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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (53 page)

BOOK: Espacio revelación
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Pero lo que la tripulación le estaba pidiendo a Sylveste era mucho más que aceptar un riesgo personal. Iban a exigirle que se sometiera a Calvin, que permitiera que éste invadiera su mente y controlara sus funciones motrices. Este pensamiento, por sí solo, era repulsivo. Ya era bastante malo tener que tratar a su padre como simulación de nivel beta. Si no le hubiera resultado tan útil, habría destruido la simulación hacía años… y ahora, el simple hecho de saber que existía lo hacía sentirse incómodo. Cal era demasiado perceptivo, demasiado perspicaz en sus… juicios. Aunque sabía qué había hecho su hijo con la simulación de nivel alfa, nunca le había dicho nada; sin embargo, cada vez que le permitía entrar en su cabeza, parecía hundir zarcillos más profundos en su interior, parecía conocerlo mejor, parecía predecir mejor sus propias respuestas. ¿Y en qué lo convertía eso, si un trozo de software que carecía de conciencia teórica propia era capaz de imitar tan bien su libre albedrío? Todo eso era mucho más terrible que el aspecto deshumanizante del proceso de canalización, a pesar de que el procedimiento físico no tenía nada de agradable. Sus señales motoras voluntarias serían bloqueadas, interrumpidas por un guiso de productos químicos neuroinhibidores. Quedaría paralizado, pero se movería como si hubiera sido poseído por un demonio. Siempre había sido una experiencia aterradora y nunca había tenido la menor prisa por repetirla.

No, pensó. Por lo que a él respectaba, el Capitán podía irse al infierno. ¿Por qué iba a perder su humanidad para salvar a alguien que había vivido más que la mayoría de las personas de la historia? A la mierda la compasión. Deberían haberle permitido morir hacía años. Ahora, el mayor crimen no era el sufrimiento del Capitán, sino qué estaba dispuesta a hacer su tripulación para que Sylveste lo aliviara.

Por supuesto, Calvin lo veía de un modo distinto: para él no sería un vía crucis, sino una oportunidad…

—Yo fui el primero —dijo Calvin—. Cuando todavía era corpóreo.

—¿El primero en qué?

—El primero en servirlo. Incluso entonces era excesivamente quimérico. Algunas de las tecnologías que lo mantienen se remontan a antes de la Transiluminación. Sólo Dios sabe lo viejas que eran sus partes carnosas. —Acarició su barba y su bigote, como si necesitara recordarse a sí mismo lo hábil que era aquella combinación—. Eso fue antes de los Ochenta, por supuesto. En aquel entonces, yo ya era conocido como un experimentador al límite de las ciencias quiméricas radicales. No sólo deseaba renovar las técnicas desarrolladas antes de la Transiluminación, sino que quería llegar más allá de lo que éstas habían conseguido. Quería cubrirlas de polvo, tirar fuerte de su envoltorio hasta conseguir que se rompiera en pedazos, para después reconstruirlo a partir de los trozos.

—Muy bien, pero ya basta de hablar de ti, Cal —dijo Sylveste—. Estábamos hablando de Brannigan, ¿recuerdas?

—Se llama contextualizar, querido —Calvin pestañeó—. Como iba diciendo, Brannigan era un quimérico extremo… y yo, alguien preparado para buscar medidas extremas. Cuando enfermó, sus amigos no tuvieron más opción que contratar mis servicios. Por supuesto, todo esto fue estrictamente confidencial… además de una verdadera diversión, incluso para mí. Poco a poco dejaron de interesarme las modificaciones psicológicas y empecé a sentir una creciente fascinación, u obsesión, si preferís llamarlo así, por las transformaciones neuronales. Sobre todo, deseaba encontrar la forma de representar la actividad neuronal directamente en… —Calvin se interrumpió y se mordió el labio inferior.

