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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (133 page)

BOOK: El quinto día
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Se da la vuelta y empieza a andar por el pasillo camino de la puerta.

—¡Sigur! ¡Doctor Johanson!

Pasos detrás de él. Rubin a su lado. Dedos que tiran nerviosos de su manga.

—¡Espere!

—¡¿Qué hacen aquí?!

—No es lo que piensa, yo...

—¿Y cómo sabe lo que yo pienso, Mick?

—Es una medida de seguridad.

—¿Qué?

—¡Una medida de seguridad! ¡El laboratorio es una medida de seguridad!

Johanson se suelta.

—Creo que debería hablar con Li sobre esto.

—No, esto...

—O mejor con Oliviera. No, qué tontería. Quizá debería hablar con todos. ¿Qué opina, Mick? ¿Nos están tomando el pelo aquí?

—No, desde luego que no.

—Entonces explíqueme de una vez qué significa todo esto.

En los ojos de Rubin aparece el pánico.

—Sigur, no sería una buena idea. No debe precipitarse, ¿me oye? ¡No debemos precipitarnos!

Johanson lo mira. Resopla enfadado y se gira. Oye los pasos de Rubin tras él, siente su miedo en la nuca.

«No debemos precipitarnos».

Luz blanca.

Una explosión ante sus ojos y un dolor sordo que se expande por su cráneo. Las paredes, el pasillo, todo desaparece. El suelo se le viene encima...

Johanson miró fijamente el techo del laboratorio.

Todo estaba allí otra vez.

Se levantó de un salto. Oliviera seguía trabajando en el laboratorio estéril. Respirando con dificultad, Johanson miró el simulador, la consola de control, las mesas de trabajo.

Volvió a mirar al techo.

Allí arriba había un segundo laboratorio. Directamente sobre ellos. Y nadie debía saberlo. Seguramente Rubin lo había derribado de un golpe y luego le habían suministrado alguna cosa para borrar el recuerdo.

¿Para qué?

¿Qué estaba pasando allí, por todos los cielos?

Apretó los puños. Sintió que hervía de una furia impotente. En dos pasos estuvo en el exterior y subió corriendo la rampa.

Cubierta del pozo

—¿Qué quieres que haga allí arriba con vosotros? —Dijo Greywolf—. No puedo ayudaros.

La ira de Anawak desapareció. Se volvió y regresó despacio mientras la dársena se llenaba de agua.

—No es cierto, Jack.

—Sí lo es —respondió en un tono ponderado, casi indiferente—. En la marina torturaban a los delfines y yo no pude hacer nada. Intenté defender a las ballenas, pero las ballenas se convirtieron en víctimas de otro poder. En algún momento decidí ver a los animales como seres humanos mejores, lo cual es una tontería, pero al menos es un modo de comprometerse, y ahora he perdido a Licia por culpa de un animal. No ayudo a nadie.

—Deja de hacerte daño, maldita sea.

—¡Son hechos!

Anawak volvió a sentarse a su lado.

—Que hayas dejado la marina fue algo correcto y consecuente —dijo—. Eras el mejor instructor que jamás han tenido en el programa de delfines, y tú decidiste poner fin a la colaboración, no ellos. Eras tú quien debía tomar esa decisión.

—Sí. ¿Pero acaso cambió algo después de mi marcha?

—Para ti sí. Demostraste que tienes convicciones.

—¿Y qué he logrado con eso?

Anawak guardó silencio.

—¿Sabes? —Dijo Greywolf—, lo más terrible es la sensación de no formar parte de nada. Amas a una persona y la pierdes. Amas a los animales y son ellos los que la matan. Poco a poco empiezo a odiar a esas orcas. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? ¡Empiezo a odiar a las ballenas!

—Todos tenemos ese problema, y...

—¡No! Yo vi morir a Licia en la boca de una orca y no pude hacer nada para ayudarla. ¡Es mi problema! Si me caigo muerto ahora, eso no tendrá ninguna importancia para la continuidad o el fin del mundo. ¿A quién le importa? No he conseguido nada por lo que alguien pueda decir que mi presencia en este planeta ha sido una buena idea.

