Heliconia - Verano (15 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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Una sombra oscureció el rostro de la reina.

—El rey sufre una crisis, lo noto. La herida de su cuerpo ha sanado, pero no la de su mente. Confía en mí, Rushven, y aguardaremos hasta que este angustioso encuentro con los pannovalanos haya terminado. Temo lo que se avecina.

La reina dirigió al anciano una cálida sonrisa. Soportaba su irritabilidad sin mayor esfuerzo porque conocía sus razones. Él no era del todo bueno; ciertamente, algunos de sus experimentos eran perversos, en especial aquel en el que había muerto su esposa. Pero ¿quién era del todo bueno? La relación de SartoriIrvrash con el rey era difícil, y a menudo ella intentaba protegerlo de la ira de JandolAnganol. Empeñada en librarlo de su propia ceguera, añadió:

—Desde el incidente del Cosgatt debo ser cuidadosa con su majestad.

Tatro acarició los bigotes de SartoriIrvrash:

—No estás en edad de navegar, Rushven.

Él la puso en el suelo y le respondió con afecto:

—Quizá todos tengamos que emprender viajes inesperados antes de morir, mi pequeña Tatro.

Como casi todas las mañanas, MyrdemInggala y su hermano caminaron a lo largo de la muralla oeste del palacio para contemplar la ciudad. Aquella mañana, las brumas que solían traer el pequeño invierno estaban ausentes. Podrían contemplar la ciudad con nitidez.

La antigua fortaleza se levantaba, junto a un profundo meandro del Takissa, sobre un risco que dominaba el pueblo. Un poco más hacia el norte, el Valvoral destellaba en la conjunción con el río mayor. Tatro nunca se cansaba de mirar a la gente en las calles o en el embarcadero.

La pequeña princesa señaló el muelle y gritó:

—¡Mira, madre, llega el hielo!

Había una embarcación de dos palos amarrada al muelle. Sus compuertas acababan de ser abiertas a juzgar por el vapor que se expandía por el aire. Las carretas de carga rodaban junto a la embarcación, y los bloques del más fino hielo de Lordryardry brillaban al sol por un instante en el trayecto de la bodega a los vehículos. Como siempre, la entrega era puntual, y el palacio y sus huéspedes estarían esperándola.

Los carros del hielo remontaban pesadamente el camino del castillo, tirados por cuatro bueyes que se ceñían a las curvas para alcanzar la fortaleza que se erguía como una nave de piedra sobre los acantilados.

Tatro deseaba quedarse a contemplar el ascenso de los carros del hielo colina arriba, pero la reina no tenía paciencia esa mañana. Se quedó a cierta distancia de su hija, contemplándola distraídamente.

JandolAnganol había llegado al amanecer y la había abrazado. Ella lo notó intranquilo. La sombra de Pannoval se asomaba a su mirada. Para empeorar las cosas, llegaban malas noticias del Segundo Ejército en Randonan. Siempre llegaban malas noticias de Randonan.

—Puedes escuchar las conversaciones desde la galería privada —dijo—, si no te aburre. Reza por mí, Cune.

—Siempre rezo por ti. El Todopoderoso estará contigo.

Agitó la cabeza con impaciencia:

—¿Por qué no es más simple la vida? ¿Por qué la fe no la hace simple? —Su mano recorrió la larga cicatriz de su pierna.

—Estaremos a salvo mientras permanezcamos juntos, Jan.

Él la besó:

—Debería estar con mi ejército. Así conseguiríamos algunas victorias. TolramKetinet es un inútil como general.

“No existe nada entre el general y yo —pensó ella—, y, sin embargo, él cree que sí… “

Él la dejó. Y tan pronto como se hubo marchado, se sintió abatida. Su propia posición estaba en peligro. Sin advertirlo, estuvo tomada del brazo de su hermano mientras permanecieron en la muralla.

La princesa Tatro llamaba a gritos y señalaba a los sirvientes que reconocía entre los que caminaban cuesta arriba hacia el palacio.

