—Mi príncipe —preguntó el bardo—, ¿no tienes aquí una impresión de oculta amenaza? ¿De una presencia que puede sentirse aún más agudamente que la amenaza de los firbolg?
—Tal vez tienes razón —respondió Tristán.
El fuerte ruido de un caballo al galope a su espalda distrajo su atención y, al volverse, vieron a Daryth y Pawldo que se acercaban. Ambos habían cabalgado, sobre el mismo robusto corcel, mucho más atrás que Tristán y Keren, como medida de precaución contra una emboscada.
—¡Los pantanos! —gritó el calishita—. ¿Los reconoces?
Se detuvieron un momento sobre una pequeña elevación que dominaba un paisaje de negras charcas, espinosos matorrales y terreno pantanoso. Y sintieron que, a lo lejos, estaba su lugar de destino. Tristán miró inquieto atrás. Sabía que el monstruo estaba cerca y que pronto se produciría un encuentro decisivo; sin embargo, no eran estos pensamientos los que ocupaban el primer lugar en su mente. Una pregunta prevalecía sobre todas las demás.
¿Dónde estaba Robyn?
—Ahora probaré con el verde. ¿No te empiezan a cansar el rojo y el azul? Pues a mí sí, y creo que el verde será bueno para variar...
—Temo que estoy demasiado cansada para prestar mucha atención —se disculpó Robyn, abriendo los ojos al oír la voz de Newt.
El paso regular del unicornio la había adormecido.
—Sólo un ratito —suplicó Newt—. ¿No quieres mirar?
El dragoncito seguía encaramado en el asta de marfil del unicornio, mirando hacia adelante en la noche. Involuntariamente, abrió la boca en un gran bostezo, pero la cerró al instante.
—¡Mira lo que me has hecho hacer! —se lamentó, volviendo la espalda a Robyn, amoscado.
Ella suspiró, pero dejó que el suave balanceo de su montura la hiciese dormir de nuevo.
El unicornio se movía con más delicadeza que cualquier caballo, y Robyn tenía la impresión de que estaba navegando en una cómoda barca por un río muy tranquilo. De pronto se despertó sobresaltada y vio un mar de negrura ante ellos.
—¡Newt! ¡Despierta!
El dragón—duende levantó la cabeza, pero Kamerynn había llegado ya al límite de la última ilusión y se detuvo de improviso. Robyn salió despedida hacia adelante y se agarró al grueso cuello para no caer, pero Newt se soltó, voló en la oscuridad y cayó al suelo, lanzando un chillido de indignación.
—¡Eh! —gritó la vocecilla—. ¿Qué os proponéis?
¡Ésta no es manera de tratar a alguien que os ha estado ayudando durante todo el día! ¿Por qué has hecho esto, grandullón?
El dragón se encaró al unicornio, echando chispas por los ojos.
Robyn se echó a reír y desmontó.
—Créo que nos vendría bien dormir un poco. ¿Por qué no descansamos aquí hasta que amanezca?
El dragón se acurrucó enseguida e incluso el unicornio pareció comprender la sensatez de sus palabras, pues se arrodilló para descansar los músculos fatigados por el viaje. Robyn, reclinándose en el flanco de Kamerynn, se sumió de inmediato en un sueño reparador.
Los días siguientes pasaron con rapidez, mientras ellos continuaban la persecución y el valiente unicornio aceleraba el paso sobre el páramo.
De alguna manera, el unicornio sabía el camino que tenía que seguir y los conducía infaliblemente hacia los Pantanos del Fallón. También Robyn reconoció el malsano y húmedo terreno y sintió que se acercaban a su punto de destino.
—¿Crees que lo encontraremos pronto? —preguntó Newt, mirando hacia adelante.
—Encontrar, ¿a quién? —preguntó Robyn, pues no había hablado al dragón de su destino.
—¡A tu príncipe, por supuesto! ¿De qué otra cosa podría estar hablando? Realmente, creo que no has ganado mucho en inteligencia, ¿sabes?