—Brannigan lo utilizó —continuó Sylveste—. Y a cambio, le ayudó a establecer vínculos con algunas de las personas más ricas de Ciudad Abismo: los clientes potenciales del programa de los Ochenta. Si hubiera realizado un buen trabajo curándolo, ahí habría acabado la historia. Pero metió la pata… e hizo lo mínimo para no ser castigado por ello, para que los aliados de Brannigan lo dejaran tranquilo. Si se hubiera tomado la molestia de hacerlo correctamente, ahora no estaríamos en este lío.

—Lo que quiere decir —le interrumpió Calvin— es que la reparación que efectué en él no podía considerarse permanente. Dada la naturaleza de su quimerismo, era inevitable que algún
aspecto
de su fisiología volviera a requerir nuestra atención. Y cuando eso sucediera, debido a la complejidad del trabajo que había realizado, no habría ninguna otra persona a la que pudieran acudir.

—Así que regresaron —dijo Pascale.

—Y en esta ocasión, era el capitán de la nave a la que están a punto de llevarnos. —Sylveste echó un vistazo a la simulación—. Los Ochenta habían sido una atrocidad pública y Cal estaba muerto. Lo único que quedaba de él era esta simulación de nivel beta. Supongo que no hace falta que te diga que Sajaki, que en aquel entonces estaba con el Capitán, no se sintió demasiado complacido. De todos modos, encontraron la forma de hacerlo.

—¿La forma de hacer qué?

—Que Calvin trabajara con el Capitán. Descubrieron que podía hacerlo a través de mí. La simulación de nivel beta proporcionaba los conocimientos necesarios para la cirugía quimérica y yo, la carne que necesitaba para moverse y realizar su trabajo. «Canalización» era como lo llamaban los Ultras.

—Entonces no te necesitaban para nada —dijo Pascale—. Con tal de que tuvieran la simulación de nivel beta, o una copia… ¿no podría haber actuado uno de ellos como… la carne?

—No, aunque seguramente lo habrían preferido: les habría liberado de su dependencia. Sin embargo, la canalización sólo funcionaba cuando había una correspondencia estrecha entre la simulación de nivel beta y la persona a través de la cual trabajaba. Como una mano y un guante. Funcionó conmigo y con Calvin porque él era mi padre y había varios puntos de similitud genética. Si abrieras por la mitad nuestros cerebros, probablemente te costaría diferenciarlos.

—¿Y ahora?

—Han regresado.

—Si hubieras realizado un buen trabajo la última vez… —dijo Calvin, dignificando su comentario con una estrecha sonrisa de autosatisfacción.

—Tú eres el único culpable, pues eras el que llevaba las riendas. Yo me limité a hacer lo que tú me decías —Sylveste frunció el ceño—. De hecho, durante la mayor parte del tiempo ni siquiera estuve lo que podría llamarse consciente, aunque odié todos y cada uno de aquellos minutos.

—Y van a obligarte a hacerlo de nuevo —dijo Pascale—. ¿Ésa es la única razón por la que han hecho todo esto y han destruido esa colonia? ¿Han hecho todo eso sólo para conseguir que ayudaras a su Capitán?

Sylveste asintió.

—Supongo que ya te lo habrás imaginado, pero las personas que están a punto de hacer negocios con nosotros no son lo que podría considerarse humanas. Sus prioridades y distribuciones temporales son un poco… abstractas.

—En ese caso, tampoco lo llamaría hacer negocios, sino extorsionar.

—Bueno… —respondió Sylveste—. Ahí es donde te equivocas. Verás, en esta ocasión, Volyova ha cometido un pequeño error. Me alertó de su llegada hace ya algún tiempo.

Volyova observó la imagen de Resurgam. Por ahora, desconocían la situación de Sylveste en la superficie planetaria, como una función de las olas que todavía no se ha resuelto, pero su comunicado les permitiría triangular de forma precisa su posición y esa función de las ondas descartaría miles de posibilidades.

—¿Lo tenéis?

—La señal es débil —dijo Hegazi—. La tormenta que has provocado está causando un montón de interferencias ionosféricas. Supongo que estarás satisfecha.

—Limítate a encontrar ese lugar,
svinoi
.

—Paciencia, paciencia.

