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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

El quinto día (128 page)

BOOK: El quinto día
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—¿Y en qué habría consistido la distracción, en tu opinión? —preguntó Anawak.

—En desviar nuestra atención.

—¿De qué? ¿De que dentro de poco vayan a aparecer en escena disfrazados de árbol de Navidad?

—No es tan absurdo —dijo Johanson—. Por lo menos han logrado una cosa: que creamos que están interesados en comunicarse. Sal tiene razón. Un ser humano no haría eso. Quizá lo sepan. Nos encantaron, se mostraron en todo su esplendor. Y cuando nosotros esperábamos alegres una revelación cósmica, nos han dado una bofetada en plena cara.

—Quizá hubiera tenido usted que mandar otra cosa a las profundidades, y no esos estúpidos ejercicios de matemáticas —le dijo Vanderbilt a Crowe.

Por primera vez desde que Anawak la conocía, Crowe pareció perder la calma. Miró furiosa al subdirector de la CÍA.

—¿Se le ocurre algo mejor, Jack?

—No es mi tarea que se me ocurra algo mejor, sino la suya —respondió Vanderbilt, belicoso—. La comunicación con ellos es responsabilidad de usted.

—¿La comunicación con quiénes? Es usted quien sigue creyendo que detrás de todo esto hay algún musulmán.

—Si envía usted mensajes cuyo único efecto es revelarles nuestra posición, es un problema que tiene que resolver usted, maldita sea. Usted introdujo información detallada sobre la humanidad en su estúpido impulso sonoro. ¡Les envió una invitación a atacarnos!

—Para hablar con alguien, primero hay que conocerlo —le respondió Crowe con la misma acritud—. ¿Es que no lo entiende, estúpido? Quiero saber quiénes son, por lo tanto les cuento algo sobre nosotros.

—Sus mensajes son un callejón sin salida...

—Dios mío, ¡pero si estamos en los inicios!

—... del mismo modo que es un callejón sin salida su pretencioso SETI. ¿Estamos en los inicios? Pues necesitaremos suerte. ¿Cuántas personas van a morir hasta que usted empiece en serio?

—Jack —dijo Li. Sonó como la orden dada a un perro.

—Ese estúpido programa de contacto...

—¡Jack, cierre el pico! No quiero peleas, quiero resultados. De modo que ¿tiene alguien de esta sala un resultado?

—Nosotros —dijo Crowe, malhumorada—. El núcleo del segundo mensaje es una fórmula: agua. H2O. ¡Y averiguaremos qué significa el resto si dejan de acosarnos!

—Nosotros también hemos avanzado algo —comenzó a decir Weaver.

—¡Y nosotros! —dijo Rubin rápidamente—. Hemos dado un gran paso gracias... eh... a la enérgica colaboración de Sigur y Sue. —Tosió. Aún no había recuperado del todo la voz—. ¿Quieres exponerlo, Sue?