Menos de veinte años antes se había construido un camino cubierto que conducía desde la falda de la colina hasta los muros. Bajo su protección, un batallón había avanzado hacia la fortaleza sitiada. Con cargas de pólvora abrieron una brecha en el recinto del palacio. Se libró una sangrienta batalla.

Los moradores fueron derrotados. Todos cayeron bajo la espada: hombres, mujeres, phagors y campesinos; todos excepto el barón que había gobernado el palacio.

El barón se disfrazó y, atando a su mujer, hijos y sirvientes inmediatos, los puso a salvo haciéndolos atravesar la brecha abierta. Ordenando apartarse al enemigo, logró abrirse paso hacia la libertad con sus falsos prisioneros. Y así su hija escapó a la muerte.

Este barón RantanOboral era el padre de la reina. Su hazaña se hizo famosa. Pero el hecho es que nunca pudo recuperar su antiguo poder.

El hombre que se apoderó de la fortaleza —considerada, al igual que toda fortaleza antes de caer, inexpugnable— fue el belicoso abuelo de JandolAnganol. Este temido y viejo guerrero se entregó luego a la tarea de unificar el este de Borlien y de asegurar sus fronteras. RantanOboral fue el último señor de la región que cayó ante el avance de sus ejércitos.

Esos ejércitos eran, en gran medida, cosa del pasado; y MyrdemInggala, al casarse con JandolAnganol y asegurar algún futuro a su familia, había terminado por vivir en la antigua ciudadela de su padre.

Algunos sectores estaban todavía en ruinas y otros habían sido reconstruidos durante el reinado del padre de JandolAnganol; pero la mayoría de los grandes proyectos de reconstrucción, emprendidos de un modo apresurado, se desmenuzaban lentamente bajo el calor. Esos montones de piedras constituían una parte importante del paisaje de la fortaleza. MyrdemInggala amaba esa extravagante semi-ruina, aunque el pasado descargara todo su peso sobre aquellas fortificaciones.

Se dirigió, con Tatro tomada de la mano, hacia un edificio con una pequeña columnata.Ése era su dominio. Una pared de caliza roja lucía en la parte superior un caprichoso pabellón de mármol blanco. Detrás de la pared se encontraban sus jardines y una piscina privada en la que le gustaba nadar. En mitad de la piscina había una isla artificial, con un esbelto templete en honor a Akhanaba. Durante el primer tiempo de su matrimonio, el rey y la reina solían hacer el amor allí.

Después de despedirse de su hermano, la reina subió unas escaleras y caminó a lo largo de una galería desde la cual se dominaba el jardín en que el padre de JandolAnganol, VarpalAnganol, se ocupara en un tiempo de sus perros y aves multicolores. Algunas de estas últimas continuaban en sus jaulas; Roba las alimentaba todos los días cuando aún no se había marchado. Ahora lo hacía Mai TolramKetinet.

MyrdemInggala sentía un temor opresivo. La visión de las aves no hizo sino afligirla aún más. Dejó a Tatro jugando con una criada en la galería, se dirigió a una puerta en el extremo más alejado, y la abrió con una llave que ocultaba entre los pliegues de su falda. Al entrar, un guardia la saludó. Sus pasos, aunque leves, resonaron sobre las baldosas del suelo. Llegó por fin a una alcoba y se sentó en un diván, junto a una ventana encortinada. A través de la reja, adornada con motivos florales, podía mirar sin ser vista.

Desde ese lugar privilegiado podía ver la gran cámara del consejo. El sol penetraba en franjas por las ventanas. Los embajadores aún no habían hecho acto de presencia. Sólo estaba allí el rey con su phagor, ese runt que lo acompañaba constantemente desde la Batalla del Cosgatt.

Yuli llegaba apenas al pecho del rey. Su pelaje era blanco, pero aún conservaba algunos mechones castaño rojizos de la infancia.

Saltaba y hacía piruetas, abriendo su fea boca, mientras JandolAnganol extendía una mano hacia él, riendo y chasqueando los dedos.

