicieran en una sala de urgencias. «En momentos como éste —pensó—, es cuando resulta ventajoso tener una esposa. Cecily quitará todos los trocitos de hormigón de la cabeza de Rube. Las cosas que se te pasan por la mente cuando el miedo a morir se apodera de ti.»Ya casi habían llegado a la esquina de Broadway cuando la máquina dobló la esquina y volvió a disparar.

—¿Qué clase... de amenaza... somos? —jadeó Cole.

—Muchos civiles... actuarían así —dijo Rube, también jadeando—. Dispara a todo... lo que corra... una mala orden... daños... colaterales.

—Tal vez... corremos... demasiado rápido —sugirió Cole.

—Tal vez sea por... nuestros uniformes.

Cole había olvidado que iban de uniforme.

Vio un portal y se escabulló hacia su interior.

Rube se reunió con él, pero no le gustó.

—Nos cazará... aquí —dijo—. Cuando venga... por la calle.

—Si es sólo una máquina —dijo Cole—, no nos verá... y puede que busque otro blanco.

—Sería un programa... realmente estúpido.

—Tal vez los... que los construyeron son estúpidos.

Oyeron el sonido de los pasos sobre el asfalto, acercándose, resonando en los edificios de la calle.

—Vale, no son tan estúpidos —dijo Cole—. Lo siento.

—Está en la acera.

La puerta que tenían detrás se abrió. Una mujer china aterrorizada se los quedó mirando.

Rube no vaciló. Empujó la puerta para abrirla más, agarró a la mujer y la llevó hacia el interior mientras ella gritaba en chino. Cole los siguió y cerró la puerta tras ellos. Estaban dentro de un estrecho restaurante chino.

—¿Tiene puerta trasera este sitio? —preguntó Rube.

La mujer continuó gritando en chino. Un viejo aterrado salió de detrás de una cortina con una escopeta de cañones recortados. Rube, que todavía sujetaba a la mujer, la arrastró al suelo mientras Cole también se echaba de bruces. La escopeta disparó, arrasando el lugar donde ellos (y la china) habían estado un segundo antes.

—Este tipo está loco —dijo Rube.

—Y acaba de llamar al tanque andante.

Cole se levantó y echó a correr entre las mesas. El chino intentó apuntar con la escopeta. Justo antes de que disparara, Cole saltó y el disparo le pasó entre las piernas. Entonces Cole se abalanzó contra el tipo y se apoderó del arma. Rube corría ya tras él, arrastrando a la mujer.

Una explosión voló la puerta. Arrastraron a la pareja china al interior del restaurante.

—¿Cuánta munición llevará esa cosa? —preguntó Rube.

—No quiero averiguarlo ahora. Quiero averiguarlo más tarde, en un bonito laboratorio.

—¿Hay puerta trasera? —le preguntó Rube al chino, que no gritaba como la mujer.

Pero el hombre señaló la caja fuerte y dijo:

—¡No hay dinero! ¡No hay dinero!

Cole le gritó a la mujer en cantonés. Había acertado. Era de China, o al menos de Hong Kong, no de Taiwán.

—¿Puerta trasera?

Ella señaló.

—¡Viene cañón grande! —gritó él en lo que tenía que ser un cantonés terrible. Sólo llevaba dos meses en el curso de lengua cuando lo habían asignado para trabajar con Rube—. ¡Suban al piso de arriba! ¡Quédense quietos! ¡No hablen! ¡Silencio!

Con eso tenía que bastar. Debían salir de allí. Y le pareció verlos con el rabillo del ojo corriendo escaleras arriba hacia el primer piso.

El artilugio mecánico del exterior disparaba una lluvia de balas a través de las ventanas. Atravesaron la pared de la cocina como si fuera de papel. Probablemente lo era. Cole y Rube ya estaban en la puerta trasera, cerrada con una barra de seguridad y con un gran cartel: SONARÁ LA ALARMA.

—Vaya, vamos a despertar a los vecinos —dijo Rube. La empujó.

La puerta se abrió. Sonó la alarma. Se tiraron al suelo mientras las balas continuaban picoteando contra la puerta y los ladrillos de la pared trasera de la cocina.

Cuando la puerta se cerró tras ellos los disparos continuaron, pero al menos podían oírse a sí mismos pensar.

No estaban en un callejón. En Nueva York no son partidarios de los callejones. Por eso la gente tiene que dejar la basura en la calle. Parece una extraña clase de escaparate: «Eh, venid a mirar qué tiramos en esta tienda. ¿No es atractiva nuestra basura? ¿No usamos un tipo increíblemente barato de bolsa de plástico?»

—No hay salida —dijo Rube.

—Todavía —respondió Cole. Ya estaba intentando abrir las puertas. Rube intentó abrir las del otro lado. Se encontraron en el centro del lado opuesto del patio interior. Todas estaban cerradas con llave.

