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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (51 page)

BOOK: Espacio revelación
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—Por un momento esperaba que estuviéramos equivocados —dijo Sluka—. Tenía la esperanza de que el resplandor e incluso la ola de presión hubieran sido falsos, como los efectos especiales. Sin embargo, es evidente que jamás habrían podido grabar estas imágenes si no hubieran abierto realmente un agujero en el planeta.

—Lo sabremos en unos instantes —dijo el ayudante—. ¿Puedo hablar libremente?

—Todo esto concierne a Sylveste —respondió Sluka—, de modo que puede oír lo que tengas que decir.

—Cuvier ha enviado un avión al lugar del ataque. Ellos podrán confirmar si estas imágenes son reales.

Cuando regresaron al subsuelo, los mapas del archivo de Mantell habían sido reemplazados por copias actualizadas. Una vez más, se retiraron al camarote de Sluka para examinarlos.

Ahora, la información que acompañaba al mapa indicaba que había sido actualizado hacía tan sólo unas semanas.

—Lo han hecho muy bien —dijo Sylveste—. Me sorprende que hayan continuado con el negocio de la cartografía mientras la ciudad se desmoronaba a su alrededor. Admiro su dedicación.

—No quieras saber los motivos —respondió Sluka, acariciando uno de los globos montados sobre un pedestal que flanqueaban la habitación, como si deseara impedir que el planeta se alejara dando vueltas, hasta quedar fuera de su control—. Lo único que me importa es saber si Phoenix, o como quiera que se llamara, existía.

—Aquí está —dijo Pascale, acercando un dedo a la zona proyectada para señalar un diminuto punto situado en las despobladas cordilleras nororientales—. Es lo único que hay tan al norte. Y el único asentamiento que se encuentra en esa dirección. Además, se llama Phoenix.

—¿Qué más hay?

El ayudante de Sluka, un hombre pequeño con bigote y perilla suavemente engrasados, habló en voz baja por el compad integrado en su manga, ordenando al mapa que ampliara la imagen de la colonia. Sobre la mesa se desplegaron una serie de iconos demográficos.

—No mucho —respondió—. Sólo algunas chozas multifamiliares en la superficie, unidas por tubos. Algunas obras subterráneas. No hay conexiones terrestres, pero tenían una plataforma para el aterrizaje de aviones.

—¿Población?

—No creo que población sea la palabra adecuada —respondió el hombre—. Cien personas, aproximadamente; unas dieciocho unidades familiares. Al parecer, en su mayoría de Cuvier. —Se encogió de hombros—. De hecho, si ésta es la idea que tiene Volyova de atacar una colonia, creo que lo hemos hecho muy bien. Cien personas… sí, es una tragedia, pero me sorprende que no buscara un objetivo de mayores dimensiones. El hecho de que ninguno de nosotros conociera la existencia de ese lugar… podría decirse que invalida el ataque, ¿estáis de acuerdo conmigo?

—Es espléndidamente ineficaz —dijo Sylveste, asintiendo muy a su pesar.

—¿A qué te refieres?

—A la capacidad de desconsuelo humano: cuando los muertos exceden la decena, es incapaz de proporcionar una respuesta emocional adecuada. Y no sólo se estabiliza, sino que desiste, se pone a cero. Reconozcámoslo: ninguno de nosotros siente la menor lástima por esas personas. —Sylveste observó el mapa, preguntándose qué habrían sentido durante los escasos segundos de advertencia que les había concedido Volyova. Se preguntó si alguna de ellas se habría tomado la molestia de abandonar su hogar y contemplar el cielo para acelerar ligeramente el momento de su aniquilación—. Sin embargo, sé algo: tenemos todas las pruebas que necesitamos para saber que Volyova es una mujer que cumple con su palabra. Y eso significa que tenéis que dejar que vaya con ellos.

—No estoy dispuesta a perderte —dijo Sluka—. Pero tampoco parece que tenga demasiadas opciones. Supongo que querrás ponerte en contacto con ellos.

—Claro —respondió—. Y Pascale vendrá conmigo. Sin embargo, hay algo que me gustaría que hicieras por mí.

—¿Me estás pidiendo un favor? —Sluka parecía divertida, como si aquello fuera lo último que habría esperado de él—. Bueno, ¿qué puedo hacer por ti, ahora que hemos entablado una amistad tan firme?

Sylveste sonrió.

—La verdad es que no se trata tanto de lo que tú puedas hacer por mí, sino el doctor Falkender. Verás, está relacionado con mis ojos.

