—Eso es muy cínico. ¿De verdad piensa que la gente renunciará tan fácilmente a la libertad?
—Eso es lo curioso. No es un viejo dicho. La primera vez que lo oí fue en Princeton. Lo dijo Averell Torrent.
—Oh, sí, me olvidaba que fue tu profesor.
—Es un hombre brillante, y un abogado del diablo. Creía que me la tenía jurada y luego va...
—Y te recluta.
—No estoy seguro de que me consiguiera los contactos con los que he estado trabajando. Nunca han mencionado su nombre.
—Pero lo has deducido.
—Dijo esas frases dos veces en clase... y estaban en uno de sus libros. Ya me conoces, eso bastó para que lo memorizara: «Todo lo que la gente corriente quiere es que la dejen en paz. Todo lo que el soldado corriente quiere es cobrar su paga y que no lo maten. Por eso las grandes fuerzas de la historia pueden ser manipuladas por grupos sorprendentemente pequeños de gente decidida.»
—Eso no es exactamente lo que Alton le dijo a Cole. Si es que Cole lo recordaba bien.
—Cole tiene buena memoria.
—Como tú.
—Palabra por palabra —dijo Reuben—. Creo que Alton conoce a Torrent. O al menos ha leído sus libros.
—Pues claro que lo conoce —dijo Cecily—. Torrent pertenece a la ASN.
—Pertenecía a la ASN hasta esta mañana.
—Pero lleva un par de años en la oficina de la ASN.
—Puede que te sorprenda, querida, pero el personal de la Agencia de Seguridad Nacional y los altos mandos del Pentágono no suelen salir juntos cada noche a charlar.
—Pero crees que Torrent y Alton lo hicieron.
—Creo que Alton oyó hablar a Torrent sobre cómo Estados Unidos no puede convertirse en un imperio durante su fase democrática. Sobre cómo hemos sobrepasado nuestras instituciones democráticas. Tienen que ser revisadas, drásticamente, pero todo el mundo ha invertido tanto en el viejo sistema que nadie es capaz de crear el consenso para cambiarlo. Un nudo gordiano. Es hora de cortarlo si Estados Unidos quiere alcanzar la grandeza alguna vez.
—¿No porque es su destino manifiesto sino gracias a una dictadura manifiesta?
—Siempre lo interpreté como que Torrent estaba advirtiéndonos sobre el péndulo de la historia. Sobre lo que nos espera si no somos cuidadosos. Pero es posible interpretarlo al revés: oír lo que dice y pensar, oh, buena idea, vamos a hacerlo.
—¿Entonces te parece que Alton ha estado planeando acabar con las instituciones democráticas de Estados Unidos desde hace tiempo y que esto es sólo un pretexto?
—No se planea un golpe de Estado de la noche a la mañana —dijo Reuben—. Esa es la cuestión. Cole le preguntó directamente si su grupo robó mis planes y se los entregó a los asesinos. Naturalmente, él dijo que no. Y Cole le cree. Opina que Alton no es tan buen actor como para fingirse tan escandalizado por la idea.
—¿Conoces a ese general Alton?
—Lo conozco de oídas. Nunca he servido a sus órdenes. Bueno, supongo que técnicamente sí, pero nunca he estado bajo su mando directo. Ya me entiendes.
—Entonces tienes que aceptar la palabra de Cole.
—Cole es un tipo listo.
—Pero sigues sin poder hacer nada.
—No —convino Reuben—. Pero estoy pensando una cosa: que Torrent es listo y carismàtico. ¿Y si, al escribir sobre las grandes fuerzas de la historia, las ha cambiado accidentalmente? Como él mismo decía, pueden ser manipuladas por grupos sorprendentemente pequeños de gente decidida.
—Como el grupo golpista de Alton.
—Como quienquiera que entregase mis planes a los terroristas. No creo que fuera Alton. Pero eso sigue dejándonos con la duda de quién fue.
—Lo que necesitamos es al experto en ordenadores —dijo Cecily.
—¿A quién?
—En todas las novelas de misterio de hoy en día parece que el detective tiene algún amigo que hace milagros con el ordenador y descubre información que nadie más sabe encontrar. Necesitamos a ese tipo. 1,lámalo, dile lo que necesitas saber y, al cabo de un ratito, volverá con los datos exactos que te hacen falta.
—Lo dices de un modo que hace que parezca un mago de las novelas de Nick.
—Estaba pensando que se parecía más a Dios —dijo ella—. Rezas y obtienes respuestas.
—Sí —dijo Reuben—. Tienes razón. Necesitamos a ese tipo.
—Pero no lo tenemos, ¿verdad?
—Sólo me tienes a mí y sólo te tengo a ti.
—Y a Cole —dijo Cecily—. Y a DeeNee. Y a Load y a Mingo y a babe y a Arty y...
—Y ninguno puede hacer milagros.
—Pero yo conozco al presidente y ha prometido que habrá uno.
—Por eso fui tan listo al casarme contigo.
