—¿Es que queréis ir a ver a la fiera? —inquirió, sardónico, ladeando la cabeza.
—Tal vez quiera darle las gracias de parte de las moscas, por el regalo.
El viejo contuvo la risa.
—La vía Aemilia termina en el puerto de Ariminum en el Hadriaticus. Pero a unas cuantas millas de aquí —añadió con un gesto— hay un mal camino a la izquierda que se abre paso entre las marismas hasta Ravena. Pensaréis que en los años que hace que la ciudad es capital del imperio podían haber hecho una vía decente, pero no han querido dar un buen acceso a tan sagrada sede.
—¿Y no hay otro camino?
—Sí. Cambiad vuestro bonito caballo por una barca y podéis llegar a Ravena por el Hadriaticus; el otro camino posible es la vía Popilia, que va por la costa, pero tampoco es muy buena, es la que usan las mulas que traen la sal de los Alpes para enviarla por mar.
—Muy bien —dije—. Iré por las marismas.
—Tened cuidado, pues cuando Odoacro está en la ciudad, Ravena se halla rodeada de guardias y centinelas. Os darán el alto, aunque muchas veces disparan sobre los intrusos nada más avistarlos.
—Me arriesgaré por cuenta de las moscas —dije sonriendo.
—No os será necesario si lo único que queréis es dar las gracias de parte de las moscas a su benefactor. Odoacro se encierra muchas veces en Ravena durante meses, pero a Tufa sus deberes
militares le obligan a viajar. Ya os he dicho que es emlegatus de Bononia; así que basta con que le aguardéis en su palacio allí y pronto o tarde aparecerá. Claro que no os será fácil llegar a su presencia… sin que os interroguen, desnuden y registren sin contemplaciones. No sois el primero que trata de hacer alguna clase de cumplidos al emclarissimus Tufa.
Nuestro coloquio fue interrumpido por los gritos de sus compañeros diciéndole que dejase de hacerse el remolón y volviera a la faena. El viejo farfulló una maldición, me saludó con la azada y dijo jovial:
—De todos modos, extranjero, hacednos la merced de llevaros unas cuantas moscas. emVale, viator. Y fue a ayudar a los otros que estaban echando a la fosa los restos de Freidereikhs y seis o siete guerreros rugios.
Por malo que fuera el camino de las marismas —mal pavimentado, desfondado y con hoyos— me alegré de tenerlo bajo los pies; avanzaba por él en plena noche y las vueltas que daba eran prueba que nos libraba a emVelox y a mí de las arenas movedizas y otros peligros de la ciénaga. Habría recorrido doce millas después de salir de la vía Aemilia y no sabía cuánto faltaba para Ravena, pero no veía luces ni nubes que reflejasen un posible resplandor. Iba andando despacio, con emVelox de las riendas y agachado, procurando que mi figura no destacase en la noche despejada.
Bien que apreciaba la situación defensiva de Ravena; un ejército que se aproximase a la ciudad por aquel sinuoso camino tendría que hacerlo paseando y sólo en fila de cinco jinetes en fondo, lo cual no era un frente eficaz. Ni por el camino ni fuera de él se podía aproximar ningún emspeculator a espiar sin ser visto, ni de día ni de noche, salvo a gatas. El terreno era tan liso como el camino y no había en él donde ocultarse más que hierbas, juncos y algunos matojos. Y, desde luego, todo él era barro y fango, y si un ejército trataba de cruzarlo, sus soldados serían un blanco perfecto. No había visto aún Ravena por el lado del mar, pero estaba llegando a la conclusión de que un asalto por tierra era imposible, si no se disponía de numerosos pontones para el cruce simultáneo de la tropa, o entrenando a los pájaros de las marismas; esta última opción, más absurda que la otra.
