Historia universal del Siglo XX: De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas

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Authors: Juan Francisco Fuentes y Emilio La Parra López

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BOOK: Historia universal del Siglo XX: De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas
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Este volumen hace un repaso por nuestra historia más reciente, el ya pasado siglo XX, pero sin dejar de adentrarse en el acontecimiento histórico de más candente actualidad, el ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York.

Juan Francisco Fuentes y Emilio La Parra López

Historia universal del Siglo XX

De la Primera Guerra Mundial al ataque de las Torres Gemelas

ePUB v1.0

Sekk
08.09.12

Título original:
Historia universal del Siglo XX: De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas

Juan Francisco Fuentes y Emilio La Parra López, 2001.

Diseño/retoque portada: Sekk.

Editor original: Sekk (v1.0)

ePub base v2.0

Presentación

Escribir un libro sobre un siglo supone aceptar que esos cien años de historia pueden ser comprensibles desgajados de la totalidad del proceso histórico. Nadie, en el fondo, cree tal cosa, pero existe un convencionalismo, que todos en mayor o menor medida asumimos, según el cual un siglo, una década o un año representan algo más que un corte artificial en el tiempo, que tienen, por tanto, una personalidad histórica propia. Acabamos hablando, pues, del Siglo de Pericles, del Siglo de las Luces, del Siglo de Oro, de la «década prodigiosa» o de los «felices veinte» como si, efectivamente, cada uno de esos fragmentos de la historia pudieran ser explicados con arreglo a una lógica interna y autosuficiente. Recelosos del carácter acientífico de semejante periodización, los historiadores buscamos alternativas a la cronología convencional de la historia que tengan una apariencia de racionalidad. El concepto de «siglo XX corto» acuñado por Eric Hobsbawm responde a ese propósito: crear una unidad temporal parecida al siglo, pero con un principio y un final (1914-1989) que permitan hacer de una simple porción de tiempo un verdadero período histórico explicable en sí mismo. Es una cronología defendible, que responde a un empeño encomiable por huir del academicismo, pero que tiene el inconveniente de que la historia, a menudo imprevisible y respondona, acabe desmintiendo al historiador. De momento, el ataque terrorista a Estados Unidos en septiembre de 2001 plantea la posibilidad de que el siglo XX no haya concluido con la caída del muro de Berlín, como se venía creyendo, sino doce años después.

Los autores de este libro consideramos que la periodización convencional de la historia facilita enormemente la relación entre el historiador y su público, y en cambio sus inconvenientes nos parecen irrelevantes, porque nadie se cree de verdad que la historia de la humanidad avance a golpe de calendario. Es una convención, pues, inofensiva, que tiene cierta utilidad a la hora de planificar un curso académico o de concebir un libro y organizarlo internamente. Por otro lado, en los últimos tiempos parece imponerse una tendencia a segregar la historia del siglo XX de aquello que conocemos —todavía— como Historia Contemporánea. Las razones son muy diversas, y pueden ir desde las inabordables proporciones que ha tomado el ciclo histórico iniciado con la llamada doble revolución —Revolución Francesa y Revolución Industrial—, hasta la progresiva sustitución de una historia eurocéntrica por otra de procedencia angloamericana. Véanse los planes de estudios de las facultades, los catálogos de las editoriales, las revistas especializadas o las webs de las mejores librerías. La más conocida y universal de las librerías «virtuales», Amazon.com, creó a mediados del año 2000 una sección con los cincuenta libros de historia más vendidos por ella el año anterior: 29 de ellos —es decir, el 58%— eran obras sobre el siglo XX. Aunque no nos tomemos al pie de la letra el eslogan con el que Amazon encabezaba esta pequeña travesura demoscópica —«doce millones de amazonianos no pueden equivocarse»—, el dato resulta revelador tanto del peso de la historia más reciente en el mercado editorial como de la progresiva desaparición del concepto global de Historia Contemporánea, dividida, más o menos artificialmente, en dos mitades, de las cuales, la segunda tiende a predominar claramente sobre la primera.

Para mitigar las posibles consecuencias de este planteamiento en la comprensión del siglo XX, el primer capítulo del libro se detiene en presentar el estado del mundo entre finales del siglo XIX y principios del XX, de forma que el lector pueda tener presentes aquellos factores de toda índole que intervinieron en la gestación de los dos grandes acontecimientos inaugurales del nuevo siglo: la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa. A partir de aquí, la estructura de la obra se ajusta, en líneas generales, a un criterio cronológico clásico. Creemos que este sistema da una especial agilidad a la narración y facilita la lectura y, por tanto, la comprensión de su contenido, aunque ocasione algunos desajustes al someter, por ejemplo, la historia del Tercer Mundo a los ritmos cronológicos del primero. No hemos querido, sin embargo, sacralizar la cronología hasta el punto de ceñir el principio y el final de algunos apartados al marco establecido por el enunciado de cada capítulo; así, al tratar la descolonización africana en el capítulo sobre la distensión (1962-1973), desplazándola ligeramente de su marco específico (1958-1962), podemos seguir la secuencia inmediata del destino de estos países tras su independencia; algo parecido ocurre con la historia de la China comunista, cuyo desarrollo hasta la ruptura con la URSS en 1961 analizamos en un solo bloque tras el triunfo de la revolución en 1949, pasando por encima de la separación que, con carácter general, hemos fijado en 1953 (muerte de Stalin y fin de la Guerra de Corea). Así pues, la validez de los apartados cronológicos no impide que, en algunos casos, la historia nacional imponga su propia lógica. Esos desfases pueden darse también entre algunos grandes escenarios de la Historia Contemporánea, como sucede en los años setenta, cuando la tendencia a la democracia patente en la Europa meridional origen de la famosa tercera ola democratizadora de Huntington-coincide con la gran oleada dictatorial que barre el Cono Sur americano. Lo mismo podría decirse del vivo contraste que se produce a principios de los ochenta entre el hundimiento electoral de la socialdemocracia del Norte de Europa y el triunfo arrollador del socialismo del Sur.

