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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (38 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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—¡Dioses! —Drachea desenvainó la espada—. Perra, ¿cómo has podido…? ¡Oh, no!

Levantó la hoja en un furioso movimiento cuando Cyllan tomaba desesperadamente impulso para huir, y entonces ella retrocedió contra la pared para librarse de la estocada mortal.

—¡Oh, no! —dijo de nuevo Drachea, con voz ronca—. Esta vez no, demonio, ¡esta vez no! —Y gritó por encima del hombro—: ¡Auxilio! Criados, venid… ¡Deprisa!

La piedra del Caos vibró súbitamente cálida en la mano de Cyllan y un arrebato de ferocidad cruel cobró vida dentro de ella. Drachea la había hecho fracasar una vez; había sido la causa de la ruina de Tarod…, ¡pero no volvería a suceder! ¡Nunca, nunca más! Como una visión percibida a la luz instantánea de un relámpago, su mente evocó la cara orgullosa y sarcástica de Yandros, y los ojos de éste parecieron reflejar la radiación incolora de la gema…

Drachea dio un salto cuando ella levantó la mano y de entre sus dedos surgió súbitamente un rayo de luz. Iba a gritar de nuevo para pedir auxilio, pero las palabras se extinguieron en su garganta, y, cuando trató de cobrar aliento, sus pulmones parecieron llenarse de hielo. Se tambaleó… y Cyllan dio un paso adelante, blandiendo la piedra como un arma, y su cara iluminada por la gema era la de una loca, la de una insensata. Drachea trató una vez más de gritar; su voz se quebró en un ronco alarido, y al resonar éste en el pasillo, Cyllan saltó sobre él y descargó un golpe mortal con el cuchillo que llevaba en la mano derecha, clavándolo en el estómago de Drachea y rasgando la carne hasta el esternón. El grito de Drachea se convirtió en un ahogado aullido de dolor y el joven se dobló, giró en redondo y a punto estuvo de caer sobre su propia espada. Al verle en el suelo, sintió Cyllan una explosión de ira y se lanzó por segunda vez sobre él, hundiendo la hoja del cuchillo en su hombro.

Había perdido la razón, impulsada por algo que no podía comprender ni dominar; algo que despertaba un afán inhumano de matar, de destruir, de vengarse…

Un chillido que no había sido lanzado por ella ni por Drachea resonó en su cabeza enloquecida, y Cyllan saltó atrás, como si hubiesen tirado de ella con una cuerda. Dos criados, un hombre y una mujer, habían llegado corriendo en respuesta al grito de auxilio de Drachea y, al doblar la esquina del pasillo, habían visto lo que parecía un demonio de rostro pálido, manchadas de sangre la cara y las manos, golpeando con un cuchillo ensangrentado el cuerpo caído de Drachea. La mujer se desmayó y el hombre miró fijamente a Cyllan, boquiabierto, y después respiró hondo para pedir auxilio a voz en grito.

La cordura volvió a Cyllan con una violenta sacudida. Drachea yacía entre sus pies, muerto o moribundo. La piedra del Caos era ahora fría como el hielo en su mano izquierda; el cuchillo estaba pegajoso y resbaladizo en su derecha; su vestido era una confusión de manchas carmesíes… Cyllan sintió náuseas y, galvanizada por un instinto animal, se volvió y echó a correr. El pasillo daba locamente vueltas delante de ella y, a su espalda, menguando pero resonando como redobles de tambor en su cabeza, podía oír la voz estridente y frenética del criado lanzando desesperados gritos de alarma.

CAPÍTULO XV

L
a música de la galería era lo bastante fuerte para ahogar cualquier ruido de más allá de las macizas puertas del comedor, y los intérpretes habían tocado las piezas lentas y formales por música de baile más ligera pero también más vigorosa. Unas pocas parejas habían salido ya a la pista y el baile iría en auge en el transcurso de la noche, continuando hasta la madrugada, cuando se serviría vino caliente con especias antes de terminar el jolgorio.