Sabía que aquella noche no podía aproximarme más, pues no tardaría en hacerme notar por algún centinela. Me detuve a considerar si no sería mejor trabar a emVelox a alguna mata y seguir yo con cautela, o quedarnos donde estábamos y esperar al alba para ver mejor la situación, pero mientras lo pensaba salí de dudas. No sé a qué distancia se encendió una luz, y tan de súbito que pensé que era un espectral emdraco emvolans, común en terrenos pantanosos como aquél. Pero, acto seguido, la luz se dividió en nueve puntos y vi que se separaban en dos grupos —cinco a la izquierda y cuatro a la derecha— y me di cuenta de que eran las antorchas del sistema de señales de Polibio.
Para mi gran sorpresa, vi que no comenzaban inmediatamente a enviar un mensaje, sino a moverse arriba y abajo; al cabo de un momento de perplejidad, di en volverme y mirar hacia atrás, y a una distancia incalculable vi otra línea igual de nueve luces. Comprendí que en la lejanía, al noroeste de las marismas, legionarios o emspeculatores romanos —o quién sabe si simples ciudadanos— se disponían a comunicarse con las tropas del interior de Ravena. La línea de antorchas situadas al oeste comenzó a emitir un mensaje y pensé maravillado en que la noticia procedente del exterior desde algún lugar remoto se transmitía por sucesivos puestos de aquella clase de luces y pronto la sabrían Odoacro y Tufa en su reducto. Y yo que estaba fuera de él.
Pero en aquel momento sucedió algo que, más que sorprenderme, casi me dejó sin respiración. Al moverse las luces «exteriores» —alzándose la primera antorcha de la izquierda y la tercera de la derecha— lo que comunicaban, a menos que Odoacro hubiese alterado recientemente el sistema, era la tercera letra del antiguo alfabeto rúnico. Y las luces continuaron señalando esa misma letra una y otra vez, como para dar énfasis, y esa tercera letra del emfuthark es la runa llamada emthorn. Estaba atónito y bastante consternado. ¿Cómo era posible? No sólo habían advertido mi cauteloso avance por la marisma, sino que avisaban urgentemente a Ravena de quién se acercaba.
Pero al instante me reí de mí mismo; mi presunción era exagerada. Las luces dejaron de repetir la letra emthorn, hicieron una breve pausa y, luego, señalaron la emansus, la emdags, la emúrus y de nuevo la emansus —
A, D, U, A— y comprendí. Tan lento sistema de deletreo debía necesariamente ceñirse a un mínimo de
palabras e incluso condensarlas lo más posible. En la palabra ADUA se había suprimido una D
innecesaria; la emthorn que yo había confundido con mi nombre no era más que TH, el sonido que representa ese carácter rúnico y que en el mensaje era una abreviatura de la palabra «Theodoricus»; ahora advertía que el mensaje decía algo sobre Teodorico y el río Addua, pero la comunicación concluía con una palabra más, o parte de una: las letras rúnicas emwinja, eis, nauths y emkaun, V, I, N y C; y, a continuación, las dos filas de antorchas volvieron a repetir el movimiento arriba y abajo y se apagaron súbitamente.
Permanecí en la oscuridad, que me parecía más impenetrable que nunca, reflexionando. El mensaje enviado y recibido —TH ADUA VINC— era una maravilla de concisión y sin duda bien explícito para los de Ravena, pero yo lo entendía apenas. Teodorico había estado o estaba en aquel momento en el río Addua, en donde se hallaba el otro ejército romano de Odoacro; eso era bastante claro. Y el VINC, en su contexto, tenía que significar «vincere», victoria. Conforme a lo que tuvieran estipulado, los que se comunicaban debían saber de qué persona, tiempo y modo del verbo se trataba, pero para el no iniciado, como yo, ese VINC abreviado podía significar que Teodorico había vencido, o que había sido vencido, que estaba a punto vencer o de ser vencido, o que ya lo había sido.
