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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II (34 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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—Sí… —dijo Erminet.

Los ojos de Cyllan adquirieron un brillo febril.

—¡Dímelo!

—¿Por qué es tan importante?

Cyllan vaciló; después decidió que no tenía más remedio que contar al menos parte de la verdad a Erminet. Recordó las palabras de Yandros y dijo a media voz:

—Porque debe ser devuelta a su legítimo dueño.

Si lo que se decía de la gema era verdad, ponerla en posesión de su legítimo dueño podía significar la ruina de todos. Sin alma, Tarod era bastante formidable…, pero con la piedra en su posesión sería un adversario mucho más terrible. Erminet tenía que asegurarse de lo que estaba haciendo. Fuera o no fuese del Caos, el Adepto de negros cabellos era un hombre de honor. Si daba su palabra de no causar ningún daño al Castillo, ella confiaría en su promesa. Pero no en la muchacha; ésta emplearía la piedra contra cualquiera, amigo o enemigo, que tratase de frustrar sus propósitos. Y por muy justos que fuesen sus motivos, Erminet no podía arriesgarse.

En voz alta, respondió:

—No. No te lo diré, Cyllan; todavía no. —Y como la muchacha empezaba a protestar, levantó una mano con firmeza—. He dicho no. No confío en ti, niña. Y no pretendo poner mi cabeza sobre el tajo de ejecución en tu honor. —Se volvió y empezó a recoger sus filtros—. Pero volveré a ver a tu Tarod y hablaré con él. Si —giró en redondo, apuntándola con un dedo amonestador— y solamente si me da su palabra de que el Castillo no sufrirá ningún daño por la ayuda que pueda prestarte, reconsideraré lo que me has pedido. —Dirigió a Cyllan una triste pero simpática sonrisa—. Es cuanto puedo hacer.

Era muy poco… y sin embargo podía ser bastante. Cyllan miró a Erminet y la esperanza centelleó en sus extraños ojos ambarinos.

La vieja sonrió irónicamente.

—Mientras tanto, ¿quieres que le diga algo de tu parte? Si he sido mensajera una vez, puedo serlo otra. Además, él es tan suspicaz como tú; si no le llevo alguna respuesta tuya, me acusará de no haberte dado su mensaje, y no quisiera exponerme a su mal genio.

Cyllan, a pesar suyo, no pudo dejar de corresponder a su sonrisa.

—Sí… Dile que la herida sanó rápidamente.

—La herida sanó rápidamente. —Erminet repitió las palabras para grabarlas en su memoria y después dirigió a Cyllan una mirada de mujer chapada a la antigua—. ¡Otro acertijo misterioso! No es de extrañar que os avengáis tanto; a los dos os gusta la intriga. Y no es que me importe el significado que puedan tener vuestras bromas… —Su expresión se suavizó—. No temas, muchacha. Se lo diré.

Cyllan asintió con la cabeza y la expresión de su semblante se clavó en el corazón de Erminet.

—Gracias, Hermana —murmuró en tono casi inaudible.

El ave de color castaño claro miró a un lado y a otro, posada en el brazo del halconero, observando a su público con lo que parecía desdén en sus ojos como abalorios. El halconero, natural de la provincia Vacía, moreno y de nariz aguileña, inclinó la cabeza y murmuró al oído del ave; ésta respondió con un chillido, extendió las alas y las plegó de nuevo.

El halconero miró al Sumo Iniciado y sonrió débilmente.

—Si tu mensaje está listo, señor…

Keridil se destacó del grupo que se había reunido en el patio del Castillo. Llevaba en una mano una hoja de pergamino dispuesta en un pequeño y apretado rollo. El halconero lo tomó, y, con hábiles dedos, los sujetó a una correa que pendía de una de las patas del ave, haciendo caso omiso de los intentos de ésta de picarle la mano. Su sonrisa se convirtió en mueca lobuna.

—Ahora veremos si ha aprendido bien la lección.

