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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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Nunca llegamos a saber qué podíamos hacer con nuestros índices de audiencia. El ruido de la mano de Emily abofeteando al gobernador Tate retumbó por todo el salón como una rama quebrándose; únicamente el silencio que siguió superó la intensidad de aquel golpe. El gobernador se llevó la mano a la mejilla mirando fijamente a Emily como si fuera incapaz de creer lo que estaba viendo. Yo no podía culparle, pues también era incapaz de creer lo que estaba viendo, y eso que no había recibido la bofetada.

—Emily, pero ¿qué…? —empezó a decir el senador Ryman. Su esposa levantó las manos para que se callara y a continuación, lentamente y con decisión, se quitó las gafas de sol sin apartar la mirada de los ojos del gobernador. La luz inmisericorde que inundaba el salón le había dilatado las pupilas hasta hacer desaparecer completamente el iris, invadidos de negrura. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Yo sabía el dolor que aquello estaba causándole, aunque ella ni se inmutó. Continuó con la mirada clavada en el gobernador.

—Por el bien de la carrera política de mi marido seré agradable con usted. Le sonreiré en los actos públicos, y siempre que haya presente una cámara o un miembro de la prensa indiscriminada me esforzaré en tratarlo como si fuera usted un ser humano —dijo en un tono pausado, casi moderado—. Pero quiero dejarle clara una cosa: si alguna vez vuelve a hablar así a estas personas en mi presencia, si vuelve a comportarse con ellos como si no tuvieran criterio, compasión ni sentido común, haré que desee no haberse sumado jamás a la candidatura de mi marido. Y si un día se me ocurre pensar que su actitud influye de alguna manera en mi esposo, y no me refiero a su carrera, tan valiosísima, sino a él como ser humano, lo repudiaré y acabaré con usted. ¿Nos entendemos, gobernador?

—Sí, señora —respondió el gobernador Tate. Su voz reflejaba el mismo asombro que sentía yo. Eché un vistazo a Shaun y me dio la impresión de que probablemente él estaba igual que yo—. Creo que se ha expresado con absoluta claridad.

—Bien. —Emily se volvió a nosotros—. Shaun, Georgia, Buffy, Rick, espero que no permitáis que esta breve escena desagradable cambie vuestra consideración hacia la campaña de mi marido. Hablo por ambos cuando os digo que espero que sigáis haciendo exactamente lo mismo que habéis estado haciendo hasta ahora por nosotros.

—Firmamos un contrato que nos compromete a permanecer con ustedes en lo bueno y en lo malo, señora Ryman —dijo Rick—. No creo que ninguno de nosotros esté planteándose ir a ningún lado.

Viendo a Buffy yo no estaba tan segura.

—Rick está en lo cierto, Emily —dije—. Nos quedamos. Siempre y cuando el senador esté de acuerdo en que nosotros… —Me volví a él y esperé.

El senador Ryman parecía indeciso. Pero entonces, lentamente, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza, se levantó y pasó un brazo alrededor de los hombros de su esposa.

—David, me temo que esta votación no tengo más remedio que votar por Emily. Deseo de verdad que os quedéis.

—Bueno, senador —dije—. Creo que nuestro acuerdo sigue vigente.

—Perfecto —repuso el senador. Extendió el otro brazo y me estrechó la mano.

El problema de la información es bien sencillo: a algunas personas, sobre todo a las que ocupan la cúpula del poder, les conviene que vivamos asustados. Los mandamases nos quieren atemorizados; nos quieren deambulando por el mundo angustiados por la idea de que podemos morir en cualquier momento. Siempre hay algo que temer. Antes se trataba del terrorismo; ahora, de los zombies.

¿Y qué tiene eso que ver con la información? Pues lo siguiente: la verdad no asusta. No lo hace cuando se comprende, ni cuando se entienden sus repercusiones ni cuando dejamos de preocuparnos por la posibilidad de que se nos esté ocultado algo. La verdad sólo asusta cuando creemos que no se nos está diciendo todo. ¿Y qué pasa con esas personas poderosas? Pues que les conviene tenernos asustados; por lo que hacen todo lo que está en su mano para ocultarnos la verdad, para presentarla de un modo sensacionalista, para filtrarla y entregárnosla con una apariencia que nos aterrorice.

Si no tuviéramos que preocuparnos por las verdades que no nos cuentan, perderíamos la necesidad de preocuparnos por las que sí nos cuentan.

Este razonamiento nos exige una reflexión.

