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Authors: Mira Grant

Tags: #Intriga, Terror

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El vehículo de Rick seguía en la cabeza de la caravana, pero estaba volcado, con las ruedas girando en el aire. Los neumáticos de la derecha no eran más que jirones de tiras de goma sobre las llantas de acero. El camión cargado con el equipo había volcado de costado y se había detenido a unos cincuenta metros detrás del coche de Rick; de la cabina emergía una nube de humo.

De la furgoneta no había ni rastro.

A toda prisa, saqué con las manos temblorosas la anilla del bolsillo y me la puse en la oreja, con tanta fuerza que me hice un morado que no notaría hasta tiempo después.

—¿Shaun? ¿Shaun? ¡Responde, joder, Shaun!

—¿Georgia? —La señal era débil, y su voz iba y venía mezclada con el ruido de interferencias, pero el alivio era inconfundible pese a la calidad de la comunicación. Nunca se dirigía a mí con mi nombre completo a menos que estuviera enfadado, asustado o ambas cosas a la vez—. ¿Georgia, te encuentras bien? ¿Dónde estás?

—A veinte metros de la carretera, en el lado izquierdo, cerca de un puñado de rocas grandes. Estoy entre el coche y el camión con el equipo. Hay mucho humo, Shaun. ¿Alguien más ha intentado…?

—No hagas más llamadas. Quizá puedan localizarlas. No te muevas de donde estás, Georgia. ¡Ni se te ocurra moverte! —La conexión se cortó con un seco clic final. En la distancia se oyó el ruido de neumáticos sobre el asfalto.

Shaun me había hablado angustiado. Con Rick y con Buffy no podía comunicarme; el camión estaba ardiendo; mi moto, inutilizada, y Shaun, presa del pánico. Todo eso sólo podía significar una cosa: tenía que ponerme a cubierto.

Me enfundé de nuevo el casco, me agaché detrás de la moto y examiné las colinas que se levantaban alrededor. A excepción de un lanzacohetes, protegido por la armadura, pocas armas tienen la auténtica posibilidad de matarme. Herirme sí, pero matarme, la verdad es que resulta difícil.

No vi nada; ni luces ni señales de movimiento, nada.

—¿… ia? ¿Me oyes, Georgia?

—¿Rick? —Sacudí la cabeza hacia la derecha para confirmar la comunicación—. ¿Rick, eres tú? ¿Te encuentras bien? ¿Estás herido?

—Me encuentro bien. El airbag ha evitado que me golpeara contra el techo. —Tosió—. Me duele un poco el pecho, y
Lois
está acojonada. Por lo demás, estamos bien. ¿Y tú?

—No han conseguido derribar la moto. Estoy bien. ¿Alguna noticia de Buffy?

Hubo un breve silencio.

—No. Esperaba que te hubiera llamado —respondió Rick por fin.

—¿Has intentado llamarla tú?

—No me responde.

—¡Maldita sea, Rick! ¡Qué diablos ha pasado!

—¿En serio no lo sabes? —Su sorpresa parecía sincera—. Georgia, alguien ha disparado a las condenadas ruedas de mi coche.

—¿Disparado? ¿A qué te refieres con que te han disp…? —Shaun apareció como una exhalación por la curva de la carretera y salió del asfalto a una velocidad tan endiablada que a punto estuvo de poner sobre dos ruedas nuestra furgoneta de suspensiones hidráulicas—. Shaun acaba de llegar a mi posición. Ahora mismo vamos a recogerte. Corto.

—Entendido. —La conexión se cortó.

Volví a quitarme el casco y me puse de pie, agitando los brazos en el aire. Shaun me vio el movimiento, giró la furgoneta en mi dirección y los frenos chirriaron hasta que el vehículo se detuvo a mi lado. Los seguros de las puertas hicieron clic; Shaun saltó desde el asiento del conductor, salió corriendo hacia mí, resbalándose por el suelo cubierto de grava, y me abrazó con fuerza. Respiré hondo y dejé que me aplastara contra su pecho.

