Read Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España Online
Authors: Bernal Díaz del Castillo
En el año de mill e quinientos y cincuenta vino del Perú el licenciado de la Gasca y fue a la corte, que en aquella sazón estaba en Valladolid, y trujo en su compañia a un fraile dominico que se decía don fray Martín el Regente, y en aquel tiempo Su Majestad le mandó hacer merced al mismo Regente del obispado de las Charcas
[122]
, y entonces se juntaron en la corte don fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapa, y do Vasco de Quiroga, obispo de Mechoacán, y otros caballeros que vinieron por procuradores de la Nueva España y del Perú, y ciertos hidalgos que venían a pleitos ante su Majestad, que todos se hallaron en aquella sazón en la corte, y juntamente con ellos a mí me mandaron llamar como a conquistador más antiguo de la Nueva España; y como el de la Gasca y todos los demás peruleros habían traído cantidad de millares de pesos de oro, así para Su Majestad como para ellos, y lo que traían de Su Majestad se lo enviaron desde Sevilla a Augusta, de Alemania, donde en aquella sazón estaba Su Majestad, y en su real compañía nuestro filecísimo e invintísimo don Felipe, rey de las Españas, nuestro señor, su muy amado y querido hijo que Dios le guarde, y en aquel tiempo fueron ciertos caballeros con el oro y por procuradores del Perú a suplicar a Su Majestad que fuese servido hacemos mercedes para que mandase hacer el repartimiento perpetuo, y según, paresció, otras veces antes de aquélla se lo habían suplicado por parte de la Nueva España, cuando fue un Gonzalo López y un Alonso Villanueva fueron con otros caballeros por procuradores de Méjico, y Su Majestad mandó en aquel tiempo dar el obispado de Palencia al licenciado de la Gasca, que fue obispo y conde de Pernia, porque tuvo ventura que así como llegó a Castilla había vacado y se traía en la corte por plática, que aun en esto tuvo la ventura que he dicho, de más de la que tuvo en dejar de paz el Perú y en ornar a ver el oro y plata que le habían robado los Contreras. Y volviendo a mi relación, lo que proveyó Su Majestad sobre la perpetualidad de los repartimientos de los indios, envió a mandar al marqués de Mondéjar, que era presidente en el Real Consejo de indias, y al licenciado Gutiérrez Velázquez, y al licenciado Tello de Sandoval, y al dolor Hernán Pérez de la Fuente, y al licenciado Gregorio López, y al dolor Rivadeneyra, y al licenciado Birviesca, que eran oidores del mesmo Real Consejo de Indias, y a otros caballeros de otros Reales Consejos, que todos se juntasen que viesen y platicasen cómo y de qué manera se podría hacer el e que repartimiento de arte y de manera que en todo fuese bien mirado el servicio de Dios y real patrimonio no viniese a menos; y desque todos estos perlados y caballeros estuvieron juntos en las casas de Pero González de León, donde residía el Real Consejo de Indias, lo que se dijo y platicó en aquella muy ilustrísima junta, que se diesen los indios perpetuos en la Nueva España y en el Perú, no me acuerdo bien si se nombró el Nuevo Reino de Granada e Bobotán, mas paréceme a mí que también entraron en los demás, y las causas que se propusieron en aquel negocio fueron santas y buenas. Lo primero que se platicó, que siendo perpetuos serían muy mejor tratados o industriados en nuestra santa fe, y que si al nos adolesciesen los curarían como a hijos, y les quitarían parte de sus tributos, y aquellos encomenderos se perpetuarían mucho más en poner heredades y viñas y sementeras, y criarían ganados, y cesarían pleitos y contiendas sobre indios, y no habría menester de visitadores en los pueblos, y habría paz y concordia entre los soldados en saber que ya no tienen poder los presidentes y gobernadores para en vacando indios se los dar por vías de parentescos, ni por otras maneras que en aquella sazón les daban, y que con dalles perpetuos a los que han servido a Su Majestad descargaba su real conciencia, y se dijo otras muy buenas razones; y más se dijo que se hablan de quitar en el Perú a hombres bandoleros los que se hallase que hablan deservido a Su Majestad. Y después que por todos aquellos de la ilustre junta fue muy bien platicado lo que dicho tengo, todos los más procuradores, con otros caballeros, dimos nuestros pareceres y votos que se hiciesen perpetuos los repartimientos. Y luego en aquella sazón hobo votos tan contrarios, y fue el primero el obispo de Chiapa, y lo ayudó su compañero fray Rodrigo, de la orden de Santo Domingo, y ansimismo el licenciado Gasca, que era obispo de Palencia y conde de Pernia, y fray don Martín de