—Sí —dijo riendo Robyn—. Creo que lo encontraremos pronto.
—¿Vas a ser tú su reina? Él es un rey o algo parecido, lo sé, y bueno, creo que sería estupendo que dos humanos como vosotros hicieseis lo que hacéis como un rey y una reina. Creo que debería ser así, ¿sabes?
Robyn se echó a reír de nuevo y se sorprendió al sentir que se ponía colorada.
El unicornio entró en un estanque cenagoso y lo vadeó, con el agua hasta la panza.
El corazón de Robyn palpitó, ilusionado, mientras ella examinaba con ansiedad los pantanos que tenía delante. Kamerynn saltó sobre un trozo de tierra seco y cruzó un claro iluminado por el sol.
Y allí encontró Robyn a su príncipe.
—Supongo que deberíamos seguir adelante —murmuró Tristán.
Echando una última mirada por encima del hombro, montó en Avalón y contempló el fétido pantano.
—¡Espera! —dijo Daryth, levantando la mano.
Unas ramas crujieron y se separaron a unos treinta pasos de distancia. Al principio, el príncipe creyó que un gran caballo blanco salía del bosque, pero entonces reconoció al unicornio y a su jinete, aunque las súbitas lágrimas casi lo cegaban.
—¡Eh, muchachos! ¡Cuánto nos alegramos de veros! ¡Esperadnos! —les dijo Newt desde el asta del unicornio, mientras Kamerynn salía del fango y trotaba cuesta arriba en su dirección.
Tristán saltó al suelo y corrió hacia el unicornio mientras Robyn se apeaba de él y caía en sus brazos.
—No puedo creer... —empezó a decir ella, pero sus propias lágrimas le impidieron seguir hablando.
El príncipe no dijo nada, sino que sólo la abrazó con fuerza. Incluso se negó a soltarla cuando Keren y Daryth trataron de abrazarla a su vez cariñosamente.
Por último, Robyn se liberó lo bastante para volverse y sonreír a Newt, y después besó al príncipe de nuevo. El dragoncito aplaudió dichoso y exclamó:
—¡Me gustan los finales felices!
Pawldo, que sostenía las riendas de los tres caballos, dijo al fin:
—Sigamos adelante. Vosotros dos tendréis tiempo sobrado para
eso
cuando todo haya terminado.
Tristán suspiró y retuvo un momento más a Robyn antes de abrir los brazos. Mientras los otros volvían a los caballos, la miró a los ojos.
—No tenía idea de lo mucho que te amaba —murmuró.
De mala gana subió a lomos de Avalón. Eligiendo con cuidado el camino, entraron en los pantanos detrás del gran podenco. Ni siquiera aquí tenía dificultades Canthus para encontrar la pista, que se introducía en una hedionda charca para salir por el lado opuesto.
Dejaron los caballos blancos y el unicornio en un prado brillante donde nacían flores silvestres en medio de la podredumbre de los pantanos.
Pawldo y Daryth abrían ahora la marcha detrás de Canthus, con Keren en medio y Robyn y Tristán en último lugar. Al entrar en una espesura, siguiendo un estrecho y enmarañado sendero, Robyn oyó una especie de gimoteo detrás de ella. Se volvió y vio a Newt, que había quedado atrás, posado sobre el cuerpo de Kamerynn y llamándola con tristeza.
De pronto, el dragoncito saltó al suelo y corrió tras ella, pero se detuvo temeroso y volvió corriendo junto al unicornio. Por último se decidió y saltó hacia el bosque, lloriqueando hasta que alcanzó a Robyn. Esta levantó el tembloroso cuerpecito y lo subió sobre su hombro.
Y entonces apareció ante ellos el Pozo de las Tinieblas.
—¿No lo sentís? —murmuró Robyn, estremeciéndose. Señaló hacia el centro de la lodosa charca—. ¡Allí!
—Sí —asintió Keren, descolgando el arpa de su hombro—. ¿Llamo a la criatura? Sospecho que cuanto más tiempo permanezca allá abajo, más grande será su poder.
