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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Espacio revelación (25 page)

BOOK: Espacio revelación
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—Ninguno de ellos tiene alas —comentó Pascale.

—No —respondió Sylveste—. Lo que antes eran alas pasaron a ser brazos.

—¿Por qué pones objeciones a la estatua de un dios alado? Los humanos nunca hemos tenido alas, pero eso no nos impidió otorgárselas a los ángeles. Esa especie sí que estuvo dotada de alas, de modo que no debió costarle demasiado representar a sus dioses con ellas.

—Sí, pero te olvidas del mito de la creación.

En los últimos años, los arqueólogos habían empezado a comprender el mito básico, desentrañado a partir de las decenas de versiones que habían aparecido con posterioridad. Según el mito, los amarantinos compartían el cielo de Resurgam con otras criaturas similares a los pájaros, pero durante su reinado hicieron un trato con un dios llamado Creador de Aves: cambiaron su habilidad de volar por el don de la percepción. Aquel día elevaron sus alas hacia el cielo y observaron cómo el fuego las reducía a cenizas, excluyéndolos para siempre del aire y arrebatándoles la libertad de volar.

El Creador de Aves les dio unos tocones inútiles provistos de garras que les permitirían recordar a qué habían renunciado y empezar a escribir su historia. Entonces, en sus mentes empezó a arder otro fuego: la llama inextinguible de la existencia. El Creador de Aves les dijo que esa luz ardería eternamente, siempre y cuando no intentaran desafiar su voluntad regresando una vez más a los cielos. Si lo hacían, el Creador de Aves les arrebataría las almas que les había concedido el Día de las Alas en Llamas.

Sylveste sabía que esta leyenda no era más que el comprensible intento de una cultura por reflejar una imagen de sí misma. Lo que la hacía tan interesante era la fuerza con la que había penetrado en su cultura: era una religión que había logrado reemplazar a las demás y perdurar durante muchísimos siglos. Sin duda alguna, había moldeado la forma de pensar y comportarse de los amarantinos, quizá de formas demasiado complejas para poder hacer conjeturas.

—Comprendo —dijo Pascale—. Como especie, no soportaban ser incapaces de volar, de modo que crearon la historia del Creador de Aves para sentirse superiores a los pájaros.

—Sí. Y aunque esta creencia funcionó, tuvo un efecto secundario inesperado: les disuadió de remontar el vuelo una vez más. Sucedió lo mismo que en el mito de Ícaro, pero ejerció una mayor influencia en la psique colectiva.

—Pero si eso fuera cierto, la figura del capitel…

—Sería un insulto al dios al que adoraban.

—¿Y por qué harían algo así? —preguntó Pascale—. Las religiones simplemente se desvanecen, son reemplazadas por otras. No puedo creer que construyeran esta ciudad y todo lo que hay en ella sólo para insultar a su dios.

—Yo tampoco. Y eso sugiere que la razón es completamente distinta.

—¿Por ejemplo?

—Que apareció un nuevo dios. Uno que tenía alas.

* * *

Volyova consideraba que había llegado el momento de enseñarle a Khouri las herramientas de su trabajo.

—Espera —dijo, mientras el ascensor se aproximaba a la sala caché—. Esto no suele gustar demasiado la primera vez.

—¡Dios! —exclamó Khouri, retrocediendo instintivamente hacia la pared del fondo, a la vez que el paisaje se expandía con rapidez. El ascensor era como un minúsculo escarabajo que descendía por un lado de la inmensidad del espacio—. ¡Es tan grande que parece imposible que quepa dentro de la nave!

—Oh, esto no es nada. Hay otras cuatro salas del mismo tamaño. En la número dos nos entrenamos para las operaciones de superficie, las otras dos están vacías o semipresurizadas y en la cuarta se encuentran las lanzaderas y los vehículos que viajan por el sistema. Ésta es la única en la que guardamos las armas-caché.

—¿Te refieres a esas cosas?

—Sí.