Sobre el carácter de este libro queda por decir sólo un par de cosas. La primera que, si bien se trata de una obra en común entre los dos autores que figuran como tales, cada uno ha redactado una parte de la misma: Emilio La Parra López es autor de los capítulos 1 al 5 y Juan Francisco Fuentes de los capítulos 6 al 11, aunque, naturalmente, hay una responsabilidad compartida sobre el conjunto del libro. La segunda consideración se refiere a la bibliografía. Incluimos las obras que hemos utilizado en nuestro trabajo y las citamos por las ediciones manejadas. Puede haber ediciones más recientes, y de algunas obras extranjeras existen traducciones al español, pero el sistema de referencias que aplicamos en el libro (autor, año de edición y página) obliga a recoger la edición efectivamente utilizada. Hemos pretendido que la bibliografía presente un cierto equilibrio entre los títulos consagrados de la especialidad, de lectura ineludible, y los estudios más recientes y novedosos sobre los distintos temas, razón por la cual se cita un buen número de artículos aparecidos en revistas extranjeras especializadas. Nuestro afán por manejar una bibliografía internacional, lo más actual posible, no nos impide reconocer la creciente aportación de los historiadores españoles al estudio de la historia universal, rompiendo así el viejo ensimismamiento de la historiografía española, generalmente centrada en nuestra propia historia. Obras recientes como la de A. Duarte, F. Veiga y E. U. da Cal sobre la Guerra Fría, las de C. Taibo sobre la Europa del Este, la de R. Villares y A. Bahamonde sobre el mundo contemporáneo o la historia del nazismo de F. Gallego contribuyen a dignificar la historiografía española y a sacarla de su tradicional autismo.

Por último, hemos querido incluir una pequeña relación de direcciones de Internet dedicadas a aspectos fundamentales de la historia del siglo. Se trata de un complemento todavía novedoso en libros como éste, que puede ayudar al lector a ampliar lo que aquí se le ofrece, accediendo, por ejemplo, a un rico material audiovisual y buscando por sí mismo las innumerables ramificaciones de los fenómenos, acontecimientos y personajes que desfilan por estas páginas. De esta forma, el lector tiene la posibilidad de que este libro sea sólo el principio —algo así como la hoja de ruta— de su propia exploración en los rincones más inaccesibles de los últimos cien años de historia.

1 El arranque del siglo. Imperialismo y apogeo de Europa (1890-1913)
1.1 Dinamismo industrial y renovación del capitalismo liberal

Al comienzo del siglo XX, la agricultura y las formas de producción artesanales mantienen su predominio histórico en el mundo, pero en los territorios occidentales más avanzados el hecho económico determinante es la industrialización. A partir de 1896-1897, una vez superada la crisis iniciada en los años setenta (la «gran depresión»), la economía occidental comenzó una expansión extraordinaria a escala mundial que propició el aumento del número de consumidores y del ritmo de inversiones, al tiempo que aparecieron nuevas tecnologías que transformaron el viejo sistema protagonista de la primera fase de la industrialización. Resultado de este proceso fue el desarrollo de la producción de acero, electricidad, petróleo y de la industria basada en la química orgánica. Todo esto creó un marco inédito para el crecimiento industrial y lanzó un nuevo reto, consistente en ensamblar la irrupción de empresas apoyadas en las nuevas tecnologías con los sectores que habían fundamentado el viejo sistema: textil, carbón, vapor, hierro, química mineral e industrias mecánicas. A este proceso llegaron en posición más favorable aquellos países como Alemania, Italia, Estados Unidos y, en parte, Japón, que no habían destacado durante la primera fase de la industrialización y, por esta razón, pudieron asumir mejor las nuevas tecnologías, mientras que el Reino Unido y en menor medida Bélgica y Francia tuvieron mayores dificultades para adaptar a las nuevas exigencias su amplia, pero envejecida, estructura industrial.

La apuntada innovación tecnológica se hizo cada vez más espectacular, pero hasta la Primera Guerra Mundial los antiguos sectores continuaron siendo el fundamento del desarrollo industrial. La industria textil perdió en los primeros países industrializados buena parte de su importancia relativa, pero no su carácter de sector básico, al tiempo que experimentó notables avances en Francia, Alemania e Italia. Lo mismo sucedió con la explotación de las minas de hierro y de carbón, que continuaron siendo el núcleo de la industrialización. En 1913 el carbón proporcionaba el 88,5% de la energía utilizada por la industria y es en esta época cuando realmente se generalizan las máquinas de vapor. El auténtico motor de la industria en estos años fue la siderurgia, gracias a su propio desarrollo y a la aplicación de algunas novedades tecnológicas aparecidas en la segunda mitad del siglo XIX. Del hierro y del acero dependieron los sectores con mayor vitalidad: ferrocarriles, construcción naval, armamento, metalurgia y, en fase inicial, automóvil y aviación. El crecimiento de los viejos sectores prosiguió a buen ritmo en el Reino Unido, aunque en la mayoría de ellos cada vez se dejó sentir más la competencia de otros países, de modo que la histórica hegemonía británica fue disipándose paulatinamente o no existió en las industrias desarrolladas durante la segunda mitad del siglo XIX, como fue el caso de la química, en la cual el predominio alemán resultaba incontestable en vísperas de la Guerra Mundial.

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