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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (55 page)

BOOK: Espacio revelación
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—¿Y no se te ha ocurrido preguntarte por qué?

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir, querida, que he pasado las últimas semanas haciendo todo lo posible por impedir que siga extendiéndose por tu cabeza. Por eso no has sabido nada de mí. He estado demasiado ocupada intentando contenerlo. Ya fue bastante malo tratar con la parte de él que, sin darme cuenta, permití que regresara con los sabuesos… aunque entonces llegamos a una especie de empate. En esta ocasión, en cambio, las cosas han sido bastante diferentes. Ladrón de Sol cada vez es más fuerte, mientras que yo me he ido debilitando con cada uno de sus ataques.

—¿Estás diciendo que sigue aquí?

—En efecto. Y la única razón de que no hayas percibido su presencia es que ha estado igual de ocupado que yo en la guerra que estamos librando. La diferencia es que él ha hecho progresos en todo momento, corrompiéndome, apropiándose de mis sistemas, utilizando mis defensas en mi contra. ¡Oh! ¡Es tan astuto!

—¿Qué va a suceder?

—Que voy a perder. Estoy bastante segura. Es más, basándome en mi tasa actual de derrotas, puede decirse que su victoria es, matemáticamente, un hecho. —La Mademoiselle volvió a sonreír, como si estuviera perversamente orgullosa de este desinterés analítico—. Puedo retrasar su ataque unos días más, pero después todo habrá terminado. Puede que incluso acabe antes. El simple hecho de presentarme ante ti me ha debilitado enormemente, pero no tenía más opción. Tenía que sacrificar mi tiempo para poder rehabilitar tus privilegios armamentísticos.

—Pero cuando gane…

—No sé qué pasará, Khouri. Pero debes estar preparada para cualquier cosa. Es muy probable que sea un inquilino bastante menos agradable que yo. Al fin y al cabo, sabes qué le hizo a tu predecesor. Lo convirtió en un psicópata. —La Mademoiselle retrocedió un paso y pareció que el polvo la envolvía parcialmente, como si saliera del escenario cruzando el telón—. Dudo que volvamos a disfrutar de este placer, Khouri. Siento que debería desearte lo mejor, pero en estos momentos sólo quiero pedirte una cosa: haz lo que has venido a hacer. Y hazlo bien. —Se alejó un poco más y su forma se disolvió, como si no fuera más que el bosquejo de una mujer en lápiz carbón—. Ahora dispones de los medios.

La Mademoiselle desapareció. Khouri esperó unos instantes (no tanto para poner en orden sus pensamientos, como para empujarlos a una masa vagamente cohesiva que esperaba que se mantuviera unida durante al menos unos segundos) antes de pronunciar la palabra clave que volvía a conectar el traje. Sin sentir nada remotamente parecido al alivio, advirtió que las armas seguían funcionando, tal y como la Mademoiselle le había prometido.

—Lamento interrumpir —dijo el traje—, pero si se molesta en rehabilitar la visión de espectro completo descubrirá que tenemos compañía.

—¿Compañía?

—Acabo de alertar al resto de los trajes, pero usted es el más cercano.

—¿Estás seguro de que no es Sajaki?

—No, no es el Triunviro Sajaki. —Puede que sólo fueran imaginaciones suyas, pero tenía la impresión de que al traje le había molestado que dudara de su juicio—. Aunque rebasara todos los límites de seguridad, el traje del Triunviro aún tardaría en llegar tres minutos más.

—Entonces debe de ser Sylveste.

Para entonces, Khouri ya había activado la imagen sensorial recomendada. Pudo ver a la figura que se aproximaba… o, para ser más precisos, las figuras, pues había dos. Los otros dos trajes ocupados estaban acercándose hacia ellas al mismo paso apresurado con el que se habían puesto en marcha en un principio.

—Sylveste, asumo que puedes oírnos —dijo Volyova—. Detente donde estás. Te estamos rodeando.

