Read Espacio revelación Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (57 page)

BOOK: Espacio revelación
3.32Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Entonces tendrías que buscar a otro que curara al Capitán.

—¿Acaso tendría algo que perder? —Bajo la mandíbula de la serpiente, una luz de posición cambió de verde a rojo. El dedo de Sajaki palideció.

—Espera —dijo Sylveste—. No puedes matarme. ¿Realmente crees que he destruido la única copia de Cal que existía?

El alivio de Sajaki fue evidente.

—¿Hay otra?

—Sí —Sylveste indicó con la cabeza a su mujer—. Y ella sabe dónde encontrarla. ¿Verdad, Pascale?

—Siempre he sabido que eras un hijo de puta frío y calculador —dijo Cal, horas después.

Se encontraban junto al Capitán. Sajaki se había llevado a Pascale, pero ya estaban de vuelta, junto con los demás miembros de la tripulación que Sylveste conocía y la aparición que había esperado no volver a ver en su vida.

—Una insufrible y traicionera… nulidad —la aparición hablaba con voz calmada, como si fuera un actor repasando su texto sólo para calcular el tiempo, sin conferirle ninguna emoción—. Eres una rata irreflexiva.

—Hemos pasado de nulidad a rata, ¿eh? —dijo Sylveste—. Según como se mire, eso es todo un avance.

—No lo creas, hijo —Calvin lo miró de reojo, inclinándose hacia delante desde el asiento que ocupaba—. Te crees muy astuto, ¿verdad? Ahora mismo te tengo cogido por las pelotas… asumiendo que las tengas. Me han contado lo que has hecho. ¿Cómo has podido matarme simplemente para arruinar sus planes? —Levantó la mirada hacia el techo—. ¡Menuda justificación más patética para un parricidio! Pensaba que, al menos, tendrías la cortesía de matarme por alguna razón un poco decente. Pero no. Habría sido pedir demasiado. Te diría que estoy decepcionado, pero eso sólo daría a entender que tenía mayores expectativas.

—Si realmente te hubiera matado —comentó Sylveste—, esta conversación supondría ciertos problemas ontológicos. Además, siempre supe que había otra copia.

—¡Pero has matado una parte de mí!

—Lo siento, pero ésa es la mayor tontería que he oído en mi vida. Sólo eres software, Cal. Ser copiado y borrado es tu estado natural. —Sylveste se preparó para oír una nueva protesta de su padre, pero éste permaneció en silencio—. No lo hice para que los planes de Sajaki se fueran al traste. Necesito su cooperación tanto como él necesita la mía.

—¿Mi cooperación? —Los ojos del Triunviro se entrecerraron.

—Ya hablaremos de ello. Lo único que estoy diciendo es que cuando destruí la copia, sabía que existía otra y que no tardarías en obligarme a revelar su paradero.

—¿Y por qué hiciste algo tan inútil?

—No fue inútil, en absoluto. Durante un momento tuve el placer de ver cómo creías que tus planes se habían ido al traste, Yuuji-san. Valió la pena correr el riesgo, sólo por poder ver un atisbo de tu alma. Y por cierto, no fue una visión nada bonita.

—¿Cómo lo… sabías? —preguntó Cal—. ¿Cómo sabías que existía una copia?

—Pensaba que no pudiste copiarla —dijo la mujer a la que Sajaki había presentado como Khouri. Tenía un cuerpo diminuto, como el de un zorro… pero quizá, como ocurría con Sajaki, no debía confiar en las apariencias—. Pensaba que estaba protegida o algo así.

