El valle del Terror. Sherlock Holmes (5 page)

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Authors: Arthur Conan Doyle

Tags: #Policíaca

BOOK: El valle del Terror. Sherlock Holmes
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Era una persona muy habladora y genial, este detective de Sussex. En diez minutos habíamos llegado a nuestros cuarteles. En diez más estábamos sentados en el salón de la posada y siendo informado de un bosquejo de los eventos que fueron relatados en el capítulo previo. MacDonald hizo una observación ocasional; mientras Holmes estaba sentado y absorbido, con la expresión de sorprendido y reverentes admiraciones con las que el botánico examina el raro y precioso florecimiento.

—¡Impresionante! —pronunció, cuando la historia se terminó— ¡Muy impresionante! Difícilmente puedo recordar un caso cuyos detalles fueran tan peculiares.

—Pensé que diría eso, Mr. Holmes —contestó White Mason con gran satisfacción—. Estamos muy al día aquí en Sussex. Le he dicho cómo está la situación aquí, al tiempo en que tomé el puesto del sargento Wilson entre las tres y cuatro de la madrugada. ¡Cielos! ¡Hice partir a la vieja yegua! Pero no estaba en grandes apuros, como al final resulto ser; aunque no había nada inmediato que pudiese hacer. El sargento Wilson tenía todos los pormenores. Los chequeé y consideré y tal vez añadí algunos por mí mismo.

—¿Cuáles eran? —preguntó Holmes ansiosamente.

—Bueno, primero hice examinar el martillo. El Dr. Wood estaba ahí para ayudarme. No encontramos signos de violencia en él. Esperaba que si Mr. Douglas se defendió con el martillo, hubiera causado algo al asesino antes de caer al felpudo. Pero no había ninguna mancha.

—Eso, verdaderamente, no prueba nada —remarcó el inspector MacDonald. Han habido muchos asesinatos con martillo sin rastros en el martillo.

—En efecto. No prueba que no fue usado. Pero podrían haber habido manchas, y eso nos hubiera ayudado. Pero no es un problema en el asunto. Tras ello examiné el arma. Eran cartuchos de perdigones, y, como el sargento Wilson apuntó, los gatillos estaban conectados, para que en el caso de que apretara el posterior, ambos cañones serían disparados. Cualquiera que haya arreglado eso se habría decidido en que no tendría la oportunidad de fallar en su tiro. El arma aserrada no tenía más de dos pies de largo... uno podía fácilmente cargarla en su abrigo. No había un nombre completo del fabricante, pero las letras impresas P-E-N en el ala entre los cañones, y el resto del nombre había sido cortado por la sierra.

—¿Una gran P con un adorno encima, con la E y la N más pequeñas?

—Exacto.

—Pennsylvania Small Arms Company... una bien conocida firma americana —replicó Holmes.

White Mason miró asombrado a mi amigo como el pequeño profesional de campo mira al especialista de Harley Street quien con una palabra puede resolver las dificultades que lo dejan perplejo.

—Esto es muy útil, Mr. Holmes. Sin duda que está en lo correcto. ¡Maravilloso! ¡Maravilloso! ¿Carga con los nombres de todos los fabricantes de armas en su memoria?

Holmes se desentendió de la pregunta con un ademán.

—Sin duda es una escopeta americana —White Mason continuó— Me parece haber leído que una escopeta aserrada es una arma usada en algunas partes de América. Sin tener en cuenta el nombre encima del cañón, la idea ya me había venido a la cabeza. Hay alguna evidencia, entonces, que este hombre que entró en este caso y mató a su dueño era un americano.

MacDonald sacudió su cabeza.

—Hombre, de verdad que está avanzando demasiado rápido —pronunció—. No he escuchado evidencias que digan que algún extraño haya estado en la casa.

—¡La ventana abierta, la sangre en el umbral, la rara tarjeta, las marcas de botas en la esquina, la escopeta!

