El Jinete Sanguinario había cabalgado con una rapidez inverosímil; no podía comprender cómo ni por qué. La luna llena, elevándose sobre la bruma, servía de poco para iluminar la niebla o para recordar a la druida la benigna presencia de la diosa. Genna Moonsinger, por muy Gran Druida que fuese, se sentía asustada y sola en la noche llena de malos augurios.
En alguna parte, en la niebla que se extendía ante ella, una voz femenina, aterrorizada, gritó en la noche.
Tristán y sus compañeros cabalgaban sin parar tras la pista de la Bestia. Al hacerse de noche, se vieron obligados a desmontar, ya que el rastro dejado por Kazgoroth era mucho menos visible que el dejado por el Jinete Sanguinario. Sin embargo, Canthus no tuvo dificultad en seguir la pista. El podenco saltó hacia adelante y desapareció entre la niebla; después se detuvo y esperó a que los hombres y los caballos lo alcanzasen. Cuando lo hicieron, el perro corrió de nuevo y fue rápidamente tragado por la bruma.
Una profunda y vaga impresión de soledad se apoderó de Tristán.
—¿He hecho lo que debía? —preguntó con tristeza al bardo.
Sin embargo, sabía cuál sería la respuesta y no era la mejor para su corazón.
—Ella estará bien —dijo Keren, con voz tranquila y consoladora—. La druida dijo la verdad: lleva consigo la bendición divina de la diosa.
—¡Pero yo abandoné su búsqueda!
El príncipe percibió que su voz había adquirido el tono de un lamento.
—En todo caso, estás haciendo lo que debes.
Poco animado, el príncipe cabalgó en silencio. Pronto los envolvió la noche y la niebla se hizo aún más espesa, por imposible que esto pareciera. Sólo débilmente pudieron distinguir el resplandor de la luna llena —una luna de mal augurio, pensó Tristán convencido— al elevarse en el cielo de finales del verano.
—¿Deberíamos detenernos y dormir un rato? —preguntó el príncipe a sus compañeros, aunque no se sentía cansado.
—Yo creo que no podría dormir —declaró Daryth, aguzando la mirada para no perder de vista a Canthus.
—Yo tampoco —añadió Pawldo.
Keren guardó silencio, pero sus ojos, como los del calishita, miraron decididos al frente. Sin añadir palabra, siguieron su camino en la fría y opresiva noche.
El Jinete Sanguinario lanzó una ronca risa ante la fútil acción de desafío de Robyn y, de pronto, sus ojos ardieron con sed de sangre. La imagen cambió tan rápida y espantosamente que ella no pudo reprimir un grito de terror.
Golpeó con el pie el pecho de Laric que parecía frágil, pero una fuerza invisible lo desvió, como si hubiese chocado con una pared. Retorciéndose, trató de escapar, pero sus manos estaban atadas y él las sujetaba con fuerza.
Ahora Laric la oprimió de espaldas contra la roca, apretándole el pecho con una de aquellas manos que parecían garras. Robyn no podía casi respirar ni moverse; estaba indefensa. Con la otra mano, la macabra criatura levantó la espada. El arma siniestra apuntaba directamente a su cuello.
Una saliva parda brotaba de los labios agrietados de Laric, como si babease previendo el festín. Empezó a bajar la hoja.
De pronto, unos fuertes destellos de luz brillaron entre la niebla. El corcel negro de Laric relinchó y se encabritó lleno de pánico, golpeando el aire con sus mortíferos cascos.
Las explosiones de luz proyectaron colores en el cielo, iluminando la escena primero de rojo, después de azul y después de verde.
Una forma blanca salió galopando de la niebla, resoplando de cólera, y el corazón de Robyn se llenó de esperanza.
—¡Kamerynn! —gritó, reconociendo de inmediato a la poderosa criatura—. ¡Cuidado!