—Buen chico, buen chico— decía el rey.

—Zi, yo buen chico —decía Yuli.

Sin dejar de reír, el rey lo abrazó y lo alzó del suelo.

La reina se echó hacia atrás. Sintió miedo. Apartó la vista. Si él sabía que ella estaba allí, no hizo el menor gesto para llamar su atención.

“Mi jabalí, mi adorado jabalí salvaje —dijo en silencio—. ¿Qué ha sido de ti?” La madre de MyrdemInggala poseía extraños poderes. La reina pensó: “Algo terrible caerá sobre la corte y sobre nuestras vidas…”.

Cuando se atrevió a mirar de nuevo, los visitantes estaban entrando; conversaban entre ellos mientras se sentaban. Había tapices y almohadones por todas partes. Esclavas ligeras de ropas servían bebidas coloreadas.

JandolAnganol pasó entre ellos con su andar principesco y se dejó caer en un diván cubierto por un dosel. Apareció SartoriIrvrash; saludó con sobriedad, se situó detrás del diván del rey y encendió un veronikano. Yuli, el runt, se instaló en un almohadón, jadeando y bostezando.

—Sois extranjeros en nuestra corte —dijo la reina en voz suave, espiando a través de la reja—. Extraños en nuestras vidas.

Cerca de JandolAnganol se situaron varios dignatarios locales: el alcalde de Matrassyl, quien era a la vez el jefe de la scritina; el vicario de JandolAnganol; su armero real; uno o dos de sus jefes militares. Uno de ellos era, de acuerdo con sus insignias, un capitán de phagors; pero, por deferencia a los visitantes, exceptuando la mascota del rey no había en aquel recinto ningún phagor.

Entre los extranjeros destacaban los sibornaleses. Su embajador en Borlien, Io Pasharatid, era de Uskut. Él y su esposa, ambos altos y grises, se habían sentado alejados el uno del otro. Algunos afirmaban que estaban peleados; otros, que los sibornaleses eran sencillamente así. El hecho era que los dos, que habían vivido en la corte durante nueve décimos —complementarían su primer año dentro de tres semanas—, rara vez sonreían o cambiaban una mirada.

—A ti te temo, Pasharatid, espectro —dijo la reina.

Pannoval había enviado un príncipe, el cual había sido elegido con sumo cuidado. Pannoval era la nación más poderosa entre las diecisiete de Campannlat, sólo contenía sus ambiciones la interminable guerra que debía librar contra Sibornal en el frente norte. Su religión dominaba el continente. En ese momento, Pannoval cortejaba a Borlien, que pagaba ya un tributo en grano e impuestos eclesiásticos; pero el cortejo era entre una viuda de mediana edad y un joven presuntuoso, representado por un príncipe menor.

A pesar de ser un príncipe menor, Taynth Indredd era un personaje considerable, que compensaba con su volumen lo que le faltaba en significación. Tenía un lejano parentesco con la familia real de Oldorando. A nadie le agradaba mucho Taynth Indredd, pero la diplomacia pannovalana había enviado con él, en carácter de consejero jefe, a un anciano sacerdote, Guaddl Ulbobeg, amigo de JandolAnganol desde los días en que el rey cumplía su etapa sacerdotal en los monasterios de Pannoval.

—Hombres de lenguas hábiles —suspiró MyrdemInggala, mientras aguardaba, ansiosa, detrás de la reja.

JandolAnganol hablaba ahora en un tono modesto. Permanecía sentado. Sus palabras —como su mirada— se movían con rapidez. Ofrecía a sus visitantes un informe sobre el estado de su reino.

—Todo el territorio de Borlien está ahora en paz. Hay algunos bandidos, pero no tienen importancia. Nuestros ejércitos combaten en las Guerras Occidentales. Una sangría. También en la frontera del este nos amenazan peligrosos incursores, Unndreid el Martillo y el cruel Darvlish la Calavera.