Desde la posición aventajada que le ofrecía su asiento flotante, la Triunviro contempló la obra que había creado en el planeta. La imagen proyectada en la esfera del puente era perfectamente clara. En las últimas diez horas había visto cómo la herida extendía oscuros zarcillos ciclónicos desde su centro, hecho que demostraba que las condiciones atmosféricas de la región (y, por consiguiente, del conjunto del planeta) habían asumido un nuevo y violento equilibrio. Según los datos recogidos in situ, los colonos de Resurgam llamaban a dicho fenómeno tormenta-cuchilla, debido a la inclemencia del polvo aerotransportado. Era tan fascinante como la disección de una especie animal desconocida. Aunque Volyova tenía más experiencia en planetas que muchos de sus compañeros, todavía había cosas que la sorprendían y la inquietaban. Por ejemplo, le resultaba inquietante que una simple perforación en el tegumento de un planeta pudiera causar tales efectos… y no sólo en los alrededores del punto de impacto, sino también a miles de kilómetros de distancia. Sabía que, con el tiempo, no habría ningún punto del planeta que no sufriera los efectos de su acción. El polvo que había levantado la detonación volvería a asentarse, depositando una fina membrana ennegrecida y ligeramente radiactiva alrededor del planeta. En las regiones templadas, ésta pronto sería eliminada por los procesos atmosféricos que habían implementado los colonos, asumiendo que aún funcionaran. Sin embargo, en las regiones árticas, donde nunca llovía, la fina capa de polvo permanecería inmutable durante siglos. Otros sedimentos irían cubriéndola lentamente, hasta que por fin pasaría a formar parte de la irrevocable memoria geológica del planeta. Quizá, pensó la Triunviro, en unos millones de años, otros seres que compartieran parte de la curiosidad humana llegarían a Resurgam, deseosos de conocer la historia del planeta. Para hacerlo excavarían el terreno, recogerían muestras y, lentamente, se irían adentrando en el pasado de aquel mundo. Estaba segura de que la capa de polvo no sería el único misterio que tendrían que resolver, pero también tenía la certeza de que intentarían darle una respuesta. Y no le cabía duda de que esos hipotéticos investigadores del futuro llegarían a una conclusión completamente equivocada sobre su origen. Jamás se les ocurriría pensar que un acto ofensivo intencionado había sido el responsable de aquella capa de polvo.

Aunque Volyova sólo había dormido unas horas desde el día anterior, su energía nerviosa parecía ilimitada. Sabía que sufriría las consecuencias en un futuro cercano, pero de momento tenía la impresión de estar corriendo a gran velocidad, movida por un impulso incontenible. De todos modos, tardó en reaccionar cuando Hegazi detuvo su asiento junto al de ella.

—¿Qué ocurre?

—Estoy recibiendo algo que podría ser nuestro muchacho.

—¿Sylveste?

—O alguien que finge ser él —Hegazi entró en una de sus fases intermitentes de fuga, que para Volyova significaba que estaba en profunda armonía con la nave—. No puedo rastrear la ruta de comunicación que está utilizando. Procede de Cuvier, pero estoy seguro de que Sylveste no se encuentra físicamente en ese lugar.

—¿Qué dice? —preguntó Volyova en voz baja, a pesar de que estaban solos en el puente.

—Sólo pide hablar con nosotros. Una y otra vez.

Khouri oyó pasos sobre el fango que cubría el suelo de la planta del Capitán.

No tenía una respuesta racional que explicara por qué había venido a este lugar. Quizá, la única razón era la siguiente: como ya no confiaba en Volyova (la única persona que creía que era digna de confianza) y como desde el ataque contra el arma-caché la Mademoiselle había desaparecido, tenía que aferrarse a lo irracional. El único miembro de la tripulación que no la había traicionado de ninguna forma ni se había ganado su odio era alguien de quién jamás podría esperar una respuesta.

Casi al instante supo que aquellos pasos no eran de Volyova, aunque su determinación sugería que no había llegado por accidente a esta sección de la nave y que sabía exactamente adónde se dirigía.

Khouri se levantó del barro. La parte posterior de sus pantalones estaba húmeda y fría, pero la oscuridad del tejido ocultaba la mayor parte del daño.

—Tranquila —dijo una voz de mujer. Avanzaba despreocupada hacia ella; las botas chapoteaban en el barro. Sus brazos emitían destellos metálicos y los diseños holográficos tallados en ellos brillaban en múltiples colores.

—Sudjic —dijo Khouri al reconocerla—. ¿Cómo diablos…?

Sudjic sacudió la cabeza y esbozó una apretada sonrisa.

—¿Cómo he podido llegar hasta aquí? Ha sido muy sencillo, Khouri. Sólo te he seguido. En cuanto vi el camino que tomabas, supe que venías hacia aquí. Y te he seguido porque considero que tú y yo deberíamos tener una pequeña charla.

—¿Una charla?

—Sobre la situación de la nave —Sudjic señaló a su alrededor—. Y más específicamente, sobre el puto Triunvirato. Supongo que no se te habrá escapado que tengo quejas contra uno de ellos.

—Volyova.

—Sí, nuestra querida amiga Ilia. —Sudjic se las arregló para que ese nombre sonara como una interjección particularmente desagradable—. Sabes que mató a mi amante.

—Tengo entendido que hubo… problemas.

—Problemas… Ja. Ésa sí que es buena. ¿Llamarías problema a convertir a alguien en un psicópata, Khouri? —hizo una pausa y se acercó un poco más a ella, manteniendo una respetuosa distancia con el núcleo fundido del Capitán—. ¿O quizá debería llamarte Ana, ahora que tenemos una relación más estrecha?