Murmuró de nuevo al ave y la criatura volvió a chillar, como lanzando un desafío a algún enemigo invisible. Esta vez extendió del todo las alas y unos cuantos espectadores se quedaron boquiabiertos al ver su envergadura. El halconero levantó el brazo; el ave saltó, batió el aire con sus grandes alas y se quedó planeando durante unos momentos a diez pies por encima de la cabeza del hombre. Después, con una rapidez que provocó más exclamaciones de asombro, se elevó como una flecha en el cielo claro y frío hasta que no fue más que una mota oscura en la bóveda azul. Planeó de nuevo y después voló hacia las montañas del Sur, perdiéndose en pocos segundos más allá de la alta muralla del Castillo.

Los espectadores aplaudieron espontáneamente y Keridil estrechó la mano enguantada del halconero.

—Un comienzo de buen augurio, Faramor.

La cara morena del norteño no estaba hecha para expresar satisfacción, y la sonrisa con que respondió manifestaba cierto embarazo.

—Su vuelo va a ser muy largo, Sumo Iniciado. Pero si todo marcha bien, la contestación debería llegar mañana cuando se ponga el sol.

Pestañeó cuando la alta joven de cabellos castaños que había estado al lado de Keridil durante la pequeña ceremonia se adelantó y le dirigió una sonrisa deslumbradora aunque débilmente condescendiente.

—Y entonces —dijo—, todo el mundo se habrá enterado de la buena noticia. —Enlazó un brazo en el de Keridil con posesivo ademán—. ¿Verdad que sí, amor mío?

Keridil cubrió su mano con los dedos y la apretó.

—Cierto. Te damos las gracias, Faramor.

Cuando se alejaron, el halconero se vio asediado por los curiosos, la mayoría de ellos jóvenes Iniciados, advirtió Keridil, divertido. Presumiendo que este primer experimento tuviese éxito, pensó, Faramor y los de su oficio no carecerían de aprendices ansiosos de practicar el nuevo arte.

La idea de emplear aves como mensajeras era algo que el Sumo Iniciado sabía que podía ser muy útil al Círculo. Halconeros de la provincia Vacía habían estado practicando durante la vida de su padre, tratando de adiestrar a las feroces aves que se empleaban normalmente para la caza; pero habían necesitado años y mucha paciencia para poder lograr este primer éxito manifiesto. Ahora el ave de Faramor volaba hacia Chaun, donde, al menos en teoría, otro halconero la recibiría y enviaría su propio halcón al Castillo con un acuse de recibo del mensaje de Keridil. Desde Chaun, enviaría también otras aves adiestradas a otras provincias, para difundir la noticia traída por el halcón de Faramor. Y si todo ocurría según al plan previsto, el anuncio del noviazgo del Sumo Iniciado con Sashka Veyyil sería conocido en todo el país en pocos días y no en las semanas que habrían necesitado los más veloces jinetes, relevándose.

Keridil había elegido este medio de anunciar la noticia principalmente para complacer a Sashka, pero también, prácticamente, porque nada malo podía suceder si el experimento fracasaba. Pero tenía grandes esperanzas, pues, aunque mucho dependía de la habilidad de las aves, pocos fallos más podía haber. Los halcones no tenían predadores naturales y volaban a una altura muy lejos del alcance de cualquier arquero irresponsable. Si la fe de Faramor en la idea resultaba acertada, significaría un cambio inimaginable en las comunicaciones a larga distancia para toda clase de personas. El Círculo podría hacerlo con sus propios Iniciados en partes del mundo muy lejanas; las residencias de la Hermandad podrían establecer contacto entre ellas; los Margraves que necesitasen ayuda o consejo no tendrían que sufrir los inconvenientes y a veces los peligros de la espera… Las posibilidades eran más que impresionantes; eran asombrosas.