La voz del hombre se abrió paso por el canal del traje.

—Pensaba que nos habías abandonado aquí para vernos morir. Has sido muy amable al informarnos de que venías.

—Como sin duda alguna sabrás, no tengo por costumbre romper mi palabra —respondió Volyova.

Khouri empezó a efectuar los preparativos para matarlo, aunque seguía sin estar segura de querer hacerlo. Presentó en pantalla una imagen de su objetivo y después activó una de las armas menos potentes de su traje: un láser de rendimiento medio incorporado en la cabeza. En comparación con las armas que poseían los demás trajes, ésta era insignificante, puesto que su única intención era advertir a los posibles atacantes de que se marcharan y buscaran otra víctima. De todos modos, contra un hombre desarmado y, posiblemente, a quemarropa, sería más que suficiente.

En un abrir y cerrar de ojos Sylveste moriría, en estricto cumplimiento de las órdenes de la Mademoiselle.

Ahora Sudjic avanzaba con mayor rapidez, pero no parecía dirigirse hacia Sylveste, sino hacia Volyova. Fue entonces cuando Khouri advirtió algo extraño en el traje que llevaba Sudjic: del extremo de uno de sus brazos asomaba algo pequeño y metálico. Parecía un arma, una pistola de mano ligera. Sudjic estaba levantando el brazo sin prisas, con calma, como un profesional. Por un instante, Khouri se sintió sumamente confundida. Era como si se estuviera viendo a sí misma levantar el arma para matar a Sylveste.

Pero algo iba mal.

Sudjic estaba apuntando a Volyova con el arma.

—Doy por sentado que tienen un plan… —dijo Sylveste.

—¡Ilia! —gritó Khouri—. ¡Agáchate! ¡Va a…!

El arma de Sudjic era más potente de lo que parecía. Un destello de luz horizontal (un láser de contención para rayos de materia coherentes) cruzó lateralmente el campo visual de Khouri, clavándose en el traje de Volyova. Empezaron a sonar diversas alarmas, indicando que se había producido una descarga excesiva de energía en las proximidades. Automáticamente, el traje de Khouri pasó a un nivel superior de disposición para la batalla y los índices de su pantalla cambiaron para indicar que los sistemas armamentísticos subordinados estaban preparados para dispararse sin que ella lo ordenara, sí el traje se sentía amenazado.

El traje de Volyova estaba destrozado: había desaparecido una extensión significativa del pecho, revelando diversas capas laminadas de blindaje hipodérmico, cables y líneas eléctricas.

Sudjic apuntó de nuevo y disparó.

En esta ocasión, el disparo se abrió paso por la herida del ataque anterior, causando daños más profundos. La voz de Volyova irrumpió en el canal, pero sonaba débil y distante. Khouri sólo oyó un gemido de interrogación. Y parecía más de sorpresa que de dolor.

—Esto por Boris —dijo Sudjic, con una voz obscenamente clara—. Esto, por lo que le hiciste en tus experimentos. —Levantó de nuevo la pistola, con la misma tranquilidad que un artista que se dispusiera a dar los últimos retoques a una obra maestra—. Y esto, por matarlo.

—Sudjic —dijo Khouri—. Para.

El traje de la mujer no se giró para mirarla.

—¿Por qué iba a hacerlo, Khouri? ¿Acaso no te dejé claro que tenía quejas contra ella?

—Sajaki estará aquí en un minuto.

—Para entonces parecerá que fue Sylveste quien le disparó —espetó Sudjic con un tono burlón—. Mierda. ¿No imaginabas que había pensado algo así? No estoy dispuesta a permitir que me cosan a tiros sólo por vengarme de la vieja bruja. No merece la pena.

—No puedo permitir que la mates.

—¿No puedes permitírmelo? ¡Oh! Qué divertido, Khouri. ¿Y con qué vas a detenerme? No recuerdo que haya rehabilitado tus privilegios armamentísticos… y en estos momentos, no creo que se encuentre en condiciones de hacerlo.