De momento, Keridil no advirtió que dos hombres habían entrado en el salón y se abrían apremiantemente paso entre la multitud. Estaba conversando con el padre de Sashka, mientras reflexionaba en privado sobre el éxito de la velada, y sólo cuando Sashka le tocó el brazo y dijo, con voz extraña, Keridil…, levantó la mirada y vio a los que se acercaban.

Las expresiones de su semblante eran suficientemente expresivas para decirle que algo andaba mal, y cuando los hombres llegaron hasta él, se puso en pie. Algunos curiosos trataron de escuchar la breve conversación, mantenida en voz baja, pero ni siquiera Sashka se había enterado de ella cuando Keridil se disculpó apresuradamente y salió del comedor con los dos hombres pisándole los talones.

El criado que había dado la voz de alarma estaba sentado en el suelo y apoyado la espalda en la pared del corredor, tapándose la cara con las manos y temblando a sacudidas, como afectado de parálisis. Un mayordomo estaba agachado junto a él, hablándole en voz baja y apremiante, mientras otro hombre, de rostro pálido, intentaba cubrir un cuerpo con su capa. Había sangre en el suelo y en la pared, y una fea y oscura mancha se estaba extendiendo en la capa.

—Espera —dijo Keridil al hombre que se disponía a cubrir la cara del cadáver.

El criado se echó atrás y el Sumo Iniciado contempló a la víctima.

No necesitó que Grevard le dijese que Drachea estaba muerto. Los ojos del joven estaban entreabiertos y ciegos y todavía brotaba sangre de su boca, aunque a juzgar por lo que veía, pensó amargamente Keridil, poca debía quedar en su cuerpo. El que le había matado tenía que haberle atacado con la furia de un endemoniado…

Sintió náuseas e hizo una seña al criado para que cubriese de nuevo el cadáver; después se volvió al mayordomo.

—¿Sabe alguien quién lo hizo? —dijo con voz grave y amenazadora.

El mayordomo se puso de pie.

—Pirasyn lo ha visto todo, señor, y creo que reconoció al asesino. Pero es difícil sonsacarle algo que tenga sentido.

Keridil asintió con la cabeza y se puso en cuclillas delante del hombre atónito.

—Pirasyn. Soy Keridil Toln. Escúchame. Tienes que ayudarnos, si es que puedes. Trata de recordar a quién viste atacar al heredero del Margrave.

El hombre le miró y tragó saliva, y Keridil trató de sonreír para tranquilizarle.

—Será aprehendido, no temas. Pero le agarraremos antes si puedes decirme ahora quién es él.

Pirasyn tragó de nuevo saliva y después sacudió la cabeza.

—No es él…

—¿No es quién?

Keridil estaba desconcertado.

—El —repitió el hombre—. No es él. Es ella. La muchacha… la que ayudó al demonio. Cabellos blancos. Ojos amarillos… Y aquella cara…

Se tapó de nuevo los ojos y empezó a sollozar.

Keridil tuvo la sensación de que algo se licuaba en su estómago, y se levantó despacio. ¿Cyllan? No era posible…, ¡estaba encerrada bajo llave! La propia Hermana Erminet se lo había asegurado hacía menos de media hora… Pero, imposible o no, tenía también el testimonio de Pirasyn… y una terrible intuición para dar más peso a sus palabras.

Se volvió a los dos hombres que habían ido a buscarle.

—Subid a la habitación donde está esa muchacha; comprobad que sigue allí. ¡De prisa!

Salieron corriendo y, cuando se extinguieron sus pisadas, apareció Sashka, viniendo de la dirección del vestíbulo principal.

—¡Keridil! ¿ Qué tengo que hacer?

El fue a su encuentro y la detuvo, sujetándola por los hombros, para que no viese la carnicería.