—¿Estás bien? —me preguntó sin aflojar su abrazo.

—Te has acercado a mí sin someterme antes a un análisis de sangre.

—No es necesario. Si estuvieras infectada lo sabría —respondió, soltándome—. Repito, ¿estás bien?

—Estoy bien. —Subí por la puerta abierta de la furgoneta y me deslicé hasta colocarme en el asiento del acompañante. Shaun se subió después de mi—. ¿Y tú?

—Ahora, mejor —dijo; encendió el motor y pisó el acelerador. La furgoneta arrancó escopeteada, trazó un ángulo abierto y salió a todo gas en dirección al coche de Rick—. ¿Has oído los disparos?

—Con el ruido de la moto no he oído nada. ¿Cuántos disparos han sido?

—Ocho. Dos por vehículo. —Se volvió hacia mí un instante. Por un breve momento vi la angustia en sus ojos—. Si te hubieran reventado las dos ruedas…

—Estaría muerta. —Me incliné hacia delante para abrir la guantera y saqué el 45 mm que guardaba dentro. De pronto, estar en campo abierto sin un arma no me parecía una buena idea—. Si el autor de esto hubiera hecho sus malditos deberes, tú también estarías muerto, así que no pensemos demasiado en ello. ¿Alguna noticia de Buffy?

—No.

—Genial. —Tiré de la corredera para examinar la recámara. Contenta por el número de balas que conté, cerré la corredera—. Bueno, ¿tienes suficiente con todo esto que está pasando?

—Tal vez sea un poco demasiado —respondió. Por una vez en su vida, parecía decirlo en serio.

Era cierto. Si nuestros agresores hubieran hecho sus deberes, Shaun ya no estaría conduciendo, sino que estaría agonizando. Los neumáticos normales explotan cuando reciben un balazo, y ni siquiera la armadura de placas lo hubiera protegido de ese desastre. No obstante, algunos vehículos son demasiado valiosos para perderlos únicamente por culpa de un neumático, y buena parte de esa clase de vehículos suele ser de la que lleva armamento pesado. De modo que los investigadores han desarrollado un tipo de neumático al que le importan un pimiento los disparos de armas de fuego. Reciben el nombre de neumáticos autoportantes; les metes una bala y siguen rodando. Yo habría pasado de ellos (ya había pasado de instalarlos en mi moto, ya que hacían la conducción incontrolable), pero Shaun había insistido y compraba un juego nuevo todos los años. Por primera vez desde que habíamos comprado la furgoneta había demostrado no ser un dinero malgastado.

Shaun estaba concentrado en el volante, y yo en comunicarme con Chuck y con Buffy, utilizando todas las bandas y los dispositivos que tenía a mi alcance. Sabíamos que no estaban bloqueando las comunicaciones; al menos varios de los mensajes que había enviado debían haber llegado a su destino. Sin embargo, no llegaba ninguna respuesta por ninguno de los canales. Estaba aterrada, y el miedo empezaba a paralizarme.

Shaun se detuvo junto al coche de Rick.

—¿Crees que el tirador todavía está rondando por ahí fuera?

—Lo dudo. —Me metí el arma en el bolsillo—. Se trata de una operación con un objetivo claro. Sólo han disparado contra los vehículos. Si se hubieran quedado para asegurarse de que estábamos muertos no habrían dejado de dispararte. Y yo era un blanco la hostia de fácil cuando me he detenido con la moto fuera de la carretera.

—Espero que tengas razón —dijo Shaun, y abrió su puerta.

Rick contempló cómo nos acercábamos a través de la ventanilla del coche, haciendo señas con las manos para indicarnos que seguía vivo. Estaba medio inmovilizado por el airbag, y la sangre le corría hasta el pelo de un pequeño corte que se había hecho en la frente; por lo demás parecía estar bien. El transportín de
Lois
, con ella dentro, seguía sujeto con una correa al asiento del acompañante. A mí no me apetecía nada ser la que sacara a la gatita de su jaula.

