El último argumento de los reyes (102 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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—¿Cómo de rápido cree que puede gastarse lo que le he pagado?

—Oh, se llevaría una sorpresa. En tiempos llegué a dilapidar diez fortunas, o más incluso. Estoy deseando volver a repetir la hazaña —Cosca se palmeó los muslos, se impulsó hacia arriba y se dirigió hacia la puerta haciendo eses. Antes de salir, se dio la vuelta e hizo un saludo muy alambicado—. No se olvide de llamarme cuando vaya a montar otra resistencia encarnizada.

—La primera carta que mande llevará su nombre.

—¡Bien... en tal caso... que le vaya bien! —Cosca se quitó su descomunal sombrero e hizo una reverencia. Luego, tras dirigirle una sonrisa de complicidad, cruzó el umbral y desapareció de su vista.

Glokta había trasladado el despacho del Archilector a un amplio salón ubicado en la planta baja del Pabellón de los Interrogatorios.
Más cerca del lugar donde se encuentra el verdadero objetivo de la Inquisición: los presos. Más cerca de las preguntas y de las respuestas. Más cerca de la verdad. Aunque el factor decisivo, por supuesto, es la ausencia de escaleras
.

Los ventanales daban a unos jardines muy bien cuidados y a través del cristal llegaba el leve chapoteo de una fuente. Pero la sala en sí estaba desprovista de toda la desagradable parafernalia que suele acompañar al poder. Las paredes lucían un sencillo revestimiento blanco y el mobiliario era austero y funcional.
Ha sido la piedra de afilar de la incomodidad la que me ha permitido mantener la agudeza mental durante todo este tiempo. El simple hecho de que me haya quedado sin enemigos no es motivo para dejar que el filo se ponga romo. Además, no tardarán en aparecer nuevos enemigos
.

Había unas cuantas estanterías de gruesa madera oscura y varias mesas con encimeras de cuero que ya estaban repletas de montones de papeles que requerían su atención. Aparte de la gran mesa redonda con el mapa de la Unión, con el par de manchitas que habían dejado unas uñas ensangrentadas, sólo había otra pieza del mobiliario de Sult que Glokta se había llevado consigo al piso de abajo. Desde el cuadro que había encima de la sencilla chimenea, la renegrida figura calva del viejo Zoller dominaba la sala con su mirada torva.
Una figura con un sorprendente parecido con la de cierto Mago que conocí en tiempos. Después de todo, conviene tener una perspectiva apropiada de las cosas. No hay ningún hombre que no tenga que rendirle cuentas a alguien
.

Llamaron a la puerta, y el secretario de Glokta asomó la cabeza.

—Los Lores Mariscales ya están aquí, Archilector.

—Hágales pasar.

A veces, cuando dos viejos amigos vuelven a encontrarse al cabo de muchos años, al instante todo vuelve a ser igual que como era antes. La amistad permanece intacta y se reanuda como si no hubiera habido interrupción alguna.
A veces, pero no en esta ocasión
. Collem West estaba casi irreconocible. El pelo se le había caído dejándole la cabeza sembrada de horribles calvas. Tenía la cara chupada y la tez de un leve tono amarillento. El uniforme, que tenía el cuello manchado, colgaba suelto de sus esqueléticos hombros. Entró en la sala arrastrando los pies, doblado como si fuera un anciano y apoyándose con fuerza en un bastón. Parecía un cadáver andante.

Glokta, por supuesto, se esperaba algo así después de lo que le había ido contando Ardee. Pero el terrible asombro, la profunda decepción y el horror que sintió al verle le pilló por sorpresa.
Como regresar a uno de los lugares predilectos de tu infancia y encontrarlo en ruinas. Muertes. Ocurren todos los días. ¿Cuántas vidas he destrozado con mis propias manos? ¿Por qué me cuesta tanto aceptar ésta?
Pero así era. Se encontró a sí mismo revolviéndose en la silla para levantarse mientras hacía ademán de adelantarse para tratar de ayudarle.

—Eminencia —la voz de West sonaba tan frágil y quebrada como un cristal roto. Luego hizo un tímido intento de esbozar una sonrisa—. Bueno, supongo que más bien debería llamarte... hermano.

—West... Collem... me alegró mucho de verte.
Me alegro y me horrorizo a la vez
.

Un grupo de oficiales entró detrás de West.
Al extremadamente competente teniente Jalenhorm le recuerdo, desde luego, aunque ya veo que ahora es comandante. Y a Brint también, convertido ahora en capitán gracias al fulgurante ascenso de su amigo. El Mariscal Kroy nos es bien conocido y apreciado dada su presencia en el Consejo Cerrado. Felicidades, caballeros, por sus respectivos ascensos
. Pero había un hombre más al final del grupo. Un tipo enjuto con unas espantosas quemaduras en la cara.
Bueno, no creo que exista en el mundo una persona menos propensa que yo a ponerle reparos a un rostro repulsivamente desfigurado
. Todos miraban con cara de preocupación a West, como si estuvieran listos a abalanzarse sobre él al más mínimo signo de que pudiera desplomarse. Pero no fue así: rodeó la mesa arrastrando los pies y se acomodó temblando en una de las sillas.

