El último argumento de los reyes (101 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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—Por favor, yo no pretendía amenazarle. Jamás se me ocurriría...

—Eso no me vale, Lord Hoff. Simplemente no me vale. Como se ejerza sobre ellos la más mínima violencia... mire, no le deseo ni tan siquiera que se imagine el horror inhumano que tendría mi reacción —se acercó aún más y su saliva formó una suerte de neblina en torno a la papada de Lord Hoff—. No quiero volverle a oír
hablar
de ese asunto. Nunca más. No... quedaría muy bien... que un saco de carne sin ojos, sin lengua, sin cara y sin polla ocupara un asiento en el Consejo Cerrado —y se apartó obsequiándole con la más repulsiva de sus sonrisas—. Piénselo un poco, Lord Chambelán, ¿quién se bebería el vino si no?

Hacía un hermoso día de otoño en Adua y el sol lucía placenteramente entre las fragantes ramas de los árboles frutales, proyectando un entramado de sombras en la hierba del suelo. La placentera brisa que revoloteaba por los jardines mecía el manto púrpura del rey mientras caminaba con paso majestuoso, así como la toga blanca de su Archilector, que renqueaba con obstinación a una respetuosa distancia inclinado sobre su bastón. Los pájaros gorjeaban en los árboles y las relucientes botas de Su Majestad arrancaban a la gravilla del sendero unos crujidos que los muros de los blancos edificios de palacio devolvían en forma de agradables ecos.

Desde el otro lado de los altos muros llegaba el tenue sonido de unas obras lejanas. El repiqueteo de picos y martillos, el ruido de la tierra removida, el traqueteo de las piedras, los gritos apagados de carpinteros y albañiles. Esos eran los sonidos que más regalaban los oídos de Jezal. Los sonidos de la reconstrucción.

—Llevará su tiempo, por supuesto —estaba diciendo.

—Por supuesto.

—Varios años, quizá. Pero buena parte de los escombros ya han sido retirados. Y ya han empezado a rehabilitarse algunos de los edificios menos dañados. En un dos por tres tendremos un Agriont más esplendoroso aún de lo que era antes. Lo he convertido en mi máxima prioridad.

Glokta inclinó aún más la cabeza.

—Y en la mía, por tanto. Así como en la de vuestro Consejo Cerrado. ¿Me permitís que os pregunte —añadió en un murmullo— por la salud de vuestra esposa, la Reina?

Jezal revolvió la saliva en el interior de su boca. No le gustaba hablar de sus asuntos personales, y menos aún con aquel hombre; sin embargo, no podía negar que, fuera lo que fuera lo que había dicho aquel maldito tullido, su intervención había tenido como resultado una mejora espectacular de la situación.

—Ha experimentado un cambio sustancial —Jezal sacudió la cabeza—. Ha resultado ser una mujer de una sensualidad... insaciable.

—Me alegro mucho de que mis súplicas hayan surtido efecto.

—Oh, desde luego que sí. Sólo que aún percibo en ella una especie de... —Jezal agitó una mano, como tratando de dar con la palabra exacta— ...tristeza. A veces, de noche... la oigo llorar. Se acerca a la ventana, la abre y se queda ahí llorando varias horas seguidas.

—¿Llorando, Majestad? Quizá no sea más que añoranza. Siempre he sospechado que era una criatura mucho más dulce de lo que aparentaba.

—¡Vaya si lo es! Una mujer extremadamente dulce —Jezal se quedó pensativo durante unos instantes—. Sabe una cosa, creo que tiene razón. Añoranza, seguro que es eso —un plan empezó a cobrar forma en su mente—. ¿Y si rediseñáramos los jardines de palacio para que recordaran un poco a Talins? ¡Podríamos modificar el curso del arroyo y hacer que pareciera un canal, por ejemplo!

Glokta le dirigió una de sus sonrisas desdentadas.

—Sublime idea, Majestad. Hablaré con el Jardinero Real. Y quizá tampoco sería mala idea que volviera a mantener una breve conversación con Su Majestad la Reina para ver si puedo contener su llanto.

—Le quedaré muy agradecido por cualquier cosa que pueda hacer. Y, dígame, ¿qué tal está su mujer? —le preguntó por encima del hombro, con la intención de cambiar de tema, pero dándose cuenta al instante de que se había metido en un charco aún peor.

Pero Glokta se limitó a mostrarle de nuevo su sonrisa hueca.

—Es un gran consuelo para mí, Majestad. No consigo explicarme cómo podía vivir cuando no la tenía a ella.

Durante un rato siguieron andando sumidos en un silencio embarazoso hasta que de pronto Jezal carraspeó.

