Al oír aquello, Niut se sentó en el suelo llorando con desesperación.
—Bueno, bueno, no llores más —trató de consolarla Heny—. Quizá podamos salvarlo. Pero nos tienes que prometer que si lo hacemos te casarás conmigo algún día.
La chiquilla afirmó con la cabeza en tanto trataba de secarse los lagrimones con el dorso de la mano. Neferhor miró a su amigo con el ceño fruncido.
—Está bien. También puedes casarte con Neferhor si lo deseas. Pero solo podrás elegir a uno de los dos. Me parece que es lo justo. ¿Lo prometes?
—Lo prometo —apenas acertó a decir la niña—, pero salvad a mi hermanito.
Disimulando su alborozo, ambos amigos se metieron en el agua entre los cañaverales.
—Ahora ni te muevas, Anu —señaló Neferhor—. Si te han devorado un pie, por lo menos conservarás el otro. —Anu hizo caso omiso a aquellas palabras y empezó a chapotear como enloquecido—. Sujétale, Heny —dijo Neferhor—. Yo me sumergiré para librarle de la bestia.
Dicho esto el chiquillo se sumergió y, tal y como sospechaba, enseguida descubrió que el pie del pequeño se había enredado entre unas raíces. Al punto lo liberó y Heny pudo sacar a Anu del agua en medio de un griterío ensordecedor.
—Mira, Niut, ha habido suerte, parece que Neferhor ha librado a tu hermano sin daño alguno. Puede caminar.
Niut fue corriendo a abrazar a Anu y se cercioró de que se encontraba bien. Sin embargo, Neferhor había desaparecido.
—No te preocupes —se apresuró a decir Heny—. Él es un buen nadador. Estará luchando con el cocodrilo.
Niut lo miró despavorida, pero al poco su amigo apareció de entre las aguas resoplando.
—Me ha costado deshacerme de él. Aunque era una cría, tenía muy malas intenciones —aseguró Neferhor, mientras se sacudía el agua.
Niut fue corriendo hacia él para darle un beso en la mejilla; luego se volvió hacia su hermanito, al que dio un pescozón.
—Menudo susto nos has dado, Anu. No quiero que te muevas de mi lado —le amenazó. El pequeño se sentó un momento junto a su hermana mientras se le pasaba el susto—. A ti también te lo agradezco, Heny —dijo ella a la vez que le daba otro beso.
Este sonrió abiertamente mientras miraba a su amigo, que parecía alelado después de recibir la caricia.
—No debes olvidar lo que nos prometiste —le recordó Heny—. Sobek, el dios cocodrilo, ha sido testigo de ello, y si no lo cumples tarde o temprano te castigará.
Ella volvió a su habitual pose de desdén e hizo una de sus características muecas.
—Podrás vivir como una princesa —continuó Heny—. Seré un hombre principal en la corte, y seguro que Neferhor se convertirá algún día en un gran escriba —señaló en tanto miraba a su amigo.
—Ya veremos —dijo ella muy digna.
En ese momento volvieron a oír el silbido de una piedra, y un proyectil pasó por encima de sus cabezas. Anu se había vuelto a escapar, y desde unos matorrales cercanos les hacía burla, y daba saltos de acá para allá.
—Mira lo que tengo, Neferhor —gritaba el condenado. Ambos amigos lo observaron sin comprender, pero al punto Anu les enseñó la carpa que habían pescado y que sujetaba por la cola—. Mira lo que tengo, ¡je, je, je!
Al verlo, Neferhor se levantó de un salto con cara de muy pocos amigos; entonces Anu salió corriendo hacia la orilla gritando de contento.
—¡Mira lo que hago con ella! —exclamó entre risas, y antes de que se lo pudieran impedir lanzó la carpa tan fuerte como pudo al río.
Aguantando su rabia, Neferhor lo agarró del cuello y le dio una patada en el trasero.
—La próxima vez dejaré que te devoren —le amenazó mientras lo conducía hacia donde estaba su hermana.
Esta lo cogió de la mano y se despidieron de sus amigos.
—Recuerda lo que nos prometiste —le recordó Heny en tanto se alejaba.
Niut se volvió un instante.
—Quizá lo piense —contestó lacónica.
Mientras la observaban desaparecer por el sendero, ambos amigos permanecieron en silencio, saboreando el rato tan divertido que habían pasado. Además, habían conseguido arrancar de Niut una promesa de amor, y eso era algo nuevo para ellos que les hacía sentir exultantes.
—¡La princesita Niut será nuestra esposa! —gritaba Heny sin ocultar su alborozo.
—¿Tú crees que cumplirá su promesa? —le preguntó su amigo, que no parecía muy convencido.
Heny frunció el ceño, pues bien sabía lo aguafiestas que podía llegar a ser Neferhor.
—Sin ninguna duda. De una u otra forma, Sobek ha sido testigo de ello —dijo convencido.
Neferhor se rascó la cabeza y luego sonrió a su amigo para mostrarle el zurrón vacío.