En la sala había cuarenta armas, todas ellas diferentes, aunque su estilo general de fabricación denotaba cierta afinidad. Todas estaban recubiertas por una aleación de color bronce verdoso. Aunque cada una de ellas era lo bastante grande para ser una nave espacial de tamaño medio, ninguna mostraba indicación alguna de que ésa fuera su función: no había ventanas ni puertas de acceso visibles en lo que deberían ser sus cascos, ni señales o sistemas de comunicación. Aunque algunas estaban adornadas con lo que parecían propulsores vernier, era evidente que éstos sólo estaban allí para ayudar en el movimiento y posicionamiento de los aparatos, del mismo modo que un buque de guerra sólo está allí para ayudar a mover y posicionar la artillería pesada.

Y los dispositivos caché eran exactamente eso.

—La clase infernal —explicó Volyova—. Así es como los llamaron sus constructores. Por supuesto, eso se remonta a unos siglos atrás.

Volyova observó a su recluta, que estaba contemplando la titánica arma-caché que tenía más cerca. Suspendida en vertical, con su largo eje alineado con el centro de propulsión de la nave, parecía una espada ceremonial que colgaba del techo del hogar de un guerrero noble. Al igual que el resto de las armas, estaba rodeada de un armazón (incorporado por uno de los predecesores de Volyova) al que se conectaban diversos sistemas de control, seguimiento y maniobra. Todas las armas estaban conectadas a unos surcos (un laberinto tridimensional de láminas protectoras y enchufes) que se unían debajo de la sala, accediendo a un espacio inferior más pequeño pero lo bastante grande para dar cabida a un arma. Desde allí, podían acceder al exterior del casco, al espacio.

—¿Quién las construyó? —preguntó Khouri.

—No lo sabemos con certeza. Puede que los Combinados, en una de sus encarnaciones más oscuras. Lo único que sabemos es cómo las encontramos. Estaban escondidas en un asteroide, rodeando a una enana marrón tan oscura que sólo tenía un número de catalogación.

—¿Estuviste allí?

—No, eso ocurrió mucho antes de que yo existiera. Las heredé del último guardián… y éste, del anterior. Desde entonces las he estado estudiando. He logrado acceder al sistema de control de treinta y una de ellas y he resuelto, a grandes rasgos, un ochenta por ciento de los códigos de activación necesarios. Sin embargo, sólo he probado diecisiete armas y, de éstas, sólo dos en lo que se podrían considerar situaciones reales de combate.

—¿Estás diciendo que las has utilizado de verdad?

—No fue algo que hiciera de forma precipitada.

Volyova consideraba que no había ninguna necesidad de cargar a Khouri con los detalles de las atrocidades del pasado… al menos, de momento. Con el tiempo, la recluta conocería las armas-caché tan bien como ella… y puede que incluso mejor, puesto que lo haría a través de la artillería, mediante una interfaz neuronal directa.

—¿Qué pueden hacer?

—Algunas son más que capaces de destruir planetas enteros; otras, ni siquiera me atrevo a imaginarlo. No me sorprendería que alguna de ellas hiciera algo desagradable a las estrellas. No sé quién querría utilizar un arma así…

—¿Contra quién las utilizaste?

—Contra los enemigos, por supuesto.

Khouri la observó durante un prolongado y silencioso momento.

—No sé si debería sentirme aterrada porque existan cosas así o sentirme aliviada porque seamos nosotras quienes tengamos los dedos en los gatillos.

—Supongo que es mejor que te sientas aliviada —respondió Volyova.

* * *

Sylveste y Pascale regresaron al capitel. El amarantino alado estaba tal y como lo habían dejado, aunque ahora parecía observar la ciudad con imperiosa indiferencia. Resultaba tentador pensar que había aparecido una nueva deidad: ¿qué otra cosa podría haber inspirado la construcción de un monumento como éste, si no el temor a lo divino?

