El principe de las mentiras (17 page)

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Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Aventuras

BOOK: El principe de las mentiras
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—Necesito alguien con quien hablar —confesó.

—Trataré de ayudar —dijo Adon con dulzura—. Pero algún otro dios podría ver...

—Ése es el meollo del problema, Adon. Los otros dioses no pueden ver nada que se salga de su estrecha visión del mundo.

La señora de los Misterios señaló vagamente hacia la ladera enterrada ahora bajo una gruesa capa de nieve. Mientras la señalaba, el hielo y la nieve se fundieron dejando ver la roca desnuda. Los esqueletos congelados de conejos y zorros volvieron a la vida. Aullando de dolor, empezaron a luchar como caballeros enloquecidos en un torneo.

—Creo que nunca te dije por qué los Helmlands son así, por qué esta magia desatada actúa tal como lo hace. En algunos lugares —continuó—, donde los avatares produjeron la mayor destrucción en la Era de los Trastornos, el mismísimo entramado de la realidad se volvió más delgado. Y aquí, donde la energía moribunda de Mystra golpeó la tierra como un millón de cañones Shou, es donde esa trama es más delgada.

—¿Qué tiene que ver eso con la forma en que ven el mundo los demás dioses? —preguntó Adon.

—Donde la trama es tan delgada, el equilibrio es inestable —explicó Mystra—. La tierra se debate entre los poderes, dejando que cada uno predomine sobre la zona durante un tiempo breve. El verdor primaveral que vimos hace un rato fue obra de Lathander. A continuación, Auril volvió a apoderarse de la tierra. Ahora, esto podría ser obra de Cyric, o de Talos. —Suspiró profundamente y cerró los ojos brillantes—. Y los dioses nunca saben que están haciendo daño. No son capaces de ver cómo estos pasos repentinos del invierno al verano pueden destruirlo todo.

—¿Y no puedes decírselo tú, puesto que ves el peligro...?

—De eso se trata —dijo Mystra con una furia que hizo que sus ojos relampaguearan—. Los dioses ven el mundo como si fuera un campo que ganar o que perder. Pero cada uno juega a un juego diferente. Talos quiere destruirlo todo mientras Lathander planea un renacimiento. Sólo reparan en los demás dioses del panteón cuando se les cruzan en el camino.

Adon meneó la cabeza.

—Lo siento, señora, pero no lo comprendo. Quiero decir que son dioses, ¿no es cierto?

—Sí —respondió Mystra con tono sombrío—. Son dioses, pero eso no significa todo lo que tú crees, todo lo que los sacerdotes exponen en sus sermones y tratados. Yo me he metido en sus mentes, he... —Hizo una pausa, contemplando la descabellada batalla que tenía lugar en el campo rocoso—. Tal vez haya otra forma de mostrarte...

Mystra hizo un levísimo gesto y abandonaron los Helmlands, pero cuando la diosa y su patriarca aparecieron un instante después en su nuevo destino, la escena en torno a ellos no era menos caótica.

—¿Dónde está la luz, Gareth? No me dejes en las sombras con ellos. Se arrastran por todas partes... ¡Ay, quítamelos de los ojos!

—Los ángeles tienen colmillos. ¡El ángel tiene colmillos!

—¡La serpiente se los llevó! Se tragó todos mis sueños...

Adon se cubrió la boca con la mano y se apretó la nariz. El hedor del lugar era espantoso. Miró alrededor, desesperado. Por todas partes había montones de paja húmeda y sucia. Algunas de estas camas improvisadas estaban ocupadas por lunáticos que dormitaban, otras por ratas, cucarachas o cosas peores. En los rincones oscuros de aquella habitación grande y lóbrega, unas figuras escasamente humanas andaban a cuatro patas, peleaban o chillaban. Muchos de los internos tenían enormes jaulas atadas a la cabeza o gruesos trozos de tela envueltos apretadamente en torno a las manos. Los demás estaban vestidos con andrajos, aunque el lugar era lo bastante frío como para que el aliento se transformara en vapor.

