El principe de las mentiras (18 page)

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Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Aventuras

BOOK: El principe de las mentiras
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La señora de los Misterios maldijo y arremetió hacia adelante, pero su movimiento fue demasiado lento. Una espada le abrió una brecha en la espalda, del hombro a la cintura. El dolor se adueñó de lo más hondo de su ser mientras la espada trataba de sorberle la fuerza vital. Sin embargo, la herida había sido demasiado superficial, el contacto demasiado breve como para causarle un daño real.

—Me sorprende que me hayas atacado aquí, Medianoche —dijo Cyric. El Príncipe de las Mentiras hizo una mueca al ver a su gemelo sin vida y luego se dirigió hacia la diosa. La luz de la pared mágica daba a sus facciones un aspecto aún más demoníaco—. Pandemonium es un lugar del caos, después de todo, y deberías saber que yo me encuentro a mis anchas en el caos...

Mystra retrocedió hacia la pared reluciente y creó un distorsionador mágico.

—El Círculo decretó que esta barrera no debía ser traspasada bajo ningún concepto por hombre o dios alguno —gritó—. Y sin magia no eres rival para mí, Cyric. Abandona antes de que me vea obligada a destruirte.

El falso cadáver se deshizo en un montón de cenizas que fueron barridas por los vientos ciclónicos del túnel. El verdadero Príncipe de las Mentiras hizo una pausa para considerar la amenaza de su adversaria y por fin rompió a reír.

—No me matarías aunque pudieras —se burló—. Eso haría peligrar el equilibrio.

Cyric permitió que los vientos del caos soplaran por encima de él, a través de él. Canalizó su poder como energía mágica y la disolvió en una nube de moscas que dividió en dos nubes más pequeñas.

Los vientos arrastraron a los insectos zumbadores a uno y otro lado de Mystra. Allí volvieron a transformarse en dos imágenes gemelas del señor de los Muertos. Dos espadas cortas de tonalidad rojiza e idénticas se clavaron en los brazos de la diosa, haciendo que se le cayera el escudo mágico.

—Pero a mí me importa un bledo el equilibrio —dijo entre dientes el dios de la Muerte.

Recuerdos antiguos de dolor mortal y una sensación mareante de miedo surgieron en la mente de Mystra. Sintió el espantoso tirón de
Godsbane
sobre su espíritu, el fluir de su poder y el hormigueo de la energía a medida que manaba como sangre de sus heridas. Tratando de concitar fuerzas para repeler el ataque, dejó que sus manos tomaran contacto con la reluciente pared de la prisión. Sintió palpitar la esencia de la magia pura bajo los dedos.

Con un grito desafiante, arrancó dos puñados de energía de la cortina. Los pegotes de poder extraídos del corazón del tejido destellaron en sus manos. Rápidamente fueron subiendo por ellas, repeliendo las espadas y formando una armadura más blindada que cualquiera de las forjadas por los dioses enanos o por sus subordinados. Mystra se desvaneció y volvió a aparecer a una docena de pasos de distancia. Ahora también ella tenía un arma, un bastón de luz que relucía como el propio sol.

Sin embargo, antes de que pudiera blandir el bastón contra Cyric, se transformó en la hoja cortante como una navaja de
Godsbane
. Acto seguido, el Príncipe de las Mentiras estaba de rodillas al lado de Mystra cogiendo la espada por la empuñadura. Salvajemente atravesó las manos de Mystra con la espada como si sus dedos fueran una vaina viviente.
Godsbane
se clavó profundamente en las palmas de las manos de la diosa, cercenándole casi todos los dedos de la mano izquierda.

—Yo atraje a Leira al Pandemonium —dijo el Príncipe de los Demonios riendo como un loco—. Sí algo hubiera quedado de su avatar seguiría flotando por aquí.

Cyric se desvaneció mientras Mystra lanzaba contra él una lluvia brillante de meteoritos. El dios se dejó llevar por los vientos hasta acabar de pie en lo alto de la pared.

—Matarla fue incluso más fácil de lo que resultará matarte a ti —aulló—. Debo de ser casi tan poderoso aquí como en el Hades. Seguramente es el caos natural del lugar, o tal vez sea sencillamente que soy muy bueno como dios de los Asesinos. ¿Tú qué crees?

Mystra invocó una esfera de energía prismática para protegerse del siguiente ataque. Tan pronto se hubo formado la esfera,
Godsbane
golpeó contra ella. La fuerza del golpe hizo que se abrieran grietas en la esfera parpadeante y rotatoria.

Cyric dio una patada al escudo.

—Una por ti —oyó Mystra que susurraba justo antes de volver a desaparecer.

La diosa de la Magia pasó rápida revista a sus heridas. Eran graves, pero podía curarlas siempre y cuando tuviera un momento para concentrarse, y entonces...

Cyric apareció por encima de la esfera, gigante y amenazador. Levantó el globo mágico en una mano y lo acercó a sus ojos orlados de rojo.

—Me pregunto qué sucederá si me lo como.

Destilando brillante energía por media docena de heridas, Mystra miró al Príncipe de las Mentiras. Tenía razón: en el Pandemonium tenía ventaja. El caos lo hacía fuerte, pero la mejor arma de Cyric era su impredecibilidad.