—Aquí hay una referencia al Creador de Aves —dijo Sylveste, intentando traducir el complejo texto del capitel—, de modo que hay muchas posibilidades de que tenga algo que ver con el mito de las Alas en Llamas, aunque sea evidente que el dios alado no es una representación del Creador de Aves.

—Tienes razón —respondió Pascale—. La graficoforma de «fuego” está junto a la que significa “alas».

—¿Qué más ves?

Pascale se concentró unos instantes.

—Aquí hace referencia a un grupo de renegados.

—¿Renegados en qué sentido? —La estaba poniendo a prueba y ella lo sabía, pero el ejercicio era valioso, puesto que la interpretación de Pascale le indicaría lo subjetivo que había sido su propio análisis.

—Un grupo de renegados que, o bien no estaban de acuerdo con el pacto del Creador de Aves, o bien se echaron atrás más adelante.

—Eso era lo que pensaba. Me preocupaba haber cometido un par de errores.

—Fueran quienes fueran, se llamaban Los Desterrados. —Observó el muro, comprobando las hipótesis y revisando su interpretación—. Al parecer, en un principio formaron parte de la manada que accedió al pacto del Creador de Aves, aunque poco después cambiaron de idea.

—¿Puedes descifrar el nombre de su líder?

—Los dirigía un individuo llamado… —empezó a decir, pero pronto se detuvo—. No, no puedo traducir esa cadena de caracteres; al menos, en este momento. ¿Qué significa todo esto? ¿Crees que existieron en realidad?

—Quizá. Si tuviera que hacer una conjetura, diría que eran agnósticos que descubrieron que el mito del Creador de Aves era sólo eso: un mito. Supongo que a los grupos fundamentalistas no debió de sentarles demasiado bien.

—¿Y por eso los desterraron?

—Asumiendo que existieran, sí. Sin embargo, no puedo evitar pensar lo siguiente: ¿Y si en realidad era un grupo tecnológico, una especie de asociación científica? ¿Y si eran amarantinos que estaban preparados para experimentar y cuestionar la naturaleza de su mundo?

—¿Cómo los alquimistas medievales?

—Sí. —Le gustó la analogía—. Puede que incluso intentaran experimentar el vuelo, como hizo Leonardo. Dada la ideología de la cultura amarantina, eso habría sido como escupir a su Dios en la cara.

—Estoy de acuerdo contigo. Pero asumiendo que realmente existieron y que los desterraron, ¿qué fue de ellos? ¿Simplemente se extinguieron?

—No lo sé. Sin embargo, hay algo evidente. Los Desterrados fueron importantes, fueron algo más que un simple detalle en la historia del mito del Creador de Aves. Su nombre aparece por todo el capitel y, de hecho, por toda esta maldita ciudad, con mucha más frecuencia que en cualquier otra reliquia amarantina.

—Pero la ciudad es posterior —dijo Pascale—. Con la única excepción del obelisco, es la reliquia más reciente que hemos encontrado. Se construyó aproximadamente en la misma época en que tuvo lugar el Acontecimiento. ¿Por qué los Desterrados volvieron a aparecer de repente, tras una ausencia tan larga?

—Bueno —dijo Sylveste—. Puede que regresaran.

—¿Después de… qué? ¿Después de miles de años?

—Quizá —Sylveste sonrió—. Después de todo ese tiempo, el hecho de que regresaran sería el tipo de cosa que inspiraría la construcción de una estatua.

—Entonces, la estatua… ¿crees que representa a su líder? ¿Al que se llamaba…? —Pascale echó otro vistazo a la graficoforma—. Esto es el símbolo del sol, ¿verdad?

—¿Y el resto?

—No estoy segura. Parece el glifo para el acto de… robar. ¿Cómo puede ser posible?

—Júntalos. ¿Qué tienes?

Imaginó que se encogería de hombros, sin querer comprometerse.

—¿Alguien que roba el sol? ¿Ladrón de Sol? ¿Qué significa eso?

Sylveste también se encogió de hombros.