Bien, pensé, sea lo que sea, el mensaje tiene por propósito hacer salir a Tufa de Ravena a toda prisa. Odoacro puede seguir escondido ahí mientras su país se libre o no de los invasores, pero su comandante supremo no podía demorarse más; así que decidí que aguardaría a que saliera. Y, tal como había sugerido el viejo campesino enterrador, Bononia era el lugar más idóneo para esperarle. Di la vuelta y comencé a conducir a emVelox hacia la vía Aemilia, francamente libre del pesar de no tener que intentar infiltrarme en Ravena.
Mientras avanzaba cautelosamente en la oscuridad, me dije que planeando asesinar a Tufa desobedecía órdenes y me excedía en mis obligaciones; Teodorico me había encomendado investigar y comunicarle cómo estaban allí las cosas —no ser de nuevo su «Parmenio tras las líneas enemigas»— y, por consiguiente, debía dirigirme a galope en dirección norte para encontrarme con él. Podía alcanzar el Addua en unas dos jornadas cabalgando de prisa, y el lugar de un mariscal en el combate es al lado de su rey. Tenía, además, que tener en cuenta que en otra ocasión en que había querido dar su merecido a un cerdo embarbaricus —el llamado Estrabón— no había culminado la tarea; aun si en esta ocasión lograba hacerlo con Tufa, quizá Teodorico no me lo agradeciera, pues Tufa era culpable de un agravio más abyecto que la matanza de prisioneros indefensos: Tufa era un regicida.
Y la costumbre y la tradición determinaban que el asesino de un rey fuese castigado por mano de alguien de condición real. Además, había faltado a su palabra, lo cual era un grave insulto al propio Teodorico. Desde cualquier punto de vista, la venganza era potestad de Teodorico. Empero, me arriesgaría a la repulsa de mi soberano. Freidereikhs había sido mi amigo, mi pupilo, mi hermano menor, y, aunque Teodorico no lo supiera quizá, su propia hija había pensado en desposarle algún día. No contendría mi mano; vengaría la muerte inútil del joven rey y de sus guerreros. Y en nombre de todos los afligidos: yo mismo, Teodorico, Thiudagotha, el pueblo rugió, los… Mis reflexiones cesaron bruscamente al sentir en mi vientre el pinchazo de una punta aguzada. Abstraído en mis pensamientos, no había hecho caso del piafido de advertencia de emVelox ni había advertido la figura al acecho en la oscuridad, hasta notar aquella punta de lanza y oír una voz ronca amenazadora:
—Te he reconocido, emsaio Thorn.
emIésus, pensé, sí que estaba en lo cierto; los romanos me venían siguiendo desde mi llegada allí. Pero no… aquel hombre hablaba en el antiguo lenguaje. Me equivocaba de nuevo. Mas, para mayor turbación mía, inquirió:
—Di la verdad, mariscal, o te saco las tripas. ¿Estás con Odoacro, emniu?
em—Ne —contesté, arriesgándome a decir la verdad—. He venido a matar a un partidario de Odoacro. La lanza no me penetró en el vientre, pero tampoco se apartaba de él. Y añadí:
—Soy partidario de Teodorico, y estoy aquí por orden suya. Lancero —añadí tras otro tenso silencio—, me has reconocido en la oscuridad. ¿Te he visto yo a ti a la luz del día?
Finalmente, apartó la lanza y se quedó firme, pero seguía siendo una sombra en la oscuridad; lanzó
un suspiro y dijo:
—Mi nombre es Tulum, y no creo que me hayáis visto jamás. Soy emsignifer de lo que fue la tercera emturma de la centuria de caballería de Brunjo; la centuria que Teodorico envió a Concordia y al Sur a patrullar. Cuando llegamos a Bononia, yo fui uno de los que Brunjo destinó al servicio de vigía a diversa distancia de la ciudad.
em—¡Aj! —exclamé—. Has escapado a la matanza.