El caballo negro saltó hacia adelante, rompiendo la brida, y descargó los cascos delanteros contra el flanco del unicornio. Kamerynn se volvió con torpeza y atacó con su cuerno pero sin alcanzar al corcel por un ancho margen. De pronto, junto a los caballos que luchaban, Robyn vio la figurita del dragón—duende, Newt, que aparecía y desaparecía con rapidez.
Una imagen sombría apareció junto al negro corcel, imitando a éste en su aspecto y sus movimientos. Ahora Kamerynn atacó con más seguridad y el cuerno de marfil se hundió profundamente en el flanco de su enemigo.
Laric se volvió hacia el lugar de la lucha, olvidando por un momento a la doncella tendida sobre la roca. Se lanzó contra el unicornio, levantando su larga espada.
—¡Kamerynn! ¡Newt! ¡Cuidado! —gritó Robyn.
Pero su aviso llegó demasiado tarde y la hoja reluciente pilló desprevenido al dragón. Con un breve y agudo grito de dolor, Newt cayó al suelo.
Al instante se desvanecieron las luces de colores y la visión ilusoria del caballo negro. Kamerynn volvía a estar ciego. El unicornio retrocedió, confundido, y el caballo negro lo atacó con furia. También Laric avanzó hacia Kamerynn, preparando el golpe fatal.
—¡Detente, engendro de la Bestia!
La voz retumbó roncamente en el claro y Robyn se volvió y vio a una vieja regordeta que salía de la niebla. Pero su voz nada tenía de agradable ni de amable.
—Ahora, ¡mira si puedes resistir el poder de la diosa!
Genna Moonsinger levantó un dedo, señalando al pecho del Jinete Sanguinario. Invocó el poder de la diosa, pidiéndole el uso de su hechizo más funesto. Un chisporroteante rayo de luz brotó de su dedo, atravesó el cuerpo del Jinete Sanguinario y desapareció en la noche.
La risa hueca y líquida de Laric fue espantosa en su suprema arrogancia.
—Quieres matarme, druida, pero no puedes matar lo que ya está muerto.
Lanzando un gruñido, saltó hacia adelante, pero Genna retrocedió con presteza y murmuró otro hechizo, haciendo que el poder del cuerpo de la diosa se convirtiese en instrumento en sus manos.
El suelo se movió y osciló bajo los pies de Laric, y éste tropezó y cayó. Después de rodar sobre la hierba, su puso en pie de un salto y gruñó a la, forma que había surgido del suelo, de una criatura con un vago parecido a un ser humano, pero compuesta de los materiales elementales de la tierra misma. La forma se elevó con un ruido desgarrador, oliendo fuertemente a tierra mojada, y descargó un puño de tierra tratando de aplastar al macabro personaje.
Con increíble agilidad, Laric saltó a un lado y consiguió cortar un gran pedazo del elemento tierra. Genna, concentrándose, ordenó a su criatura que atacase. Otro puño como una maza surgió de un lugar diferente del tronco de la criatura y esta vez golpeó con fuerza el pecho de Laric.
El Jinete Sanguinario salió despedido hacia atrás, chocó con la piedra en que estaba Robyn y cayó al suelo. Pero, al instante, volvió a ponerse en pie. Cargó contra el elemental y dio una serie de tajos con la espada. Cada golpe cortó un pedazo de la criatura, hasta que ésta se derrumbó en un inmóvil montón de fragmentos terrenales.
Todavía gruñendo, Laric volvió su mortífera mirada hacia Genna Moonsinger. El Jinete Sanguinario avanzó despacio con sus espantosas garras extendidas mientras Genna retrocedía tambaleándose. De pronto, la druida tropezó con una mata y cayó.
Robyn jadeó y, en ese momento, sintió que unas garras diminutas le agarraban una pierna. Miró hacia abajo y vio que Newt se encaramaba y se posaba a su lado. Permaneció visible durante un rato.
—¡Pobrecillo! —murmuró ella.
