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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (35 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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Al acercarse a la biblioteca, Keridil pensó amargamente que el legado que había dejado Tarod al Círculo tardaría mucho más en morir que su causante. Los recientes acontecimientos habían enseñado a los Adeptos que los siglos no habían reducido la necesidad de estar constantemente alerta contra las fuerzas de las tinieblas, y había sido una dura lección. La paz que reinaba ahora en el Castillo no era más que una simple apariencia; el peligro y la agitación acechaban todavía debajo de la superficie y seguirían inquietándoles hasta que tanto Tarod como la piedra hubiesen sido finalmente destruidos.

Entró en la biblioteca del sótano, sumido en turbadores pensamientos. Unos pocos Iniciados estaban sentados en rincones aislados, estudiando libros o manuscritos, y ruidos apagados llegaban desde el lejano Salón de Mármol donde los Adeptos realizaban su trabajo. Keridil se dirigió a la puerta baja del hueco de la pared y se sobresaltó al sentir que alguien le tiraba de la manga.

—Sumo Iniciado…

Drachea estaba de pie a su lado y Keridil trató de disimular su irritación al contemplar al joven. Por mucho que agradeciese a Drachea el servicio que había prestado, y era innegable que sin él los moradores del Castillo estarían todavía languideciendo en el limbo, no podía evitar un creciente sentimiento de antipatía por él. Drachea había empezado a abusar de la posición en que se hallaba; andaba siempre detrás de Keridil, acosándole con preguntas referentes a sus planes para con Tarod y Cyllan, y aprovechaba la menor oportunidad para dar su opinión sobre lo que debía hacerse con ellos. Hacía solamente un par de días que Keridil había estado a punto de perder los estribos cuando el heredero del Margrave había insistido en que también Cyllan tenía que ser ejecutada en cuanto hubiese muerto Tarod, arguyendo que una promesa hecha a un demonio no tenía validez y que el Sumo Iniciado tenía derecho a romperla por mor de la seguridad de todos. Keridil, consciente de que lo que quería Drachea era vengarse de la muchacha, le había reprendido severamente por su temeridad al discutir el juicio del Sumo Iniciado, y el joven se había retirado enfurruñado a su habitación.

Pero ahora pareció que Drachea había olvidado la reprimenda, y dijo:

—Sumo Iniciado, me pregunto si podrías concederme unos pocos minutos de tu tiempo.

Keridil suspiró.

—Lo siento, Drachea; estoy muy ocupado…

—No será más que un momento, señor, te lo aseguro. Necesito hablar contigo, antes de que mi padre llegue de la provincia de Shu, sobre un asunto crucial para mi futuro.

Iba a mostrarse insistente… Keridil se resignó y esperó a que continuase. Cruzando las manos detrás de la espalda, dijo Drachea:

—Como sabes, señor, soy el hijo mayor de mi padre y, por consiguiente, estoy destinado a convertirme algún día en Margrave de Shu. Sin embargo, aunque comprendo perfectamente mi posición y mi deber, hace algunos años que pienso que mi aptitud me impulsa a seguir otro camino.

Keridil se acarició la barbilla.

—Nuestro deber no siempre coincide con nuestros deseos, Drachea. Yo mismo preferiría no tener que sobrellevar algunas de las responsabilidades de mi cargo, pero…

—¡Oh, no! No se trata de responsabilidades —le interrumpió Drachea—. Como he dicho, es una cuestión de aptitud. Estoy seguro de que podría gobernar el Margraviato sin dificultad; pero creo que si lo hiciese… —vaciló y después sonrió esperanzado— tal vez malgastaría unas facultades que podrían ser mejor empleadas.

Keridil le miró.

—Desde luego, tú conoces tus aptitudes mejor que yo. No sé cómo podría ayudarte.

—¡Oh, sí que podrías, Sumo Iniciado! En realidad, eres el único que tiene autoridad para aceptar o rechazar mi petición. —El joven adoptó una actitud formal—. Deseo preguntarte, señor, si podrías considerarme como candidato al Círculo.

Keridil le miró fijamente, asombrado, y entonces se dio cuenta de que había sido un estúpido al no haber previsto esto. De pronto quedaba explicada la terca insistencia de Drachea… y también su afán de plantear el caso antes de la llegada de su padre, Gant Ambaril Rannak. Keridil presumió que al Margrave no le complacería en absoluto enterarse de las ambiciones de su hijo, y la idea de Drachea aspirando a ser Iniciado del Círculo parecía bastante rebuscada. Aunque el análisis psíquico no era su fuerte, Keridil era un juez de carácter lo bastante avisado para saber que el joven tenía muy pocas probabilidades de aprobar las pruebas más sencillas de las muchas necesarias para ingresar en el Círculo. Los motivos de Drachea debían tener más que ver con su propio engreimiento que con el deseo de servir a los dioses, y Keridil sospechaba también que su mente no era lo bastante estable para mostrar la rigurosa aplicación necesaria para convertirse en Iniciado. Parecía creer que su posición era suficiente para ser admitido, y sería una dura tarea explicarle la razón de que no fuese así.