—Debería haber sido yo el que fuera a verte.
Debería haber ido a verte mucho antes
.

West hizo un nuevo intento de sonreír, con un resultado aún más enfermizo que el anterior. Glokta advirtió que le faltaban varios dientes.

—Tonterías. Ya sé lo ocupado que estás ahora. Y además hoy me encuentro mucho mejor.

—Bien, bien. Eso está... muy bien ¿Quieres que pida que te traigan algo?
¿Acaso hay algo que pudiera ayudarles?
Lo que sea.

West negó con la cabeza.

—No, de verdad. A estos caballeros creo que ya los conoces, ¿no? Bueno, excepto al sargento Pike —el hombre de la cara quemada le saludó con la cabeza.

—Encantado.
De conocer a alguien aún más mermado que yo, siempre
.

—Mi hermana... me ha comunicado la buena nueva.

Glokta hizo una mueca de dolor y fue incapaz de mirar a los ojos a su viejo amigo.

—Sé que debería haber solicitado tu aprobación. Y sin duda lo hubiera hecho, si hubiera habido tiempo para ello.

—Lo entiendo —West le miraba con los ojos brillantes—. Ardee me lo ha explicado todo. Es un alivio saber que al menos estará bien cuidada.

—Puedes estar seguro de ello. Yo me ocuparé de que sea así. Jamás volverán a hacerla daño.

El rostro demacrado de West se contrajo levemente.

—Bien. Bien —y se frotó una mejilla. Tenía las uñas negras, con manchas de sangre seca en los bordes, como si estuvieran a punto de desprenderse—. Siempre hay que pagar un precio por las cosas que hacemos, ¿eh, Sand?

Glokta se dio cuenta de que le palpitaba el ojo.

—Eso parece.

—He perdido varios dientes.

—Ya veo. Y, créeme, sé lo que es eso. La sopa te resultará muy...
Muy repugnante
.

—Casi no puedo... andar.

—También sé lo que es eso. Tu bastón se convertirá en tu mejor amigo.
Y creo que muy pronto será el único que a mí me quede
.

West sacudió despacio su maltrecha cabeza.

—¿Cómo consigues soportarlo?

—Paso a paso, mi querido amigo. Mantente alejado de las escaleras, siempre que puedas, y jamás te mires al espejo —Sabios consejos —West tosió. Una tos resonante que parecía provenir de debajo de las costillas—. Me parece que ya no me queda mucho.

—¡No digas tonterías! —Glokta estiró un momento la mano, como si fuera a apoyarla en los hombros consumidos de West, como si quisiera procurarle un mínimo consuelo. Pero, casi de inmediato, la retiró con un gesto torpe.
No está hecha para esa tarea
.

West se pasó la lengua por sus encías desnudas.

—Al final es así como nos vamos la mayoría de nosotros, ¿verdad? Nada de cargas finales. Nada de momentos de gloria. Simplemente... nos vamos desmoronando poco a poco.

Glokta hubiera querido hacer algún tipo de comentario optimista.
Pero esas sandeces son para otras bocas, no para la mía. Bocas más jóvenes y más bonitas que tal vez conserven todos los dientes
.

—En cierta manera, los que mueren en el campo de batalla forman parte de una minoría privilegiada. Siempre serán jóvenes. Siempre estarán rodeados de un halo de gloria.

West asintió moviendo despacio la cabeza.

—Brindo por esa minoría privilegiada... —revolvió los ojos, se bamboleó y cayó de lado. Jalenhorm fue el primero en saltar adelante y consiguió cogerle antes de que cayera al suelo. West se quedó colgando entre los brazos del grandullón y arrojó por la boca un largo hilo de bilis que chorreó hasta el suelo.

—¡A palacio! —exclamó Kroy—. ¡De inmediato!

Brint se apresuró a abrir las puertas mientras Jalenhorm y Kroy colocaban los brazos de West alrededor de sus hombros y se lo llevaban, arrastrando los zapatos por el suelo y con la cabeza pinta colgando a un lado. Mientras salían, Glokta los miraba paralizado y con la boca entreabierta como si fuera a decir algo. Como si quisiera desear buena suerte a su amigo, o buena salud, o que tuviera una buena tarde.
Aunque ninguna de esas cosas parece muy adecuada en estas circunstancias
.

Las puertas se cerraron con un traqueteo y Glokta se las quedó mirando. Le tembló un párpado y notó un poco de humedad en la mejilla.
No son lágrimas de compasión, desde luego. Ni de pesar. No siento nada, no temo nada, nada me importa. Me amputaron las partes de mi persona que podían sentir eso en las mazmorras del Emperador. Esto no puede ser más que agua salada, sólo eso. Un mero reflejo de un rostro mutilado. Adiós, hermano. Adiós, mi único amigo. Y adiós también al fantasma de Sand dan Glokta. Nada queda ya de él. Tanto mejor, desde luego. Un hombre en mi posición no puede permitirse ciertos lujos
.