—Espera —lo previno Tristán.
—Yo iré al otro lado de la charca —ofreció Daryth.
—Bien. Deberíamos desplegarnos —sugirió el príncipe.
—Tú, con la Espada de Cymrych Hugh, tienes que acercarte —dijo el bardo—. Los demás trataremos de distraerlo para que puedas golpearlo bien.
Robyn miró a Tristán, pálido el semblante, pero asintió como los otros.
Se prepararon para el ataque. Daryth rodeó la charca y se ocultó entre los arbustos del otro lado. Keren preparó su arco y lo apoyó en un árbol. Pawldo se encaramó a las ramas altas de otro y dejó varias flechas a su alcance.
Tristán y Robyn permanecieron juntos, mientras sus compañeros se desplegaban para el combate. Él se sentía extrañamente despreocupado, ahora que había conseguido lo más importante: reunirse con Robyn. Vacilando, se volvió hacia ella.
—Estaba pensando... —murmuró. Miró con nerviosismo a Robyn y después desvió la mirada—. Quiero decir que me gustaría ser un día rey de este país. Ahora lo sé. Y, si tuviese la fortuna de ceñir la corona, bueno...
—Más tarde hablaremos —dijo ella, pero la respuesta a la pregunta no formulada estaba en sus ojos.
Parecía estar llena de paz y el príncipe envidió su calma.
—Suerte —murmuró Robyn, besándolo de nuevo.
Entonces tomó su vara y fue a ocupar su posición.
Tristán desenvainó la Espada de Cymrych Hugh y el arma pareció zumbar de expectación. Avanzó despacio, hundiéndose hasta las rodillas en cada pisada, e hizo una señal a Keren con la cabeza.
El bardo pulsó unas notas discordantes en su arpa.
No era música; sonaba más bien como si tratase de afinar un instrumento gravemente destemplado. Una vez más, las notas vibraron en el aire denso.
El légamo del centro de la charca empezó a moverse y a burbujear como si se hubiese producido una gran agitación en su interior. Poco a poco, el centro de la masa empezó a elevarse y, entonces, una forma enorme se fue haciendo visible. Un cieno negro y fétido se desprendió rápidamente del escamoso cuerpo.
Tristán se detuvo en seco cuando el monstruo se alzó ante él.
—Has crecido —murmuró sin darse cuenta.
En verdad, la Bestia tenía casi dos veces el tamaño de cuando había estado en el castillo. Pasmado por aquellas espantosas dimensiones de la Bestia, el príncipe la miró y fue incapaz de moverse.
Los anchos hombros y las dos patas delanteras se libraron del cieno al elevarse la criatura. Ésta pestañeó despacio, mostrando unos ojos manchados de fango pero terriblemente rojos, y miró a su alrededor, buscando el origen de la disonancia que había turbado su descanso.
Keren fue el primero en reaccionar. Al salir el monstruo de la charca, dejó caer el arpa a sus pies, tomó su arco y ajustó en él una flecha a la altura de su mejilla.
Kazgoroth se irguió sobre Tristán, abriendo las fauces manchadas de barro. La carne blanquecina del interior de la boca de la Bestia contrastaba vivamente con el ennegrecido y enfangado cuerpo. Sobre la boca, dos ojos rojos brillaban con astucia y determinación. Los ojos se fijaron en el príncipe.
Keren disparó su flecha y ésta fue a dar en el ojo izquierdo de la Bestia, perforó el globo y produjo un surtidor de sangre. El monstruo rugió, y fue el suyo un aullido estruendoso que sacudió las raíces de los árboles más altos. Entonces la fatídica mirada del otro ojo se fijó en el bardo.
Mientras Keren colocaba otra flecha en el arco y empezaba a tirar de la cuerda, Kazgoroth abrió la boca de par en par. Un rayo mágico, chispeante y ardiente, brotó de aquélla y alcanzó a Keren en el pecho, rodeándolo hasta que el cuerpo rígido quedó aureolado de una luz cegadora.