—¿Rick? —dije, dando unos golpecitos en el cristal de la ventanilla—. ¿Puedes abrir la puerta?

A pesar de la situación no pude evitar admirarme de lo bien que había aguantado la estructura de su pequeño vehículo. Debía de haber dado por lo menos una vuelta de campana antes de detenerse bocabajo, y aun así, no se veía ninguna abolladura, simplemente unos arañazos y una grieta en la ventanilla lateral de la parte trasera para pasajeros. Los tipos de Volkswagen sabían hacer su trabajo.

—¡Creo que sí! —me respondió—. ¿Podéis sacarme de aquí?

—¡Creo que sí! —repetí con cierta desazón como un eco.

—No es la respuesta más alentadora del mundo —señaló Rick, revolviéndose en el asiento hasta que pudo soltar una patada contra la puerta; sus movimientos se veían dificultados por la presión del cinturón de seguridad y del airbag. Cuando dio una segunda patada agarré el tirador de la puerta y tiré con todas mis fuerzas, pero no era necesario, porque aunque el coche estaba bocabajo y había recibido golpes, la puerta se abrió sin dificultad, y la pierna de Rick quedó balanceándose en el aire. La metió de nuevo en el coche—. ¿Ahora qué?

—Ahora yo sujeto el cinturón de seguridad y tú te preparas para la caída. —Me incliné para meter medio cuerpo en el coche.

—Date prisa, George —me apremió Shaun—. Esto no me gusta nada.

—No eres el único —respondí, y tiré del cinturón de seguridad de Rick. La fuerza de la gravedad entró en juego, y Rick se estrelló contra el techo del coche.

—Gracias —dijo, estirándose para soltar el transportín de
Lois
antes de salir del vehículo. El gato soltó un bufido y gruñó dentro de la jaula, dando a entender su malestar. Una vez fuera, Rick se enderezó y paseó la vista por el coche—. ¿Cómo vamos a darle la vuelta?

—El club del automóvil es amigo nuestro —respondí—. Sube a la furgoneta. Tenemos que ver cómo está Buffy.

Rick se puso pálido, asintió y fue hacia la furgoneta. Shaun y yo lo seguimos a un par de metros. Me percaté, sin sorpresa, de que Shaun empuñaba su propia pistola (bastante más grande que mi 45 mm «de uso exclusivo para emergencias»), que utilizaba una munición especialmente modificada para provocar tales daños en el tejido humano y posthumano que su posesión era ilegal si no se tenía una increíble cantidad de licencias, que Shaun ya se había sacado antes de cumplir los dieciséis. No se había tragado mi razonamiento simplista sobre la probable huida del tirador. Estaba bien que fuera así. Yo tampoco me había convencido.

Shaun no se sorprendió de que ocupara el asiento del conductor y no se molestó en abrocharse el cinturón de seguridad cuando apreté el acelerador y la furgoneta salió disparada por el suelo compacto que todavía nos separaba del camión humeante que transportaba el equipo. Era poco probable que el camión explotara, eso sólo ocurre en las películas, lo que casi es una lástima dado el número de zombies que se levantan tras un accidente de tráfico todos los años. Sin embargo, Buffy y Chuck podían morir por inhalación de humo si no nos dábamos prisa… eso suponiendo que siguieran vivos.

Rick se abrazó al asiento.

—¿Alguna noticia de Buffy?

—Ninguna desde que el camión fue alcanzado por las balas —respondió Shaun.

—¿Por qué demonios no fuisteis a buscarla a ella primero?

—La respuesta es simple —dije, dando un volantazo para esquivar un trozo de goma arrancado de los neumáticos del camión—. Sabíamos que tú estabas vivo, y tal vez necesitemos tu ayuda.

