—Él es dios en esta tierra, no cabe duda —aseguró Heny a la vez que hacía una seña en rededor—. Mira cómo lo adora su pueblo. Seguro que hoy el faraón estará bebiendo mi vino. ¡Imagínate!
—Te felicito —le contestó el escriba, al tiempo que le sonreía.
—¿Felicitarme? Es a ti a quien hay que felicitar. Tú fuiste el artífice de ello. Gracias al ánfora que te di se ha obrado el milagro. ¡Pero figúrate! Todo ha sido una sorpresa, ya que durante casi dos años no hemos sabido de ti. —Neferhor hizo un ademán, pero su amigo lo interrumpió—. Sí, ya sé que has tenido que soportar sobre tus hombros grandes responsabilidades. Estás perdonado, amigo —continuó Heny—. Cuánta alegría. Seguro que Bes, el más travieso de nuestros dioses, se encuentra detrás de todo.
A Neferhor se le humedecieron los ojos. Allí estaba su amigo, al que había traicionado, invadido por la alegría de verle, mientras que él luchaba a duras penas por contener su vergüenza por lo que había hecho. Sin embargo, se sentía feliz de encontrarle allí, aunque no tuviera ni idea de por qué sus vinos se servían aquel día tan memorable en palacio.
—Pero dime, ¿quién fue el que recomendó mis sublimes néctares? ¿A quién debo este golpe de suerte? —preguntó Heny, que estaba exultante.
Neferhor se encogió de hombros.
—Es difícil saberlo. Ten en cuenta que en la casa de su majestad trabaja toda una legión de servidores. Cualquiera de ellos pudo haberse decidido por tu vino.
—¿Crees que el gran Amenhotep tuvo algo que ver? —le preguntó Heny, como en secreto. El escriba lo miró desconcertado, pues no se atrevía a decirle que su ánfora nunca había llegado a Malkata de su mano—. Te lo pregunto porque para mí supondría la mayor de las felicidades que fuera así. El hombre más sabio de Egipto elige tu vino para conmemorar una celebración que hacía seiscientos años que no tenía lugar. ¿Puedes concebir un honor mayor?
Neferhor asintió, en tanto comprendía que haría muy feliz a su amigo si le confirmaba lo que deseaba oír.
—Estas cuestiones resultan delicadas, ¿sabes? —señaló Neferhor—. El noble Amenhotep es muy misterioso en todo lo que hace. Debe de ser cosa de la edad, pero a mí no me advirtió nada acerca de tu vino. Es posible que le gustara tanto que él se encargó de hacerlo llegar al mayordomo real, Surero, aunque ya te adelanto que todo lo hace en secreto, y que es mejor que no le preguntemos nada al respecto. Lo importante es que conseguiste lo que querías.
Heny lo observó boquiabierto.
—¿Y tú? Todo lo que prometimos junto al río de niños se ha cumplido. El jubileo me reportará una fortuna, y tú tendrás tu parte como te prometí.
El escriba hizo un gesto con el que declinaba su proposición.
—¿Estás loco? Hay más de mil
deben
de plata de beneficio, ¿sabes de lo que te estoy hablando?
—De una fortuna, como bien dijiste.
—Jamás podrías gastar tanta riqueza.
Neferhor sonrió a su amigo. Se alegraba de corazón por su suerte, pero era incapaz de aceptar nada por aquello en lo que no había participado. En el fondo de su corazón se sentía tan apenado que no se atrevía a mirar a los ojos de Heny.
—Tú trajiste la magia a mi casa. Es imposible, si no, creer todo lo que nos ha sucedido desde entonces. Cosas buenas, maravillosas, que colmarían de felicidad a cualquier hombre.
—Vamos, Heny, tampoco conviene exagerar. Shai debe de estar metido en esto, y esa es la razón por la cual el destino ha decidido sonreírte.
