El principe de las mentiras (15 page)

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Authors: James Lowder

Tags: #Fantástico, Aventuras

BOOK: El principe de las mentiras
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Otro hombre, para ser más precisos un elfo, estaba sentado frente a Hodur. Al entrar Rinda, la miró con la espalda rígida y los hombros cuadrados al más puro estilo militar. Una prolija guerrera gris cubría su cuerpo enjuto. Estaba limpia, salvo por unas cuantas salpicaduras de sangre que manchaban las mangas. En una mano sostenía un cuenco hondo. Con un cuidadoso movimiento de sus dedos largos y finos, cogió de allí un escurridizo escarabajo y se lo metió en la boca.

—Ivlisar —lo saludó Rinda con expresión rígida.

El elfo hizo una inclinación de cabeza mientras masticaba el escarabajo. Una sonrisa se difundió por su estrecho rostro mientras tendía a la copista el cuenco ofreciéndole el contenido.

—Sólo como los que encuentro en las tumbas de los amigos brillantes a los que desentierro. Por lo que yo sé, si comen los cerebros de los duros de mollera y a continuación me los como yo...

—No —dijo Rinda con firmeza, rechazando el cuenco lleno de escarabajos. Se dirigió a una pila de ropa cuidadosamente doblada que había en el suelo y tomó dos guerreras que había cogido de la basura a las puertas de una guarnición de zhentilares—. Hodur, necesito que lleves esto a un anciano que está junto a la puerta del Ojo de Serpiente. Morirá de frío si no se abriga con algo.

—Después —respondió el enano—. Tenemos que hablar.

—¿Hablar? —repuso con ironía—. Parece que tienes una partida pendiente. Mira, no te va a llevar mucho tiempo, y estoy segura de que Ivlisar estaría encantado de darse un paseo contigo. —Dirigió al enano una mirada severa—. No le des nada de beber al anciano. Si me entero de que lo hiciste, no volverás a entrar aquí.

—Un poco del veneno azul no le hace daño a nadie —dijo Ivlisar curándose en salud—. Además, Hodur no te está engañando. Tenemos algo de que hablar, querida señora.

—Que Ilmater me dé paciencia —refunfuñó Rinda entre dientes, y poniéndose las prendas debajo del brazo se encaminó a la puerta que daba a la habitación trasera—. Está bien, iré yo misma. ¿Has vuelto a poner aquí aquellos guantes que sobraban?

Presa del pánico, Hodur se puso en pie de un salto.

—¡Rin, espera! Hay un...

Rinda no pudo reprimir un respingo de sorpresa cuando vio lo que había al otro lado de la puerta.

Un orco con la armadura de cuero de los zhentilares estaba tirado en su cama con los pies embarrados sobre la almohada. La criatura volvió la cara gris verdosa hacia la copista y frunció el porcuno hocico con gesto desdeñoso. Otro hombre, ataviado con ropajes elegantes y una capa lujosa de doble faz estaba delante de la cómoda donde Rinda guardaba sus escasas pertenencias. Tenía en las manos su posesión más preciada: un globo de cristal encantado. Dentro del globo de cristal había una vista panorámica de una ladera verde e idílica de los Moonshaes.

—¡Fuera de aquí! —gritó—. ¡Ahora mismo!

La enérgica orden sobresaltó tanto al orco que se puso en pie de inmediato. El otro se volvió lentamente hacia Rinda y le entregó la esfera de cristal.

—Estos globos son escasos —dijo—, y muy hermosos. Tienes muy buen gusto.

—Es todo un cumplido viniendo de ti, lord Fzoul —replicó Rinda con frialdad tras haber reconocido al hombre.

Al ver que Rinda no recogía la esfera, el hombre de pelo rojo lo volvió a colocar con cuidado sobre la cómoda.

—Mi reputación me precede —suspiró haciendo una reverencia formal—. Y por el tono de tu voz veo que no me ha pintado en mi faceta más favorable.