Aunque Volyova nunca había dudado que Sylveste se pondría en contacto con ellos a tiempo, había sentido un gran alivio al oír su voz. Eso significaba que habían conseguido dar un paso más en el complicado asunto de traerlo a bordo. Sin embargo, no se había engañado a sí misma pensando que el trabajo ya estaba hecho. Sylveste se había mostrado tan arrogante con sus exigencias (parecía estar ordenando cómo debían desarrollarse los acontecimientos) que se había visto obligada a preguntarse si sus colegas realmente tenían la sartén por el mango. Si lo único que pretendía aquel hombre era sembrar la semilla de la duda en su mente, realmente lo había conseguido. Capullo. Sabía que era adepto a los juegos psicológicos y se había preparado para ello… por lo visto, no demasiado bien. Entonces, había retrocedido mentalmente un paso y se había preguntado qué tal estaban yendo las cosas de momento. Sylveste pronto estaría bajo su custodia, pero era imposible que estuviera conforme con esa decisión, sobre todo porque se imaginaba qué querían de él. Si tuviera el control de su destino, seguro que en estos momentos no estaría a punto de ser llevado a bordo de la nave.

—¡Ah! —exclamó Hegazi—. Lo tenemos. ¿Te apetece oír qué dice ese bastardo?

—Conéctalo.

La voz del hombre irrumpió de nuevo, como había hecho seis horas antes, pero ahora con una diferencia muy obvia: cada palabra que pronunciaba quedaba sofocada (y casi anulada) por el aullido constante de la tormenta-cuchilla.

—Estoy aquí. ¿Dónde estás? Volyova, ¿me oyes? Te estoy preguntando si me oyes. ¡Quiero una respuesta! Éstas son mis coordenadas en Cuvier. Será mejor que estés escuchando. —Entonces recitó varias veces, por seguridad, una retahila de números que indicaban su posición con un margen de error de cien metros. Era una información redundante, pues ya habían realizado la triangulación—. ¡Ahora ven aquí! No podemos esperar eternamente. Estamos en medio de una tormenta-cuchilla. Si no os dais prisa, moriremos.

—Mmm —dijo Hegazi—. Creo que no sería mala idea responder a ese pobre hombre.

Volyova cogió un cigarrillo y lo encendió.

—Todavía no —respondió, después de saborear una larga calada—. De hecho, puede que no lo haga hasta dentro de un par de horas. Considero que deberíamos dejar que empezara a preocuparse.

Khouri sólo oyó un débil sonido cuando el traje abierto avanzó hacia ella arrastrando los pies. Al instante sintió una suave e insistente presión contra su columna y la parte posterior de las piernas, los brazos y la cabeza. Por su visión periférica advirtió que los laterales del casco se cerraban alrededor de su cabeza y, poco después, le envolvía los brazos y las piernas. La cavidad torácica se selló con el mismo sonido que haría alguien intentando terminar el pudín de su plato.

Aunque ahora su visión era limitada, pudo ver que las extremidades del traje se cerraban a lo largo de sus líneas de disección. Los sellos se demoraron unos segundos antes de hacerse invisibles, perdidos en la insípida blancura del resto del traje. Entonces, la cabeza se moldeó a la suya y durante unos instantes la envolvió la más completa oscuridad, antes de que apareciera un óvalo transparente delante de su rostro. La oscuridad que rodeaba al óvalo se iluminó suavemente con numerosas lecturas y pantallas de posición. Más tarde, el traje se llenaría de aire-gel para proteger a su ocupante de las g del vuelo pero, por ahora, Khouri respiraba una mezcla fresca y mentolada de oxígeno y nitrógeno a la presión de la nave.

—A continuación ejecutaré las pruebas de seguridad y funcionalidad —informó el traje—. Por favor, confirme que desea asumir el completo control de esta unidad.

—Sí, estoy preparada —respondió Khouri.