—A mí sí que me importa —dijo Anawak.

Greywolf lo miró. Anawak esperó un comentario cínico, pero no siguió nada, salvo un sonido leve, un glup en la garganta de Greywolf como el de un suspiro atragantado.

—Y por si lo has olvidado —dijo Anawak—, a Licia también le importaba.

Johanson

Su furia alcanzaba para agarrar a Rubin, arrastrarlo hasta la cubierta de aterrizaje y tirarlo por la borda. Tal vez se hubiera dejado llevar si el biólogo se hubiera cruzado en su camino. Pero no se veía a Rubin por ningún lado. A quien encontró sin embargo fue a Weaver, que bajaba en dirección suya.

Por un momento no supo qué hacer. Luego se centró en lo que tenía que hacer.

—¡Karen! —Sonrió—. ¿Vienes a visitarnos?

—Para serte sincera, quería ir a la cubierta del pozo. Ahí están León y Jack.

—Oh sí, Jack. —Johanson se obligó a calmarse—. No se encuentra bien, ¿verdad?

—No. Creo que entre él y Licia había algo más de lo que él pensaba. Es difícil acercarse a él.

—León es su amigo. Podrá hacerlo.

Weaver asintió y lo miró con un gesto de interrogación. Había entendido rápidamente que él quería decirle algo.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Perfectamente. —Johanson la tomó del brazo—. Acabo de tener una idea sensacional sobre cómo podríamos hacer para forzar el contacto con los yrr. ¿Vienes conmigo a cubierta?

—En realidad quería...

—Diez minutos. Quiero oír tu opinión. Me crispa estar metido siempre en espacios cerrados.

—Llevas muy poca ropa para salir a cubierta.

Johanson se miró. Sólo llevaba puestos un suéter y unos vaqueros. Su chaqueta de plumón estaba colgada en el laboratorio.

—Trato de fortalecerme.

—¿Fortalecerte?

—Sí, contra la gripe. Contra el envejecimiento. ¡Contra las preguntas tontas! ¿Qué sé yo? —Se dio cuenta de que había alzado el tono. «Tranquilidad», se dijo a sí mismo—. Escucha, la verdad es que tengo que contarle a alguien esa idea, que por cierto tiene muchísimo que ver con tus simulaciones. Pero no me apetece hacerlo en la rampa. ¿Me acompañas?

—Sí, claro.

Subieron juntos por la rampa y llegaron al interior de la isla. Johanson se obligó a no mirar continuamente hacia el techo en busca de cámaras y micrófonos ocultos. De todos modos, no los hubiera visto. Luego dijo bajando el tono de voz:

—Por supuesto, Jude tiene razón, ahora no debemos precipitarnos. Calculo que necesitaremos un par de días hasta que la idea esté madura, porque se basa en...

Y continuó luego con una serie de tonterías que sonaban a erudición, guió a Weaver para llevarla desde la isla al aire libre y se le adelantó gesticulando hasta que llegaron a uno de los puntos de aterrizaje de los helicópteros en babor. Hacía más frío y soplaba un fuerte viento. Sobre el mar se habían depositado capas de niebla. Las olas habían crecido. Se movían muy abajo como animales prehistóricos, grises e indolentes, y enviaban hacia arriba el olor de la fría agua salada. Johanson estaba aterido, pero la furia lo mantenía caliente por dentro. Por fin estaban lejos de la isla.

—La verdad —dijo Weaver—, no entiendo una palabra.

Johanson se puso de cara al viento.

—No es necesario. Calculo que aquí fuera no pueden oírnos. Tendrían que haber hecho un despliegue impresionante para poder escuchar una conversación en esta cubierta.

Weaver entrecerró los ojos.

—¿De qué estás hablando?

—He recordado, Karen. Ya sé lo que me pasó hace dos noches.

—¿Has encontrado la puerta?

—No. Pero sé que existe.

