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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (42 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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El portero sacudió la cabeza.

—No lo sé, señor. Pero hay un heraldo con ellos, y todo un séquito…

Keridil lanzó un juramento. Ya tenía bastantes preocupaciones para que unos desconocidos viniesen a buscar refugio del Warp en el último momento, pero no podía dejarles fuera, expuestos al horror que se acercaba. Giró sobre sus talones y gritó a un criado que estaba levantando las contraventanas del salón:

—¡Deja eso! Busca a Fin Tyvan Brualláy dile que vaya a las caballerizas para recibir nuevos caballos. —Y al portero— : ¿Crees que llegarás a tiempo de hacerles pasar?

El hombre miró el cielo amenazador.

—Creo que sí, señor, si no tropiezan en el Laberinto.

—Esperemos que conozcan el lugar. ¡Date prisa!

El hombre salió corriendo y Keridil le siguió, dominando su miedo de salir al exterior y ver el Warp en toda su furia. Al acercarse a la entrada, pudo oír la nota aguda y estridente que acompañaba a la tormenta, como de almas condenadas aullando en su agonía, y se estremeció y respiró hondo, antes de aventurarse en la escalinata.

Las puertas del Castillo se estaban ya abriendo, girando sobre sus goznes con lo que a Keridil le pareció una angustiosa lentitud. En lo alto, el cielo estaba turbulento y proyectaba sus rabiosos colores sobre las paredes y las losas, manchando la piel de Keridil de manera que él y los que le habían seguido parecían fantásticas apariciones. El Warp caería sobre ellos dentro de dos o tres minutos, y aunque estaban en el Castillo bastante seguros ningún razonamiento humano podía vencer el puro terror animal de tener que soportar una de aquellas tormentas sobrenaturales.

Las puertas se habían abierto ahora de par en par y Keridil pudo ver el grupo que se acercaba.

Este había cruzado el puente que unía la Península al Continente, pero era difícil dominar los caballos, que se encabritaban y corcoveaban al tratar sus jinetes de guiarles a través de la mancha de césped más oscuro que señalaba el Laberinto. Pero al fin el primer caballo lo cruzó y los otros le siguieron, espoleados en un galope desesperado, repicando sus cascos bajo el gran arco en el patio siete hombres… y tres mujeres. A Keridil se le encogió el corazón al reconocer al alto y ligeramente encorvado personaje que desmontó del sudoroso caballo castrado gris, mientras dos Iniciados se apresuraban a ayudarle. Era Gant Ambaril Rannak, Margrave de la provincia de Shu…, el padre de Drachea.

Keridil bajó la escalinata, olvidando momentáneamente el Warp en vista de esta inesperada e inoportuna llegada. Pero antes de que hubiera bajado la mitad de los peldaños, un revuelo en las caballerizas le obligó a volverse. Alguien gritaba, sus bramidos eran audibles sobre el insensato aullido de la tormenta… y el estridente chillido de protesta de una mujer.

—¡Sumo Iniciado! —La voz estentórea de Fin Tyvan Bruall, caballerizo mayor, sonaba triunfal mientras arrastraba hacia la escalinata, con la ayuda de uno de los mozos, una figura encapuchada que se debatía—.¡Hemos pillado a la pequeña asesina! ¡La hemos pillado!

Un rugido del cielo, como si el Warp respondiese al anuncio de Fin con una furiosa protesta propia, sofocó todos los demás ruidos, y Keridil agitó los brazos en un ademán apremiante hacia la puerta principal.

—¡Haced que entre toda esa gente! ¡La tormenta está a punto de estallar!

La Margravina y sus dos doncellas chillaban aterrorizadas y sus compañeros varones no mostraban un talante mucho más sereno. Subieron los peldaños tropezando, mientras varios Iniciados dominaban su miedo para encargarse de los caballos enloquecidos, y Fin y el mozo arrastraban a su cautiva hacia Keridil. El Sumo Iniciado miró la ropa manchada de sangre de Cyllan y su cara blanca como el almidón, grotescamente deformada por el arremolinado espectro que se reflejaba desde el cielo; vio que su boca se torcía en un gruñido, aunque no pudo oír la maldición que le lanzaba. Un instante después, el cielo se volvió azul-negro, como una monstruosa moradura, y un relámpago rojo cruzó el cielo mientras los aullidos de la tormenta iban en terrible crescendo.