—Los demás dioses me apoyarán —dijo Mystra con amargura antes de desaparecer volando hacia su palacio en Nirvana.

—¿Y ahora qué? —preguntó Cyric. Vio que la esfera prismática se le colaba entre los dedos como el agua y a continuación dejó que los vientos del caos erosionaran su gigantesca fachada hasta que se redujo a la estatura que tenía cuando no era más que un mortal.

«El Círculo teme al Perro del Caos casi tanto como a ti, amor mío
—declaró
Godsbane
. Su voz seductora era gruesa, embriagada como estaba con la fuerza vital de la diosa—.
Debemos ser cautos»
.

—La cautela es para los que no pueden ver el futuro —puntualizó Cyric mientras se dirigía con naturalidad hacia la cortina—. Y mi futuro es sólo lo que yo quiero que sea.

Se veían dos brechas del tamaño de un puño en la reluciente prisión donde Mystra había desgarrado la energía mística. Eran pequeñas heridas, pero eso era algo que Cyric podía utilizar.

—Ya ves —dijo el señor de los Muertos con tono burlón—. Tal como lo había planeado. Esa zorra me ha abierto las puertas.

Valiéndose de
Godsbane
agrandó las brechas. El alarido de la espada al cortar la dañada cortina se difundió por todo el reino oscuro del Pandemonium. El sonido se abrió paso por los interminables túneles barridos por el viento, y criaturas más maléficas que cualquiera de las pesadillas de los hombres y de los elfos se estremecieron de terror. Sabían que, después de milenios, un loco había acudido a liberar al Perro del Caos.

8. Perros y liebres

Donde Cyric hace un trato peligroso con el Perro del Caos, Mystra descubre a un extraño visitante en la Casa del Conocimiento, y un héroe muerto hace mucho tiempo pero del que se habla mucho hace finalmente su entrada.

Al pasar por el agujero abierto en la pared, Cyric entró en un lugar donde imperaban el silencio y la oscuridad. Ni el aullido del viento ni los funestos gemidos, tan ensordecedores en las cavernas del otro lado, llegaban a la lóbrega estancia. La cortina de magia no proyectaba el menor brillo de este lado, hasta la luz que debería haberse colado por el agujero quedaba bloqueada de algún modo.

«Todavía estás a tiempo de reconsiderar esto»
, susurró
Godsbane
en la mente de Cyric. Ahora la espada despedía un brillo apagado y enfermizo en la oscuridad, aunque antes la fuerza vital de Mystra la había hecho relucir como un sol rojo sangre en los túneles.

El Príncipe de las Mentiras hizo caso omiso de la aturdida espada y gritó a voz en cuello en la fétida tiniebla:

—Soy Cyric, señor de los Muertos y dios de la Lucha. Estoy aquí para emplearte a mi servicio, Kezef.

Por toda respuesta se oyó un ronco rugido.

»Vamos, vamos —reconvino Cyric dando un osado paso adelante—. Sólo intento liberarte.

—Ningún dios de Faerun liberaría al Perro del Caos por su propia voluntad. —La voz inhumana era sorda y llena de malevolencia—. De modo que tú no puedes ser un dios.

—Si consideras la divinidad como algo exclusivo de los simuladores que te encadenaron aquí, seguramente tendrás razón. No soy un dios —replicó Cyric insidiosamente—. Soy mucho más que eso.

El rugido volvió a atravesar la oscuridad propagando el olor rancio, nauseabundo, de la putrefacción.

—¿Dios de los Muertos has dicho? ¿Y que fue de Myrkul?

Cyric rió.

—El antiguo señor de los Huesos ya no existe. Yo lo maté, y también a muchos de sus hermanos. —Dio un paso más—. También destruí a Bane, y a Bhaal, y a Leira. Ahora ostento sus títulos y sus poderes.

—Entonces eres realmente alguien a quien hay que tener en cuenta —gruñó Kezef. Hubo un entrechocar de cadenas cuando el Perro del Caos se echó hacia adelante. Olfateó dos veces e hizo una pausa—. ¿Puede dar algo más de luz esa pequeña espada que llevas? Me gustaría verte la cara, asesino de Myrkul.

Sin magia, Cyric no podía conjurar una luz, pero habría sido un error revelar eso a la bestia. No obstante, había otra solución, y su mente multifacética ya la había encontrado antes de que Kezef hubiera acabado de hablar. Cyric se volvió y arrancó un trozo del tamaño de un cadáver de la pared de la prisión. Lentamente alzó la lámina parpadeante de energía para que su lado radiante iluminara sus facciones bastas y marchitas.

—No eres como yo había pensado —murmuró Kezef.

Cyric dejó caer al suelo la lámina de sustancia del tejido y de un puntapié la lanzó hacia el Perro del Caos. No llegó lo bastante lejos para dejar ver la forma de la criatura, pero sí permitió un atisbo de los ojos rojos de Kezef.

—Acércala más —dijo el Perro—. No podemos tratarnos como iguales antes de que se nos revelen nuestras formas auténticas...