Una fuerte explosión sacudió la charca, y el bardo desapareció. Lo único que quedaba de él era su arpa, yaciendo sobre el barro donde él la había dejado caer.
—¡No! —chilló Robyn, mirando con incredulidad y horror.
El príncipe sintió una fría punzada de miedo, pues la Bestia era más poderosa de lo que había imaginado. Pero sintió también el ardor de su propia furia y se volvió hacia aquel cuerpo enorme.
—Te mataré —dijo con voz serena, avanzando sobre el pegajoso lodo.
Cada pisada producía un fuerte ruido al despegarse las botas del barro, y el avance parecía angustiosamente lento.
Canthus corrió sobre el fango para morder uno de los pies del monstruo. Kazgoroth desdeñó al furioso perro y se volvió en busca de un adversario bípedo.
Pawldo reaccionó con presteza. Balanceándose sobre una rama alta, soltó una flecha. El pequeño proyectil dio en el otro ojo del monstruo con fuerza suficiente para pincharlo. Kazgoroth, ahora cegado y estremecido de rabia, se volvió con furia contra el nuevo atacante. Una sombra negra descendió del cielo y el halcón Sable se arrojó sobre la cara del monstruo. Con un fuerte zarpazo, la Bestia lanzó el ave al suelo, entre una nube de plumas.
Kazgoroth avanzó y una de sus patas chapoteó en el lodo junto al príncipe. Tristán golpeó con toda su fuerza y la hoja encantada silbó al penetrar en la carne de Kazgoroth, pero la Bestia no se distrajo de su próximo objetivo.
Kazgoroth agarró con sus zarpas delanteras las ramas del árbol donde estaba encaramado Pawldo. De un fuerte tirón, desprendió el árbol del suelo. Pawldo se retorció y debatió, atrapado en las ramas altas, pero no pudo liberarse. Pataleando y Jadeando, desapareció bajo la superficie de la charca.
Tristán sintió crecer su desesperación.
Se lanzó hacia el monstruo, pero resbaló y cayó en el fango. Trató de hundir la poderosa espada en el cuerpo de la Bestia, pero no pudo moverse con bastante rapidez.
Newt, posado sobre el hombro de Robyn, estaba proyectando una imagen mágica tras otra. Una bola ilusoria de fuego estalló alrededor del monstruo y después apareció un enjambre de escorpiones volantes dispuestos a atacarlo. Las ilusiones parecieron muy reales a Tristán, pero Kazgoroth no les prestó atención.
Tristán avanzó con esfuerzo hacia la Bestia. La espada seguía tirando de él, y podía sentir el deseo de destruir el mal que hacía vibrar la hoja argentina. Se volvió un instante y vio que Robyn le hacía señas de que se apartase mientras levantaba la vara y cantaba un embrujo.
Transcurrió un momento, y después otro, y nada sucedió. Kazgoroth se volvió hacia la druida, crispada la ancha nariz en el aire en calma.
De pronto, el suelo y el agua del Pozo de las Tinieblas se agitaron al surgir grandes llamaradas de la tierra y envolver el cuerpo del monstruo.
Kazgoroth chilló de dolor y se tambaleó, golpeando con furia las llamas, pero el fuego siguió surgiendo a su alrededor. De improviso, la Bestia se estremeció y pareció concentrarse profundamente, haciendo caso omiso de las terribles llamas que socarraban sus escamas.
Al instante, una niebla negra brotó del centro del Pozo de las Tinieblas y extinguió las llamas al esparcirse sobre el suelo. En un momentos se apagó el fuego.
Robyn lo contempló afligida, sin comprender la facilidad con que había sido contrarrestada su magia. El monstruo avanzó en su dirección, mientras Tristán se esforzaba en interponerse entre ellos. Al intentar correr, el lodo tiró de sus pies y lo hizo caer. Chapoteando con las manos y las rodillas, observó impotente cómo se acercaba la criatura a su amada.