—Nada que no pudo haber sido arreglado. Mr. Douglas era un americano, o había vivido mucho tiempo en América. También Mr. Barker. No necesita emplear a un americano para deshacerse de hombres americanos.

—Ames, el mayordomo...

—¿Qué sobre él? ¿Es confiable?

—Diez años con Sir Charles Chandos... tan sólido como una roca. Ha estado con Douglas desde que tomó Manor House hace cinco años. Nunca ha visto un arma de esta clase en la vivienda.

—El arma fue hecha para dar falsa pista. Por eso es que los cañones fueron cortados. Sino encajaría en cualquier caja. ¿Cómo puede jurar que no hay un arma así en la casa?

—Bueno, de todas maneras, él no ha visto una así.

MacDonald meció su obstinada cabeza escocesa.

—No estoy convencido todavía de que haya habido alguien en la mansión —opinó—. Les estoy pidiendo que consideren (su acento se convertía cada vez más en uno de Aberdeen a la par que se perdía en su argumento). Les estoy pidiendo que consideren qué es lo que involucra su suposición que esa arma haya sido llevada a la casa, y que todos estos insólitos hechos fueron hechos por un hombre de fuera. ¡Hombre, es inconcebible! Está contra el sentido común. Se lo pongo a usted, Mr. Holmes, juzgándolo por lo que hemos oído.

—Bueno, exponga su concepto, Mr. Mac —Holmes expresó en su estilo más judicial.

—El hombre no fue un ladrón, suponiendo que haya existido. El asunto del anillo y la carta apuntan a un asesinato premeditado por alguna razón privada. Muy bien. Aquí hay un hombre que se desliza hasta dentro de la mansión con la deliberada intención de matar. Sabe, si sabe algo, que tendrá una dificultad en ponerse a salvo, pues está rodeado por agua. ¿Qué arma escogería? Uno diría la más silenciosa del mundo. Entonces supondría que cuando el acto hubiese sido cometido, salir rápidamente por la ventana, vadear el foso, y escapar ileso. Eso es entendible. ¿Pero es entendible que iría con el arma más ruidosa que podría seleccionar, conociendo que despertaría a todos los habitantes de la casa y los llevaría al lugar tan rápido como puedan correr, y que hay toda probabilidad que sea visto antes de cruzar el agua? ¿Es esto creíble, Mr. Holmes?

—Bueno, pone el caso difícil —mi amigo manifestó pensativamente—. Ciertamente necesita una buena justificación. ¿Puedo preguntar, Mr. White Mason, si examinó el lado más alejado del foso para ver si hay algunos signos de que el hombre haya trepado desde el agua?

—No habían rastros, Mr. Holmes. Pero es un borde de piedra, y uno a duras penas los encontraría.

—¿Ninguna huella ni señal?

—Ninguna.

—¡Ha! ¿Habría alguna objeción, Mr. White Mason, en que vayamos a la casa de inmediato? Probablemente haya pequeños puntos que sean sugestivos.

—Se lo iba a proponer, Mr. Holmes; pero pensé que sería mejor ponerlo en contacto con todos los acontecimientos antes de irnos. Me pregunto si habrá algo que lo pudiese sorprender... —White Mason miró dudosamente al amateur.

—He trabajado con Mr. Holmes antes —explicó el inspector MacDonald—. Él está dentro del juego.

—Mi propia idea del juego, en cualquier forma —afirmó Holmes, con una sonrisa. Yo entro en un caso para ayudar a los fines de la justicia y el trabajo de la policía. Si yo me he separado de la fuerza oficial es porque ellos primero se separaron de mí. No deseo ganar a sus expensas. Al mismo tiempo, Mr. White Mason, reclamo el derecho a trabajar en mi propio estilo y dar mis resultados a su debido tiempo... completos más bien que por partes.