—Eso es lo que llevo toda la mañana preguntándome. Eso y otra cosa.

—¿Qué?

—¿Por qué tengo la impresión de haber oído antes ese nombre?

Tras abandonar la sala de armas, las tres montaron en otro ascensor que las acercó al corazón de la nave.

—Lo estás haciendo muy bien —dijo la Mademoiselle—. Volyova cree que estás de su parte.

Podía decirse que había estado con ellas en todo momento, observando en silencio el viaje guiado de Volyova y haciendo comentarios ocasionales que sólo Khouri podía oír. Resultaba sumamente inquietante. Khouri tenía la sensación de que la Triunviro estaba al tanto de sus susurros.

—Y puede que tenga razón —respondió, pensando automáticamente su respuesta—. Puede que sea más fuerte que tú.

La Mademoiselle soltó una risita.

—¿Has escuchado algo de lo que he dicho?

—Como si tuviera alguna otra opción.

Intentar ignorar a la Mademoiselle cuando ésta quería decir algo era como intentar silenciar un estribillo insistente que suena en tu cabeza. Sus apariciones no le daban tregua.

—Escucha —dijo la mujer—. Si mis contramedidas estuvieran fallando, tu lealtad hacia Volyova te obligaría a alertarla de mi existencia.

—He tenido tentaciones de hacerlo.

Al ver que la miraba de reojo, Khouri sintió un breve escalofrío de satisfacción. En ciertos aspectos, la Mademoiselle (o mejor dicho, la persona que emanaba del implante) parecía omnisciente. Sin embargo, aparte del conocimiento que había sido inculcado en el implante en el momento de su creación, su aprendizaje se limitaba a lo que podía percibir a través de los sentidos de Khouri. Quizá el implante podía acceder a los sistemas de información sin que ella estuviera conectada, pero Khouri consideraba que era improbable, pues el riesgo de que fuera detectado por esos mismos sistemas era demasiado elevado. Además, aunque podía oír sus pensamientos cuando decidía comunicarse con él, no podía leer su estado mental, excepto las señales bioquímicas más superficiales del entorno neuronal en que flotaba. Por lo tanto, era lícito que la Mademoiselle dudara de la eficacia de sus contramedidas.

—Volyova te mataría. Por si aún no lo sabes, mató a su último recluta.

—Puede que tuviera una buena razón.

—No sabes nada de ella… ni de ninguno de los otros. Tampoco yo. Ni siquiera conocemos a su Capitán.

Eso no se lo podía discutir. El nombre del Capitán Brannigan había aparecido en un par de ocasiones, cuando Sajaki o uno de sus compañeros había cometido una indiscreción delante de Khouri. Por lo general, nunca hablaban de su líder. Era obvio que no eran Ultras en el sentido habitual de la palabra, aunque mantenían una meticulosa fachada en la que ni siquiera la Mademoiselle podía penetrar. La ficción era tan absoluta que ejecutaban todos los pasos comerciales como cualquier otra tripulación de Ultras.

¿Pero qué realidad se ocultaba tras esa fachada?

Volyova le había dicho que era la nueva Oficial de Artillería y le había mostrado algunas de las armas-caché que había en la nave. Se rumoreaba que muchas naves comerciales transportaban un discreto armamento para solucionar las crisis más graves que surgían en las relaciones con sus clientes o para realizar actos de piratería contra otras naves, pero las armas que había visto parecían demasiado potentes para ser utilizadas en un simple altercado; además, la nave contaba con el arsenal convencional que solía utilizarse en dichas circunstancias. Por lo tanto, ¿qué se escondía tras aquel arsenal? Khouri consideraba que Sajaki tenía algo planeado; esta idea le resultaba bastante inquietante, pero aún lo era más pensar que, quizá, no había ningún plan: que Sajaki sólo transportaba las armas-caché por si surgía una excusa para utilizarlas, como un gamberro bien equipado que se dedica a buscar pelea.

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