—¿Es que tienes más de una? —gruñó el orco. Se encogió de hombros y se volvió hacia Rinda—. ¿Es ella? No parece gran cosa.

Fzoul puso los ojos en blanco.

—Como podrás ver, Rinda, el general Vrakk disfruta haciéndose el bruto. Podría dar la impresión de que es bastante tonto, pero no te dejes engañar.

—Yo recibir recomendación del propio rey Ak-sun de combatir a Horde —la informó Vrakk con una voz que parecía un graznido. Se golpeó el corpulento pecho y sonrió, lo que dejó al descubierto unos prominentes incisivos que sobresalían del labio inferior hasta casi tocarle el hocico—. Gran héroe en cruzada.

—Si habéis venido para arrestarme —declaró Rinda—, no perdáis tiempo. Si no, salid de aquí. No estoy dispuesta a admitir soldados o escoria zhentarim, por buenos que sean sus modales, en mi casa.

Una mano grande se apoyó en la espalda de Rinda.

—Están aquí para ayudar, Rin —murmuró Hodur solemnemente—. Todos queremos ayudar.

—¿Ayudar a qué? —preguntó la copista—. ¿A destruir mi reputación entre los vecinos? Los tipos como vosotros no gozan de simpatías por aquí. —Hizo un prieto atado con las guerreras.

Fzoul rodeó a Vrakk con elegancia.

—Te aseguro, Rinda, que nadie nos ha visto entrar y nadie nos verá salir.

La mujer dio un paso atrás para apartarse de Fzoul y empujó a Hodur para que saliera de su camino.

—¿Y qué me dices del perro guardián de la Iglesia que está al otro lado de la calle? ¿O es que no lo has visto? ¿Es acaso uno de tus lacayos...?

—No podría serlo —respondió Fzoul. Seguía acercándose a Rinda mientras ella retrocedía por la habitación. Una única vez apartó los ojos de la mujer y sólo para hacer un gesto a Ivlisar—. Me temo que no podemos permitir que te vayas todavía —observó el agente zhentarim al ver que ella se acercaba a la puerta.

Al mirar por encima del hombro, Rinda se encontró con que el elfo le bloqueaba el camino. Estaba apoyado contra la puerta, masticando escarabajos y con una sonrisa fatua en los labios.

—No saldrás hasta que hayas oído lo que tenemos que decirte —indicó Ivlisar antes de quitarse con la uña una pata que se le había quedado entre los dientes.

—Sí, siéntate —bramó el orco—. Nosotros te decimos qué hacer.

El soldado de hocico porcuno apoyó una mano sobre el hombro de Rinda para obligarla a que se sentara. Al principio, ella pareció dispuesta a hacerlo, a ceder a la presión de su mano, pero de repente se retorció y le arrojó las guerreras a Vrakk. El orco las apartó de un manotazo, pero Rinda aprovechó el momento para darle un puntapié en el estómago. Con un quejido porcuno, Vrakk se dobló en dos.

Rinda se volvió para asestar otro golpe a Ivlisar. El elfo soltó el cuenco dejando que los escarabajos se dispersaran.

—Por favor, querida señora —dijo—. Esto es un terrible error.

Por suerte para él, la copista sólo consiguió dar un paso en su dirección antes de verse sujeta por detrás. Al volverse de lado pataleando furiosamente para liberar sus piernas, Rinda miró a su atacante. Esperaba ver a Fzoul, o incluso a Vrakk sujetándola, pero no eran ni uno ni otro.

Era Hodur quien le sujetaba los tobillos dentro del círculo de sus fuertes brazos. Rinda sintió el temblor de los músculos del enano debilitados por la bebida incluso a través de las botas.

—Por favor, Rin —dijo Hodur—. No queremos que Cyric te haga a ti lo mismo que les hizo a todos los demás.

—Lo que le hizo a tu padre —añadió Fzoul con frialdad—. Yo lo vi morir, y fue muy desagradable, ¿sabes? —Entrelazó los dedos—. Y Cyric te matará también si le fallas.