Extraído de
Las imágenes pueden herir tu sensibilidad
,

blog de Georgia Shaun,

2 de abril de 2040

Diecisiete

P

asamos tres semanas en Parrish hasta que llegó el momento de que la campaña regresara a la carretera. Los votantes perdonarían al senador por tomarse un tiempo de duelo por la muerte de su hija, pero, a menos que saliera ahí fuera y se dedicara a recordar a la gente que era algo más que la víctima de una tragedia sin sentido, nunca recuperaría el terreno que ya había empezado a perder. Los votantes son una pandilla de gente voluble, y la noticia de la muerte heroica de Rebecca Ryman ya había desaparecido de los medios. Su lugar prominente en la prensa ya lo ocupaban los planes entusiastas de la gobernadora Blackburn para la reforma de la sanidad, sus sugerencias para el incremento de la seguridad en los colegios y sus propuestas para modificar la legislación sobre la cría y el cuidado de animales. En cierta manera, la campaña de la gobernadora estaba utilizando el caso de Rebecca Ryman en la misma medida que el senador, ya que cuando hablaba de «restricciones más severas en la posesión de animales grandes», a la gente le venía a la mente el rostro de Rebecca. El senador tenía que despegar de una vez, porque si no se le acabaría la pista de aterrizaje.

Desgraciadamente, nuestra partida apresurada de Oklahoma City nos había hecho dejar a varios estados de distancia el convoy de autocaravanas y de camiones cargados con el equipo del que habíamos dependido hasta entonces. Esto se convirtió en un problema cuando nos preparábamos para abandonar Wisconsin, sobre todo porque nuestra nueva y apretada agenda no nos dejaba tiempo para regresar y recuperarlos. ¿Cómo se suponía que íbamos a llegar, tanto nosotros como el senador, su equipo y el servicio de seguridad (algunos de cuyos miembros acababan de incorporarse a la campaña acompañando al gobernador Tate) a nuestro nuevo destino sin los medios para realizar el viaje por carretera de una manera segura?

La respuesta era sencilla: no ir por carretera. Así que el senador, su esposa, el gobernador, sus respectivos directores de campaña y un buen número de miembros del equipo del senador viajaron en avión hasta Houston, Texas, donde se reunirían con el convoy para reemprender de verdad la campaña. Los demás nos quedamos en tierra con la excitante tarea de viajar a Texas en tren junto con el equipo que no se había dejado en Oklahoma. No había ningún tren que uniera Parrish con Texas lo suficientemente grande para transportar todo el material adicional, pero el problema no era ése, ya que ni Shaun ni yo estábamos dispuestos a abandonar nuestros vehículos. De un modo u otro los conduciríamos.

En un principio planeamos hacer el viaje solos, únicamente con el equipo de Tras el Final de los Tiempos, reagrupándonos según el tradicional ritual del viaje por carretera. Sin embargo, este plan nos lo echaron por tierra desde todos los frentes, empezando por el senador Ryman y acabando, siguiendo la cadena de mando, por Steve. El argumento de que viajaríamos más rápido sin un montón de compañeros de viaje no caló en quien debía hacerlo. Llegamos a un acuerdo después de tres días de discusión: nos acompañaría un equipo de seguridad. Acabamos tan exhaustos de esa discusión que ya no tuvimos fuerzas para oponernos en el asunto de Chuck, que tenía que encargarse del seguimiento del traslado de algunos de los elementos más delicados del equipo. Además su presencia podría tener un efecto tranquilizador en Buffy, y en ese aspecto necesitábamos toda la ayuda que pudiéramos conseguir.

La tensión entre Buffy y el resto de nuestro equipo no había dejado de crecer desde la reunión con los Ryman y el gobernador Tate. A todos nosotros nos pilló por sorpresa que aprobara la idea de abandonar la campaña; suponía una traición a todo aquello por lo que trabajábamos, y además no lo habíamos visto venir. Rick fue quien peor se lo había tomado. Por lo que yo sabía no había vuelto a dirigir la palabra a Buffy desde que habíamos regresado al hotel. Buffy lo miraba con pesar, como un perro que sabe que ha hecho algo malo, y se enfrascó en la labor de poner a punto nuestro equipo para echarnos a la carretera. Me parece que cuando por fin todo estuvo listo para la partida, Buffy ya había reconstruido pieza por pieza todas nuestras cámaras al menos dos veces, además de haber actualizado los ordenadores y reemplazado los chips de memoria de mi PDA.