—Ya he deshabilitado la mayoría de mis rutinas de control autónomo. Esta persona permanecerá conectada con capacidad consultiva a no ser que usted indique lo contrario. El control autónomo completo del traje puede ser rehabilitado por…

—Ya lo he entendido, gracias. ¿Qué tal van los otros?

—El resto de las unidades indican que están preparadas.

La voz de Volyova las interrumpió.

—Estamos preparadas, Khouri. Yo dirigiré el equipo; formación de descenso triangular. Cuando os lo indique, saltad. Y no hagáis ningún movimiento a no ser que lo autorice.

—No te preocupes; no pensaba hacerlo.

—Veo que la tienes bien dominada —comentó Sudjic por un canal abierto—. Supongo que no se atreverá a darnos órdenes.

—Cierra el pico, Sudjic. Sólo estás aquí porque conoces mundos. Da un sólo paso fuera de la línea… —Volyova hizo una pausa—. Bien, digámoslo de este modo: Sajaki no estará cerca para interceder si pierdo el control, y dispongo de un montón de armamento con el que perderlo.

—Hablando de armamento —dijo Khouri—: No recibo ninguna lectura sobre las armas.

—Porque no estás autorizada —respondió Sudjic—. Ilia no sabe si dispararás a lo primero que se mueva, ¿verdad?

—Si tenemos problemas —añadió Ilia—, te permitiré acceder el sistema armamentístico… Te lo prometo.

—¿Y por qué no ahora?

—Porque no lo necesitas. Sólo nos acompañas para echarnos una mano si las cosas se tuercen… y por supuesto, eso no ocurrirá. —Cogió aire con fuerza—. Pero si ocurre, tendrás tus preciosas armas. Intenta ser discreta si tienes que utilizarlas. Eso es todo.

Una vez en el exterior, el aire de la nave fue purgado y reemplazado por aire-gel: un fluido respirable. Durante un momento tuvo la sensación de estar ahogándose, pero en Borde del Firmamento había realizado esta transición las veces suficientes como para no sentirse demasiado incómoda. Aunque era imposible hablar con normalidad, el casco del traje contenía sistemas que interceptaban las órdenes subvocales y altavoces que adaptaban a la frecuencia apropiada los sonidos entrantes, compensando las distorsiones inducidas por el aire-gel, de modo que sus voces sonaban con claridad. El descenso era más duro y pesado que cualquier inserción en lanzadera, pero parecía más sencillo, excepto por la presión ocasional que sentía Khouri en los globos oculares. Los diminutos propulsores de antilitio que estaban enterrados en la columna y los talones del traje le permitían superar las seis g de aceleración, según indicaban rutinariamente las lecturas. Volyova dirigía el descenso, seguida por los dos trajes ocupados y, éstos, por los tres trajes vacíos, en formación deltoide. Durante la primera parte del descenso, los trajes mantuvieron la configuración que habían adoptado a bordo de la bordeadora lumínica, haciendo una tosca concesión a la anatomía humana, pero cuando empezaron a brillar a su alrededor los primeros indicios de la atmósfera superior de Resurgam, transformaron en silencio su aspecto exterior: la membrana que conectaba los brazos con el cuerpo empezó a espesarse y los brazos quedaron rígidos, ligeramente doblados en un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto del cuerpo y formando un suave arco que se creaba en la punta de cada brazo, pasaba sobre la cabeza (que se había replegado), y descendía de nuevo. Las piernas se fundieron en una única cola brillante y todos aquellos parches transparentes definidos por el usuario se oscurecieron, para proteger a sus ocupantes del resplandor de la reentrada. Los trajes cruzaron la atmósfera con el pecho hacia arriba y la cola colgando ligeramente por debajo de la cabeza. De este modo, su geometría adaptable podía controlar y explotar los complejos modelos de las ondas de choque. Aunque la visión directa ya no era posible, los trajes seguían percibiendo su entorno en otras bandas electromagnéticas y eran perfectamente capaces de adaptar dicha información a los sentidos humanos. Al mirar a su alrededor y hacia abajo, Khouri podía ver los otros trajes, que parecían sumergidos en una lágrima radiante de plasma rosado.

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