[123]
, obispo, que entonces le dieron el obispado de las Charcas, y el marqués de Mondéjar, y dos oidores del Consejo Real de Su Majestad; y lo que propusieron en la contradición aquellos caballeros por mí dichos, Salvo el marqués de Mondéjar, que no se quiso mostrar a una parte ni a otra, sino que se estuvo a la mira a ver lo que decían y a ver los que más votos tenían, dijeron que cómo habían de dar indios perpetuos, ni aun de otras maneras por sus vidas no los habían de tener, sino quitárselos a los que en aquella sazón los tenían, porque personas había entre ellos en el Perú, que tenían buena renta de indios, que merescían que los hobieran hecho cuartos, cuanto y más dárselos ahora perpetuos, y que donde creerían que había en el Perú paz y asentada la tierra habría soldados que, como viesen que no habría qué les dar, se amotinarían y habría más discordias. Entonces respondió don Vasco de Quiroga, obispo de Mechuacán, que era de nuestra parte, y dijo al licenciado de la Gasca que por qué no castigó a los bandoleros y traidores, pues que conoscía y le eran notorias sus maldades, y que él mismo les dio indios. Y a esto respondió el de la Gasca y se paró a reír, y dijo: «¿Creerán, señores, que no hice poco en salir en paz y en salvo de entrellos y que algunos descuarticé e hice justicia?» Y pasaron otras razones sobre aquella materia. Y entonces dijimos nosotros y muchos de aquellos señores que allí estábamos juntos que se diesen perpetuos en la Nueva España a los verdaderos conquistadores que pasamos con Cortés y a los del capitán Pánfilo de Narváez y a los de Garay, pues habíamos quedado muy pocos, porque todos los demás murieron en las batallas peleando en servicio de Su Majestad, y lo habíamos muy bien servido, y que con los demás hobiese otra moderación. E ya que teníamos esta plática por nuestra parte e la orden que dicho tengo, no faltó de aquellos perlados y de los señores del Consejo de Su Majestad que dijeron que cesase todo hasta que el emperador y el príncipe nuestros señores viniesen a Castilla, que se esperaba cada día, para que en una cosa de tanto peso y calidad se hallasen presentes. Y puesto que por el obispo de Mechuacán y ciertos caballeros, y yo juntamente con ellos, que éramos de la Nueva España, fue tornado a replicar que, pues estaban ya dados los votos conformes, se diesen perpetuos en la Nueva España, y que los procuradores del Perú procurasen por sí, pues Su Majestad, como cristianísimo, lo había enviado a mandar, y en su real mando mostraba afición para que en la Nueva España se diesen perpetuos. Y sobre ello hobo muchas pláticas y alegaciones, y dijimos que, ya que en el Perú no se diesen, que mirasen los muchos y grandes servicios que hecimos a Su Majestad y a toda la cristiandad; y no aprovechamos cosa ninguna con los señores del Real Consejo de Indias y con el obispo fray Bartolomé de las Casas y fray Rodrigo, su compañero, y con el obispo de las Charcas, don fray Martín
[124]
, y dijeron que en viniendo Su Majestad de Augusta se proveería de manera que los conquistadores serían muy contentos; y ansí se quedó por hacer. Dejaré esta plática, y que en postas se escribió en un navío a la Nueva España; y como se supo en la ciudad de Méjico las cosas arriba dichas que pasaron en la corte, concertaban los conquistadores de enviar por si solos procuradores ante Su Majestad, y aun a mí me escribió desde Méjico a esta ciudad de Guatemala el capitán Andrés de Tapia, y un Pedro Moreno Medrano, y Juan de Limpias Carvajal el Sordo, desde la Puebla, porque ya en aquella sazón era yo venido de la corte, y lo que me escribían fue dándome cuenta a mí y relación de los conquistadores que enviaban su poder, y en la memoria me contaban a mí como uno dellos y más antiguos, y yo mostré las cartas en ciudad de Guatemala a otros conquistadores para que les ayudásemos con dineros para enviar los procuradores, y según paresció no se concertó la ida por falta de pesos de oro, y lo que se tornó a concertar en Méjico fue que los conquistadores, juntamente con toda la comunidad, enviaron a Castilla procuradores, pero nunca se negocio cosa que buena sea, y desta manera andamos de mula coja y de mal en peor, y de un visorrey en otro, y de gobernador en gobernador. Y después que esto, mandó el invictísimo nuestro rey y señor don Felipe, que Dios le guarde y deje vivir muchos años, con aumento de más reinos, en sus reales ordenanzas y provisiones que para ello ha dado, que a los conquistadores y sus hijos en todo conoscamos mejoría, y luego los antiguos pobladores casados, según se verá en sus reales cédulas.