—¿El destino, dices? Ja. Tú y solo tú has sido quien me ha traído esa suerte. Tras tu marcha, todos nuestros deseos se cumplieron como por ensalmo. Dime la verdad —señaló Heny, muy serio—, ¿hiciste algún tipo de conjuro de esos que solo los iniciados como tú conocen?
Neferhor lanzó una carcajada.
—No soy ningún
heka
, amigo. Solo un simple escriba.
—Puedes no reconocerlo, lo entiendo, pero yo sé que algo hiciste. —Neferhor no pudo evitar ponerse colorado—. No te lo creerás, pero al poco de tú marcharte mi esposa se quedó embarazada.
El escriba dio un respingo al oír aquello.
—¿Niut está embarazada? —inquirió, aturullado.
Ahora fue Heny quien rio.
—Ya no. Tenemos un niño que pronto cumplirá un año y medio. Soy el hombre más feliz de Kemet. Por fin tengo un heredero.
Neferhor no supo qué decir.
—Y después del nacimiento de mi hijo, un mensajero real me trajo la buena nueva de la elección de mis vinos. Nada menos que diez mil jarras me encargaba el faraón. Creí que me encontraba en un sueño.
—Tueris resultó benéfica con vosotros.
—Y que lo digas. Tanto el embarazo como el parto transcurrieron sin sobresaltos. La diosa hipopótamo también forma parte de mi panteón particular.
El joven escriba estaba tan desconcertado por cuanto escuchaba que era incapaz de acudir a la razón.
—Te has quedado impresionado, ¿verdad? —continuó su amigo, a la vez que le daba unos golpecitos en la espalda—. Y no es para menos. A mí me pasó lo mismo.
Neferhor sacudió la cabeza. Su amigo había encontrado la felicidad que siempre había buscado. Ahora tenía una familia, y él era el peor de los canallas.
—Cuánta alegría —le dijo el escriba con franqueza—. Te mereces todos los parabienes con los que te han favorecido los dioses.
—Tú eres uno de los elegidos —le respondió Heny, sin dejar de sonreír—. La multitud te ha aclamado como a un semidiós victorioso. Cuando vimos al faraón entregarte el oro de la recompensa no pudimos ocultar nuestro alborozo. Yo grité a los cuatro vientos que eras mi amigo.
El escriba enarcó una de sus cejas.
—¿Dijiste «vimos»?
—Qué distraído soy —indicó Heny, a la vez que se golpeaba la frente con la palma de la mano—. Niut vino a acompañarme. Ella no quería perderse una celebración como esta. ¡Figúrate! Ya sabes lo presumida que es.
Neferhor sintió cómo el corazón hablaba por sus muñecas, apresuradamente. Su pulso parecía desbocarse, como también su control.
—Niut no perdió detalle de tu triunfo. —El escriba hizo un acto reflejo para buscarla con la mirada—. Ella prefirió marcharse antes de que terminara el almuerzo. Me pidió que te buscara para que supieses que nos encontrábamos aquí. Espera que podamos celebrar juntos todo lo bueno que la vida nos ha deparado.
—Claro, amigo. Os invitaré a cenar a mi casa en cuanto el protocolo me lo permita. Seréis honrados como merecéis.
—¡Magnífico! —exclamó Heny, exultante—. Niut se alegrará mucho al saber que te he encontrado. Iré a comunicárselo al momento. Estamos alojados en el pabellón de invitados. A mi esposa le gusta saberse cercana al dios. Allí nos encontrarás —le dijo mientras se despedía.
Neferhor pareció recapacitar.
—Pero… venid a mi casa. Hay sitio suficiente y…
—Estamos bien en el pabellón, pˀ pabellero te prometo que cenaremos juntos —le contestó Heny mientras se alejaba—. Ah, se me olvidaba —señaló su amigo deteniéndose un instante—. Mi hijo se llama como tú, Neferhor. Niut lo eligió porque está convencida de que nos procuraste suerte.