Sudjic tenía razón.

Volyova yacía en el suelo desde que su traje había perdido la integridad. Era posible que la herida ya hubiese llegado a ella. Si emitía algún sonido, el traje estaba demasiado estropeado para amplificarlo.

Sudjic volvió a levantar su arma.

—Sólo necesito un disparo más para acabar contigo, Volyova. Después, le daré la pistola a Sylveste. Él lo negará todo, por supuesto, pero Khouri será el único testigo y no creo que respalde su historia. ¿Me equivoco? Reconócelo, Khouri. Estoy a punto de hacerte un favor. Si dispusieras de los medios necesarios, también tú matarías a esta zorra.

—Te equivocas —respondió Khouri—. Y en dos puntos importantes.

—¿Qué?

—No la mataría, a pesar de todo lo que ha hecho. Y dispongo de los medios. —Se tomó un instante (ni siquiera una fracción de segundo) para apuntar el láser—. Adiós, Sudjic. No puedo decir que haya sido un placer.

Y disparó.

Para cuando llegó Sajaki, apenas un minuto después, no valía la pena enterrar lo que quedaba de Sudjic.

Su traje había contraatacado. Adoptando un nivel superior de respuesta, había disparado rayos de plasma desde unos proyectores que habían aparecido a ambos lados de su cabeza. El traje de Khouri, que había previsto que ocurriría algo similar, había cambiado el estado exterior de su blindaje para esquivar el plasma (re-texturizándose y aplicando corrientes eléctricas de deflexión plasmática en su propia piel) y ya estaba devolviendo el ataque a un nivel de agresión superior, descartando las armas pueriles como el plasma o las emisiones de partículas y optando por el despliegue más decisivo de pulsos ack-am, que liberaban diminutos nanogránulos de su propia reserva de antilitio. Cada gránulo estaba envuelto en un escudo de material ablativo, y el conjunto acelerado a una fracción significativa de la velocidad de la luz.

Khouri ni siquiera tuvo tiempo de coger aire. En cuanto dio la orden de que se iniciara el ataque, el traje hizo todo lo demás por sí solo.

—Ha habido… problemas —dijo, mientras el Triunviro descendía.

—Y que lo digas —respondió éste, contemplando la masacre: el cascarón herido del traje que contenía a Volyova, los trozos diseminados por doquier y ahora radiactivos de lo que antaño había sido Sudjic y, en medio de todo, ilesos pero al parecer, demasiado sorprendidos para hablar o intentar escapar, Sylveste y su mujer.

Diecisiete

Punto de Encuentro, Resurgam, 2566

Sylveste había imaginado aquel encuentro cientos de veces.

Había intentado considerar cualquier eventualidad posible, incluso aquellas que, basándose en su comprensión de la situación, eran sumamente improbables. Sin embargo, nunca había imaginado que pudiera ocurrir algo así, y por una buena razón. A pesar de que los hechos se habían desarrollado delante de él, había sido incapaz de comprender qué estaba sucediendo y por qué estaba tan alejado del camino de la cordura.

—Si te sirve de consuelo —dijo Sajaki, con la voz amplificada por la cabeza de su monstruoso traje, para hacerse oír sobre el rugido del viento—, tampoco yo sé qué ha ocurrido.

—Eso me consuela infinitamente —respondió Sylveste, hablando por el mismo canal de radiofrecuencia que había utilizado para negociar con la tripulación, a pesar de que sus representantes (o lo que quedaba de ellos) se encontraban a escasos pasos de él. Debido a los implacables aullidos de la tormenta-cuchilla, gritar no era una opción—. Puedes llamarme iluso pero, llegados a este punto, pensaba que todo se desarrollaría con vuestra despiadada eficacia habitual, Sajaki. Lo único que puedo decir es que parece que estáis un poco flojos.