Respiró hondo y se secó la cara con el dorso de la mano. Luego renqueó hasta la mesa, tomó asiento y trató de recobrar la compostura, con la inesperada ayuda de un súbito calambre de su pie mutilado. Finalmente, concentró su atención en los documentos que tenía delante.
Pliegos de confesiones, asuntos pendientes... la tediosa tarea de gobernar...

De pronto, alzó la vista. Una figura se acababa de separar de la sombra que proyectaba una de las grandes estanterías y avanzaba hacia él con los brazos cruzados. El tipo de la cara quemada que había venido con los oficiales. La salida había sido tan precipitada que no se había dado cuenta de que se había quedado atrás.

—¿Quiere algo, sargento Pike? —murmuró Glokta frunciendo el ceño.

—Ese no es más que el nombre que he adoptado.

—¿Adoptado?

La cara calcinada se contrajo formando una caricatura de sonrisa.
Más horrenda aún que la mía, si tal cosa es posible
.

—No me sorprende que no me reconozcas. Ocurrió durante la primera semana de mi estancia; un accidente en la forja. Los accidentes son cosa frecuente en Angland.
¿Angland? Esa voz... hay algo en esa voz que..
. ¿Todavía no? ¿Quizá si me acerco un poco más?

De improviso, cruzó la habitación como una centella y antes de que Glokta tuviera tiempo de salir de la silla, el hombre saltó sobre su mesa. Ambos se precipitaron al suelo en medio de una nube de papeles. Glokta cayó debajo, se golpeó la nuca contra las losas del suelo y exhaló un prolongado resuello al vaciársele de aire los pulmones.

Un instante después sentía un roce metálico en la garganta. Tenía la cara de Pike casi pegada a la suya y podía ver con todo detalle el repulsivo amasijo de sus quemaduras.

—¿A lo mejor ahora? —bufó Pike—. ¿No te resulto familiar?

El ojo izquierdo de Glokta empezó a palpitar: sí, ahora le reconocía, y la sensación fue como si acabara de ser barrido por una ola de agua helada.
Está cambiado desde luego. Totalmente cambiado. Pero aun así le reconozco
.

—Rews —resolló.

—Ni más ni menos —Rews escupió cada palabra con macabra satisfacción.

—Has sobrevivido. ¡Has sobrevivido! —susurró, la primera vez con asombro, la segunda, con un tono divertido, como si el asunto le hiciera mucha gracia—. ¡Eres un tipo mucho más duro de lo que yo creía! ¡Muchísimo más! —se puso a reír y las lágrimas volvieron a correr por su mejilla.

—¿Qué tiene de gracioso?

—¡Todo! ¡No me digas que no le ves la ironía! ¡He logrado vencer a enemigos enormemente poderosos y ahora resulta que quien me tiene con el cuchillo al cuello no es otro que Salem Rews! Siempre es la hoja que menos te esperas la que te da el corte más profundo, ¿eh, Rews?

—No habrá ningún corte más profundo que el que yo te voy a dar.

—Pues corta ya de una vez, hombre. Estoy listo —Glokta inclinó la cabeza hacia atrás y estiró el cuello hasta apretarlo contra la fría hoja de metal—. Hace muchísimo tiempo que estoy listo.

El puño de Rews giró sobre la empuñadura del cuchillo. Su rostro abrasado tembló y sus ojos se entornaron hasta quedar reducidos a dos ranuras luminosas encerradas en unas cuencas rosáceas.
Ahora
.

Sus labios jaspeados dejaron al descubierto sus dientes. Los tendones del cuello se tensaron mientras se preparaba para soltar la cuchillada.

El aliento de Glokta entraba y salía emitiendo un silbido y la garganta le cosquilleaba anticipando el momento que estaba a punto de llegar.
Ahora, por fin. Ahora....

Pero el brazo de Rews no se movió.

—Y, a pesar de todo, dudas —susurró Glokta a través de sus encías desnudas—. No por compasión, desde luego. Ni tampoco por debilidad. Esas son cosas que te extirparon en Angland, ¿verdad Rews? Lo que te detiene es que ahora te das cuenta de que durante todo el tiempo en que estuviste soñando con matarme jamás se te ocurrió pensar en lo que pasaría después. ¿De qué te habrá servido todo tu aguante, toda tu astucia, todos tus esfuerzos? ¿Te darán caza? ¿Te volverán a enviar allí? Yo te puedo ofrecer algo mucho mejor.

El ceño derretido de Rews se acentuó.

—¿Qué vas a poder ofrecerme tú, después de lo que me hiciste?

—Oh, eso no es nada. Todas las mañanas a la hora de levantarme sufro el doble que tú y me siento diez veces más humillado. Un hombre como tú podría serle muy útil a alguien como yo. Un hombre... que ha demostrado ser tan duro. Un hombre que lo ha perdido todo, incluyendo cualquier escrúpulo, cualquier atisbo de piedad o de miedo. Los dos lo hemos perdido todo. Y los dos hemos sobrevivido. Yo te comprendo, Rews, te comprendo como nunca te comprenderá nadie.

—Ahora me llamo Pike.

—Claro. Déjame que me levante, Pike.

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