Una de sus alas como de mariposa había sido cortada, y el dragoncito se movía con dificultad a causa de una larga herida en el cuello.
—¿Por qué no los ayudas? —preguntó el dragón, inclinando la cabeza hacia el lugar de la pelea.
Genna había rodado por el suelo apartándose del Jinete, pero no pudo levantarse antes de que Laric la atacase de nuevo.
—Mis manos —respondió Robyn, volviéndose para mostrar sus muñecas atadas.
Newt pareció animarse y, de inmediato, empezó a roer con energía la correa.
En el otro lado del claro, Kamerynn gimió de dolor cuando el caballo negro volvió a golpear su flanco indefenso. Newt interrumpió su tarea, miró muy serio la lucha y sus ojos se llenaron repentinamente de lágrimas.
—¡No puedo hacerlo! —sollozó— ¡He perdido mi magia!
—¡Desátame, deprisa! —lo apremió Robyn—. ¡Todavía hay esperanza!
De nuevo relinchó el unicornio de dolor y Laric atronó el aire con un grito de triunfo. Saltó hacia la Gran Druida, soltando la espada en su afán de hundir las garras en su carne. Sin embargo, el agarrarla, se encontró con que sostenía una víbora serpenteante. El reptil adelantó la cabeza triangular y clavó los largos dientes en la carne podrida del brazo de Laric.
—¡Bah! —gritó el Jinete, arrojando con desden la serpiente al suelo.
Levantó la espada, amagando un golpe mortal. De pronto, un cántico confiado de Robyn llegó a sus oídos.
El Jinete Sanguinario aulló de dolor y dejó caer el arma, que resplandeció con un brillo rojo y después blanco, antes de licuarse y derramarse en el suelo.
Mientras Newt aplaudía con entusiasmo, Robyn se levantó de la piedra y se enfrentó al Jinete Sanguinario, fijando en sus ojos llenos de odio una mirada resuelta y orgullosa.
El pequeño dragón—duende desapareció un momento. Después volvió a aparecer, diciendo:
—¡He recobrado mi magia!
Al instante resplandeció el claro, al brillar una luz azul y anaranjada entre la niebla. Y entonces apareció la imagen del caballo negro, que se disponía confiadamente a saltar contra el indefenso unicornio.
Pero ahora percibió Kamerynn aquella imagen y esquivó el ataque asesino del corcel. Al pasar éste, el unicornio se encabritó y estrelló los pesados cascos delanteros contra la frente del semental. El caballo negro cayó muerto al suelo.
Con un histérico gruñido, el Jinete Sanguinario se lanzó sobre Robyn. La joven druida trató de huir sobre la piedra blanca, pero la macabra criatura la alcanzó con increíble rapidez. Con los ojos ardiendo como el cráter de un volcán, Laric alargó las zarpas hacia el cuello de Robyn.
Y entonces el grito de agonía de Laric resonó en la noche, ensordeciendo a Robyn con su aguda intensidad. El Jinete Sanguinario se alzó en el aire sobre Robyn y el asta del unicornio emergió de su pecho, limpia y blanca como un hueso.
El cuerpo putrefacto osciló como un muñeco derrapo en el cuerno que lo atravesaba, al retroceder y encabritarse el unicornio. Por último, Kamerynn echó la cabeza atrás y sacudió las patas delanteras en dirección a la luna llena. Su relincho de triunfo resonó en la noche y el cuerpo del Jinete Sanguinario voló entre la niebla y fue a caer, destrozado e inútil para siempre, entre las rocas.
Robyn permaneció como petrificada. Vio que Genna se acercaba a ella cojeando, y las dos mujeres se fundieron en un abrazo un largo momento, respirando fatigosamente. Un cuerpo delgado trepó vacilante por la pierna de Robyn, y ésta levantó a Newt y lo meció en sus brazos.
—¡Oh, oh! —farfulló Genna, examinando las heridas del pequeño dragón.