—Qué gente tan paranoica —dijo Cole. Se acercó a la ventana más baja. Tenía barrotes, naturalmente, pero había ladrillos sueltos en el patio, que habrían sobrado de alguna reforma. Cole empezó a golpear los barrotes con un ladrillo. No eran tan fuertes. Probablemente podría sacarlos de la pared. Rube había encontrado un taco de madera y empujaba por el otro lado.

Una andanada disparada por una escopeta atravesó la ventana. Por suerte, no dio a Cole ni a Reuben.

—¡Creía que en esta ciudad era ilegal la tenencia de armas! —gritó Cole.

—Supongo que por aquí ha pasado un vendedor de escopetas recortadas cojonudo.

Cole gritó hacia la ventana.

—Están atacando la ciudad. ¡Somos del Ejército de Estados Unidos! ¡Mire nuestros uniformes!

La cara de una mujer apareció en la ventana destrozada. Los dos se apartaron de la pared, mostraron sus identificaciones y dejaron que ella mirara sus uniformes.

—¿Quién ataca? —Tenía un poco de acento extranjero, tal vez español, pero su inglés era claro.

No había tiempo para dar explicaciones.

—¡Marcianos! —gritó Cole.

La puerta se abrió tan rápido que rebotó contra la pared y estuvo a punto de volver a cerrarse. Cole y Rube la cruzaron.

—Tenemos que llegar a la calle Murray —dijo Rube—. Tenemos que recoger nuestras armas.

Ella corrió delante de ambos, rezando en español.

—Quédese en casa —dijo Cole.

—No salga —dijo Reuben en español—. ¡No salga a la calle! ¡No salga a la calle!

La mujer asintió mientras manejaba las llaves y, finalmente, conseguía abrir la puerta delantera.

Cole empezó a buscar el todoterreno de Mingo. Sólo cuando Rube pulsó el botón del mando a distancia se dio cuenta de que tenía el vehículo justo delante.

—Lo planeé así cuando elegí el sitio para aparcar —dijo Rube.

—¿Es un milagro divino y tú quieres llevarte el mérito?

A estas alturas ya estaban dentro del todoterreno con las puertas cerradas.

—¿Quieres intentar atacarlo con el coche? —dijo Rube.

—¿Has visto lo que ha hecho con ese coche aparcado de ahí atrás? ¡Quiero ver el arsenal de Mingo!

—No tendrá ningún lanzagranadas, lástima.

—Me contento con un bazuca de la Segunda Guerra Mundial.

Rube sacó un rifle M-16A2.

—¿Lo quieres? Oh, hay un M-4.

—¿Cómo demonios ha conseguido Mingo un M-4 para uso privado?

—¿Lo quieres o no?

—Claro —respondió Cole, empuñando el arma que conocía mejor, el M-4.

—Tal vez me quede con la Minimi.

—No me has dicho que había una ametralladora cuando me has dado a escoger.

—Demasiado tarde, no hay vuelta atrás. Aquí hay una M-9 para ti y una M-9 para mí.

Cole tomó la pistola que el otro le ofrecía y empezaron a repartir la munición.

—¿Cuándo aprendiste chino?

—Estaban empezando a entrenarme para la
próxima
guerra posible.

—Se equivocaron.
Esta
es la próxima guerra posible.

—Y ahora me lo dices. ¿Cuándo aprendiste español? ¿Operaciones Especiales está planeando una guerra con Colombia?

—Era español de instituto. Y un poco de la universidad. Mira. Un M-240. Olvida la Minimi. Quiero las balas más pesadas.

—¿Contra tanques?

—Apuesto a que los mecas no están blindados como un tanque. Serían demasiado pesados para que esas patas los sostuvieran.

—Son grandes y nuevos y tal vez la gente que los construyó ha encontrado un nuevo modo de repeler las balas.

—Aquí tienes un cinturón de granadas —dijo Rube—, y otro para mí. Quédate la Minimi si tanto la quieres. Pero no cargues con demasiadas armas.

—Sí, señor —respondió Cole—. Mira quién habla, señor. La tuya pesa cinco kilos más que la mía.

—¿Dónde está nuestro amigo?

—Por el sonido, sigue disparando contra el restaurante chino.

—O contra algo. Irá a por nosotros de nuevo dentro de un momento.

—¿Cuál es nuestro objetivo, señor? —preguntó Cole.

Rube se echó a reír.

—Buena pregunta, capitán. No, no buscaremos un enfrentamiento. Nuestro objetivo es salir pitando de Nueva York antes de que cierren los túneles.

—A menos que esos tipos sean completamente idiotas, habrán cerrado y vaciado los túneles lo primero.

—También los puentes. Y los túneles están más cerca.