—Le he estado dando vueltas a aquel plan mío, Glokta. Ya sabe, lo de gravar con un impuesto a la banca. De esa forma tal vez se podría costear la construcción de un nuevo hospital en la zona de los muelles. Para los que no pueden permitirse pagar los honorarios de un médico. El pueblo llano ha sido muy generoso con mi persona. Me ha ayudado a alcanzar el poder y ha realizado grandes sacrificios en mi nombre. Un gobierno debe beneficiar al conjunto del pueblo, ¿no cree? Cuanto más mísera y más baja sea la condición de un hombre, mayor es su necesidad de contar con nuestra ayuda. La riqueza de un rey ha de medirse en relación con la pobreza del más paupérrimo de sus súbitos, ¿no le parece? ¿Querrá pedirle al Juez Supremo que redacte el proyecto? Poca cosa, en un primer momento; luego iremos un poco más lejos. Una vivienda gratuita para los que se han quedado sin hogar no sería mala idea. Debemos considerar...

—Majestad, he estado hablando del tema con nuestro común amigo.

Jezal se paró en seco y sintió que un escalofrío le subía por el espinazo.

—¿Ah, sí?

—Me temo que es mi obligación —el tono del tullido era el de un sirviente, pero sus ojos rehundidos no se apartaban de los de Jezal ni un solo momento—. A nuestro amigo... no le entusiasma la idea.

—¿Quién gobierna la Unión, él o yo? —Pero ambos sabían muy bien la respuesta.

—Vos sois el Rey, por supuesto.

—Por supuesto.

—Lo cual no quita para que... no queramos defraudar a nuestro común amigo —Glokta cojeó para aproximarse a él un paso más y su ojo izquierdo palpitó de forma repulsiva—. Ninguno de los dos, estoy convencido de ello, desea hacer nada que pueda animarle.. . a visitar Adua.

Jezal sintió de pronto que le flojeaban las rodillas. El recuerdo del insoportable dolor que había experimentado hizo que se le revolvieran las tripas.

—No —graznó—. Por supuesto que no.

La voz del tullido quedó reducida a un levísimo susurro.

—Tal vez, con el tiempo, puedan encontrarse fondos para algún pequeño proyecto. A fin de cuentas, nuestro amigo tampoco puede verlo todo, y lo que no alcance a ver no causará ningún perjuicio. Estoy seguro de que Su Majestad y yo, sin hacer ruido... podremos realizar algún bien. Pero aún no.

—No, claro. Tiene razón, Glokta. Tiene usted una aguda sensibilidad para estas cosas. No haga nada que pueda enojarle en lo más mínimo. Y, por favor, informe a nuestro amigo que sus opiniones siempre serán tenidas en cuenta por encima de las de cualquier otro. Haga saber a nuestro buen amigo que puede confiar en mí. ¿Hará el favor de decírselo?

—Descuide, Majestad. Estoy seguro de que le encantará oírlo.

—Bien —murmuró Jezal—. Bien —se había levantado una brisa gélida, así que se volvió hacia el palacio y se abrigó un poco más con el manto. Al final, el día no había resultado ser tan bueno como él había esperado.

Cabos sueltos

Una mugrienta caja blanca con dos puertas, una enfrente de la otra. El techo era demasiado bajo para resultar cómodo y la habitación estaba excesivamente iluminada por el resplandor de los faroles. Una humedad que arrancaba de uno de los rincones había reventado el enlucido, dejándolo salpicado de ampollas cubiertas de moho negro. Alguien parecía haber tratado de limpiar una gran mancha de sangre que había en una de las paredes, aunque sin poner demasiado empeño en ello.

Pegados a la pared había dos enormes Practicantes con los brazos cruzados. En uno de los lados de una mesa atornillada al suelo había una silla vacía. La del otro lado la ocupaba Carlot dan Eider.
La historia se mueve en círculos, dicen. Qué distintas son las cosas. Y, a la vez, qué parecidas
. La angustia teñía de palidez el rostro de la mujer y la falta de sueño le había dibujado unas pronunciadas ojeras, pero aun así seguía estando hermosa.
Más que nunca, en cierta manera. La belleza de la llama de una vela que ya casi se ha apagado. Una vez más
.

Glokta oía su respiración agitada mientras tomaba asiento en la silla libre, apoyaba su bastón contra la superficie rayada de la mesa y luego miraba a Eider con el ceño fruncido.

—Todavía me estoy preguntando si no recibiré un día de estos esa carta de la que me habló. Ya sabe a cuál me refiero. La carta que Sult tenía que leer. La carta en la que se narraba el pequeño desliz que cometí al compadecerme de usted. Esa que había puesto a buen recaudo para asegurarse de que llegara a manos del Archilector si usted fallecía. ¿Cree usted que aparecerá un día sobre mi mesa? ¿Qué ironía, eh?

Hubo un instante de silencio.

—Soy consciente de que cometí un grave error al regresar.
Y un error aún mayor cuando no se volvió a ir lo suficientemente rápido
. Le pido perdón por ello. Sólo quería prevenirle del ataque de los gurkos. Espero que en su corazón siga habiendo margen para la compasión...

—¿Esperaba que me mostrara compasivo la primera vez?

—No —susurró ella.

—Entonces, ¿qué posibilidades cree usted que hay de que cometa el mismo error por segunda vez? Le dije que no volviera nunca. Nunca jamás —hizo una seña con la mano a uno de los monstruosos Practicantes y éste dio un paso adelante y abrió la tapa de la caja.