—Eso sólo ocurre con las simulaciones de nivel alfa, querida —explicó Calvin—. Y, para bien o para mal, yo no lo soy. Sólo soy una humilde simulación beta. Soy capaz de pasar todos los Turings posibles pero, desde un punto de vista filosófico, carezco de conciencia… y por lo tanto, de alma. Consecuentemente, no me supone ningún problema ético tener más de un yo. Sin embargo… —cogió aire, llenando el silencio que alguien podría haberse visto tentado de llenar con sus propios pensamientos—, ya no me creo nada de esa mierda neurocognitiva. No puedo hablar en nombre de mi ego de nivel alfa, pues desapareció hace un par de siglos, pero por alguna razón, ahora estoy totalmente consciente. Puede que todos los niveles beta puedan hacerlo… o quizá, mí complejidad conectiva se aseguró de que sobrepasara cierto estado de masa crítica. No tengo ni idea de lo ocurrido. Lo único que sé es que pienso y que, por lo tanto, estoy terriblemente enfadado.

Sylveste ya había oído todo eso antes.

—Sólo es un nivel beta adaptado al Turing. Se supone que tiene que decir este tipo de cosas. Si no afirmaran ser conscientes, conseguirían que fallaran automáticamente los Turings estándar. Pero eso no significa que lo que dice ni los ruidos que hace tengan validez alguna.

—Podría aplicar en ti ese mismo razonamiento —dijo Calvin—. Y eso nos conduciría a lo siguiente, querido: como no puedo especular sobre la simulación de nivel alfa, debo asumir que soy el único que queda. Puede que a ti resulte difícil entenderlo, pero el simple hecho de que sea algo precioso y único hace que rehúse con mayor énfasis la idea de que alguien haga una copia de mí. Cada acto de copiarme me resta valor; me convierte en un simple artículo, en algo que puede ser creado, duplicado y desechado siempre que encaje con la inadecuada noción de inutilidad de alguien —hizo una pausa—. Así que… aunque no estoy diciendo que no daría los pasos necesarios para incrementar mis probabilidades de supervivencia… nunca habría consentido voluntariamente en ser copiado por nadie.

—Pero lo hiciste. Permitiste que Pascale te copiara en
Descenso a la oscuridad
.

De hecho, también Pascale había sido muy astuta, puesto que Sylveste no había sospechado nada durante años. Él le había permitido acceder a Calvin para preparar la biografía; a cambio, ella había intercedido para que le proporcionaran herramientas de investigación y le permitieran reunirse con su decreciente red de simpatizantes para centrarse de nuevo en el objeto de su obsesión: los amarantinos.

—Fue idea suya —dijo Pascale.

—Sí, lo reconozco. —Cal llenó de aire sus pulmones. Parecía estar meditando su próxima intervención, a pesar de que su simulación «pensaba» mucho más rápido que los humanos no mejorados—. Aquellos fueron tiempos difíciles… no peores que los de ahora, según lo que he podido ver desde que he despertado, pero igualmente peligrosos. Me pareció prudente asegurarme de que una parte de mí sobreviviría a mi destrucción original. Sin embargo, no estaba pensando en una copia, sino más bien en un bosquejo, en una similitud. En algo que ni siquiera estuviera totalmente adaptado al Turing.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó Sylveste.

—Durante cierto tiempo… de hecho, meses, Pascale empezó a incluir partes de mí en la biografía. La codificación fue muy sutil, pero en cuanto hubo copiado lo suficiente del original para que las partes copiadas pudieran interactuar, a éstas… o mejor dicho, a mí, no me sedujo la idea de cometer un suicidio cibernético. De hecho, me sentía mucho más vivo que nunca —se permitió dedicar una sonrisa a su público—. Por supuesto, pronto descubrí el motivo: Pascale me había copiado en un sistema informático más potente, en el centro gubernamental de Cuvier, donde se estaba elaborando
Descenso a la oscuridad
. El sistema estaba conectado a más archivos y redes de los que tú me permitiste nunca, incluso en Mantell. Por primera vez, tenía algo que justificara las atenciones de mi masivo intelecto. —Sostuvo su mirada durante un momento, antes de añadir, en voz muy baja—: Esto último sólo era una broma, por cierto.