—No te matas trabajando —le musitó Oliviera entre dientes. Y en voz alta dijo—: Tenemos el extracto de la sustancia aromática mediante la cual las células anuncian su fusión. Es una feromona, y también sabemos cómo funciona. Esto se lo debemos a Sigur, que pudo conseguir muestras de tejido y de las fases luchando valientemente con el monstruo. —Colocó sobre la mesa un frasco transparente cerrado. Un líquido claro como el agua lo llenaba hasta la mitad—. La sustancia aromática está aquí dentro. La hemos descifrado y podemos fabricarla. La fórmula es de una simplicidad sorprendente. Todavía no se puede decir con absoluta seguridad como se ponen en contacto las criaturas por medio de ella ni quién o qué inicia la fusión. Pero presuponiendo que algo toma la iniciativa, vamos a llamarla «reina» para simplificar las cosas, queda por resolver cómo se convoca a miles y miles de millones de unicelulares que flotan libremente y no tienen ojos ni oídos. Ésa es la función de la feromona. En sí no es un olor apropiado para la comunicación bajo el agua, pues sus moléculas se diluyen con demasiada rapidez, pero a corta distancia una llamada feromónica funciona perfectamente. Y parece que la comunicación feromónica de las células se limita a esta única sustancia. No hay vocabulario, sólo hay una palabra: ¡fusión! Todavía no tenemos claro cómo se comunican las células entre sí una vez que se han fusionado. Pero estamos seguros de que utilizan alguna forma de intercambio. No es distinto de un ordenador neuronal o de un cerebro humano. Las unidades siempre necesitan una especie de mensajero. En biología, estas sustancias mensajeras se denominan ligandos. Cuando una célula quiere comunicar algo a otra, no puede ir a visitarla como si nada, así que le envía un mensaje, y ese mensaje es transportado hasta la otra célula por los ligandos. La célula, como cualquier casa decente, tiene una puerta con timbre, es decir, en términos científicos, un receptor. El ligando toca el timbre y el mensaje del timbre se propaga por medio de cascadas de señales en el interior de la célula, enriqueciendo al genoma con una información nueva. —Hizo una pausa—. Según parece, los microorganismos del tanque se comunican por medio de ligandos y receptores. Aunque, en realidad, la imagen de las células con puerta como las casas y que envían un mensajero que sonríe amablemente y toca el timbre no es del todo adecuada. Cada célula emite toda una nube de moléculas olorosas, y no tiene un solo receptor, sino unos doscientos mil. Con ellos percibe la feromona y se acopla al colectivo. No está mal, doscientos mil timbres para intercambiar informaciones con las células vecinas. El proceso de fusión se produce como en una carrera de relevos: una célula recibe feromonas del colectivo y se acopla a las células vecinas. En el momento de acoplarse produce a su vez feromonas para llegar a las células que flotan en las cercanías, y así sucesivamente. El proceso se verifica de dentro hacia afuera. Para entenderlo mejor vamos a adelantarnos a la demostración final: supongamos que las células que hemos analizado son, efectivamente, nuestros estimados enemigos. Por eso, aunque nuestra certeza sea prematura, los llamaremos los yrr. —Juntó las puntas de los dedos—. Lo primero que nos ha llamado la atención es que las células no dispongan simplemente de receptores, sino de pares de receptores. Nos hemos devanado los sesos pensando en el motivo, hasta que nos hemos dado cuenta. Está relacionado con que el colectivo se mantenga sano. Por eso hemos dado a los receptores denominaciones relacionadas con sus funciones. El receptor universal reconoce: soy un yrr. El receptor especial dice: soy un yrr capaz de desempeñar funciones, sano, con un ADN intacto y apto para el colectivo, para la gran reunión.

—¿Y algo así no funcionaría también con un solo receptor? —preguntó Shankar frunciendo el ceño.

—No, probablemente no. —Oliviera se quedó pensativa—. Es un sistema de alta complejidad. Según nuestro modelo, una célula yrr viene a ser como un campamento de soldados rodeado por un muro protector. Si desde fuera se acerca un soldado, se identifica mediante una marca universal: el uniforme. Es el uniforme quien dice al soldado del campamento: soy de los vuestros. Pero todos hemos visto suficientes películas de guerra interpretadas por Michael Caine como para saber que bajo el uniforme puede haber un traidor, y una vez que ha entrado mata a todos a tiros. Por eso Michael Caine tenía que identificarse, además, con una marca especial. Tenía que saber el santo y seña. ¿Lo he explicado más o menos correctamente desde el punto de vista militar, Sal?

—Perfectamente —asintió Peak.