Todos los demonios del Mundo Inferior salieron de sus cavernas para atormentar al joven. Este se encontraba a los pies de cada uno de ellos, indefenso, pues no conocía conjuro capaz de aliviar el pesar de su
ba
. Su cabeza parecía haberse convertido en centro de reunión de aquellos seres del Inframundo, ya que le dolía terriblemente. El demonio Sahekek, que acostumbraba a ser el causante de dicho mal, debía de andar suelto sin que se pudiera hacer nada por evitarlo. Neferhor conocía mejor que nadie los porqués, y no podía sino lamentarse por ello. ¿Qué tipo de broma le había preparado el taimado Shai? ¿Qué suerte de trampa le había tendido el destino? ¿Por qué le empujaba hacia donde él no deseaba ir? ¿Buscaría conocer la fortaleza de su
ka
? ¿El auténtico valor de sus convicciones? ¿La naturaleza de su
ba
?
El escriba no tenía dudas acerca de esto último. Estaba condenado con seguridad, pues sus pecados vencerían el fiel de la balanza cuando se celebrara su juicio. Era un canalla de la peor especie, tan artero y deshonesto como lo fuera Hekaib. Sí, aquel nombre representaba una referencia idónea para juzgarse a sí mismo. Se había comportado igual que el pérfido escriba. Este hubiera hecho lo mismo. Pocas diferencias había entre ambos, más allá de la compasión que Neferhor pudiera sentir consigo mismo. Además, resultaba ser un cobarde al no haberse enfrentado a la mirada limpia de su amigo. Heny era un amigo de verdad, y él tan solo un mequetrefe que conocía las palabras de Thot. Un mísero bagaje para quien pretende encontrar la inmortalidad. Después de dos años de inútiles arrepentimientos, ella había vuelto acompañada de su esposo para hablarle de su felicidad, y hacerle saber que tenía un hijo al que habían puesto su nombre.
Semejante circunstancia le confundía aún más, pues le venía a decir que Niut era feliz con su marido, que habían conseguido lo que tanto ambicionaban, que aquella noche no había significado más que la satisfacción de una pasión que moría con el alba, o quizás el sueño que parecía hallarse al final de cada pregunta.
Neferhor no encontraba la respuesta a tales cuestiones. Solo podía sufrir.
Por fin los demonios decidieron dejar de fustigarle. Quizá fuera debido a las innumerables tisanas de corteza de sauce
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que había ingerido, o a que la razón se abría paso con timidez en su corazón. Pero la cabeza dejó de dolerle para dejarle una sensación pastosa en la boca, como si hubiera bebido más
shedeh
de la cuenta. Serían los
metu
, que debían de estar taponados por tanta indignidad, se dijo el joven, consternado. Ahora sus amigos se convertirían en sus huéspedes, al menos durante una noche, y pensó en lo que ocurriría cuando se viera frente a Niut. ¿Cuál sería su reacción? ¿La miraría embobado? ¿O acaso sería incapaz de hacerlo? ¿Y ella?
Quizá fuera todo mucho más sencillo de lo que creía, y al final Niut le hiciera ver lo que nunca debió ser. Esto liberaría en parte su alma, sin duda, aunque su ruindad nunca podría ser borrada.
Pero el jubileo proseguía su curso, y la participación del escriba era necesaria en algunos de sus actos. En el lago artificial iba a tener lugar una ceremonia de la máxima importancia en la que Neferhor tendría el honor de ser uno de los protagonistas. Birket Habu, el nombre del lago, había sido construido por Nebmaatra para la celebración del
Heb Sed
. Sus dimensiones eran generosas, como todo lo que acometía el faraón, pues medía dos kilómetros de largo por uno de ancho y, además, el lago se comunicaba con el Nilo por un hermoso canal por el que se podía salir a navegar al río. En este lago acostumbraba a pasear el dios a bordo de su falúa, profusamente recubierta con láminas de oro, cuyo nombre era
Atón Dyehen
, «disco solar deslumbrante», un apelativo que Amenhotep III gustaba de utilizar para sí mismo, y que hablaba de la influencia que el Atón ejercía sobre el faraón durante los últimos años.