No había nada mejor. Pero Cecily sentía como si lo mejor del inundo fuera estar allí sentada en el columpio con Reuben. Cuando estaban separados, era perfectamente competente y estaba segura de sí misa, pero... siempre había algo en peligro. Las cosas podían salir mal. Cuando Reuben estaba con ella, simplemente, se sentía más segura. El no permitía que las cosas se descontrolaran sin remedio. Lo ponía todo en perspectiva para ella. Los problemas quedaban de algún modo fuera de las murallas del castillo, y dentro, mientras Reuben estuviera allí, ella estaba a salvo. Los niños estaban a salvo.
—Retírate ahora mismo —dijo Cecily—. Ven a casa para estar con nosotros siempre.
—¿Crees que tía Margaret nos dejará quedarnos a todos aquí?
—No veo por qué no. Somos una compañía excelente y, gracias a J. P, le van a lavar gratis la alfombra.
—No quiero escuchar esa historia —dijo Reuben.
—No quiero contártela —dijo Cecily—. Pero Nick está implicado.
—¿Se ha pasado al lado oscuro?
—J. P. hace todo lo que Nick sugiere.
—Me pregunto si por eso J. P. aprendió tan pronto a controlar los esfínteres.
Eso nunca se le había ocurrido a Cecily, pero era posible, ¿no? Nick decía algo y J. P. usaba el baño siempre desde entonces.
—Así que puede usar sus poderes para hacer el bien además de para hacer el mal.
—Todos podemos —dijo Reuben—. Descubrir la diferencia es lo que resulta tan difícil.
Si siempre te comportas de un modo racional, la razón se convierte en la correa con la que tu enemigo tira de ti. Sin embargo, si tomas a sabiendas decisiones irracionales, ¿no has traicionado tu propia habilidad? El campo de batalla no es lugar para fingir ser un estilo u otro de comandante, porque siempre puedes imitar a un comandante peor, pero nunca a uno mejor. Debes ser tú mismo, aunque tu enemigo llegue a conocer tus puntos débiles. Pretender tener tendencias y cualidades de las que careces es imposible.
Como soldado, Cole se había obligado a aprender a esperar a que le dieran una orden. No era porque no confiara en que su comandante tomaría la decisión acertada. Era que no soportaba estar sin hacer nada.
De niño no podía estarse quieto, ni siquiera en la iglesia. No es que fuera hiperactivo: no estaba inquieto y podía concentrarse fácilmente en la tarea que tenía delante durante horas y horas. Pero no soportaba no estar haciendo algo. ¿Por qué no podía cortarse las uñas durante un sermón? Así mientras escuchaba el sermón hacía un trabajo que había que hacer.
Su madre escuchó su planteamiento y le respondió con su típico « interesante modo de verlo». Pero lo escuchó, como siempre hacía. Esa noche, durante la cena, su madre puso en la mesa un rollo de papel higiénico y, después de dar el primer bocado, cortó un trozo de papel, se levantó la parte trasera del vestido e hizo el gesto de limpiarse. Cole le gritó que parara, a lo cual ella replicó:
—Pero de esta manera puedo masticar la comida y cumplir con un trabajo que hay que hacer.
—¡No delante de mí! —dijo Cole.
Con su propia voz expresó las razones de ella.
Así que aprendió a esperar. Y en el Ejército, volvió a aprender. No hay nada como los ejercicios con fuego real para aprender a concentrarse. Aprendió a esperar muchas horas, durante días. Aprendió a ocultar incluso el hecho de que estaba esperando.
Eso era la guerra. En cuanto el general Alton lo llevó de vuelta al Pentágono supo que no podía quedarse de brazos cruzados.
Ni siquiera volvió a la oficina. Era demasiado probable que la promesa de Alton de que no iba a pasarle nada fuera una patraña. Era facilísimo detenerlo: los soldados no estaban protegidos como los civiles contra los arrestos fraudulentos. Podían decir que tenían que interrogarlo de nuevo y desaparecería para siempre. Cuando el Congreso lo llamara a declarar, el Ejército diría que estaba de servicio en alguna parte. Y luego su familia recibiría la noticia de que había muerto en acto de servicio. Se mostraría su cuerpo con las heridas convenientes.
¿Cómo podía considerar paranoico este tipo de pensamiento? Había un general preparando abiertamente un golpe militar. La inclinación de Cole y su deber como soldado y ciudadano le exigían que hiciera todo lo que estuviese en su mano para impedirlo.
Así que se puso al volante. ¿La CNN o Fox News? ¿Atlanta o Nueva York? Por un lado, la CNN estaría más que ansiosa por oír hablar de un golpe ultraderechista en ciernes. Por otro lado, el objetivo de Cole no era inflamar a la gente contra los conservadores, sino que lo escucharan los soldados que pudieran sentirse tentados de participar en el golpe de Alton. Y para esos soldados la CNN era casi tan enemiga del país que amaban como la NPR.
[5]
Estarían viendo la Fox.