Era una innovación, y una innovación muy necesaria. Después de la muerte de su padre Jehrek, Keridil se había prometido que introduciría cambios en la Península de la Estrella. El Círculo llevaba demasiado tiempo estancado, perdiendo contacto con las realidades del mundo más allá de las murallas del Castillo, y se había convertido en poco más que un defensor nominal de las leyes de los dioses, con un papel cada vez menos activo en los negocios del mundo. Se habían convertido en mascarones de proa, y el peligro de éstos era que podían verse fácilmente reducidos a un papel anacrónico. Ya era hora de detener esta tendencia cuesta abajo antes de que fuese demasiado tarde…

Y de pronto Keridil se sintió mareado al recordar dónde había oído antes estas palabras.

¡No tienes una buena razón para existir! Podía oír mentalmente la voz argentina con sus ribetes de destructora malevolencia, ver la cara cruelmente inhumana de ojos siempre cambiantes… Yandros, el Señor del Caos, que se había plantado entre las arruinadas estatuas del Salón de Mármol y había sonreído con compasivo desdén cuando Keridil trató de atarle con la Séptima Exortación y Destierro, el más poderoso rito del Círculo contra los demonios recalcitrantes. Igual habría podido tratar de volcar el Castillo con las manos…, y sin embargo, recordaba, estremecido, el enorme poder que había conjurado Tarod tan fácilmente; lo suficiente para enviar al Señor del Caos por donde había venido…

—Keridil —dijo Sashka mirándole y frunciendo el entrecejo—, ¿te encuentras mal?

El se había detenido y estaba sudando copiosamente. Aquellos recuerdos… siempre parecían acecharle cuando menos lo esperaba o quería. Ahora se suponía que debía estar alegre…

Suspiró profundamente.

—Estoy bien, amor mío. Tal vez un resfriado.

—Deberías cuidarte mejor. —Sashka, que estaba envuelta en un abrigo forrado de piel sobre su traje de brocado, contempló el cielo claro y frío—. Todavía no estamos en verano y ni siquiera te has puesto una capa.

El se echó a reír, agradeciéndole que disipase las nubes que había en el fondo de su mente.

—¡Todavía no eres mi esposa!

—Lo soy, menos de nombre. —Su sonrisa era débilmente lasciva—. Y conozco algunas maneras muy agradables de darte calor…

Frayn Veyyil Saravin y su remilgada y delgada esposa cruzaban el patio para venir a su encuentro, y Keridil apretó la mano de Sashka en señal de advertencia.

—¡Silencio!, ¿quieres que tus padres nos oigan?

Sashka sonrió enigmáticamente.

—¡No hay mayor sordo que el que no quiere oír!

Siguieron andando y el grupo empezó a dispersarse.

La fiesta para celebrar el noviazgo del Sumo Iniciado sería un acontecimiento provisional, un preludio de las grandes festividades que tendrían lugar en ocasión de la boda. Sashka quería casarse lo más pronto posible, pero, por una vez, Keridil se había negado a complacerla, y ella al fin había cedido, sabiendo cuándo tenía que mostrarse discreta.

Keridil no le había confiado la razón del aplazamiento, pero era lo bastante poderosa para dejar a un lado todas las demás consideraciones. Casarse con Sashka en seguida era lo que más deseaba en el mundo; pero, si lo hacía, le perseguiría el espectro de Tarod, y le costaría mucho quitárselo de delante. Aunque su conciencia estaba tranquila en lo referente a su amigo de antaño, Keridil tenía todavía pesadillas ocasionales, y la idea de llevar adelante su boda en vida de Tarod era algo que no podía soportar. Había que preparar el rito de la muerte, el mismo rito espantoso que había fracasado una vez, y como Sumo Iniciado que era, no podía librarse de la carga de realizarlo personalmente. Sería imposible preparar satisfactoriamente su propia boda, con la perspectiva que pesaba todavía sobre él…, sobre todo considerando el pasado compromiso de Tarod con Sashka. En cambio, cuando Tarod hubiese muerto al fin, se desvanecería el mal sabor de boca y podría contemplar el futuro sin estorbos. No era un sentimiento de culpabilidad lo que le motivaba, se decía una y otra vez Keridil; era simplemente una cuestión de sentido común.