—¡Refugiaos!

El grito de Keridil se perdió en la cacofonía de los aullidos del feroz viento del Norte y de los truenos del Warp sobre su cabeza. Fin conservó la serenidad suficiente para aferrarse a Cyllan y arrastrarla sobre la escalera, dándole un fuerte puñetazo cuando ella empezó de nuevo a debatirse. Keridil se volvió, echó a andar delante de ellos… y se detuvo en seco.

La voz del Warp retumbaba en sus oídos, el cielo enloquecido ocultaba el sol naciente y sumía el patio en una oscuridad caótica. Pero las rabiosas franjas de color que precedían a la tormenta proyectaban luz suficiente para que pudiese ver la alta y misteriosa figura que le cerraba el camino hacia la puerta. Una maraña de cabellos negros se agitaba bajo el vendaval, y la cara, iluminada por una violenta explosión de verde y carmesí, era demoníaca. El espantoso recuerdo de Yandros, Señor del Caos, acudió súbitamente al cerebro de Keridil; esta aparición era el moreno hermano gemelo del Señor del Caos, y una terrible premonición de su propio destino le inmovilizó.

Pero si él estaba paralizado, no así Cyllan, que redobló sus esfuerzos para librarse de las garras de Fin, y su voz fue más fuerte que la del Warp al gritar:

—¡Tarod!

Su grito rompió el hechizo que mantenía inmóvil a Keridil. Este saltó atrás, bajó corriendo la escalinata donde se debatía Cyllan y desenvainó su espada. Tarod corrió tras él, pero frenó su impulso cuando Keridil se detuvo a un paso de Cyllan, cuyos brazos habían sido atenazados por el caballerizo mayor, y apuntó a su corazón con la punta de la espada. El Sumo Iniciado estaba loco de miedo a la tormenta y de furia por este enfrentamiento; Tarod comprendió que, si hacía un solo movimiento imprudente, Keridil atravesaría a Cyllan.

Los otros Iniciados que estaban en el patio se habían dado cuenta de lo que pasaba y, dejando que uno de ellos cuidase de los espantados caballos del Margrave lo mejor que pudiese, fueron corriendo en ayuda de Keridil. Iban todos armados y Cyllan temió que, sin la piedra, Tarod no pudiese vencerles. Tenía que llegar hasta él; tenía que hacerlo, costara lo que costase…

Keridil fue pillado completamente por sorpresa cuando Cyllan, con una violencia fruto de la desesperación, le lanzó una furiosa patada que le alcanzó en mitad del abdomen. Cayó al suelo y soltó la espada, y Cyllan se retorció para morder la mano de Fin Tyvan Bruall con toda su fuerza. El caballerizo mayor gritó y ella dio otra patada, esta vez hacia atrás, y se soltó. Su impulso hizo que bajase los peldaños tambaleándose, pero se volvió con la misma agilidad que un gato cuando vio que Tarod iba a su encuentro…

Tres Iniciados le cerraron el camino, mientras otros dos corrían hacia ella desde atrás. Cyllan gruñó como un animal, vio que Tarod luchaba con el primero de los tres atacantes y se dio cuenta de que la trampa se estaba cerrando a su alrededor. Por encima de los aullidos del Warp, oyó su voz que le decía:

—Cyllan, ¡corre! ¡Corre, aléjate de ellos!

El Sumo Iniciado se había puesto en pie y avanzaba… Cyllan se volvió y echó a correr, estorbada por la falda y casi cayendo al llegar al pie de la escalinata. Y, de pronto, se encontró en medio de un grupo de caballos aterrorizados, la mitad de los cuales corrían en libertad mientras el joven Iniciado se esforzaba en mantener a los otros bajo control. Una alta forma gris se interpuso en su camino; Cyllan chocó contra el caballo del Margrave y, en un movimiento reflejo, se agarró a un estribo para no caer.