—Pero hay litros y litros de agua sobre ellos.

—Y la misma agua muy, muy, muy por debajo de los puentes. Y la mayoría de los puentes llevan a Long Island.

—En
24,
Jack encontraría un helicóptero y sabría pilotarlo.

—En
Smallville,
Clark daría un salto gigantesco y pasaría por encima del río Hudson. —Rube metió un cargador en la pistola—. ¿Preparado?

—¿Al túnel Holland, señor?

—Y nos pararemos a ayudar a las fuerzas de defensa locales cada vez que veamos que podemos ser de ayuda —dijo Rube—. Imagino que se defenderán casi todos los policías, y estas cosas van a masacrarlos. Nueva York no está preparada para defenderse contra esto.

—¿Crees de verdad que son americanos quienes están atacando la ciudad?

—Sí —adujo Rube—. Porque no se me ocurre que ningún país extranjero sea tan tonto como para intentar atacar así a Estados Unidos.

—Entonces las armas de Mingo... vamos a usarlas para disparar contra estadounidenses.

—Ellos
disparan contra uniformados —dijo Rube—. Eso significa que están intentando acabar con la autoridad legítima. Y nosotros hemos jurado defenderla.

—Además, ellos han disparado primero.

—Cuando sabes que no puedes ganar, salva a tus tropas. Lo que haremos será sacar de esta ciudad a tantos combatientes como sea posible para que puedan luchar en otra parte.

—Creo que podremos hacerlo a tiempo para ir a la iglesia, ¿eh? —dijo Cole.

Cada uno abrió su puerta.

—¿Preparado?

—A Mingo va a fastidiarle que dejemos este arsenal atrás —dijo Cole.

—Mingo se alegrará de que hayamos cogido lo que necesitábamos. Si
esto
es lo que necesitamos.

—Vamos a averiguarlo.

Abrieron las puertas y corrieron hacia los edificios del otro lado de la calle. Aunque no había ningún meca a la vista, corrieron agachados a lo largo de la acera.

A Cole le sorprendió comprobar que estaba más excitado que asustado. Sabía qué hacer. Lo había hecho otras veces. Era mucho mejor que el mundo de la política. Aunque los errores en un combate callejero mataban más rápido, al menos uno sabía al final del día si seguía vivo.

12. El túnel Holland

Hay guerras fáciles y guerras difíciles. Es fácil conquistar un país cuyo pueblo odia más a su propio Gobierno que a los invasores. Es difícil librar una guerra cuando tus soldados saben que en casa su familia está de parte del otro bando.

Lo lógico era esquivar a los mecas siempre que fuera posible. Pero el sonido de disparos y explosiones atrajo a Reuben. Lo llevaba en la sangre. No es que no temiera el peligro, todo lo contrario. Cuando sabía que lo había, tenía que acercarse a él para sopesarlo, para ver cuán grave era la amenaza. Y más todavía: tenía que eliminarlo si podía. Sabía de lo que era capaz si había que combatir. Sabía lo que podían hacer otros. El y Cole podrían hacer los dos juntos más que muchos hombres con entrenamiento policial.

Y estaban los cadáveres cosidos a balazos, con el cuerpo medio fuera de los coches patrulla, todos de uniforme. La mayoría eran policías de Nueva York, pero uno era un simple portero de un edificio de apartamentos tendido en la calle. Al parecer no había obedecido la orden de detenerse.

—No hay ni un civil —dijo Cole.

—Aparte del portero.

—Va de uniforme. Nadie que vaya de paisano.

—Es verano —dijo Reuben—. Podríamos hacer esto en ropa interior.

—Están intentando no matar a civiles —dijo Cole—. Siguen las mismas reglas que nosotros. Son en efecto estadounidenses.

—Usan unas armas que no forman parte del arsenal estadounidense. Ni del arsenal de nadie.

—¿Crees que las ha desarrollado Irán? ¿Corea del Norte?

No hacía falta responder. Los dos sabían que si Irán y Corea del Norte tenían bombas nucleares eran copias de artilugios ya existentes. Aquellas cosas eran un trabajo original.

—¿Rusia? —preguntó Reuben—. ¿China?

—Es posible, pero ilógico. ¿Qué esperarían conseguir?

—Pero ¿quién puede permitirse haber desarrollado esto? —preguntó Reuben—. ¿Cuántos hay? ¿Están atacando otras ciudades? Y, una vez más, ¿cómo ocupas Nueva York? ¿Cómo defiendes esta isla contra los marines cuando se produzca el contraataque?

Other books

Noble Blood by Dana Marie Bell
Little Green by Walter Mosley
Love Song (Rocked by Love #2) by Susan Scott Shelley
The Enchanted Quest by Frewin Jones
The Memory of Running by McLarty, Ron
La mujer que caía by Pat Murphy