—No... no —sus ojos lanzaron una mirada a los instrumentos y luego volvieron a mirar a Glokta—. Usted gana. Usted gana, por supuesto. Debería haberme mostrado más agradecida la primera vez. Se lo ruego, por favor —se inclinó hacia delante y le miró a los ojos. El tono de su voz era ahora más bajo y más ronco—. Por favor. Seguro que hay algo... algo que yo pueda hacer por usted... para compensar mi estupidez.

Una muy peculiar mezcla de deseo fingido y genuina aversión. Una mezcla que contribuye a hacer todavía más repelente ese tono de creciente terror. Empiezo a preguntarme por qué me compadecí la primera vez.

Glokta soltó un resoplido.

—¿No es suficiente con el dolor? ¿Qué necesidad hay de hacer de esto también una experiencia bochornosa?

El intento de seducción se esfumó al instante.
El miedo, en cambio, parece no haberse ido a ninguna parte
. Ahora se le había añadido un deje palpable de desesperación.

—Sé que cometí un error... pero sólo trataba de ayudarle... se lo ruego, por favor. No pensaba causarle ningún mal... ¡No se lo causé, lo sabe! —Glokta estiró lentamente un brazo en dirección a la caja y se fijó en la mirada de terror con que los ojos de la mujer seguían el movimiento de su guante blanco. La voz de Eider se tiñó de auténtico pánico—. ¡Dígame lo que puedo hacer! ¡Puedo ayudarle! ¡Puedo serle útil! ¡Sólo dígamelo y lo haré!

La mano de Glokta interrumpió su implacable viaje por la mesa y sus dedos se pusieron a tamborilear sobre la madera. El dedo donde lleva el anillo de Archilector destellaba iluminado por la luz de los faroles.

—Tal vez haya algo.

—Haré lo que sea —borboteó mirándole con los ojos húmedos—. ¡Lo que sea, basta con que lo diga!

—¿Tiene contactos en Talins?

Eider tragó saliva.

—¿En Talins? Sí... desde luego.

—Bien. Algunos de mis colegas del Consejo Cerrado y yo andamos algo preocupados por el papel que el Gran Duque Orso pretende desempeñar en la política de la Unión. Tenemos el convencimiento, el firme convencimiento, de que debería seguir dedicándose a avasallar a los estirios en vez de meter las narices en nuestros asuntos —hizo una pausa enfática.

—Qué puedo hacer yo para...

—Marchará a Talins. Será mis ojos en la ciudad. Una traidora que huye de su ciudad, sola y sin amigos, y que lo único que busca es un lugar en donde empezar de nuevo. Una mujer hermosa, aunque muy desdichada, que necesita desesperadamente un poderoso brazo que la proteja. Coge la idea, ¿no?

—Supongo... supongo que podría hacerlo.

Glokta resopló con desdén.

—Más le vale.

—Necesitaré dinero.

—Sus bienes han sido incautados por la Inquisición.

—¿Todos?

—Tal vez haya advertido que hay mucho que reconstruir por aquí. El Rey necesita todos los marcos a los que les pueda echar el guante. En tiempos como estos no es costumbre permitir que los traidores confesos conserven sus bienes. Cuando llegue, póngase en contacto con la banca Valint y Balk. Le concederán un préstamo para que pueda ir tirando.

—¿Valint y Balk? —Eider parecía aún más asustada que antes, si es que eso era posible—. Preferiría estar en deuda con cualquiera antes que con ellos.

—Conozco ese sentimiento. Pero es eso o nada.

—Cómo conseguiré...

—¿Una mujer con tantos recursos como usted? Estoy seguro de que ya encontrará la manera —hizo un gesto de dolor y se levantó de la silla—. Quiero que me inunde de cartas. Quiero saber qué ocurre en la ciudad. Qué trama Orso. Con quién entra en guerra y con quién hace las paces. Quiénes son sus aliados y quiénes son sus enemigos. Partirá con la próxima marea —al llegar a la puerta se volvió un instante—. La estaré vigilando.

Ella asintió sin decir palabra y se limpió aliviada las lágrimas con el dorso de su mano temblorosa.
Primero nos lo hacen a nosotros, luego nosotros se lo hacemos a los demás y finalmente ordenamos a otros que lo hagan. Así es como funcionan las cosas
.

—¿Siempre empieza a emborracharse a estas horas de la mañana?

—Su Eminencia hiere mi orgullo —Nicomo Cosca sonrió de oreja a oreja—. A estas horas de la mañana lo normal sería que ya llevara varias horas borracho.

Ja. Bueno, cada uno tiene su particular forma de sobrellevar el día.

—Quisiera darle las gracias por su ayuda.

El estirio hizo un aparatoso gesto con la mano. Una mano, advirtió Glokta, repleta de centelleantes y gruesos anillos.

—Al infierno los agradecimientos. Con su dinero me basta.

—Y, por lo que veo, ha hecho buen uso de él. Espero que permanezca un tiempo más en la ciudad gozando de la hospitalidad de la Unión.

—¿Sabe qué? Creo que lo haré —el mercenario se rascó pensativamente el sarpullido del cuello y dejó en su piel pelada la marca roja de sus uñas—. Al menos hasta que se me acabe el oro.

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