—Estoy seguro que nos hace un honor con su presencia y con mostrarle todo lo que sabemos —replicó White Mason cordialmente—. Venga por aquí, Dr. Watson, y cuando el tiempo venga esperaremos tener un lugar en su libro.

Anduvimos por la pintoresca calle de la villa con una fila de olmos descopados a cada lado. Más allá había dos antiguos pilares de piedra, pigmentados por el clima y cubiertos con líquenes, teniendo en sus cimas algo sin forma que alguna vez había sido el extravagante león de Capus de Birlstone. Una corta caminata por el tortuoso paseo con césped y robles a su derredor que uno sólo ve en la Inglaterra rural, un súbito giro, y la gran casa de principios de los tiempos jacobinos de negruzcos ladrillos color hígado apareció ante nosotros, con un jardín de modelo anticuado con tejos a cada lado. Cuando nos aproximábamos, vimos el puente levadizo de madera y el bonito ancho foso tan calmado y luminoso como mercurio entre los rayos fríos de invierno.

Tres siglos han corrido por la vieja Manor House, centurias de nacimientos y visitas, de bailes campestres y de reuniones de cazadores de zorros. ¡Extraño que ahora en su vieja edad este antiguo negocio haya cernido sus sombras en estas venerables paredes! Y aún así esos raros tejados encumbrados y aleros de gran decoro suspendidos por arriba eran una adecuada cubierta para una horrenda y terrible intriga. Mientras observaba las fijas ventanas y la larga extensión de la opaca fachada lamida por el agua, sentí que ninguna escena sería más accesible a una tragedia.

—Ésa es la ventana —indicó White Mason— la que está justo a la derecha del puente levadizo. Está abierta tal y como se encontró anoche.

—Se ve un poco estrecha para que un hombre pueda pasar.

—Bueno, no era un hombre gordo, entonces. No necesitamos sus deducciones, Mr. Holmes, para que nos diga eso. Pero usted o yo podríamos pasar por ahí sin problemas.

Holmes avanzó hacia el filo del foso y miró a través. Luego examinó la orilla de piedra y la sección de césped más allá de ésta.

—Le he dado una buena inspección, Mr. Holmes —alegó White Mason—. No hay nada allí, ningún signo de que alguien haya puesto los pies... ¿pero por qué debería dejar señales?

—Exacto. ¿Por qué debería? ¿Está el agua siempre túrbida?

—Generalmente tiene ese color. La corriente trae consigo arcilla.

—¿Cuán profundo es?

—Como de dos pies a los lados y tres en el centro.

—Por lo que podemos poner de lado la idea de que el hombre se halla ahogado al cruzar.

—No, un niño no se podría ahogar allí.

Transitamos a través del puente levadizo y fuimos recibidos por una amena, retorcida, enjuta persona, que era Ames, el despensero. El pobre viejo hombre estaba pálido del trastorno. El sargento del pueblo, una alta, formal y melancólica persona había pasado la vigilia en la habitación del destino. El doctor se había ido.

—¿Algo nuevo, sargento Wilson? —preguntó White Mason.

—No, señor.

—Ya se puede ir a su casa. Ha tenido suficiente. Le enviaremos por usted si le necesitamos. El mayordomo mejor será que espere afuera. Dígale que avise a Cecil Barker, Mrs. Douglas y el ama de llaves que probablemente necesitemos hablar con ellos un momento. Ahora, caballeros, quizás me permitirán darles mis puntos de vista que he construido, y luego opinarán por sí mismos.

Me impresionó, el especialista del campo. Tenía un sólido puño y un cerebro sereno, claro y con sentido común, que lo llevarán lejos en su profesión. Holmes lo escuchó con atención, sin ningún signo de impaciencia que el exponente oficial sí daba frecuentemente.