—Puedes llamarme como quieras, pero eso no cambiará nada. Puede que en estos momentos la odie a muerte, pero eso no significa que vaya a traicionarla. Ni siquiera deberíamos estar teniendo esta conversación.

Sudjic asintió.

—La terapia de lealtad ha funcionado muy bien, ¿verdad? Escúchame bien: Sajaki y los demás no son tan omniscientes como piensas. Puedes contármelo todo.

—No es tan sencillo como eso. Hay muchas más cosas.

—¿Por ejemplo?

Sudjic tenía los brazos en jarras; sus manos enguantadas se apoyaban con elegancia en sus estrechas caderas. Era una mujer hermosa, del modo demacrado característico de quienes habían nacido en el espacio. Su fisiología era como la de un espectro. Si su estructura esqueleto-muscular no hubiera sido realzada quiméricamente, era poco probable que tuviera movilidad en entornos de gravedad normal. Sin embargo, gracias a esas mejoras subcutáneas, Sudjic era más fuerte y rápida que cualquier humano no mejorado. De hecho, su fuerza era doble, debido a la fragilidad de su aspecto. Era como la figura de origami de una mujer que hubiera sido confeccionada con un papel sumamente afilado.

—No puedo contártelo —dijo Khouri—. Pero Ilia y yo… tenemos secretos. —Al instante lamentó haber dicho eso, pero deseaba eliminar la arrogante superioridad de la Ultra—. Lo que quiero decir es…

—Escucha, estoy segura de que así es como quiere que te sientas. Sin embargo, hazte la siguiente pregunta, Khouri; ¿cuánto de lo que recuerdas es real? ¿No es posible que Volyova haya estado manipulando tus recuerdos? Lo intentó con Boris. Intentó curarlo borrando su pasado, pero no funcionó, porque tenía que ocuparse de las voces de su cabeza. ¿También ha hecho eso contigo? ¿Hay nuevas voces en tu cabeza?

—Si las hubiera —dijo Khouri—, no tendrían nada que ver con Volyova.

—Así que lo admites —Sudjic sonrió con afectación, como una colegiala valiente que sabe que ha ganado pero no desea parecer demasiado orgullosa de ello—. Bueno, las tengas o no, no importa. Lo que importa es que te ha decepcionado, tanto ella como el conjunto del Triunvirato. No puedes engañarte a ti misma diciendo que estás de acuerdo con lo que acaban de hacer.

—No estoy segura de comprender qué han hecho, Sudjic. Hay ciertas cosas que no tengo claras. —Khouri sentía la fría y húmeda tela de sus pantalones aferrándose a sus nalgas—. De hecho, ésa es la razón por la que he venido hasta aquí: en busca de paz y quietud. Para poner en orden mis ideas.

—¿Y ver si comparte contigo sus conocimientos? —Sudjic señaló con la cabeza al Capitán.

—Está muerto, Sudjic. Puede que sea la única persona de esta nave que se atreva a admitirlo, pero es la verdad.

—Puede que Sylveste logre curarlo.

—Aunque pudiera, ¿crees que Sajaki lo permitiría?

Sudjic asintió.

—Por supuesto, por supuesto. Lo entiendo perfectamente. Pero escucha —su voz se convirtió en un susurro, a pesar de que las ratas eran los únicos seres que podían estar escuchando a escondidas aquella conversación—. Han encontrado a Sylveste… Acabo de oírlo, justo antes de bajar.

—¿Le han encontrado? ¿Estás diciendo que está aquí?

—No, por supuesto que no. Sólo han establecido contacto. Ni siquiera saben dónde se encuentra, sólo que está vivo. Todavía tienen que buscar la forma de traerlo a bordo. Y ahí es donde entras tú. Y también yo.

—¿A qué te refieres?

—No pretendo comprender qué sucedió con Kjarval en la sala de entrenamiento, Khouri. Puede que sólo se volviera loca, aunque la conocía mejor que a cualquier otro miembro de esta nave y puedo asegurarte que tenía la cabeza en su sitio. Fuera lo que fuera, le proporcionó a Volyova la excusa perfecta para acabar con ella… aunque nunca pensé que esa zorra la odiara tanto…

—No fue culpa de Volyova…

—Es igual —Sudjic sacudió la cabeza—. Eso no es importante… por ahora. Pero significa que te necesita para la misión. Tú y yo, y puede que a la reina de las zorras en persona, vamos a ir allá abajo para capturarle.

—No puedes saberlo todavía.

Sudjic sacudió la cabeza.

—Oficialmente, no. Pero cuando has estado a bordo de esta nave durante tanto tiempo como yo, aprendes un par de formas de saltarte los canales habituales.

Durante un momento sólo hubo silencio, roto únicamente por el goteo distante de una tubería, situada al final del pasillo inundado.

—Sudjic, ¿por qué me estás contando esto? Pensaba que me odiabas.

—Puede que lo hiciera —respondió la mujer—. Antes. Pero ahora necesitamos a todos los aliados que podamos conseguir. Y pensé que te gustaría que te avisara. Sobre todo si tienes algo de sentido común y sabes en quién confiar.

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