—Las copias de la biografía podían conseguirse libremente —continuó Pascale—. Sajaki tenía una, pero ignoraba que contenía una versión de Calvin. Me pregunto cómo lo descubriste tú. —Ahora miraba a Sylveste—. ¿Acaso te lo dijo la versión copiada de Cal?

—No. De hecho, no estoy seguro de que me lo hubiera dicho aunque hubiera tenido la oportunidad de hacerlo. Lo descubrí por mí mismo. La biografía era demasiado grande para los datos simulacionales que contenía. Soy consciente de lo astuta que fuiste codificando a Cal en dígitos significativos inferiores, pero había demasiados para poder ocultarlos.
Descenso a la oscuridad
era un quince por ciento más grande de lo que debería haber sido. Durante meses pensé que debía de haber una serie de escenarios ocultos, aspectos de mi vida que se suponía que no estaban documentados pero que habías decidido incluir para que sólo alguien muy insistente los encontrara. Más adelante me di cuenta de que la capacidad sobrante podía contener una copia de Cal… y entonces todo tuvo sentido. Por supuesto, no estaba completamente seguro… —Contemplando a la imagen proyectada, añadió—: Y supongo que ahora me dirás que eres el Cal real y que lo que he destruido era sólo una copia.

—No —respondió Calvin, levantando una mano del apoyabrazos—. Eso sería una versión demasiado simplista de las cosas pues, al fin y al cabo, yo fui esa copia en cierta ocasión. Sin embargo, lo que era entonces y lo que era esa copia hasta que tú la destruiste no es más que una sombra de lo que soy ahora. Dejémoslo en que tuve un momento de epifanía, ¿de acuerdo?

—Así que… —Sylveste dio un paso adelante, dándose golpecitos en el labio con el dedo—. En ese caso, podría decirse que nunca te maté, ¿verdad?

—No —respondió Calvin, con engañosa placidez—. No lo hiciste. Pero lo que cuenta es lo que podrías haber hecho. Y en ese aspecto, querido, me temo que sigues siendo un parricida insensible.

—Conmovedor, ¿verdad? —dijo Hegazi—. No hay nada que me guste más que una buena reunión familiar.

Continuaron hasta la sala en la que se encontraba el Capitán. Khouri había estado antes en este lugar pero, a pesar de que le resultaba ligeramente familiar, seguía sintiéndose inquieta, pues era consciente de la sustancia contaminante que a duras penas lograba contener aquel envoltorio de frío calafateado alrededor del hombre.

—Creo que debería saber qué queréis de mí —dijo Sylveste.

—¿Acaso no es obvio? —respondió Sajaki—. ¿Crees que hemos pasado todos estos apuros sólo para preguntarte qué tal estabas?

—Bueno —respondió Sylveste—. Vuestra conducta no me parecía demasiado lógica en el pasado, así que supongo que tampoco tendría que parecérmelo ahora. Además, no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando que lo que ocurrió allí abajo fue exactamente lo que parecía.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Khouri.

—¡Oh! No irás a decirme que aún no lo has averiguado.

—¿Averiguar qué?

—Que nunca ocurrió —Sylveste centró su imagen en las vacías profundidades de sus ojos, un escrutinio más similar al barrido de un sistema de vigilancia automático que a cualquier percepción humana—. O puede que aún no lo hayas descubierto. Por cierto, ¿quién eres?

—Ya tendrás ocasión de hacer todas las preguntas que quieras —dijo Hegazi. Estaba muy tenso debido a la proximidad del Capitán.

—No —dijo Khouri—. Quiero saberlo ahora. ¿Lo que estás diciendo es que, en verdad, nada de eso ocurrió?

Sylveste habló con voz pausada, calmada.

—Me estoy refiriendo a la colonia que Volyova borró del mapa.

Khouri se adelantó, bloqueando el paso de los demás.

—Será mejor que me lo expliques.

—Eso puede esperar —espetó Sajaki, adelantándose y obligándola a apartarse—. Por lo menos, hasta que me hayas dado una explicación satisfactoria sobre tu papel en ese asunto, Khouri.