Volvió a suspirar, cual si lo lamentase, y contestó:
—Llevaba cierto tiempo en mi puesto sin que hubiese sucedido nada y regresé a la ciudad a informar a mi centurio. No lo encontré y oí que los habitantes comentaban que los romanos habían pasado a toda prisa por allí con muchos cautivos; cuando logré enterarme en qué dirección había marchado Brunjo y, al final, di con él en aquel campo de trigo… bien, ya sabéis lo que vi.
—Y estuviste espiándome.
em—Ja. Erais el único vivo, y mirabais cómo los enterraban, hablando tranquilamente con uno de aquellos romanos. No os pediré excusas, emsaio Thorn, por haber sospechado.
—No tienes por qué excusarte, emsignifer Tulum. Cierto que ha habido muchas traiciones.
—Cuando vi que seguíais camino de Ravena, igual que las columnas romanas, se confirmaron mis sospechas, pensé que llevabais mucho tiempo en connivencia con el enemigo y os seguí a distancia prudencial. Os he ido a la zaga toda la noche, cada vez más cerca, hasta que, tanto habíamos avanzado en las marismas, que pensé que los centinelas de la ciudad nos rodearían en cualquier momento. A vos os acogerían alborozados, pensé, y creí que iba a matar a un traidor —añadió, con una especie de risa tímida—. Os aseguro que cuando os detuvisteis, mientras brillaban esas antorchas, si hubieseis dado un paso más hacia Ravena os habría matado. Pero luego disteis la vuelta y eso me hizo dudar y decidí
pediros una explicación. Me alegro de haberlo hecho.
—Y yo; no sabes cuánto. emThags izvis, Tulum. Vamos, pronto amanecerá y debemos llegar a la vía Aemilia. Hay mucho que contar de los acontecimientos que se han sucedido desde que fuiste al Sur. Para empezar, te complacerá saber que hay otro guerrero de tu centuria que no ha muerto. Brunjo envió a un emoptio llamado Witigis a que informase a Teodorico, y por eso estoy yo aquí. Y debo decirte que Witigis no estaba muy ufano de haber sobrevivido.
—Lo creo. Conozco a Witigis.
—Dime una cosa. ¿Cuántos fuisteis situados como vigías en las afueras de Bononia? ¿A cuántos no tendría tiempo Brunjo de recoger antes de atacar a las columnas romanas?
—No estoy seguro. Sé de otros tres a quienes les asignaron un puesto de vigilancia antes que a mí.
—Espero que aún sigan en él o podamos dar con ellos. Tengo una misión que encomendarles. Llegamos a donde Tulum había dejado atado el caballo en una losa suelta del pavimento; la noche se había esclarecido y vi que el emsignifer era más joven que yo, alto y fuerte, y llevaba la coraza de cuero de la caballería; no había logrado verle porque había oscurecido su tez clara ostrogoda y la barba con barro del pantano. Conforme caminábamos, tirando de nuestros caballos, le expliqué cuanto había acontecido desde Concordia y concluí repitiéndole lo que había leído en las señales de antorchas.
—Y ya lo sabes todo, Tulum, salvo que he jurado, esta misma noche, hacerle pagar a Tufa su traición y crueldad.
—Bien. ¿Puedo ayudaros?
—Voy a ir a Bononia y allí desapareceré. Rodea la ciudad y trata de encontrar los vigías supervivientes que puedas y que se presenten a mí. Luego, ve a galope al Norte y da con Herduico en Verona, o con cualquier oficial que encuentres antes, y explica todo lo que ha ocurrido y está ocurriendo aquí. Y asegúrate de que se lo comunican a Teodorico, para que sepa por qué no he regresado; puede que
tarde mucho en poder acercarme a Tufa para matarle. Una vez que hayas comunicado las noticias… bien, te has perdido buena parte de la guerra, Tulum. Ve a combatir a Addua o a donde ahora haya batalla.
—Complacido, emsaio Thorn. Pero, si desaparecéis dentro de Bononia, ¿cómo van a presentarse los hombres?