—Será mejor que regrese a casa si no quiero que se me enfríen las lentejas.
Shemu
, la estación de la cosecha, saludaba jubilosa a la Tierra Negra. Se encontraba en pleno apogeo y el día era tan luminoso que parecía que Ra se hubiera decidido a tumbarse un rato sobre su amado Kemet para descansar entre sus palmerales. Los campos lucían magníficos, suavemente arropados por aquella luz que el padre de los dioses les regalaba desde hacía milenios, y a la que ya nunca podrían renunciar. La cosecha estaba lista para ser recogida y los campesinos se aprestaban a liberar la tierra de aquellas espigas cuyos granos parecían a punto de reventar. A lo largo de todo el valle del Nilo se elevaban las alabanzas de sus gentes, que daban loas a los dioses por tan magnífica cosecha. ¿Acaso no eran el pueblo elegido?, se decían jubilosos. ¿Acaso no habían sido los dioses quienes les mostraran cuál era el camino hacia la civilización?
Justo era reconocer que todo aquello parecía un milagro, obra de quien solo puede estar por encima de los hombres. Aquel angosto valle, estrangulado por implacables desiertos, se abría a la vida al compás de las aguas sagradas que lo atravesaban. Ellas se apiadaban de su sed y lo empapaban con su bendición para hacerlo feraz como pocos.
En Ipu, aquella suerte de milagro resultaba aún más manifiesto, por razones que solo a los dioses competían. Algunos decían que era debido a que Min, el dios de la abundancia y la fertilidad, habitaba en el lugar, y por ello sentía predilección por aquellas tierras. Otros, sin embargo, aseguraban que era a Renenutet, su sagrada esposa divina, a quien había que agradecer tanta magnanimidad, pues no en vano era conocida como la Señora de las Cosechas.
Para Neferhor, tales cuestiones tenían poca importancia. Los doce
seshat
de tierra que poseían se encontraban repletos de trigo, y aquella estación se recogerían de sobra los frutos de todo un año de trabajo. Esto significaba que durante el siguiente año no pasarían necesidades, e incluso pudiera ser que tuvieran excedentes. Él ya había calculado el volumen de su cosecha, y ahora que los escribas del catastro adscritos a los dominios de Amón habían llegado para determinar el grano que se recolectaría, se encontraba en un estado de excitación difícil de imaginar.
Bajo la sombra de un frondoso sicómoro, los escribas garabateaban sus cifras sobre los papiros a una velocidad que asombraba a Neferhor. Aquello era verdadera magia, se decía el chiquillo, y no la que pregonaban los
hekas
. Con los ojos muy abiertos observaba a los funcionarios tomar sus notas con gravedad mientras sus ayudantes los abanicaban. Aquel sí era un oficio digno, pensaba el niño. El más digno de cuantos pudiera realizar el hombre, pues en su opinión el dios Thot en persona guiaba aquellos cálamos por los pergaminos para plasmar su sabiduría.
Los escribas conocían ya a aquel chiquillo de mente despierta con el que, en ocasiones, condescendían a hacer ejercicios mentales. A veces se sorprendían de la perspicacia que les demostraba y hacían no pocas bromas sobre él, en particular con el nombre por el que era conocido, Neferhor, sobre todo porque había sido gente sin ningún conocimiento la que así le había bautizado. Mas sentían simpatía por el pequeño, y pensaban que era una lástima que tuviera que dedicarse toda su vida a la dura tarea de labrar los campos; pero así lo había decidido Shai, el dios del destino, y contra esto poco se podía hacer.
Antes de que comenzara la siega, como de costumbre, los escribas determinaban el volumen de grano que se recogería a fin de evitar posteriores irregularidades; la exactitud de sus cálculos era pasmosa, ya que apenas se equivocaban en algunas gavillas.
—Acércate, Neferhor, y dinos cuántos
khar
de cereales recogeremos aquí este año —le invitó a decir uno de los escribas.
El niño apenas tardó en responder.
—Esta finca tiene un área de doce
seshat
de la mejor tierra. Cada
seshat
produce unos cinco
khar
de trigo, aunque una tierra como esta puede proporcionar el doble, así que yo creo que recolectaremos ciento veinte
khar
de cereal este año.
—¿Y cuántos sacos son esos? —quiso saber otro.
El niño caviló durante unos instantes.
—Bueno, cada saco contiene un
khar
, así que es fácil; llenaremos ciento veinte sacos de trigo.
—¿Y cuál será entonces nuestro beneficio?
El niño había hecho aquel cálculo tantas veces que contestó al instante.
—Al Templo le pertenece la tercera parte de la cosecha de la tierra arrendada, por lo que le corresponderán cuarenta
khar
de trigo.
Los escribas rieron divertidos.
—Tienes bien ganado tu nombre, Neferhor —dijo uno de ellos—. El «bello Horus» nada menos viene en persona a ayudarnos en nuestro trabajo; algo que agradecemos.