Cuando llamó a Rube desde el coche para decirle lo de Alton, no fue capaz de contarle adónde iba ni qué pretendía hacer. Sabía que estaba mal, que era una estupidez. ¿Por qué había ocultado esa información?, se preguntaba. La respuesta era obvia: no hacía falta ser licenciado en psicología para saber que no le había dicho a Rube lo que se proponía porque suponía que le ordenaría que no lo hiciera, o que lo convencería para no hacerlo.
Pensó en todos los motivos por los que no debía hacerlo.
«No se lo creerán, así que no lo emitirán.
»Si se lo creen tampoco lo emitirán, porque la gente de Alton se me habrá adelantado.
»Si se lo creen y lo emiten, quedaré como un completo pirado. Sobre todo si niegan todo lo que yo diga y el golpe no se produce.
»Si se lo creen y lo emiten y el golpe se produce, en el mejor de los casos me quedaré sin trabajo. En el peor, acabaré muerto.
»Y no supondrá diferencia alguna para la historia lo haga o no. Es una campaña completamente inútil. Me estoy arriesgando para nada. Estoy tirando de la anilla de la granada para que me estalle en las manos. Darán el golpe o no, diga yo lo que diga.»
Sin embargo, continuó conduciendo por la I-95 hasta Delaware y luego cruzó el río hasta Nueva Jersey y su fea autovía de peaje que te arrastraba por un túnel hasta la ciudad de Nueva York como llevado por una descarga de cisterna.
Encontró un aparcamiento público, se hipotecó hasta las cejas para pagarlo, y luego fue andando hasta el 1211 de la Sexta Avenida (no, de la avenida de las Américas, como si el bonito nombre cambiara su localización) y se puso a merced de Fox News.
Los interrogadores del Ejército estaban entrenados para no revelar ninguna reacción a lo que pudiera decirles la persona a la que interrogaban. Los periodistas y productores que lo entrevistaron trataron de hacer lo mismo, pero no pudieron ocultar su escepticismo. Hasta que por fin alguien se dio cuenta de que era uno de los que salían en el vídeo de la dársena que habían estado pasando durante las últimas veinticuatro horas.
Entonces se entusiasmaron con él. Pero no sabían qué hacer con su historia.
—No podemos confirmarlo —dijo por fin una productora—. Nadie corrobora su historia.
—No me sorprende —contestó Cole.
—La cuestión es que no podemos dar una noticia infundada.
Así que todo había sido para nada.
—Lo que podemos hacer, capitán Coleman, es entrevistarlo en directo. Es noticia por lo que el mayor Malich y usted hicieron ayer, intentar salvar al presidente y estar a punto de conseguirlo. En esa entrevista, podrá contar la historia de su reunión con el general Alton. La noticia no será que vaya a haber un golpe, sino que usted
ha dicho
que va a haber un golpe. No tenemos que apoyar la verdad de lo que usted dice, sólo tenemos que apoyar el hecho de que usted lo haya dicho en antena.
—Muy bien. —Cole sabía que sus programas de entrevistas eran durante las horas de máxima audiencia. ¿Quién lo entrevistaría? ¿Greta van Susteren? ¿Hannity y Colmes?
—Bill O'Reilly lo quiere —dijo la productora—. Es el programa más visto de la televisión por cable, así que no está mal, ¿verdad?
—Bien.
—Capitán Coleman, no creo que esté usted mintiendo. Pero espero que esté equivocado.
—Yo también lo espero —dijo Cole—. Aunque si lo estoy, quedaré como un tonto, ¿no le parece?
—Ayer ganó un montón de puntos portándose como un héroe. Aunque hoy consiga unos cuantos puntos de loco, probablemente la cosa quedará equilibrada.
—¿Y voy a ser uno de esos tipos a los que O'Reilly machaca o de los que trata con simpatía?
—¿Cree usted que Bill nos dice lo que va a decir?
—Vamos —dijo Cole—. Habla siguiendo un guión, como todos los demás.
—La verdad es que sólo tiene guión para las directrices generales —dijo la productora—. Todo lo demás lo improvisa sobre la marcha. Bill aprecia a los militares. Le gustan los héroes. Al mismo tiempo, se mostrará bastante escéptico con la denuncia de que el Ejército esté preparando un golpe.
—Un grupito dentro del Ejército va a intentarlo —la corrigió Cole.
—Como decía, cíñase usted a su historia y diga la verdad. No creo que Bill vaya a machacarlo. Pero sí que va a darle un montón de oportunidades para que se perjudique usted solito. —La productora se inclinó hacia él—. Capitán Coleman, ésta es la ley fundamental de las entrevistas televisivas: quien se cabrea, pierde. No se cabree. No demuestre ni siquiera
ira.
Cole le sonrió.
—Señora, uno no sobrevive en el Ejército de Estados Unidos si es incapaz de escuchar estupideces durante horas sin la menor reacción.
—Bien —dijo ella—. Porque vamos a intentar que el general Alton participe en el programa a través de una conexión con los estudios de Washington.
—Lo negará todo.
—Eso es —dijo ella—. Y merece la oportunidad de hacerlo. Justicia y equilibrio, ¿recuerda?