—Eso me tranquiliza. El caso es que cuando dos yrr se juntan, sucede lo siguiente: el yrr que ya está fusionado con el colectivo produce una molécula olorosa, una feromona. Por medio de esa feromona se acoplan los receptores universales de las células y se inicia la unión primaria. Ha tenido lugar el paso de reconocimiento: «Soy un yrr.» En el segundo paso, mediante el acoplamiento de los receptores especiales se emite otro enunciado: «Soy un yrr sano.» Hasta aquí, todo está claro. Por otra parte, hay yrr que no están sanos y no son aptos para desempeñar funciones; dicho de otro modo, hay yrr cuyo ADN tiene fallos. Nuestro enemigo es un organismo que se presenta en masa y que al parecer evoluciona constantemente y, por lo tanto, que se ve obligado a excluir las células que no están capacitadas para la evolución. El truco parece ser que si bien todas las células poseen un receptor universal, sólo las células sanas, capaces de seguir evolucionando, están capacitadas para dar lugar al receptor especial. Los yrr enfermos, sencillamente, no tienen ese receptor universal. Y ahora sucede el auténtico milagro, lo que tiene que despertar nuestro temor. El yrr defectuoso no dispone del santo y seña. No se le permite fusionarse, sino que es expulsado. Pero no es suficiente. Los yrr son unicelulares, y como todos los seres unicelulares, se reproducen por mitosis, es decir, por división. Por supuesto, una especie que evoluciona constantemente no puede permitir que surja una segunda población, una población defectuosa, así que debe impedir que la célula defectuosa tenga tiempo de reproducirse. Y es entonces cuando la feromona asume una doble función. En el momento de la expulsión, la feromona queda adherida al receptor universal del yrr defectuoso y se convierte en un veneno de efecto rápido. Introduce la llamada «muerte celular programada», un fenómeno que normalmente no se da entre los unicelulares. La célula defectuosa muere al instante.

—¿Y cómo se reconoce que un unicelular está muerto? —preguntó Peak.

—Es sencillo: se interrumpe el metabolismo. Además, un yrr muerto se reconoce porque deja de emitir luz. La luz es para los yrr una necesidad bioquímica. Un ejemplo conocido de ello es
Aequoria
, una medusa del Pacífico. Para emitir luz produce una feromona. Aquí pasa algo parecido: tenemos la emisión de una sustancia aromática, y como consecuencia la emisión de una luz. Y las descargas fuertes de luz, los rayos, son característicos de reacciones bioquímicas particularmente intensas en las asociaciones de células. Cuando los yrr emiten luz están comunicándose y pensando. Cuando mueren, la luz cesa. —Oliviera los miró—. Voy a decirles lo que debería asustarnos. Con pocos medios, los yrr han hecho posible un procedimiento de selección complejo. Si un yrr está sano y dispone de un par de receptores intactos, la feromona inicia la fusión. Si no posee el receptor especial, la feromona despliega su efecto letal. Una especie que funciona así no ve la muerte con los mismos ojos que nosotros. En la sociedad yrr la muerte es indispensable. A los yrr jamás se les ocurriría perdonar la vida a los yrr defectuosos. Desde su punto de vista sería incomprensible, simple y directamente idiota. Hay que matar aquello que amenaza la propia evolución. Es lógica pura. Ante la amenaza contra el colectivo, los yrr reaccionan con la lógica de la muerte. No hay indulto, no hay compasión, no hay excepciones. Y esta lógica de la muerte no tiene nada que ver con la crueldad; semejantes reflexiones son completamente ajenas a los yrr. Así que no comprenderán por qué deben perdonarnos la vida, ya que para ellos representamos una amenaza concreta.

—Porque su bioquímica no admite una ética como la nuestra —concluyó Li—. Por inteligentes que sean.

—Muy bonito —observó Vanderbilt—. ¿De qué nos sirve en concreto conocer ahora su secretito de Chanel n.° 5? Si he entendido bien, podemos fusionarnos con ellos. Maravilloso. ¡Yo podría fusionarme con ellos!

Crowe lo observó largamente.

—¿Cree que ellos querrán?

—Váyase a la mierda.