—¡Detenedla! —oyó que gritaba Keridil detrás de ella, y el caballo relinchó con fuerza.

Cyllan no se detuvo a pensar; alargó una mano, se agarró a la crin y saltó. Cayó a medias sobre el cuello del animal y se agarró frenéticamente al pomo de la silla, sosteniéndose peligrosamente al encabritarse la bestia en aterrorizada protesta.

—¡Tarod! —Su grito se perdió en la cacofonía del cielo—. ¡Tarod!

El la vio, pero no podía alcanzarla; dos hombres le estaban atacando y, en aquella confusión, apenas si podía defenderse, y mucho menos perder tiempo en otras consideraciones. La cabeza le daba vueltas; sentía que surgía energía en su interior, alimentada por la locura del Warp, pero era una energía salvaje, incontrolable; no podía dominarla. Esquivó una furiosa estocada y, con la mano izquierda, agarró la muñeca de su atacante, retorciéndola, aplastándola… Sintió que se rompía un hueso, pero el segundo Iniciado venía de nuevo contra él.

¡Tarod!

Esta vez, el grito de Cyllan fue un toque de alarma, al ver que Keridil, que había recobrado su propia espada, corría hacia ella con Fin y otro hombre pisándole los talones. El caballo se encabritó de nuevo, casi desazonándola, y ella, agarrando las riendas, le hizo brincar de lado en el momento en que el Sumo Iniciado le lanzaba una estocada. La hoja no le dio por un pelo, pero produjo una herida superficial aunque extensa en el flanco de la montura.

El caballo relinchó. Arqueó el cuerpo, pataleó y, presa de pánico, emprendió el galope. Brotaron chispas de debajo de sus cascos al cruzar el patio, impulsado por su instinto a escapar del Castillo donde veía la fuente de su terror. Cyllan se inclinó peligrosamente sobre la silla, tirando de las riendas; pero era inútil: el caballo se dirigía a la puerta de salida y el portero había abandonado su puesto para ayudar a sus compañeros. La verja todavía estaba abierta en parte, y el corcel galopó bajo el arco, dirigiéndose en línea recta al prado de césped y a la libertad.

Cyllan vio lo que había delante de ella, vio el arremolinado caos de luz negra y colores imposibles que asolaba el mundo más allá del Laberinto. Vio los torturados riscos de las montañas retorciéndose sobre ellos mismos, moldeados por los horribles caprichos del Warp, y, aterrorizada, azotó a su montura, tratando de detener su carrera antes de que fuese demasiado tarde.

El caballo cruzó al galope el Laberinto, y el relincho que lanzó al salir al otro lado fue ahogado por el rugido del Warp al caer sobre ellos con la fuerza de una ola gigantesca. Cyllan tuvo la impresión de que su cuerpo estaba siendo hecho pedazos, vio una oscuridad salpicada de chispas de plata y tuvo una sensación de agonía en todos sus nervios antes de que el mundo estallase en el olvido.

Keridil se tambaleó al ponerse de pie, aturdido por la fuerza con que había golpeado el suelo al librarse de los furiosos cascos del caballo. Al correr Fin Tivan Bruall para ayudarle, miró hacia las puertas y el torbellino de más allá, con el semblante pálido por la impresión recibida.

—Aeoris… —Hizo una señal sobre su corazón—. Fin, ella… ella…

Fin no le respondió. Estaba mirando por encima del hombro hacia la escalinata, y lo que veía le llenaba de espanto. Tarod permanecía inmóvil, y su rígida actitud indicaba claramente que también él había visto el horrible final de Cyllan. Uno de los atacantes yacía a sus pies, encorvado y moviéndose débilmente. El otro retrocedía, bajando lentamente de espaldas la escalera, con la espada levantada como para protegerse de algo que nadie más podía ver; estaba aterrorizado.

Fin agarró de un hombro a Keridil.