—Amor mío, no tenías que haberme seguido.

Ella miró serenamente atrás.

—Si has sido arrancado de mi lado por un problema urgente, ¿esperas que siga sentada aguardando dócilmente tu regreso? Quiero ayudarte. Por favor, dime qué ha pasado.

Keridil suspiró.

—No quería que te enterases de esto, pero… Drachea Rannak ha sido asesinado.

Abrió más los adorables ojos, impresionada.

—¿Asesinado? ¿Aquí, delante de tus propias habitaciones?

Estas palabras le sobresaltaron; no se le había ocurrido pensar que el lugar del crimen podía ser algo más que una coincidencia, pero ahora empezó a preguntarse si era así. Si Pirasyn había dicho la verdad, había un motivo evidente…

Tomó una antorcha de su soporte en la pared y abrió la puerta de sus habitaciones… Entonces oyó a Sashka brotar de sus labios una maldición ahogada. Corrió tras él y le encontró mirando los estropicios que había hecho Cyllan. Tinta derramada, papeles revueltos…

—¡Mira, Keridil! —dijo roncamente ella—. La puerta del armario… ¡La cerradura ha sido forzada!

Keridil lo vio y cruzó corriendo la habitación. Agarró el estuche de estaño y, antes de abrirlo, la tapa rota le dijo lo que encontraría dentro.

—Ha desaparecido —dijo.

—¿La piedra?

Keridil asintió con la cabeza. El misterio empezaba a aclararse horriblemente, y al mirar Sashka el estuche vacío, dijo con voz suave y cargada de veneno:

—Cyllan…

—¿Qué?

El le contó en breves palabras lo que Pirasyn decía haber visto. Jamás le había visto ella tan encolerizado, aunque hacía todo lo posible para dominar su furor, y Sashka no hizo nada para calmarle. Para sus fines sería mejor, pensó, canalizar su cólera…

—Keridil, —dijo, al ver que él estaba a punto de volver al pasillo—, Keridil, estaba pensando…

—¿Qué?

Lo dijo con más sequedad de lo que había pretendido, pero ella no pareció advertirlo.

—En la Hermana Erminet… Nos dijo que la muchacha estaba encerrada en su habitación. Nos dio su palabra. Creo que nos mintió.

El frunció el ceño.

—No te comprendo. ¿Por qué habría de mentir la Hermana Erminet?

—No lo sé. Bueno…, pensé que podía haberme equivocado, pero ahora ya no estoy segura.

Y le habló de la figura encapuchada que había visto salir de la habitación de Cyllan poco después de que lo hiciera Erminet. Mientras contaba su historia, aunque sin decir que ella misma había registrado la habitación, Keridil contrajo los músculos de la mandíbula y apretó los puños.

—Si está confabulada con ellos… —dijo al fin.

—Es posible, ¿no crees?

Keridil se esforzaba en ser justo, en no dejar que la cólera nublase su juicio, pero la prueba era demasiado sólida para pasarla por alto. Sashka no era una embustera… y Cyllan no había podido escapar sin ayuda.

Oyó pisadas presurosas al otro lado de la puerta y una voz que le llamaba por su nombre. Tomó rápidamente a Sashka de la mano y la hizo salir, en el momento en que llegaban los dos hombres que había enviado en busca de la joven. Jadeaban y sudaban, pero su mensaje no podía ser más claro.

—¡No está, señor! ¡La puerta de su habitación estaba abierta!

Keridil apretó los labios.

—Bien. Reunid a todos los hombres que sean necesarios y cuidad de que estén todos bien armados. Decidles que acudan al comedor lo antes posible. Registraremos el Castillo de un extremo a otro, hasta que la encontremos. Quiero que se monte una guardia en la puerta principal…, ¡ah…!, y que vayan dos hombres a vigilar a su diabólico amante. Apuesto diez contra uno a que él está detrás de todo esto y a que ella tratará de alcanzarle. Suceda lo que suceda, ¡no debe conseguirlo! ¿Entendido?