El comentario levantó nuevas carcajadas.
—Bueno, bello tampoco es que seas mucho —apuntó otro—. No creo que Horus tuviera unas orejas como las tuyas.
Los escribas volvieron a reír, y el pequeño se llevó inconscientemente las manos a las orejas, pues eran generosas y las tenía de soplillo.
—Dejémonos de chanzas —intervino el que parecía llevar la voz cantante—, que tampoco es cosa de burlarse del pequeño. Hay que reconocer que ha hecho los cálculos correctos sin escribir ni una línea. Acércate —le invitó con un gesto—. Mira, estas son las cifras que tú has averiguado.
Neferhor observó con atención aquellos símbolos incomprensibles para él, y en ese momento sintió unos deseos irrefrenables de aprender a descifrarlos. El escriba lo miró un instante a la vez que adivinaba lo que pensaba.
—No desesperes —le dijo en tanto le frotaba el cabello—. El destino de cada cual está determinado por la diosa Mesjenet, junto a su
ka
, ya en el vientre materno, pero no olvides que Renenutet puede variarlo durante nuestra vida y Shai también.
En ese momento Kai se aproximó hacia el grupo para mostrar la mejor de las sonrisas que su boca desdentada podía ofrecer. Sin embargo, al ver a su hijo disimuló su disgusto ya que no le gustaba que se mezclara con los funcionarios. En su opinión estos eran demasiado puntillosos, y no había amistad que valiera con ellos. Además, podían ser causa de desgracias ya que eran implacables a la hora de aplicar los castigos, como bien sabía él.
—Mañana vendrá el
sehedy sesh
, el e K
El comentario levantó las sonrisas maliciosas de los escribas, ya que el
sehedy sesh
era famoso por su severidad.
Kai se abstuvo de responder. Conocía de sobra cómo se las gastaba el escriba inspector y al pensar en él no pudo evitar sentir un estremecimiento.
—Huelga decirte que debéis tener todo listo. Los segadores están a punto de llegar y no podéis demorar vuestro trabajo. Dentro de pocas semanas se anunciará la crecida.
Kai volvió a mostrarles sus encías en una mueca con la que se daba por enterado.
—Espero que hayas entendido cuanto te acabo de decir, y que todo esté a satisfacción del muy alto Pepynakht.
Se podía asegurar sin miedo a equivocarse un ápice que Pepynakht era un déspota de proporciones colosales; un campeón del atropello; un granuja formidable; un libertino deshonesto que desconocía por completo el significado de la palabra moral, y al que le importaba poco averiguarlo. Él campaba a sus anchas por aquel nomo del Alto Egipto, para hacer valer las atribuciones que su cargo le confería sin demostrar ningún escrúpulo. Su caso era singular, aunque no nuevo, ya que había alcanzado su privilegiada posición al emparentar nada menos que con la familia de la reina.
Pepynakht era un simple funcionario de la administración local que había tenido la fortuna de cruzarse en el camino de la dama Nebt. Esta era una muchacha poco agraciada cuya hermana estaba casada con Anen, uno de los hermanos de la reina Tiyi, que ostentaba el cargo de segundo profeta de Amón. Era este un puesto importantísimo dentro del clero de Amón, de gran responsabilidad, entre cuyas obligaciones se encontraba la administración de los inmensos bienes que poseía el Templo de Karnak.
Como tantas veces ocurriera en la historia, el caprichoso Shai decidió cambiar el destino de aquel gris escriba para favorecerlo con la abundancia. Pepynakht era un joven apuesto, y cuando Nebt lo vio por primera vez durante las celebraciones locales en honor del dios Min, se enamoró de él al instante, perdiendo la cabeza irremisiblemente. Pepynakht, que era taimado como pocos, vio las puertas del edén abiertas de par en par. Los Campos del Ialú, el paraíso, le daban la bienvenida en vida, y él no iba a dejar pasar una oportunidad semejante. Poco importaba que aquella joven fuera fea como un genio del Amenti; era la oportunidad de su vida y él no la desaprovecharía.
La boda se celebró en Djarukha, lugar de nacimiento de la novia y del que curiosamente también era originaria la reina. Esta no acudió al acto, pero el enlace congregó a una buena parte de la aristocracia local que dio la bienvenida a un nuevo acólito.
Dado que Pepynakht era tan despierto como astuto, pronto ascendió en el entramado de la administración del n Nustify"omo para demostrar sus notables dotes organizativas. Fue así como se convirtió en
sehedy sesh
del catastro local, o lo que es lo mismo, escriba director. Allí tomó conciencia de los beneficios que podían llegar a proporcionar aquellas tierras, y de las luchas de poder que se encontraban tras ellas. Una pugna soterrada en la que participó y que, curiosamente, terminó por brindarle el puesto que cualquier funcionario soñaría poseer.
Todo vino de la mano de su cuñado, aunque él no tuviera duda de que la sombra de la reina se encontraba detrás de su nombramiento.