Murmuró en voz baja una plegaria, mientras acariciaba las suaves escamas. Robyn abrió mucho los ojos al ver que cicatrizaba la herida del cuello de Newt y que aparecía una gruesa yema en el sitio del ala cortada.
—Ya está, mi pequeño héroe —susurró Genna, mientras Newt subía alegremente sobre el hombro de Robyn—. Tienes que tener mucho cuidado con esa ala; tardará algún tiempo en crecer.
»Pero hasta entonces, tendrás alguien que te lleve —dijo la druida, mirando con tristeza a Kamerynn. Rascó la ancha frente del unicornio y acarició sus ojos cegados—. Sólo un poco más, hijo mío, y podrás descansar.
Genna adoptó ahora un tono más práctico.
—¡Vamos, vamos, hija! Ahora tienes que cabalgar, ¡mientras estés aún a tiempo! —Asió a Robyn del brazo—. ¡Casi lo había olvidado! Tu príncipe me dio esto para ti.
Descolgó la vara de su espalda y la tendió a Robyn.
Robyn la tomó con devoción, aunque parecía que el fuego del poder de la diosa se había extinguido en ella.
De pronto, Genna se la arrancó.
—¡Claro! ¡Tú no sabes cargarla! Y esta noche, precisamente esta noche, puedes aprenderlo.
Genna levantó la vara hacia la luna llena y salmodió una frase. Las palabras se grabaron en la mente de Robyn, donde permanecerían para siempre. Y una vez más, la vara vibró de poder.
—Cada mes, querida, durante el plenilunio, puedes bendecirla con el poder de la diosa. Una vez, cada mes, recobrará su fuerza en tus manos. Empléala con prudencia, ¡pues es la sangre de nuestra Madre misma!
Enseguida, la druida habló a Robyn de Tristán y de los otros, y de su persecución de la Bestia.
—¡Ve a su encuentro! ¡Cabalga como el viento!
—Pero ¿en qué voy a cabalgar? —preguntó Robyn, sin atreverse a adivinar lo que Genna quería decir.
Como respuesta, Kamerynn trotó hasta ella y se arrodilló en el blando suelo. Con aire reverente e invadida por una sensación de profundo pasmo, Robyn subió a lomos del unicornio. Trepando como una ardilla, Newt saltó sobre la cruz de Kamerynn, de allí pasó a su cabeza y, muy pronto, se posó como un mascarón de proa sobre la gran asta del unicornio.
Sin dar tiempo a Robyn de despedirse de la Gran Druida, Kamerynn emprendió la carrera. Rápidamente se desvanecieron entre la niebla, pero la luz pálida fue reforzada por los muchos colores que añadía Newt a la ilusoria bruma.
La Bestia llegó al Pozo de las Tinieblas y se detuvo, impresionada. El ancho y contaminado estanque que recordaba había quedado reducido a una charca espumosa en el centro de un pardo erial. Entonces vio Kazgoroth el dique destruido y su cerebro recordó vagamente el fracaso de los firbolg.
Por un momento, la Bestia lamentó el súbito desastre que habían sufrido aquellos firbolg. Si ahora viviesen, su castigo sería peor que la misma muerte.
Una burbuja brotó del negro cieno en medio de la charca, y la Bestia se arrastró sobre el fango para revolcarse allí. El poder no era grande, pero todavía podía sentirlo. La diosa no había sido aún capaz de recuperar su Pozo de la Luna.
Sumergiéndose en el lodo, hasta que todo su cuerpo quedó enterrado, Kazgoroth empezó a alimentarse una vez más con el poder del Pozo de las Tinieblas.
En los duros días de persecución, siempre a través de una niebla pegajosa y fría, Canthus no perdió nunca el rastro de la Bestia. Pasó por un puerto bajo en la entrada del valle de Myrloch y, desde allí, se dirigió hacia el este. Fue Keren quien se dio cuenta de que el lugar de destino del monstruo no podía ser otro que los Pantanos del Fallón.