Pero lo que Adon recordaría sobre todo de ese lugar infernal serían los gritos agudos, los chillidos de los locos.

—¡Los ángeles tienen colmillos! —Un escuálido semielfo de largo cabello castaño y barba descolorida tendió hacia Adon las manos temblorosas—. Debes advertir a todo el mundo. Los ángeles tienen colmillos.

Mystra hizo que el semielfo se volviera hacia ella.

—Duerme, rey Trebor —le dijo la diosa con voz apaciguadora pasándole suavemente los pulgares por los ojos. El semielfo cayó desplomado, aunque los estremecimientos que sacudían su cuerpo demostraban que el sueño no le permitía huir de sus atribulados pensamientos.

—¿Lo conoces? —preguntó Adon asombrado—. ¿Dónde estamos?

—Conozco a todos estos desdichados —dijo Mystra—. Son mis criaturas, lo mismo que los magos y eruditos que acuden al templo en Tegea. La magia los trajo a todos aquí. —La diosa se volvió hacia su patriarca—. Esto es un asilo, Adon. Lo regenta la Sociedad de la Pluma Dorada de Aguas Profundas. Los bardos se han apiadado de estos hombres y mujeres, hechiceros desviados irrevocablemente por la magia desatada. Los traen aquí y cuidan de ellos lo mejor que pueden.

—Por los dioses, matarlos es mejor que esto —exclamó Adon, que tuvo que gritar para hacerse oír por encima de la barahúnda.

Mystra negó con la cabeza.

—El reino de Cyric es lo que le espera a la mayoría. La mente de todos los que no se habían dedicado a un dios antes de morir fue deformada por la magia. —Ante la pregunta tácita que apuntaba en los ojos de Adon, añadió:— Yo acojo a todos los que puedo, pero Ao proclamó al principio de los tiempos que los dioses sólo pueden premiar a sus fieles con el paraíso.

—¿Esto fue obra de la magia? —preguntó el patriarca con voz entrecortada mirando a un desgraciado que se arrastraba por allí sin boca ni ojos.

—Las nigromancias y las taumaturgias nunca deberían hacerse a la ligera —replicó Mystra—, ya que el poder del tejido lo mismo puede destruir que crear, y ni siquiera mis manos pueden curar sus mentes, aunque he pasado horas y horas aquí tratando de reconfortarlos.

A los ojos de Adon empezó a asomar la furia.

—Si lo que quieres es demostrar que los dioses pueden ser unos desalmados, has desperdiciado una lección —gritó—. Sune me abandonó cuando fui herido, ¿recuerdas? No me hago ilusiones sobre el mundo, Medianoche. O me dices cómo ayudar a estos hombres o sácame de aquí.

La señora de los Misterios se dio la vuelta y se dirigió hacia un anciano de pelo entrecano acurrucado bajo una ventana con gruesos barrotes. Unos cuantos lunáticos se calmaron a su paso, como si su presencia les ofreciera un atisbo de cordura. Sin embargo, en cuanto la diosa se alejó empezaron a chillar nuevamente.

—Vamos, Adon, quiero que conozcas a Talos —dijo Mystra.

Todavía bajo la tensión de la furia, el patriarca la siguió.

—¿Has perdido lo suficiente de tu humanidad como para sacar una enseñanza de estos desgraciados?

—No lo creo —dijo Mystra lanzando fuego por los ojos claros—. Vuelve a mirar, Adon, sé que eres lo bastante brillante como para entender esto.

El loco estaba desnudo y llevaba el pelo largo y enmarañado. Sus ojos azules entrecerrados miraban con desconfianza al patriarca. Se pasaba el tiempo arrancándose la barba del mentón, pelo a pelo y la iba dejando a su alrededor en el suelo, que ya estaba cubierto con los hilos desprendidos de su manta y de lo que habían sido sus ropas.