—Sumo Iniciado…

Keridil se volvió, azotado por el viento aullador, y su rostro se contrajo. Entonces echó a correr, tambaleándose, en dirección a la figura inmóvil sobre la escalinata. Siguiendo su ejemplo, los otros espadachines hicieron acopio de valor y se dispusieron a atacar… Entonces Tarod volvió la cabeza.

Si había sido humano, pensó Keridil, ahora su expresión lo desmentía. La cara de Tarod estaba enloquecida y sus ojos verdes ardían con una luz infernal. Movió los labios y pronunció una palabra, aunque Keridil no pudo oírla en el fragor de la tormenta. Después levantó la mano izquierda y el Sumo Iniciado sintió terror en lo más hondo de su alma.

Ella se había ido
. Tarod luchó contra esta certidumbre, pero no podía negarlo; había ocurrido, y él no había podido evitarlo. Se había ido; el Warp se la había llevado y la había arrojado en la inconcebible vorágine de pesadilla, fuera cual fuese, que había detrás de él. Podía estar muerta… o viva y atrapada en algún monstruoso limbo… ¡él había estado cerca de ella y la había perdido una vez más. Y el dolor que le devoraba, mucho más cruento que el que había sentido cuando la muerte de Themila Gan Lin, o la de Erminet, fue el catalizador que en definitiva despertó toda la fuerza que tenía en su interior. Cyllan se había ido y él sólo podía pensar en vengarla. Por ello quería matar, destrozar, destruir todo lo que se pusiera en su camino. Y el foco de su odio ardiente era un hombre, su amigo de antaño. El traidor. Su enemigo. . .

Mientras miraba como un animal acosado a Tarod, Keridil sintió la presencia de Fin Tivan Bruall a su lado. No era un gran alivio.

—Traté de detenerla —dijo, reconociendo apenas su propia voz.

Tarod torció los labios con una mueca despectiva, pero frenó su mano.


Trataste de matarla
.

—No… —Y Keridil no protestó más, dándose cuenta de que Tarod no le creería.

Tenía una oportunidad, pensó; sólo una oportunidad: distraerle el tiempo suficiente para que interviniesen los otros Iniciados y le pillasen por sorpresa. Era una esperanza débil, y la idea de lo que podía hacerle Tarod si fallaba su maniobra le estremecía en lo más hondo.

—Los dos hemos perdido, Tarod —gritó en medio del vendaval—. Ya lo ves: ella se ha llevado la piedra del Caos. Por tanto, tu alma se ha ido para siempre… —Se pasó nerviosamente la lengua por los labios—. No creo que sin ella puedas vencernos.

Los ojos de Tarod se entrecerraron en dos terribles rendijas, y Keridil vio que, tal como había esperado, los otros hombres habían aprovechado el breve respiro para acercarse. Uno de ellos hizo un súbito y torpe movimiento; la cabeza de Tarod se volvió en redondo…

—¡Prendedle! —gritó el Sumo Iniciado, aguijoneado en el mismo instante por la súbita y desesperada premonición de que era demasiado tarde—. Prendedle, antes de que…

La frase fue violentamente cortada por un enorme destello de luz roja como la sangre que estalló en el lugar donde estaba Tarod. Tomó la forma de una espada gigantesca, de dos veces la altura de un hombre y que resplandecía con luz propia, y Tarod la enarboló con ambas manos, como si no pesara nada. Uno de los Iniciados lanzó un grito inarticulado y retrocedió tambaleándose.

Iluminada por el resplandor de aquella espada sobrenatural, la cara de Tarod era una máscara maléfica. Entonces giró sobre los talones y la hoja describió un arco sibilante que derribó a los dos espadachines más próximos antes de que pudiesen escapar. La sangre salpicó la cara y los brazos de Tarod cuando cayeron al suelo los dos cuerpos mutilados. Al enfrentarse Tarod nuevamente con Keridil con la espada incandescente resplandeciendo ferozmente en sus manos, el Sumo Iniciado retrocedió horrorizado. Había enviado a dos Adeptos a la muerte, los otros se retiraban ahora con la mirada fija en la hoja monstruosa, y a la luz proyectada por la espada, vio su propio castigo en los ojos inhumanos de Tarod.

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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