—Sí, señor.

—Entonces, poned manos a la obra. ¡Rápido! —Y mientras ellos se alejaban apresuradamente, se volvió a Sashka, grave el semblante—. Lamento que esto estropee nuestra fiesta, amor mío.

Ella sacudió la cabeza.

—No importa. La cuestión es encontrar a la muchacha; esto es lo más importante. Pero… ¿y la Hermana Erminet?

—Ah… sí. Quisiera estar seguro…

Sashka se mordió el labio inferior.

—Hasta ahora, ninguno de los que están en el comedor, incluida la Hermana Erminet, sabe que ha ocurrido una desgracia. ¿Qué te parece si, antes de que se enteren, invitamos a Erminet a que repita lo que nos ha asegurado? —Bajó la mirada—. Sé que es una idea retorcida, Keridil; pero, si tenemos una víbora entre nosotros, ¿no estaría justificada una pequeña superchería?

Tenía razón, y Keridil dio gracias a los dioses por poder contar con su sentido práctico.

—Muy bien. Es un consejo astuto, y lo seguiré. Aunque saben los dioses que me cuesta mucho creer que pueda ser una traidora.

Sashka se encogió de hombros.

—Erminet fue siempre imprevisible. En la Residencia, todas temíamos sus malos humores y sus antojos… Y además, debemos recordar que, aparte de vigilar a Cyllan, ha estado atendiendo a Tarod durante los últimos días.

—¿Quieres decir que puede haber estado bajo su influencia? Me cuesta creerlo… Él ha estado drogado continuamente; dudo de que pueda controlar su propia mente, y menos influir en las de los demás.

—Tal vez le hemos menospreciado.

—Bueno, sólo hay una manera de saberlo —dijo Keridil—. Volvamos junto a nuestros invitados.

Su entrada fue recibida con alivio y con muchas preguntas fruto de la curiosidad. Keridil calmó sus ansias con la promesa de una explicación completa y fue en busca de la Hermana Erminet, que estaba sentada sola a una mesa, cosa que ahora le pareció sospechosa, y parecía desinteresarse de todo.

—Hermana Erminet. —Sonrió al acercarse a ella—. Lamento tener que molestarte para un asunto médico, pero…

Ella le miró rápidamente y Keridil creyó que detectaba alivio en su semblante.

—¿Un asunto médico? —dijo Erminet—. ¿Se ha puesto alguien enfermo?

—Por decirlo de algún modo. Se refiere a una de las personas que están a tu cargo y quisiera poner en claro una cosa.

—¡Ah…! —dijo cautelosamente Erminet.

—La muchacha, Cyllan… Creo que dijiste que estaba durmiendo cuando la dejaste, ¿no es cierto?

Se estaba agrupando gente a su alrededor. Erminet vaciló un momento y se vio claramente que estaba desconcertada.

—¿Lo dije? Tal vez sí… Sí, creo que estaba durmiendo.

—¿Y cerraste bien la puerta cuando saliste?

Ahora la cara de la vieja tenía una palidez enfermiza; pero se dominó y sonrió.

—Naturalmente, Sumo Iniciado. Aquí tengo la llave, como siempre. —La mostró, pero su mano no estaba firme—. Nunca me separo de ella.

Fue todo lo que Keridil necesitaba. Inclinándose hacia adelante dijo a media voz, pero con furia:

—Entonces podrás explicarme, Hermana, cómo pudo Cyllan salir de su habitación cerrada y cometer un asesinato a sangre fría en este Castillo, hace menos de quince minutos.

El poco color que le quedaba se desvaneció de la cara de Erminet, que tenía ahora un tono de cemento seco. Trató de levantarse, pero las piernas no la sostuvieron, y su expresión la habría condenado sin tener que decir una palabra.

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