—Adelante, Adon —le indicó Mystra con suavidad—. Trata de impedírselo.

El patriarca cogió las manos del hombre con las suyas. El lunático tembló y se quedó mirando a Adon con ojos llorosos. Después de un momento, cuando pensó que el interno se había calmado, Adon lo soltó. Los huesudos dedos volaron hacia la barba y empezaron otra vez a tirar de ella, ni más rápido ni más lentamente que antes.

Mystra apoyó con suavidad una mano en el hombro de Adon.

—¿Qué es lo que ve cuando te mira?

—A alguien que le impide arrancarse la barba. Tal vez no a una persona. Puede que sea alguna enorme sombra paralizante, o unas cadenas...

—O sea que ahora has conocido a Talos —dijo Mystra rotundamente—, o a alguien que se le parece mucho. Este pobre hombre deshace toda la ropa de vestir o de cama que se le da. Nadie sabe por qué. Está empeñado en ello, y si se lo mantiene encadenado demasiado tiempo, deja de comer y de dormir. Lo sueltan de vez en cuando para que deshaga algo. Y al igual que los dioses, sólo percibe la presencia de alguien a su alrededor en la medida en que obstaculice su visión disparatada del mundo o contribuya a ella.

—Pero seguramente los dioses...

Mystra negó con la cabeza.

—Sus mentes son más expansivas, pero su percepción es igualmente limitada.

—Entonces, ¿cómo pueden comunicarse? —preguntó Adon—. Si están locos, no serán capaces de ponerse de acuerdo en nada.

—En su conciencia debe de haber algo que traduzca lo que dicen los demás dioses —contestó Mystra—. Todos miran la misma realidad, pero la ven de muy diversas formas. Talos no puede ver más que un mundo que debe ser destruido. —Se acercó como loca a un hombre que estaba acurrucado con las rodillas contra el pecho. Lágrimas de sangre le corrían por las hundidas mejillas—. Éste es Ilmater, que sólo ve el sufrimiento de Faerun. Su compañero de celda es Gond, el Hacedor de Maravillas, cuyos artilugios mecánicos se difundirán por el mundo como un ejército de autómatas. —Mystra señaló a un enano calvo que construía laboriosamente una torre con eslabones sueltos de cadenas y cuencos rotos.

Por último, la diosa de la Magia se acercó a un joven cuyo rostro había sido distorsionado por un encantamiento mal dirigido que lo transformó en una espantosa máscara. No dejaba de atusarse y acomodarse los mechones de pelo que brotaban de su calva ennegrecida.

—Ya conoces a Sune Cabellos de Fuego —dijo Mystra—. No importa que sea un hombre, por supuesto. Los dioses podemos adoptar el sexo que nos plazca.

—¿Y tú? —preguntó Adon a bocajarro—. ¿Cuál es el rostro de tu locura?

—Ao me permitió conservar algo de mi naturaleza humana, pero eso significa que puedo ver que todos los demás están locos —le explicó Mystra—. Talos no tiene la menor idea de cómo perciben el mundo los demás. Yo, en cambio, puedo participar de mi visión distorsionada del mundo y de las de los demás dioses. Al fin y al cabo, eso podría hacer de mí la más loca...

Mystra hizo una mueca de dolor y se llevó la mano al costado. Cyric la había herido allí diez años antes, durante la batalla en la Torre de Bastón Negro.

—Era sólo cuestión de tiempo —masculló entre dientes.

Adon corrió hacia ella con las manos tendidas.

—¿Qué pasa?

—Cyric —dijo la señora de los Misterios con los dientes apretados, aunque ahora su expresión era de furia y no de dolor—. Está atacando el tejido. Tengo que detenerlo.