Keridil no podía dedicarse a ello en su estado de ánimo actual; ocupaban su mente cosas más importantes que la presunción de un joven arrogante, y no sería perjudicial para Drachea tenerle en suspenso durante un tiempo. En voz alta, dijo:

—No puedo contestarte ahora a esto, Drachea. Como tú mismo has reconocido, tienes responsabilidades y, naturalmente, habría que consultar a tu padre. —Sonrió—. Yo faltaría a mi propio deber si interfiriese en sus planes para contigo, sin pedirle siquiera permiso. Y tratándose de un joven de tu posición, deberías pensarlo mucho antes de realizar el cambio.

—¡He pensado mucho en ello, señor! En realidad, casi no he pensado en otra cosa desde que era niño.

—Sin embargo, debes dominar tu impaciencia. —Consciente de que tenía que ofrecerle alguna esperanza, por muy pequeña que fuese, si no quería que le hiciese la vida intolerable, Keridil añadió— Cuando llegue tu padre discutiré el asunto con él. Estoy seguro de que acceder a que seas al menos interrogado por el Consejo de Adeptos.

Drachea se sonrojó de satisfacción.

—¡Gracias, Sumo Iniciado!

Keridil inclinó la cabeza.

—Y ahora, si me disculpas…

Se dirigió a la puerta, pero Drachea le siguió.

—¿Puedo acompañarte al Salón de Mármol? —preguntó ansiosamente—. ¡Me encantaría presenciar la destrucción de esos monstruosos ídolos!

El semblante del Sumo Iniciado se endureció.

—Lo siento, pero no es posible. El Salón de Mármol está cerrado para todos, salvo para los Altos Adeptos.

—Pero… —Drachea pareció ofendido—. No creo que esta regla sea aplicable a mi caso, señor. En fin de cuentas, fue en el Salón de Mármol donde te ayudé a…

Esto era demasiado para Keridil. Comprendiendo que iba a perder su autodominio, dijo vivamente:

—Una de las primeras lecciones que aprende un candidato al Círculo, Drachea, es no discutir las órdenes del Sumo Iniciado. —Asintió brevemente con la cabeza—. Hablaré con tu padre, según te he prometido, pero no puedo hacerte más favores. Buenos días.

Se dirigió a la puerta, y Drachea se le quedó mirando con una mezcla de pesar e indignación en su semblante.

CAPÍTULO XIV

L
a Hermana Erminet abrió la puerta de la celda de Tarod y se detuvo unos momentos en el umbral para acostumbrar los ojos a la oscuridad antes de volver a cerrarla a su espalda.

—¿Adepto…?

Aunque su visión había mejorado, de momento no percibió señales de él. Después vio una sombra alta y lúgubre apoyada en la pared del fondo.

Tarod levantó una mano y pasó lentamente los dedos por la piedra húmeda.

—Seguro que hubo aquí una ventana —dijo—. Se pueden palpar los contornos del mortero al ser aplicada una nueva piedra para cerrarla.

Su voz sonaba llana, remota. Erminet avanzó unos pasos.

—Sin duda fue tapiada para proteger de las ratas los comestibles que aquí se guardaban.

El le sonrió débilmente y examinó las sucias puntas de los dedos antes de enjugarlos descuidadamente en su camisa.

—Sin duda fue así.

Viendo cómo se dejaba caer sobre el montón de sacos viejos y harapos que hacía las veces de cama en la celda Erminet consideró que su voluntad, o lo que quedaba de ella, se estaba desvaneciendo rápidamente. A pesar de su anterior conversación, Tarod parecía haber renunciado a toda esperanza con la misma indiferencia con que se había encogido de hombros ante la idea de su muerte inminente. Estaba sucio, y sin afeitar; su mente parecía concordar con su estado físico, y Erminet tuvo la incómoda impresión de que, aunque tenía por primera vez algo concreto que ofrecerle, tal vez sería demasiado tarde.

Tarod la observó, mientras ella, demasiado inquieta para añadir palabra, rebuscaba en su bolsa de medicamentos. Erminet se equivocaba al creer que había perdido la esperanza, pero, desde la visita del día anterior, Tarod había tratado furiosamente de apagar aquella chispa, diciéndose que creer en milagros era un ejercicio inútil. La Hermana podía haber visto a Cyllan y tal vez traído una respuesta a su críptico y personal mensaje; pero, aparte de esto, poco podía hacer. Incluso transmitir el mensaje había sido una forma de crueldad; habría sido mejor dar a Cyllan la oportunidad de olvidarle ahora, en vez de prolongar su sufrimiento. Y él, con la chispa de esperanza firmemente controlada, bebería la pócima narcótica de Erminet y dormiría horas, y estaría un día más cerca de la muerte… En realidad, parecía importarle poco.

Pero la perspectiva de la muerte que le esperaba despertaba otra cadena de ideas. El instinto le decía que algo se estaba fraguando en el Castillo, y aunque, en su actual condición, no tenía la voluntad ni la capacidad necesarias para descubrir su naturaleza, la imaginación le había llevado a una conclusión demasiado evidente. E incluso no teniendo alma, era todavía lo bastante humano para temerla.