—Esto me gusta tan poco como a ti —respondió el Ultra—. Pero por tu bien, será mejor que me creas cuando te digo que, en estos momentos, las cosas están bajo control. Ahora voy a dirigir mi atención hacia mi compañera herida. Te recomiendo fehacientemente que te resistas a la tentación de cometer alguna temeridad. Aunque supongo que ni siquiera se te había pasado por la cabeza, ¿verdad, Dan?

—Sabes que sería incapaz.

—El problema, Dan, es que sé perfectamente de qué serías capaz. Pero será mejor que no removamos el pasado.

—Sí, será lo mejor.

Sajaki avanzó hacia su colega herida. Sylveste había sabido que su interlocutor era el Triunviro Yuuji Sajaki incluso antes de que se dirigiera a él, pues en cuanto su traje apareció entre la tormenta, la cubierta frontal se había hecho transparente, permitiendo que viera sus familiares rasgos contemplando la masacre. Sajaki no parecía haber cambiado desde su último encuentro. Para él, sólo habían pasado unos años de tiempo subjetivo; en cambio, en ese mismo intervalo de tiempo, Sylveste había experimentado el equivalente a dos o tres vidas humanas a la antigua usanza. Fue un momento desconcertante.

Sylveste había sido incapaz de establecer las identidades de los otros dos miembros de la tripulación. Había habido un tercero, pero para esa persona las presentaciones habían terminado. Y respecto a las otras dos que no estaban muertas, una parecía peligrosamente a punto de estarlo (la que estaba recibiendo los cuidados de Sajaki) y la otra estaba de pie, en silencio, a un lado. Lo más curioso de todo era que la persona ilesa le estaba apuntando con algunas armas del traje, a pesar de que Sylveste iba desarmado y no tenía ninguna intención de resistirse a la captura.

—Vivirá —dijo Sajaki, después de que su traje se comunicara con el de su compañera caída—. Pero tenemos que llevarla de vuelta a la nave de inmediato. Ya nos ocuparemos más delante de averiguar qué ha sucedido aquí abajo.

—Ha sido Sudjic —dijo una voz femenina que Sylveste no conocía—. Sudjic intentó matar a Ilia.

Entonces, la persona herida era aquella zorra: la Triunviro Ilia Volyova.

—¿Sudjic? —repitió Sajaki. Por un instante, aquel nombre se demoró en el aire, como si Sajaki no pudiera o no quisiera aceptar lo que la mujer anónima estaba diciendo. Pero entonces, después de que el viento los hubiera azotado durante diversos segundos, lo repitió una vez más, ahora con un tono de ligera aceptación—. Sudjic. Sí, eso tendría sentido.

—Creo que planeó…

—Ya me lo contarás más adelante, Khouri —dijo Sajaki—. Habrá tiempo de sobra. Y también tendrás que explicarme tu papel en este asunto. Pero por ahora, centrémonos en nuestras prioridades —contempló a Volyova—. Su traje la mantendrá viva durante unas horas, pero no podrá llegar por sí sola a la nave.

—¿Debo asumir que pensasteis en la forma de sacarnos del planeta? —preguntó Sylveste.

—Te voy a dar un consejo —respondió Sajaki—. No me irrites demasiado, Dan. He tenido que superar demasiados problemas para llegar hasta ti, pero no sabes las ganas que tengo de matarte para saber qué se siente.

Sylveste había esperado algo así de Sajaki… de hecho, le habría preocupado más que el hombre hubiera dicho algo muy distinto, restando importancia a la tarea de encontrarlo. Sin embargo, era improbable que Sajaki hablara en serio… y si lo hacía, era un estúpido. Habían recorrido un largo viaje, desde algún lugar tan lejano como el sistema de Yellowstone o incluso desde más lejos, para buscarlo, sin tener en cuenta el coste humano que eso suponía ni la cantidad de años que habían transcurrido.

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