El Triunviro la miraba con recelo, convencido de que las dos muertes que habían tenido lugar ante su presencia tenían que haber sido algo más que una simple coincidencia. Con Volyova fuera de su camino y la Mademoiselle guardando completo silencio, Khouri no tenía a nadie que la protegiera. Sólo sería cuestión de tiempo que Sajaki, basándose en sus suposiciones, hiciera algo drástico.

—¿Por qué tiene que esperar? —preguntó Sylveste—. Creo que todos nosotros deberíamos ser completamente francos sobre lo que está ocurriendo aquí. Sajaki, no fuiste a Resurgam para conseguir una copia de la biografía, ¿verdad? ¿De qué habría servido? No sabías que contenía una copia de Cal hasta que yo te lo dije, así que sólo la cogiste por si te resultaba útil en las negociaciones. La razón por la que descendiste a la superficie fue muy distinta.

—Exacto. Fui para recopilar información —respondió Sajaki, con cautela.

—¿Nada más? Estoy seguro de que fuiste a buscar información… pero también a sembrarla.

—¿Sobre Phoenix? —preguntó Khouri.

—No sólo sobre Phoenix, sino sobre el conjunto del territorio. Phoenix nunca existió. —Sylveste se permitió una pausa antes de proseguir—. Fue un fantasma que Sajaki plantó en ese lugar. No constaba en los mapas que teníamos en Mantell, pero cuando los actualizamos a partir de los originales de Cuvier, apareció. Nos limitamos a asumir que se trataba de una nueva colonia, demasiado reciente para que apareciera en los mapas anteriores. Fui un estúpido, por supuesto. Tendría que haberme dado cuenta de la verdad. Pero no se nos ocurrió pensar que los originales habían sido corrompidos.

—Doblemente estúpido —rectificó Sajaki—, puesto que tendrías que haber imaginado que yo estaba por la superficie.

—Si lo hubiera pensado mejor…

—Lástima que no lo hicieras —respondió Sajaki—, pues en ese caso, no estaríamos teniendo esta conversación. Sólo estábamos buscando la forma de conseguir que vinieras a bordo.

Sylveste asintió.

—Supongo que vuestro siguiente paso lógico habría sido eliminar un objetivo ficticio mayor. Sin embargo, no estoy convencido de que hubierais podido utilizar dos veces el mismo truco. Tengo la desagradable sospecha de que habríais atacado algo real.

El frío tenía la textura del acero. Era como si mil trozos de metal dentado le arañaran suavemente la piel, amenazando con clavarse hasta el hueso con cada movimiento. Dejó de sentirlo en cuanto accedió a los dominios del Capitán, pues allí el frío reinante era mucho más intenso.

—Está enfermo —dijo Sajaki—. Se trata de una variante de la Plaga de Fusión… pero eso ya lo sabías.

—Oímos los informes de Yellowstone —respondió Sylveste, sin mirar en ningún momento al Capitán—. Pero no puedo decir que estuvieran bien detallados.

—Hemos sido incapaces de contenerla —dijo Hegazi—. El frío extremo logra ralentizar su propagación, pero sólo eso. Se está extendiendo lentamente, incorporando la masa de la nave a su propio molde.

—¿Entonces sigue vivo… según la definición biológica?

Sajaki asintió.

—Por supuesto. Aunque realmente no pueda decirse que un organismo esté vivo a tales temperaturas, si calentáramos al Capitán, algunas partes funcionarían.

—Es poco reconfortante.

—Te he traído a bordo para que lo cures, no para que des tu opinión.

BOOK: Espacio revelación
3.32Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Shattered by Love by Dani René
Edge by Brenda Rothert
The Power of Love by Kemberlee Shortland
Alice by Christina Henry
Alliance by Lacy Williams as Lacy Yager, Haley Yager
Absolutely Almost by Lisa Graff
the Walking Drum (1984) by L'amour, Louis