Esperando que su voz expresase un grado convincente de aburrido desinterés, dijo:

—Parece haber mucha actividad en el Castillo.

La mirada de pájaro de Erminet se fijó en su semblante.

—¿Cómo puedes saberlo?

El se encogió de hombros disfrutando irónicamente con su sorpresa.

—Mis sentidos no están muertos todavía.

Ella frunció los labios en un gesto de desaprobación.

—Desde luego, no te han engañado. La agitación es extraordinaria; se llevan materiales de un lado a otro como si estuviesen reconstruyendo el edificio se hacen experimentos con aves mensajeras… y, desde luego, preparativos para el banquete que seguirá al anuncio del Sumo Iniciado…

Se interrumpió.

—Anuncio ¿de qué?

Erminet se reprendió interiormente. No había tenido intención de hablar de esto…

—De su noviazgo —dijo, de mala gana.

—Noviazgo. —Tarod arqueó ligeramente las cejas—. ¡Ah! ¿Necesito preguntar con quién?

—No hace falta. Sashka parece creer que el nombre de Veyyil Toln le sentará muy bien.

Le miró fijamente para ver cómo reaccionaba, pero el rostro permaneció impasible. Despacio, descuidadamente, Tarod levantó las manos y las estudió; después tocó el aro de plata estropeado en el dedo índice de la izquierda.

—Una lástima —dijo al fin—. Si las circunstancias hubieran sido un poco diferentes, habría podido divertirme matándola.

Erminet se espantó ante la indiferencia inhumana de su voz y le reprendió, inquieta:

—No deberías albergar ideas de venganza. Son morbosas… y esa pequeña zorra no vale la pena.

Los ojos verdes de Tarod, fríamente cándidos, se fijaron en los de ella.

—No me interesa la venganza, Hermana. Habría sido divertido, y nada más. —Sonrió—. Tal como están las cosas, deseo que disfruten los dos juntos.

—Quisiera saber si he de creerte o no.

La sonrisa se amplió ligeramente, pero había poco humor en ella.

—¿Importa esto? Yo diría que era una consideración académica.

—Puede no serlo.

Incluso en la penumbra, el súbito despertar de una nueva luz en los ojos de Tarod fue inconfundible. Se inclinó hacia adelante, y la esperanza que creía que había logrado eliminar resurgió de nuevo.

—¿Has visto a Cyllan…? —Su voz era un ronco murmullo.

Ahora o nunca… La conciencia de Erminet se debatía terriblemente entre el deber y el instinto, pero había sabido, incluso antes de venir aquí, que el instinto triunfaría.

—Sí, he visto a la muchacha —dijo, bajando la voz como temerosa de que pudiesen oírla—. Le di tu mensaje. Le hizo llorar, pero se lo di a pesar de todo. Y le hice una promesa.

Tarod esperó en silencio que continuara, y ella lamentó que supiese controlar tan bien sus sentimientos. Esto no facilitaba su tarea…

—Quiere la piedra —siguió diciendo al fin—. La piedra de tu anillo… No quise decirle dónde está guardada, porque no confío en ella.

—¿Qué quieres decir?

Erminet le miró cándidamente.

—Quiero decir que no confío en que no use cualquier medio a su disposición para liberarte. Por ti, sería capaz de matar a todos los moradores del Castillo si pudiese.

Tarod rió en voz baja y la vieja hizo una mueca.

—Oh, simpatizo con sus sentimientos, pero no quiero participar en ninguna mala acción. Podría dejarla escapar, pero ella no huiría del Castillo; no lo haría sin la piedra y sin ti. Y si le digo dónde está escondida la piedra, la encontrará… y la empleará.

Tarod tampoco dijo ahora nada, y Erminet le incitó, inquieta:

—En esa piedra hay más cosas que yo no sé, ¿verdad? Tal vez más de lo que sabe nadie salvo tú.

El suspiró, y el sonido resonó de un modo extraño en la oscura celda.

—Nunca he negado lo que soy, Hermana Erminet, ni he negado la naturaleza de la piedra. Sin ella, sólo estoy vivo a medias; sin embargo, es más que un receptáculo de…, bueno, digamos de mi espíritu, por falta de una palabra mejor.

—¿Tu alma?

—Llámalo así si lo prefieres. Que la gema sea mala o no, depende de cómo consideres estas cosas. Pero el Círculo no podrá controlarla, ni siquiera cuando yo me haya ido. —La miró, y sus ojos ardían intensamente—. Cyllan tiene razón. La necesito, si es que he de sobrevivir.

Era lo que ella esperaba oír, y Erminet asintió con la cabeza con cierta renuencia.

—Entonces sólo te preguntaré una cosa.

—¿Cuál?

—Sólo te haré una pregunta, bajo palabra de que me dirás la verdad. O eres un hombre de honor o yo soy una imbécil, y creo que he aprendido a juzgar a las personas a lo largo de los años. Si Cyllan es puesta en libertad, o mejor dicho, si se escapa y recobra la piedra y te la trae…, ¿qué harás entonces?

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