Al moverse Cyric hacia el fragmento reluciente, Kezef se lanzó hacia adelante. El Príncipe de las Mentiras sólo vio un contorno oscuro atravesando la mancha de luz, sólo oyó un rugido feroz y el entrechocar de antiguas cadenas. Con reacciones mucho más rápidas que las de cualquier mortal dio una enérgica estocada con
Godsbane
. La espada se hundió en algo blando, y una oleada de líquido oscuro se derramó sobre el brazo con el que la blandía. El líquido se adhirió a él en pegotes y lo sintió ardiente como cobre fundido.

Al aullido del Perro del Caos se sumó el alarido de dolor de
Godsbane
en la mente de Cyric.

—¿Es así como demuestras tu astucia? —preguntó con voz sibilante el Príncipe de las Mentiras—. No me extraña que los dioses te hubieran encerrado con tanta facilidad. Sólo un tonto se vuelve contra un aliado cuando no tiene nada que ganar con ello.

—Habría sido más tonto todavía haber llegado a un trato contigo sin conocer tus fuerzas —bramó Kezef—. Ahora sé que debes de ser todo lo que dices, asesino de Bhaal, porque sólo un dios podría aguantar mis fauces. —Entrecerrando los ojos, el Perro del Caos se acercó a la luz.

Kezef parecía un enorme mastín, tan grande como cualquiera de los caballos de tiro que Cyric había visto en las calles de Zhentil Keep. Tenía encima montones de gusanos y ese manto cambiaba incesantemente sobre los tendones y huesos apenas cubiertos. Sus dientes afilados relucían como dagas de azabache bajo la luz fantasmagórica. Una lengua de la que colgaban trozos de materia corrompida asomaba de sus fauces arrojando al suelo gotas de saliva ponzoñosa. La herida producida por el ataque de Cyric se encontraba en el hocico de la bestia, pero ante la vista del Príncipe de las Mentiras, la carne líquida putrefacta se cerró sobre el corte.

Una cadena corta y fuerte forjada por el propio Hacedor de Maravillas mantenía a la fiera en su sitio. Los eslabones produjeron un ruido hosco cuando Kezef se sentó sobre sus cuartos traseros y miró a la cara al Príncipe de las Mentiras.

—¿Qué oscura misión me quieres encomendar?

—Los bardos de Faerun dicen que puedes seguir la pista a cualquier cosa, por recóndito que sea el lugar donde se oculte en los reinos de los hombres o de los dioses.

La respiración jadeante de Kezef despidió un hedor insoportable a carne podrida cuando se acercó más a Cyric.

—Por una vez, los bardos dicen la verdad. Ninguna criatura viviente puede ocultarse de mí una vez que he encontrado su rastro.

Cyric alzó a
Godsbane
ante sí como muda advertencia a Kezef de que no se acercase más.

—Entonces quisiera que encontrases el alma de un mortal.

—¿Y cuando tenga a esa alma entre mis dientes? —preguntó con tono siniestro el Perro—. ¿Tienes pensado volver a encerrarme?

—Tráeme el alma de Kelemvor Lyonsbane y después serás libre de hacer lo que quieras —replicó Cyric.

«El Perro del Caos sobrevive asolando los planos
—le advirtió
Godsbane
con voz chillona por el miedo—.
Ataca a los Fieles, amor mío. Los engendros de tu reino le resultarán tan dulces como otros cualesquiera».

—Y qué hay de tus súbditos —preguntó el Perro, reflejando la pregunta de la espada como si pudiera oírla—. ¿No te importa si tus engendros contribuyen a cubrir de carne estos huesos junto con los servidores de Tyr o de Ilmater?

Cyric desechó las preguntas con una mueca burlona.

—Hay muchos planos más fáciles de asolar que la Ciudad del Conflicto —dijo—. No te llaman los Fieles con que está construida la pared, y mis engendros están mejor armados y son mucho más crueles que los devotos del señor de Todas las Canciones u Oghma el Encuadernador. Pasarán muchos, muchos años antes de que tu hambre te lleve a mi puerta... «Pero, amor mío...»

«¡Silencio!
—Le gritó Cyric a
Godsbane
. Aunque el Perro del Caos no oyó su orden, dio la impresión de que sacudía la tenebrosa estancia—.
Cuando mi libro esté terminado y los demás dioses se debiliten y mueran, sus súbditos no tendrán protección y servirán de alimento al Perro hasta el fin de los tiempos».

—Haré lo que me pides —murmuró Kezef con una voz inhumana llena de premoniciones tácitas—. Aunque sé que no debería confiar en ti.

—Oh, puedes creer todo lo que te digo ahora, Kezef —le dijo Cyric con voz sugerente—. Si me fallas, o si haces algo con el alma de Kelemvor en lugar de traerla intacta a mi castillo, te arrancaré esa piel de gusanos que tienes hasta que de ti no queden nada más que los dientes, y ésos los clavaré en las bacinillas de mis sacerdotes más insignificantes de los reinos mortales.

El Perro entrecerró los ojos rojos. Sus putrefactas órbitas se encendieron con una arrogancia sólo comparable a la de Cyric.

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