Le contó toda la historia en pocas palabras. Weaver lo escuchó sin hacer un solo gesto.

—¿Quieres decir que a bordo hay algo así como una quinta columna?

—Sí.

—Pero ¿para qué?

—Ya has oído lo que dijo Jude: no debemos precipitarnos. Todos nosotros, tú y León, Sue y yo, Mick y por supuesto Sam y Murray les hemos proporcionado un pormenorizado informe sobre los yrr. Es posible que nos engañemos en algo, quizá estemos completamente equivocados, pero tenemos muchos elementos que indican más bien lo contrario: en teoría sabemos a qué tipo de inteligencia nos enfrentamos y cómo funciona. Hemos trabajado muchísimo para averiguarlo. Y sin embargo, ahora nos dicen: tómense su tiempo.

—Porque ya no nos necesitan —dijo Weaver en voz muy baja—. Porque Mick sigue trabajando con otras personas en el otro laboratorio.

—Nosotros somos sus proveedores —asintió Johanson—. Hemos cumplido con nuestra obligación.

—Pero ¿por qué? —Weaver sacudió incrédula la cabeza—. ¿Qué objetivos puede perseguir Mick que no coincidan con los nuestros? ¿Qué alternativas hay? ¡Tenemos que llegar a un acuerdo con los yrr! ¿Qué otra cosa puede querer Mick?

—Creo que se trata de mera competencia. Mick lleva un doble juego, pero todo esto no ha sido idea suya.

—¿De quién entonces?

—De Jude.

—La tuviste en el punto de mira desde el principio, ¿no?

—Y ella a mí también. Creo que cada uno entendió con bastante rapidez que no podía tomar al otro por estúpido. Siempre tuve esa sensación en su presencia, pero me parecía ridículo de mi parte. No se me ocurría ninguna razón plausible para desconfiar de ella.

Se quedaron un momento en silencio.

—¿Y ahora qué haremos? —preguntó Weaver.

—Ya he tenido tiempo de refrescar las ideas —dijo Johanson protegiéndose del frío con los brazos—. Jude verá que estamos aquí. Calculo que a mí me controla muy especialmente. No sabe de qué hemos hablado, pero por supuesto cuenta con que tarde o temprano yo recupere la memoria. Ya no tiene tiempo. Esta mañana nos ha dado la voz de alto a todos. Si tiene sus propios planes, debe actuar en seguida.

—Eso significa que tenemos que descubrir qué se propone con bastante rapidez. —Weaver se quedó pensativa—. ¿Por qué no convocamos a los demás?

—Es muy arriesgado. Llamaría la atención de inmediato. Estoy seguro de que escuchan todos los espacios del barco. Después cierran la puerta y tiran la llave. Quiero acorralar a Jude, si es que hay alguna posibilidad. Quiero saber qué es lo que está pasando, y para eso necesito que me ayudes.

Weaver asintió.

—De acuerdo. ¿Qué quieres que haga?

—Encontrar a Rubin y atosigarlo a preguntas mientras yo me encargo de Jude.

—¿Tienes idea de dónde puedo encontrarlo?

—Quizá en ese horrible laboratorio. Ahora sé dónde está, pero no tengo la menor idea de cómo se entra. Tal vez Rubin ande dando vueltas por el barco. —Johanson suspiró—. Sé que todo esto parece un argumento de una mala película. Puede que yo sea el chiflado. Puede que sea un paranoico, pero siempre puedo arrepentirme después. ¡Ahora quiero saber qué está pasando!

—Tú no eres un paranoico.

Johanson la miró y sonrió agradecido.

—Volvamos.

En el camino hacia la isla y en el interior volvieron a su seudodiscusión técnica sobre mensajes codificados y contactos pacíficos.

—Bien, bajaré a ver a León —dijo Weaver—. Quiero saber qué piensa de tu propuesta. Quizá podamos programarla juntos esta tarde y probarla.

—Buena idea —dijo Johanson—. Hasta luego.