Y a pesar de la sombra de la ejecución pendiente, estaba resuelto a disfrutar de la fiesta de su noviazgo. Dentro de dos días, se celebraría un banquete en el Castillo, y en él sería ratificado oficialmente el anuncio de la boda por el Consejo de Adeptos. Sashka había enviado un jinete veloz a su casa de Han, a buscar ropa y joyas adecuadas para la ocasión, y Keridil le ofrecería el anillo de oro con tres grandes esmeraldas que, desde hacía siglos, había sido llevado por la consorte del Sumo Iniciado… Desde que su madre había muerto al darle a luz, el anillo había estado guardado en su estuche de madera tallada, junto con otras pertenencias de su padre, y la idea de que, después de tantos años, lo luciría una consorte, había entusiasmado al Círculo y, en particular, al Consejo.

Desde luego, habría una buena dosis de disgusto mezclada con las felicitaciones de determinados sectores. Desde que había alcanzado la adolescencia, Keridil había sido foco de atención de todos los clanes importantes que tenían una hija casadera, y recientemente había estado a punto (contra su voluntad) de prometerse con la bonita pero necia Inista Jair, de una rica e influyente familia de la provincia de Chaun. Jehrek Banamen Toln había aprobado el noviazgo y Keridil lo había temido; si Sashka no se hubiese puesto a su alcance, probablemente se habría casado con Inista a falta de una alternativa mejor y porque Jehrek lo había deseado.

Pero sabía que su padre habría aprobado a Sashka. Por muy conveniente que fuera Inista Jair como hija heredera, Sashka tenía la educación y la fuerza de carácter más adecuadas para una posición encumbrada. Su belleza, su refinamiento y su inteligencia prometían conquistarle muchos amigos. Ningún clan podría sentirse ofendido por el hecho de que su propia candidata hubiese sido relegada en favor de otra de menos categoría.

Los padres de Sashka se habían reunido ahora con ella y, al llegar a la puerta principal, Keridil se excusó y dejó que los otros entrasen en el Castillo mientras él, pasando por la columnata, se dirigía a la biblioteca y al Salón de Mármol. Al acercarse a la puerta que conducía al sótano, se detuvo para dejar salir a tres servidores cargados con sendos y pesados sacos. La escalera estaba llena de polvo en el que podía verse huellas de innumerables pisadas, y Keridil observó los abultados sacos antes de preguntar al primero de los tres hombres.

—¿Cómo va el trabajo?

El hombre, sudoroso, se irguió y se llevó respetuosamente un dedo a la frente.

—Muy bien, señor. Tal vez estará terminado dentro de tres o cuatro días.

Gracias sean dadas a Aeoris, pensó Keridil. Asintió con la cabeza, sonrió y bajó la escalera. Unos cuantos días más y las siete estatuas negras que habían estado en el Salón de Mármol durante toda la historia del Círculo habrían dejado de existir…

Se le helaba la sangre al pensar en esto, pues, siglo tras siglo, los Iniciados habían creído que las siete gigantescas figuras representaban a Aeoris y sus seis hermanos-dioses, mutilados hasta dejarlos irreconocibles por la antigua raza al pasarse del Orden al Caos. Esta creencia habría continuado si Yandros no hubiese revelado, con descuidada malicia que las veneradas imágenes eran en realidad las de los siete tenebrosos adversarios de Aeoris y sus parientes; los antiguos y siniestros dioses del Caos, esculpidos por sus corrompidos siervos antes de que las fuerzas del Orden los condenasen al olvido. Keridil había ordenado la destrucción de las estatuas y, desde hacía dos días, un gran número de altos Adeptos del Círculo —los únicos que, según la antigua tradición, podían poner los pies más allá de la puerta de plata— habían estado trabajando para destruir las enormes figuras, reduciéndolas a cascotes que sacaban del Castillo y arrojaban al mar desde el borde del promontorio. Cuando hubiesen terminado la tarea, habría que practicar una serie de complicados rituales para purificar y consagrar de nuevo el Salón de Mármol, borrando de él todo rastro del Caos.

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Proscrito - TOMO II
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