Como
[125]
acabé de sacar en limpio esta mi relación, me rogaron dos licenciados que se la emprestase por dos días para saber muy por extenso las cosas que pasamos en las conquistas de Méjico y Nueva España y ver en qué diferían lo que tienen escrito los coronistas Gomara y el dotor Illescas acerca de los heroicos hechos y hazañas que hecimos en compañía del valeroso marqués Cortés, e yo les presté un borrador. Parecióme que de varones sabios siempre se pega algo de su ciencia a los idiotas sin letras como yo soy, y les dije que no enmendasen cosa ninguna
[126]
, porque todo lo que escribo es muy verdadero. Y desque lo hobieron visto y leído, dijo uno dellos, que era muy retórico y tal presunción tenía de sí mismo, después de la sublimar y alabar la gran memoria que tuve para no se me olvidar cosa ninguna de todo lo que pasamos desque venimos a la Nueva España, desde el año de diez y siete hasta al de sesenta y ocho, y dijo, en cuanto a la retórica, que va según nuestro común hablar de Castilla la Vieja, y que en estos tiempos se tiene por más agradable, porque no van razones hermoseadas ni de policía dorada, que suelen componer los que han escrito, sino todo a las buenas llanas, y que debajo de esta verdad se encierra todo bien hablar, y que le paresce que me alabo mucho en lo de las batallas y guerras que me hallé y servicios que hice a Su Majestad, y que otras personas lo habían de decir que no yo, y también que para dar más crédito a lo que escribo diese testigos, como suelen poner y alegar los coronistas, que aprueban con otros libros de cosas pasadas, porque yo no soy testigo de mí mismo. A esto se puede responder que en capítulo de mi relación, que en una carta que escribió el marqués del Valle a Su Majestad en el año de cuarenta, haciéndole relación de mi persona y servicios, y le hizo saber cómo vine a descubrir la Nueva España dos veces primero que no él, y tercera vez volví en su compañía, y como testigo de vista me vio batallar en las guerras como muy esforzado soldado y salir malamente herido ansí en la toma de Méjico como en otras muchas conquistas, y después que ganamos la Nueva España y sus provincias, y cómo fui en su compañía a Honduras e Higueras que ansí se nombra en esta tierra, y otras particularidades que en la carta se contenían, que por ser tan larga relación aquí no declaro, y ansimismo escribió a Su Majestad don Antonio de Mendoza, virrey de la Nueva España, dino de loable memoria por sus muchas virtudes, haciéndole relación de lo que había sido informado de los capitanes en compañía de los cuales yo militaba, y conformaba todo con lo quel marqués escribió, y también con probanzas muy bastantes que por mi parte fueron presentadas en el Real Consejo de Indias en el año de cuarenta, y estas cartas doy por testigo; las dos dellas están presentadas ante Su Majestad y los originales están guardados, y si no son buenos testigos el marqués, y el virrey, y los capitanes, y mis probanzas, quiero dar otro testigo que no lo habrá mejor en todo el mundo, que fue nuestro muy gran monarca el cristianísimo emperador don Carlos, nuestro señor, de muy celebrada y gloriosa memoria, que sobre ello envió sus cartas selladas en que mandaba a los virreyes y presidentes y gobernadores que en todo sea antepuesto y conosca mejoría como criado suyo; y otras recomiendas que en las reales cartas se contenían, y a esta causa he estado de propósito de las incorporar en esta relación y más quiero questén guardadas en mi poder. Y volviendo a la plática, que me dijo el licenciado a quien hube prestado mi borrador que para qué me alababa tanto de mis conquistas; a esto digo que hay cosas que no es bien de que los hombres se alaben a sí mismos, sino sus vecinos suelen decir sus virtudes y bondades que hay en las personas que las tienen, y también digo que lo que no lo saben, ni vieron, ni entendieron, ni se hallaron en ello, en especial cosas de guerras y batallas y tomas de ciudades, ¿cómo lo pueden loar y escrebir, sino solamente los capitanes y soldados que se hallaron en tales guerras juntamente con nosotros?; y a esta causa lo puedo decir tantas veces, y aun me persona, mal hecho sería y ternía razón de ser reprendido; mas si jatancio dello. Si yo quitase su honor y estado a