El ceremonial a punto de representarse iba a dejar claras las tendencias solares de Nebmaatra, y lo que Egipto podía esperar a partir de ese momento.
El faraón tomó la imagen de Ra-Atum y se preparó para realizar el viaje que Ra, el sol, efectuaba a diario a través del firmamento. Para ello embarcó en su «barca del día»
mandjet
, para navegar por el cielo desde el orto hasta el ocaso. Ante toda la corte, la embarcación largó su vela y surcó las aguas del Birket Habu como si representara los océanos celestiales. Tiyi le acompañaba, personificando el papel de Hathor, y también Sitamón tal y como si fuera Maat, hija de Ra y a la vez del faraón. Así decían los textos antiguos que había ocurrido, y así se escenificaba. Mientras la
mandjet
se deslizaba sobre el lago, la corte en pleno se postraba a su paso en medio de un respetuoso silencio. Nebmaatra iba a sufrir una transformación, y su pueblo debía ser testigo de ello.
Después de navegar por Birket Habu como Ra en su viaje diurno, el faraón se dispuso a repetir el ritual en su «barca de la noche»,
mesketet
, en la que se aventuraría por el tenebroso Mundo Inferior, las doce horas de la noche, en el que se uniría a Atum, el sol del Mundo Subterráneo, el que está «completamente oculto», para renacer de nuevo al amanecer con todos sus poderes renovados.
Nebmaatra cambió de embarcación y esta vez recorrió las aguas en solitario, con las velas arriadas. Fueron sus más insignes servidores los que le ayudaron a desplazarse por Birket Habu al tirar con maromas de su divina nave. Todos a una halaban de los cabos convencidos de que en verdad el faraón recorría el proceloso Mundo Inferior, y que surgiría al amanecer como un verdadero dios renacido.
Mientras Neferhor se aferraba a la sirga, sus pensamientos se encontraban dispersos. Era uno de los elegidos para llevar a Nebmaatra en su barca a través de la noche, un honor que se recordaría durante generaciones, y sin embargo se sentía ausente. Tiraba del cabo de manera mecánica, sin prestar demasiada atención a la falúa que viajaba por aquel lagoӀor aquel construido para la ocasión. Era una sensación extraña, como de extravío, pues le resultaba imposible concentrarse en lo que hacía. Su razón se rebelaba por ello, pero su corazón no le permitía olvidar su último encuentro con Heny. Entonces se escuchó un gran clamor y Neferhor sintió que lo abrazaban entre el júbilo general. La
mesketet
había atracado en el embarcadero y de ella descendía Amenhotep III totalmente transformado en un nuevo dios.
—La luz irradia de su cuerpo —comentaban admirados—. Es un ser luminoso.
—En verdad se ha unido a Ra, el padre de los dioses —se oía por doquier—. Es un «disco solar deslumbrante».
Todos los cortesanos se sentían alborozados, y se dispusieron a asistir a uno de los actos más emblemáticos del
Heb Sed
, la carrera ritual.
Precedidos por el dios, la comitiva se encaminó hacia Kom El Hittan, el templo funerario del faraón, donde tendría lugar la carrera. Desde su palanquín, Nebmaatra daba sus bendiciones a la muchedumbre que se agolpaba en el camino. Todos caían de bruces, como fulminados a su paso, y nadie se atrevía a mirarle ya que temían que su poder divino los cegara para siempre.
Sin pretenderlo, Neferhor buscó con la mirada a sus amigos entre la multitud, pero le resultó imposible encontrarlos. Gentes venidas de todo Egipto se atropellaban por conseguir una buena posición a fin de ver mejor el cortejo. Sin embargo, tuvo la sensación de que ellos le observaban, y se imaginó a Heny gritando su nombre inútilmente.