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Authors: Denise Dresser

Tags: #Ensayo

El país de uno (44 page)

BOOK: El país de uno
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A partir de hoy entenderé que para cambiar al país hay ciertos conceptos y acciones vinculados con la participación en el espacio público. Y con base en ellas preguntaré qué puedo hacer yo para acelerar la transformación del país.

2.° A partir de hoy entenderé que el voto es un derecho esencial, crucial, estructural. El voto da voz. El voto premia y castiga. El voto obliga a pensar. Woody Allen ha dicho que 90 por ciento del éxito consiste en solamente presentarse, y así hay que concebir el imperativo de llegar y votar. El cambio no ocurre después de una sola elección. Transformaciones sociales de gran envergadura —la ley de acceso a la información, la despenalización del aborto, la protección a los derechos humanos, la desegregación racial en Estados Unidos— se han basado en ideas que consiguieron apoyo poco a poco, y con el paso del tiempo. Eventualmente triunfaron gracias a la presión de los votantes.

Pero precisamente porque el voto cuenta y se cuenta hay que ejercerlo —decía Chesterton— con la misma entereza “con la cual uno se casa o ejerce un culto”. Hay que votar con el corazón y con la cabeza, con el alma y con el estómago, con las manos y con los pies. Hay que entender al candidato y escudriñarlo, colocarlo bajo el microscopio y mirarlo, saber de dónde viene y a dónde va.

Por ello, a la hora de elegir un candidato para cualquier puesto me preguntaré y l e preguntaré…

• ¿Conoce a fondo los problemas locales o sólo los mira desde lejos?

• ¿Ha escuchado a los habitantes de la zona o sólo les habla desde el podio con el micrófono en la mano?

• ¿Se ha comprometido a viajar regularmente al lugar que lo eligió o no le ha parecido importante hacerlo?

• ¿Ha involucrado a la población en su campaña o la ha dejado en manos de los profesionales de su partido?

• ¿Ha presentado propuestas para atar a los legisladores a las agendas ciudadanas o ni siquiera las conoce?

• ¿Es un candidato (o candidata) que surge desde abajo o ha sido impuesto desde arriba?

• ¿Vive en el distrito que quiere representar o sólo dice que proviene de allí?

• ¿Ha estado involucrado en asuntos comunitarios o sólo ha oído hablar de ellos?

• ¿Ha presentado propuestas para mejorar la vida ciudadana o sólo quiere aprovechar los privilegios de la vida política?

A la hora de votar por un candidato pensaré si…

• ¿Ha dicho cuál es la mejor manera de comunicarse con él (o ella) o sólo carga con un celular que un subalterno contesta?

• ¿Ha viajado rodeado de guarauras agazapados o ha decidido deshacerse de ellos?

• ¿Actúa como si se percibiera fiduciario del presupuesto público o lo gasta como si no tuviera que rendir cuentas sobre él?

• ¿Ha hecho pública su declaración de bienes o no cree que es su obligación compartirla con el electorado?

• ¿Se ha manifestado a favor de la transparencia total en los gastos del Congreso o prefiere seguir aprovechándose de la opacidad prevaleciente?

• ¿Se ha pronunciado a favor de incoporar las adquisiciones del Congreso a la cuenta pública o no le ha cruzado por la mente?

• ¿Ha dicho cómo piensa gastar el presupuesto para su
staff
legislativo o tan sólo piensa en cómo embolsárselo?

• ¿Ha declarado su apoyo a un código de ética para los legisladores o no contempla su necesidad?

• ¿Ha propuesto cambiar la legislación que permite la existencia de confictos de interés entre egisladores-litigantes o piensa enriquecerse gracias a ella?

En el momento de marcar mi boleta y optar por una persona, preguntaré si…

• ¿Ha dicho qué propuestas concretas defiende y qué propuestas concretas critica, o sólo se ha dedicado a dar discursos demagógicos y a hacer promesas incumplibles?

• ¿Se ha pronunciado sobre la necesidad de reformas fiscales y energéticas o se opone a ellas de manera reflexiva?