Rinda dejó de resistirse.

—Es posible que no le falle.

—Entonces tienes que temer algo mucho peor que la muerte —dijo Fzoul.

Incluso a través de su apariencia de buenas maneras, Rinda percibió la desusada resonancia de la verdad en su voz. La expresión de disgusto de su rostro revelaba que lo contrariaba ser sincero.

Hodur la miró a la cara con los ojos oscuros llenos de llorosa sinceridad, como los de un perro herido.

—Escúchalo, Rin.

—Al parecer no tengo otra elección —respondió la mujer. Cuando Hodur aflojó el abrazo, Rinda liberó las piernas e hizo a un lado al enano.

—Él tiene suerte —se quejó Vrakk señalando a Hodur con el hocico—. Eso por capturar a una gata como tú. —Cogiéndose el estómago se dejó caer en una silla—. Los tontos dglinkarz como él no buenos para pelear.

—El de los orcos es un idioma muy adecuado para las maldiciones —observó Ivlisar, divertido. Echó una mirada por la habitación en busca de su desaparecido desayuno y colocó el cuenco boca abajo sobre la mesa revuelta—. Está bien, lord Fzoul —dijo arrastrando las palabras mientras se sentaba en el suelo frente a la puerta—, acabemos con esto. Al igual que nuestra querida Rinda, llevo toda la noche en pie y necesito dormir. Como bien sabes, los cadáveres no se desentierran solos.

Fzoul le tendió una mano a Rinda para ayudarla a levantarse, pero ella hizo como si no la viera y optó por sentarse con las piernas cruzadas en el centro de la habitación.

—Tiene razón —dijo—. Acabemos con esto.

—Sabemos que Cyric quiere que escribas el libro de su vida —empezó Fzoul sin preámbulos—. Lo que tú no sabes, y lo que el Príncipe de las Mentiras no te va a decir, es cuál es el propósito del libro. —Hizo una pausa efectista—. Si resulta correctamente escrito y provisto de las plegarías adecuadas, los himnos correspondientes y las iluminaciones debidas, podría obligar a cuantos lo lean a honrar a Cyric.

—¿Y qué? —preguntó Rinda sofocando un bostezo—. ¿En qué se diferencia del texto sagrado de cualquier otra Iglesia? Los sacerdotes quieren creer que lo que dice es cierto, de lo contrario es un desperdicio de pergamino.

—Pero en el caso de este libro no habrá más posibilidad que creer en él —repuso Hodur. Ante la expresión de incredulidad de Rinda asintió solemnemente—. Todo el que lo lea o el que oiga su lectura creerá que Cyric es el único dios digno de ser venerado.

—Entonces los demás dioses...

—Desaparecerán —completó Fzoul golpeando una palma con otra como si se estuviera quitando el polvo, como si estuviera eliminando al resto del panteón celestial—. Eso le dará a Cyric el control total sobre Faerun y todas las almas que allí habitan, vivas o muertas.

—¿Y se supone que yo debo evitarlo? —inquirió Rinda—. ¡Es un dios, un dios!

Misar aplaudió entusiasmado su observación.

—Resulta agradable hablar con otra persona que considera absurdo atacar a un dios por la espalda.

—Sois todos unos lunáticos —dijo Rinda cerrando los ojos—. O a lo mejor es que estoy soñando.

—Se trata más bien de una pesadilla —aclaró Hodur—. Pero es todo tan real como las ratas de este lugar y absoluta y mortalmente serio. Necesitamos tu ayuda, Rin. Somos muchos en las zonas deprimidas de Zhentil Keep los que odiamos a Cyric más que a nada, pero necesitamos tu ayuda para desacreditar el libro.

Fzoul dio un paso adelante.

—La verdad es que tenemos muchos aliados: sacerdotes de Bane, de Myrkul y de Leira que quieren ver a Cyric destronado; magos e iluminadores y hombres con suficiente sentido común como para ver que el Príncipe de las Mentiras no estará contento hasta que el mundo sea una ruina humeante. Tendrás a tu disposición las habilidades de todos ellos.