Miró a su alrededor, desafiante. Era vergonzoso para él haber sido herido por un adversario de tan poca importancia como Darvlish.

—Mientras Freyr se aproxima, sufrimos a causa de la sequía. En todas partes hay hambre. No podéis esperar que Borlien luche en otros lugares. Somos un país extenso, pero de producción pobre.

—Eres demasiado modesto, primo —dijo Taynth Indredd—. Todo el mundo sabe desde su infancia que tus llanuras de loes, en el sur, son las tierras más ricas del continente.

—La riqueza no está tanto en las tierras como en su adecuado cultivo— respondió JandolAnganol—. Hay tal presión en nuestras fronteras que debemos llevar a los campesinos al frente, dejando que las mujeres y los niños trabajen en las granjas.

—Entonces, primo, en efecto necesitas nuestra ayuda —dijo Taynth Indredd, buscando a su alrededor el aplauso del que se sentía merecedor.

Io Pasharatid dijo:

—Si un granjero tiene un hoxney cojo, ¿le servirá de algo un kaidaw salvaje?

Su observación fue ignorada. Algunos pensaban que Sibornal no debía estar presente en esa reunión.

—Primo, nos pides ayuda en un momento en que todas las naciones sufren dificultades dijo Taynth Indredd, con la seguridad de quien piensa aclararlo todo—. Las riquezas de que gozaban nuestros antepasados han desaparecido; nuestros campos arden, nuestros frutos se marchitan. Debo hablar con franqueza y decir que nos separa una disputa que esperamos poder resolver, y es preciso hacerlo para que exista unanimidad entre nosotros.

Se produjo un silencio.

Tal vez, Taynth Indredd temía continuar.

JandolAnganol se puso en pie de un salto, con una expresión iracunda en sus rasgos oscuros.

Yuli, el pequeño runt, lo imitó, dispuesto a hacer cualquier cosa que su amo pidiera.

—Fui a pedir ayuda a Sayren Stund, en Oldorando, sólo contra los enemigos comunes, y os reunís aquí como buitres. Me hacéis frente en mi propia corte. ¿Cuál es esa disputa que soñáis? Decidme.

Taynth Indredd y su consejero Guaddl Ulbobeg consultaron. Fue el último, el amigo del rey, quien respondió. Se puso de pie, se inclinó, y señaló a Yuli.

—No es un sueño, majestad. Nuestra preocupación es real, y también esta criatura que pones entre nosotros. Desde los tiempos más antiguos, la raza humana y la raza phagor han sido enemigas. No hay tregua posible entre seres tan diferentes. El Santo Imperio Pannovalano ha declarado santas cruzadas contra estas odiosas criaturas, con la intención de librar de ellas al mundo. Y sin embargo, majestad, les das albergue dentro de tus fronteras.

Habló con la mirada baja, como disculpándose, para quitar fuerza a sus palabras. Taynth Indredd restauró esa fuerza gritando:

—¿Esperas ayuda, primo, cuando amparas a esta plaga? Ya han dominado antes Campannlat, y volverán a hacerlo si se les da una oportunidad, como tú haces.

JandolAnganol enfrentó a sus visitantes, con las manos en las caderas.

—No permitiré que nadie de más allá de las fronteras interfiera en mi política interior. Yo escucho a mi scritina, y mi scritina no se queja. Sí, doy la bienvenida a Borlien a los seres de dos filos. Es posible una tregua con ellos. Cultivan las tierras poco fértiles que nuestra gente no osaría tocar. Hacen las tareas humildes que repugnan a los esclavos. Combaten sin recibir paga. Mi tesoro está vacío; quizá los avaros de Pannoval no lo comprendan, pero eso significa que sólo puedo disponer de un ejército de phagors. Su única recompensa son las tierras marginales. ¡Y no retroceden ante el peligro! Podéis decir que eso se debe a que son demasiado estúpidos. Yo respondo que prefiero un phagor a un campesino. Mientras sea rey de Borlien, los phagors tendrán mi protección.

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