Shaun y yo no disponíamos de nada parecido en lo que ocupar el tiempo. Yo me distraje realizando entrevistas a distancia a todos los políticos a los que pude acceder, y junto con Mahir, pusimos al día nuestros productos de promoción publicitaria y limpiamos los foros de mensajes. Shaun no tenía ni eso para matar el tiempo. Las autoridades le habían prohibido regresar al rancho durante la investigación, y en Parrish no había nada que apalear para pasar el rato. Mi hermano estaba inquieto y de mal humor, y a mí estaba volviéndome loca. Shaun no lleva bien la inactividad. Si tiene que permanecer quieto demasiado tiempo, se queda mudo, se vuelve huraño y sobre todo se pone de lo más susceptible. El mal genio de Shaun, combinado con todo lo demás, determinó la distribución de nuestra caravana de viaje. Rick viajaba en su pequeño armadillo azul con la gatita de la caballeriza, a la que había puesto el nombre de
Lois
tras recibir el certificado de salud del veterinario de la familia Ryman. Shaun lo hacía en nuestra furgoneta, con música heavy metal a todo trapo y sumido en sus pensamientos, mientras que Buffy acompañaba a Chuck en el camión cargado con el equipo a la cola del convoy.

Mi lugar en la fila era menos estricto, ya que iría en mi moto y sin que me limitara la forma de la carretera. Durante todo el viaje mantuve las cámaras grabando, con la oculta esperanza de toparme con un zombie con el que Shaun se pudiera divertir un poco. Mi hermano no necesitaría más para levantar el ánimo. Ya llevábamos dos días de viaje, y aún nos quedaban otro par por delante, y el silencio empezaba a pesarme.

El altavoz que llevaba en el interior del casco emitió un ruidito.

—Encender —dije para activar la conexión—. Georgia al habla.

—Soy Rick. ¿Qué te parece si cenamos?

—El sol se ha puesto hace una hora, y la cena es tradicionalmente la comida nocturna, de modo que me parece que, por lógica, será el motivo de nuestra próxima parada. ¿Qué tenemos por delante?

—El GPS informa de que hay un bar de carretera a unas dos horas, con una cocina bastante decente.

—¿Algún registro de las inspecciones recibidas? —En muchos bares de carretera, los agentes de seguridad no nos dejaban entrar a comer, porque sus unidades de análisis de sangre no eran lo suficientemente fiables para garantizar que no se produciría un brote entre el postre y el café. Llevaba todo el día conduciendo, y si nos deteníamos, quería que la parada durara algo más que los quince minutos que nos tirábamos discutiendo.

—Poseen un certificado oficial. Tienen las licencias al día y están publicados los resultados de todas las inspecciones.

—Me parece bien. Intentaré despertar a Shaun para contarle el plan. Llama a Steve y a los chicos, y dales las coordenadas del local. Diles que nos encontramos allí.

—Entendido.

—Invito a café. Corto.

—Corto.

—Genial. Desconectar. Llamar a Shaun Mason. —El altavoz emitió unos pitidos que indicaban que había entendido la instrucción y a continuación sonó el tono de llamada.

Pero mi hermano no respondió a la llamada. No tuvo tiempo.

No oí los disparos hasta que pude revisar las grabaciones y subí las frecuencias más bajas lo necesario para deshacer el trabajo del silenciador. En total fueron ocho disparos. Los dos primeros camiones, los que transportaban a los de seguridad y al personal de menor rango de la campaña, no fueron atacados; marchaban por delante del resto del convoy y cruzaron el estrecho valle sin incidentes. Los disparos empezaron cuando el atacante tuvo a tiro el coche de Rick, justo en el centro del valle.

El pequeño armadillo azul de Rick recibió dos disparos, dos más la furgoneta y otros dos mi moto; el último par fueron para el camión con el equipo, que viajaba en la cola del convoy, conducido por Chuck y con Buffy a su lado. Los disparos se habían realizado metódicamente, y tan rápido como la destreza del tirador le permitía. Me habrían impresionado, de no ser porque habían sido dirigidos con tanta efectividad a mí y a los míos.

El primer disparo que recibió la moto reventó la rueda delantera, y me hizo bambolearme sin control. Chillé y maldije, forcejeando con el manillar para enderezar la trayectoria de la moto y evitar convertirme en una mancha más en el arcén. Pese a que llevaba puestas las protecciones, una mala caída me habría matado. Estaba tan concentrada en no caerme que mi trayectoria se volvió impredecible y el segundo disparo no me alcanzó. Tal vez por eso pensé en un principio, mientras el impulso me sacaba de la carretera y me llevaba por el terreno irregular más allá del arcén, que la rueda había sufrido un pinchazo.

Finalmente conseguí dominar la moto, reducir la velocidad y detenerla tras recorrer una veintena de metros fuera del asfalto. Jadeando, desplegué la pata de la moto de un puntapié y me quité el casco antes de volverme hacia el desastre que cubría la carretera.

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