otros valerosos soldados que se hallaron en las mismas guerras y lo atribuyese a mi digo la verdad y lo atestigua Su Majestad y su virrey, e marqués y testigos y probanza, y más la relación da testimonio dello, ¿por qué no lo diré?, y aun con letras de oro había de estar escrito. ¿Quisieran que lo digan las nubes o los pájaros que en aquellos tiempos pasaron por alto? ¿Y quísolo escrebir Gomara, ni Illescas, ni Cortés, cuando escribía a Su Majestad? Lo que veo destos escriptos e en sus coronicas solamente en alabanza de Cortés, y callan y encubren nuestras ilustres y famosas hazañas, con las cuales ensalzamos al mismo capitán en ser marqués y tener las mucha renta y fama y nombradía que tiene, y estos que escrebieron es quien no se hallaron presentes en la Nueva España; y sin tener verdadera relación ¿cómo lo podían escrebir, sino del sabor de su paladar, sin ir errados, salvo que en las pláticas que tomaron del mesmo marqués? Y esto digo, que cuando Cortés, a los principios, escribía a Su Majestad, siempre por tinta le salían perlas y oro de la pluma, y todo en su loor, y no de nuestros valerosos soldados. ¿Quiérenlo ver? Miren a quién eligieron su historia, sino a su hijo el heredero del marquesado. Puesto que don Hernando Cortés en todo fue muy valeroso y esforzado capitán, y puede ser contado entre los muy nombrados que ha habido en el mundo de aquellos tiempos, nos habían de considerar los coronistas que también nos habían de entremeter y hacer relación en sus historias de nuestros esforzados soldados, y no dejamos a todos en blanco, como quedáramos si yo no metiera la mano en recitar y dar a cada uno su prez y honra. Y si yo no hobiera declarado cómo verdaderamente pasó, las personas que vieran lo que han escrito los coronistas Illescas y Gomara creyeran que era verdad
[127]
. Y además de lo que tengo declarado, es bien que aquí haga relación, para que haya memorable memoria de mi persona y de los muchos notables servicios que he hecho a Dios a Su Majestad y a toda la cristiandad, como hay escripturas y relaciones de los duques y marqueses y condes y ilustres varones que sirvieron en las guerras, y también para que mis hijos y nietos y descendientes osen decir con verdad: «Estas tierras vino a descubrir y ganar mi padre a su costa, y gastó la hacienda que tenía en ello, y fue en lo conquistar de los primeros». Y demás desto quiero poner aquí otra plática, por que vean que no me alabo tanto como debo, y es que me hallé en muchas más batallas y rencuentros de guerra, que dicen los escriptores que se halló Julio César en cincuenta y tres batallas, y para escrebir sus hechos tuvo extremados coronistas; no se contentó de lo que dél escribieron, quel mesmo Julio César, por su mano, hizo memoria en sus Comentarios de todo lo que por su persona guerreó, y ansí que no es mucho que yo escriba los heroicos hechos del valeroso Cortés, y los míos, y los de mis compañeros que se hallaron juntamente peleando; y más digo que de todos los loores y sublimados hechos que el mismo marqués hizo, y de las siete cabezas de reyes que tiene por armas y de blasón, y letras que puso en un tiro que se decía «El Fénix», que se forjó en Méjico para enviar a Su Majestad, el cual era de oro y plata Y cobre, y decían las letras que en ella iban: «Esta ave nació sin par; yo, en serviros, sin segundo, y vos, sin igual en el mundo», parte me cabe de las siete cabezas de reyes y de lo que dice en la culebrina «yo, en serviros, sin segundo», pues lo ayudé en todas las conquistas y a ganar aquella prez y honra y estado, y es muy bien empleado en su muy valerosa persona. Y volviendo a mi plática, como he dicho que me hallé en más batallas que Julio César, otra vez lo tornó a afirmar, las cuales verán y hallarán los curiosos letores en esta mi relación en los capítulos que dello hablan, cómo y de qué manera pasaron, porque no se puede encubrir cosa que allí no se diga y declare, y para que más claramente se vea, los quiero poner aquí por memoria, por que no digan que hablo secamente de mi persona, porque si no lo hobieran visto muchos de los conquistadores, y si en esta Nueva España no hobiera mucha fama dellos, como hay maliciosos detratadores, por ventura me hobieran puesto algún ojeto descuridad en ello.