—Y no te olvides de mis guerreros —gruñó Vrakk.

—Los orcos del Zhentilar no están demasiado contentos con las nuevas restricciones que hay en el ejército contra los suyos —explicó Fzoul—. Parece ser que Cyric pone en tela de juicio su lealtad. Sólo los humanos van a su reino cuando mueren, de ahí que crea que los orcos como Vrakk no tienen motivo para luchar por él. Los sacerdotes han presionado al Zhentilar para limitar las promociones de los orcos y para hacer que se les asignen tareas de menor importancia.

Vrakk aplastó un escarabajo con el pie y luego se quitó los restos con el borde de una silla.

—Nosotros hacer que los sacerdotes lamenten no gustar de nosotros.

—Algunos de los mercaderes también lucharán —intervino Ivlisar—. Tenemos mucho que perder los que practicamos las artes médicas...

—Los ladrones de cadáveres, querrás decir —se burló Hodur con sorna.

El elfo alzó el mentón con gesto altivo.

—En realidad, prefiero los resucitados. —Volviéndose hacia Rinda continuó:— Nosotros, los que practicamos las artes médicas, tenemos muchos contactos, conocemos a magos, a herbolarios, a enterradores y a todo tipo de gente. Sólo los sacerdotes se hacen ricos con Cyric gobernando Zhentil Keep como si fuera su casa solariega. ¡Imagina cómo se pondrán las cosas cuando no haya nadie que le haga competencia!

—¿Y qué me dices de ti? —preguntó Rinda mirando a Hodur con desconfianza—. ¿A quién representas tú?

—Y-yo a na-nadie —tartamudeó el enano—. Yo sólo prometí facilitarles las cosas después de que se enteraron de que te habían seleccionado como nueva escriba sagrada.

—Por supuesto, Hodur tenía que informarme de todos modos de que estabas en un apuro —señaló Fzoul—. Lo enviamos aquí para que se hiciera pasar por un borracho para infiltrarse en tu operación. Estabas haciendo tan buen trabajo sacando a la gente de tapadillo de la ciudad que temíamos que alguien realmente importante pudiera escabullirse sin que nos diéramos cuenta. Todo esto te lo digo únicamente porque quiero que todos seamos sinceros ahora que vamos a hacer frente a un enemigo común.

—Rin, yo nunca...

—No simules que lo sientes —le soltó la escriba—. Aunque realmente lo sintieras, Hodur, no te creería. Por todos los dioses, siempre te dije que tuvieras cuidado con lo que decías aquí, pero nunca pensé que fueras un espía de los zhentarim.

—Sé realista al respecto —dijo Fzoul—. Te estamos ofreciendo un medio para evitar un apocalipsis —sonrió con gesto de complicidad—. Por supuesto que podrías matarte, pero como nunca has sido especialmente fiel a ninguno de los dioses, acabarías en el reino de Cyric. No hay otra salida: o él o nosotros.

Rinda se puso de pie y se acercó hasta la puerta delantera cerrada.

—De cualquier modo, todo esto es discutible —afirmó con amargura señalando en general el panorama de la calle—. Los perros guardianes que Mirrormane ha apostado por aquí habrán oído la pelea y la discusión. Todo esto le será comunicado al patriarca y eso será el fin de nuestra conspiración.

—Difícilmente —replicó Fzoul con una jactancia insoportable—. El espía del otro lado de la calle, el que está en el tejado y los demás apostados por el vecindario sólo verán y oirán lo que nosotros queramos. Lo mismo puede decirse de Cyric. Oh, no te sorprendas tanto. ¿Realmente piensas que iba a dejar que una persona tan importante como tú anduviera por los barrios bajos sin vigilarla personalmente? Tuvimos que ocuparnos de ese ojo vigilante antes de dirigirnos a ti.

—Pero no podéis cegar a un dios. Eso requeriría... —Tragó saliva y paseó la mirada nerviosamente por la habitación.

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