Miró a Weaver bajar por la rampa. Luego bajó por una de las escaleras al nivel 02 y echó un vistazo en el CIC, donde Crowe y Shankar seguían ante sus ordenadores.

—¿Qué estáis haciendo? —preguntó en tono distendido.

—Pensando —respondió Crowe tras su nube de humo de rigor—. ¿Habéis avanzando con la feromona?

—Sue está sintetizando otra carga. Ya debe de tener dos docenas de ampollas.

—Vais más adelantados que nosotros. A nosotros nos empieza a asaltar la duda de si la matemática es el único camino hacia la felicidad —dijo Shankar. Su rostro oscuro se deformó en una sonrisa ácida—. Creo que de todos modos ellos saben calcular mejor que nosotros.

—¿Cuál sería la alternativa?

—La emoción. —Crowe dejó ir el humo por las ventanas de la nariz—. Es gracioso, ¿no? Querer irles justo a los yrr con sentimientos. Pero si sus sentimientos son de naturaleza bioquímica...

—Como los nuestros —observó Shankar.

—... el aroma tal vez pueda servirnos. Sí, gracias, Murray. Ya sé que también el amor es química.

—¿Tienes a alguien con quien simpatices químicamente, Sigur? —bromeó Shankar.

—No. Por el momento interactúo conmigo mismo. —Miró a su alrededor—. ¿Habéis visto a Jude en alguna parte?

—Hace poco estaba en el LFOC —dijo Crowe.

—Gracias.

—Ah, y Mick te estaba buscando.

—¿Mick?

—Ambos han estado aquí charlando. Mick se marchó al laboratorio hace unos minutos.

Qué bien. Entonces Weaver lo descubriría.

—Genial —dijo—. Mick puede ayudarnos a sintetizar. Aunque quizá tenga otra vez migraña, pobre hombre.

—Tendría que acostumbrarse a fumar —opinó Crowe—. Fumar es bueno para el dolor de cabeza.

Johanson sonrió y fue al LFOC. Habían trasladado gran parte del registro electrónico de datos allí, para que Crowe y Shankar pudieran trabajar tranquilos en el CIC. Por los altavoces salía un murmullo débil y ocasionales silbidos y clics. La sombra de un delfín cruzó por una de las pantallas. Al parecer, Greywolf había hecho salir otra vez a los animales.

En el LFOC no estaban ni Li ni Peak ni Vanderbilt. Johanson siguió hasta el JIC. Estaba vacío, igual que las demás salas de mando y de control. Consideró la posibilidad de mirar en el comedor de oficiales, pero lo más probable era que sólo encontrara a la gente de Vanderbilt o a un par de soldados. Quizá Li estuviera en el gimnasio o en sus habitaciones. No quedaba tiempo para revisar todo el barco.

Si Rubin se dirigía al laboratorio, Weaver lo encontraría en seguida. ¡Tenía que hablar antes con Li!

«Bien —pensó—. Si no te encuentro yo, me encontrarás tú a mí».

Sin prisa, fue hasta su camarote, entró y se detuvo en mitad de la habitación.

—Hola, Jude —dijo.

¿Dónde estarían las cámaras y los micrófonos? Era inútil buscarlos, pero estaban allí.

—Imagine lo que acaba de pasar. Se me ha ocurrido que encima del laboratorio grande hay un segundo laboratorio en el que Mick suele desaparecer cuando tiene migraña. Pues bien, me gustaría saber qué hace allí, aparte de derribar a sus colegas con un golpe en la cabeza.

Su mirada recorrió los muebles, las lámparas y el televisor.

—Calculo que usted no me lo contará voluntariamente, ¿verdad, Jude? De modo que he tomado un par de medidas. Verá, dentro de poco cada miembro del equipo podría compartir mis recuerdos, sin que usted tenga posibilidad alguna de impedirlo. —Era un farol, pero confiaba que Li se tragara el anzuelo—. ¿Le interesa? ¿Y a usted, Sal? Ah, Jack, casi me olvido de usted. ¿Cuál es su opinión?

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