Los internos aullaron ante el repentino estallido de luz azul con el que Mystra desapareció. Incluso a través de sus mentes nubladas por la locura sentían algún dolor irreconocible cuando se usaba cerca de ellos la hechicería, ese maldito arte que les había hecho tanto daño. Y en medio de tanto alarido y chillido, Adon de Mystra permanecía en silencio, con lágrimas en los ojos.

Se dirigió a la puerta y golpeó el grueso metal con su maza. Si los guardias no habían notado la presencia de una diosa, Adon esperaba que ahora oyeran su llamada y no la confundieran con los gritos inusitadamente lúcidos de uno de sus internos.

—¡Guardias! —gritó—. Soy de la Iglesia de los Misterios. Abrid esta puerta en nombre de Mystra y traed algo de agua.

El sacerdote se volvió hacia la lúgubre habitación. Puso su elegante capote sobre un hombre encadenado a la pared que temblaba cubierto de harapos. Después, reprimiendo las arcadas que le producía el olor a excrementos y a enfermedad, se arrodilló junto al muchacho desfigurado al que Mystra había llamado Sune.

Adon se estremecía a su pesar.

—Tal vez los eruditos tuvieran razón al menos en esto —murmuró—. Tal vez los dioses no puedan vivir sin sus fieles después de todo.

* * *

En las profundidades del laberinto de túneles sin iluminación y olvidados de toda esperanza conocidos como Pandemonium, Cyric esgrimió a
Godsbane
y dio otro corte a una reluciente cortina de energía mágica. La espada corta mordió en la pared aparentemente insustancial con un chirrido que sonó como un hacha deslizándose sobre una pizarra. Durante un instante se abrió una fina hendidura que se cerró inmediatamente del mismo modo que todos los demás agujeros que el señor de los Muertos había hecho en la cortina.

«La magia me hace daño
—susurró
Godsbane
en la mente de Cyric—.
¿No hay otra forma?»

Demudado, el Príncipe de las Mentiras dio un paso atrás desde la barrera encantada y alzó la vista. La pared reluciente se extendía sin limite alguno cerrando totalmente el túnel circular.

Cyric apretó los labios transformándolos en una línea y se frotó el mentón con los dedos sarmentosos.

—Los dioses deben de haber sacado el muro directamente del tejido cuando aprisionaron a Kezef —dijo entre dientes—. Esto va a resultar más difícil de lo que pensaba...

Las palabras, aunque susurradas, fueron llevadas por el eco túnel abajo. Un sonido se sumó a otro hasta que todo se convirtió en un ululante coro sin sentido. Los vientos del caos que perpetuamente irrumpían en las cuevas negras de paredes lisas se llevaron el sonido y volvieron un instante después acompañados por un centenar de gritos agonizantes. La cacofonía habría dejado sordo a cualquier oído mortal, pero a Cyric los sonidos del Pandemonium le resultaban tranquilizadores, y el vertiginoso magma de oscuridad y niebla asfixiante, un abrigo reconfortante.

—No hay manera de rodearlo —murmuró el dios de los Muertos, y sus palabras fueron engullidas por la vorágine. Una vez más alzó la espada.

«¡Cuidado, amor mío! Mystra...»

Un golpe de poderosa magia golpeó a Cyric en la espalda haciéndolo girar en redondo. Con los ojos desorbitados por la conmoción, hizo frente a su atacante y se miró el agujero humeante que tenía en el pecho.
Godsbane
se le deslizó de los dedos entumecidos y cayó al suelo. Cyric se desplomó hacia adelante como un guiñapo sin vida.

Mystra dio un paso hacia el Príncipe de las Mentiras y luego se detuvo, sorprendida por el cuerpo inerte que tenía ante sí. ¿Hasta tal punto había sobreestimado el poder del dios? No tenía defensa mágica, pero todos los dioses tenían poderes innatos por el simple hecho de ser dioses que no provenían del tejido de la magia. El golpe no debería, no podía, haberle inferido semejante daño...

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