—¿Es suicidio, o es asesinato... ésa es nuestra primera pregunta, caballeros, no es así? Si fuera suicidio, entonces debemos pensar que este hombre comenzó con quitarse su anillo de bodas y escondiéndolo, descendió con su batín, puso barro en una esquina detrás de la cortina para dar la idea de que alguien lo había esperado, abrió la ventana, puso sangre en la...

—Podemos descartar eso —habló MacDonald.

—Eso es lo que pienso. El suicidio está fuera de toda cuestión. Entonces un asesinato ha sido perpetrado. Lo que tenemos que determinar es si fue cometido por alguien de fuera o dentro de la casa.

—Bueno, oigamos el argumento.

—Hay considerables dificultades en ambos caminos, y sin embargo uno u otro debe serlo. Supongamos que una persona o personas dentro de la casa realizaron el crimen. Llevaron a este hombre aquí cuando todos aún estaban quietos y nadie dormía. Luego hicieron el acto con la más extraña y ruidosa arma en el mundo, como para advertir a todos de lo que estaba pasando... un arma que nunca fue vista en la casa antes. Eso no se ve como un comienzo prometedor, ¿no es así?

—No, tiene razón.

—Bueno, todos están de acuerdo en que luego de que la alarma fuese dada sólo pasó un minuto para que toda la gente de la mansión, no Mr. Cecil Barker en solitario, aunque él afirma haber sido el primero, Ames y el resto estuvieran en el sitio. ¿Me dice que en ese tiempo el culpable hizo las pisadas en la esquina, abrió la ventana, marcó el umbral, sacó el anillo de bodas de su dedo, y todo lo demás? ¡Es imposible!

—Lo pone usted todo claramente —afirmó Holmes—. Me inclino a favor suyo.

—Bien, entonces, vamos a la teoría de que fue cometido por alguien de afuera. Aún nos enfrentamos a grandes dificultades; pero por ahora cesaron las imposibilidades. El hombre se metió a la casa entre las cuatro y media y las seis, esto es, entre el crepúsculo y el tiempo en que el puente fue elevado. Habían entrado algunas visitas, y la puerta estaba abierta; por lo que no había nada que se lo impidiera. Pudo haber sido un ladrón común, o pudo haber sido alguien con un resentimiento privado contra Mr. Douglas. Puesto que Mr. Douglas había pasado gran parte de su vida en América, y esta escopeta parece ser un instrumento americano, parecería que la del resentimiento privado es la más plausible teoría. Se deslizó dentro del cuarto porque fue el primero que vio, y se escondió tras las cortinas. Ahí permaneció hasta un poco después de las once de la noche. A ese tiempo Mr. Douglas entró en la habitación. Fue una corta entrevista, si hubo una entrevista con todo; pues Mrs. Douglas declara que su marido no se había alejado de ella más de unos cuantos minutos cuando oyó el disparo.

—La vela demuestra eso —declaró Holmes.

—Exacto. La vela, que era nueva, no se había consumido más de media pulgada. La debió poner en la mesa antes de ser atacado; de otra manera, por supuesto, se hubiera caído cuando él se derrumbó. Esto revela que no fue atacado en el instante que entró al cuarto. Cuando Mr. Barker llegó al aposento la vela estaba encendida y la lámpara apagada.

—Eso es suficientemente entendible.

—Bien, ahora, podemos reconstruir las cosas en esas líneas. Mr. Douglas entra al cuarto, coloca la vela en la mesa. Un hombre aparece de detrás de esa cortina. Está armado con una escopeta. Exige su anillo de compromiso... sólo el Cielo sabe por qué, pero así debió haber sido. Mr. Douglas se lo da. Luego a sangre fría o en un forcejeo, Douglas pudo haber cogido el martillo que fue hallado en el tapete, disparó a Douglas en esta horrible forma. Dejó su escopeta y también parecería que esta rara tarjeta: V. V. - 341, lo que sea que signifique, y escapó por la ventana y a través del foso en el momento en que Cecil Barker descubría el crimen. ¿Cómo está eso, Mr. Holmes?

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