—Sería muy amable de su parte si se pegaran más tarde —dijo Anawak—. Karen y yo tenemos cierta idea sobre cómo es posible que piensen los unicelulares. Sigur, Mick y Sue se están volviendo locos con este asunto. Desde el punto de vista biológico es absurdo, pero respondería a muchas preguntas.

—Hemos programado nuestras células virtuales con un ADN artificial, y lo hemos hecho de manera que éste mute constantemente —continuó Weaver—. Lo cual no significa otra cosa que aprender. Y de buenas a primeras hemos llegado al punto en que habíamos empezado: al ordenador neuronal. Como recordarán, habíamos desarticulado un cerebro electrónico en sus espacios de memoria mínimos programables, y nos habíamos preguntado cómo podían volver a convertirse en un todo pensante. Mientras cada célula no fue capaz de aprender por sí sola, no funcionó. Pero el único modo de aprender qué tiene una célula biológica mientras está viva es que su ADN mute, y esto en realidad no puede ser. No obstante, nosotros dotamos a las células virtuales de esta posibilidad. Y de un aroma como el que acaba de describir Sue.

—No sólo recuperamos nuestro ordenador neuronal íntegro y capaz de funcionar —continuó Anawak—, sino que además nos vimos ante auténticos yrr vivos, en condiciones naturales. Porque nuestra pequeña criatura dispone de ciertas ventajas: las células giran en el espacio tridimensional. A este espacio lo hemos dotado de las propiedades de las profundidades marinas, es decir, presión, corriente, fricción, etc. Claro que primero hemos tenido que encontrar una respuesta a la pregunta de cómo se reconocen mutuamente los miembros de un colectivo. El aroma es sólo la mitad de la respuesta. La otra mitad consiste en limitar el tamaño del colectivo. Aquí entra en juego lo que descubrieron Sue y Sigur: que los amplicones de los yrr difieren en pequeñas áreas hipervariables. Recuerden lo que supone tal descubrimiento: que las células tienen que haber modificado el ADN después de su nacimiento. Creemos que eso es exactamente lo que sucede, y que las áreas hipervariables sirven de codificación para reconocerse mutuamente y, por ejemplo, limitar el colectivo.

—Los yrr que tienen la misma codificación se reconocen mutuamente, y a su vez los colectivos más pequeños pueden fundirse formando colectivos más grandes —concluyó Li.

—Exacto —dijo Weaver—. Así que codificamos células. A estas alturas, cada célula ya disponía de una especie de saber básico en lo que a su hábitat se refiere. Ahora reciben una información adicional que no todas las células poseen. Como es de esperar, primero se fusionan en colectivos todas las células que tienen el mismo código. Luego probamos algo nuevo e intentamos acoplar dos colectivos de distinta codificación. Funcionó, y entonces pasó algo increíble: no solamente se produjo la fusión, sino que además las células de los dos colectivos intercambiaron sus codificaciones individuales, poniéndose a un mismo nivel. Se programaron con un nuevo código unitario, un estadio superior de conocimiento compartido por todas. Al final los dos colectivos se fusionaron en uno solo. Acoplamos este colectivo a un tercero y de nuevo surgió algo nuevo, algo que antes no existía.

—En el próximo paso intentamos observar el comportamiento de aprendizaje de los yrr —dijo Anawak—. Para ello formamos dos colectivos con codificación diferente. A uno lo dotamos de una experiencia específica. Simulamos el ataque de un enemigo. No es muy original, pero nos decidimos por un tiburón que arranca al colectivo un buen bocado, y luego le enseñamos a esquivarlo la próxima vez. Cuando venga el tiburón, ordenamos al colectivo, abandona tu forma redonda y adopta la forma chata de un pez plano. Al otro colectivo no le enseñamos el truco y fue mordido. Luego hicimos que ambos colectivos se fundieran en uno, le mandamos el tiburón... y lo esquivó. La masa completa había aprendido. A continuación subdividimos el colectivo en varias cantidades pequeñas, y todas sabían cómo hay que eludir a un tiburón.

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