Rick permaneció el resto del trayecto en silencio, hasta que detuve la furgoneta junto al camión y Shaun metió la mano entre los asientos delanteros para sacar una escopeta de dos cañones, que entregó a Rick.

—¿Qué se supone que tengo que hacer con esto? —inquirió Rick.

—Si ves algo moverse que no seamos nosotros, Chuck o Buffy, dispara —respondió Shaun—. No te molestes en comprobar si está muerto; lo estará después de que dispares.

—¿Y si se trata de los servicios de emergencias?

—Estamos atrapados y hemos sido víctimas de un ataque en posible territorio zombie —dije, apagando el motor y abriendo mi puerta—. Remítete al caso Johnston y te ganarás una medalla en vez de una condena por homicidio. —Manuel Johnston era un camionero con antecedentes por varios casos de conducción bajo los efectos del alcohol, pero cuando acabó a tiros con una docena de zombies vestidos con los uniformes de la policía de carreteras a las afueras de Birmingham, Alabama, se convirtió en un héroe nacional. Desde el caso Johnston, disparar a la gente que no ha cometido otro crimen más concreto que encontrarse en una zona rural biológicamente peligrosa, está dentro de la legalidad. A menudo maldecimos su nombre, pues el precedente que sentó se ha cobrado la vida de una cantidad importante de buenos periodistas. Dadas las circunstancias, Johnston fue un salvador—. Shaun y yo nos quedamos con el camión; tú ocúpate de la vigilancia.

—Entendido —respondió Rick con gravedad, y bajó de la furgoneta por la puerta lateral mientras Shaun y yo salíamos y enfilábamos hacia el camión que seguía emanando humo.

Era evidente que el camión se había llevado la peor parte del ataque. Carecía de la maniobrabilidad de mi moto, del blindaje del coche de Rick y de los neumáticos imparables que habíamos montado llevados por la paranoia en la furgoneta, de modo que había recibido dos balas en el neumático delantero izquierdo que lo habían dejado totalmente fuera de control. La cabina estaba medio aplastada por el choque contra el asfalto. El humo se había reducido sin llegar a desaparecer, aun así, la visibilidad empeoraba a medida que nos acercábamos a la cabina.

—¿Buffy? —grité—. Buffy, ¿estás ahí?

Como única respuesta se oyó un chillido estridente, seguido de un silencio que dio paso a otro chillido. Otra vez silencio. Los zombies no gritan; al menos los zombies en general.

—¿Buffy? ¡Dime algo! —Cubrí a la carrera la distancia que me separaba del camión, agarré el tirador de la primera puerta y tiré de él con todas mis fuerzas. Ni noté que me arrancaba una capa de piel de las palmas de las manos durante la operación. Daba igual; la puerta se había quedado hecha puré al volcar el camión y no se movía un milímetro. Volví a probar, tirando aún más fuerte y noté que la puerta se movía ligeramente.

—¡Shaun! ¡Ven a ayudarme!

—Georgia, tenemos que asegurarnos de que la zona está despejada por si acaso…

—¡Rick puede encargarse de eso, maldita sea! Ayúdame mientras todavía queden posibilidades de encontrarla viva.

Shaun bajó la pistola, se la metió por la cintura de los pantalones y apretó las manos sobre las mías.

—Una, dos y… ¡tres! —contamos juntos y tiramos. La tensión de mis hombros era tan fuerte que pensé que se me iba a dislocar algo. La puerta crujió y se abrió, chirriando según se separaba del marco retorcido. Buffy cayó rodando sobre el asfalto rociado de cristales, con una fuerte tos.

Esa tos resultaba tranquilizadora. Los zombies respiran, pero no tosen; el tejido de sus gargantas ya está tan irritado por la infección que no hacen caso a menudencias como la inhalación de humo y las quemaduras provocadas por los compuestos químicos corrosivos, hasta que su cuerpo deja de funcionar.

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