• ¿Ha asumido una posición sobre la reelección legislativa o no sabe lo que entrañaría?

• ¿Ha dicho qué piensa sobre la relación bilateral y cómo manejarla/mejorarla, o cree que México debe seguir arropándose en el “nacionalismo revolucionario”?

• ¿Ha hablado sobre la globalización o prefiere ignorarla?

• ¿Ha asumido una postura frente a la reforma penal y los juicios orales o no sabe qué entrañan?

• ¿Ha expresado qué piensa de los monopolios públicos y privados y cómo piensa combatirlos?

• ¿Ha dicho qué temas legislativos domina y en cuales se piensa especializar o ha eludido el tema? ¿Ha hablado sobre la agenda legislativa de su partido o no está al tanto de ella?

En el momento de depositar su voto en la urna, pensaré si…

• ¿El partido al que pertenece el candidato ha sabido producir alternativas viables y mejores, o sólo se dedica a bloquear las iniciativas presidenciales?

• ¿El partido al que pertenece el candidato parece tener rumbo o parece estar a la deriva?

• ¿El partido al que pertenece el candidato ha logrado crear liderazgos nuevos y atractivos, o se vale de los mismos de siempre?

• ¿El partido al que pertenece el candidato tiene las manos limpias o no logra eludir los escándalos?

• ¿El partido al que pertenece el candidato muestra signos de remodelación y renovación, o todo lo contrario?

• ¿El partido al que pertenece el candidato usa al Congreso como un recinto para el intercambio de ideas o como un mercado para el intercambio de influencias?

• ¿El partido al que pertenece el candidato ha cumplido las promesas que hizo en la última elección o se ha olvidado de ellas?

Y si no recibo respuesta satisfactoria a estas preguntas sabré que puedo —de manera legítima— anular mi voto. Anular es votar. Es participar. Es ir a la urna y depositar una boleta para expresar el descontento con un sistema democrático mal armado, que funciona muy bien para los partidos pero muy mal para los ciudadanos. La anulación no busca acabar con la democracia sino aumentar su calidad y su representatividad. La anulación no intenta dinamitar el sistema de partidos sino mejorar su funcionamiento. Porque llevamos años pidiendo que los partidos democraticen el sistema, sin que lo hayan hecho. Porque llevamos años exigiendo que combatan la corrupción, sin que hayan mostrado la menor disposición a ello. Porque llevamos periodo legislativo tras periodo legislativo de bancadas que congelan iniciativas prometidas durante la campaña y archivadas cuando llegan al poder. Porque queremos ayudar desde afuera a los que están intentando reformar desde adentro; a aquellos que enfrentan cotidianamente la resistencia de partidos autistas que defienden intereses enquistados.

Y esa inercia no se puede combatir —ya lo hemos visto— con lo que algunos proponen como solución. No basta con formar otro partido, si acaba corrompiéndose para sobrevivir. No basta con cabildear a los legisladores, si su futuro no depende de escuchar a los ciudadanos sino de disciplinarse ante su líder parlamentario o algún poder fáctico. No basta con organizar otro foro —los tantos que ha habido sobre la reforma del Estado— para fomentar la discusión si ese foro va a terminar siendo ignorado. El problema fundamental del sistema político es la ausencia de mecanismos que le den a la ciudadanía peso y voz. Los incentivos del sistema político están mal alineados: los legisladores no necesitan escuchar a la ciudadanía ni atender sus reclamos, porque la longevidad política no depende del buen desempeño en el puesto. Entonces, la anulación no busca destruir el andamiaje institucional sino centrar la atención en sus imperfecciones y en lo que falta por hacer y mejorar.

La anulación no entraña dejar en manos de otros la decisión, sino crear las condiciones para que los ciudadanos verdaderamente cuenten. La anulación no entraña fortalecer el “voto duro”, sino crear condiciones para que se vea remplazado por el voto ciudadano. Para que el acarreo corporativo vaya perdiendo peso conforme aumente la participación de personas que creen en las instituciones en vez de desconfiar de ellas. Para que en lugar de cortejar a Elba Esther Gordillo o a Valdemar Gutiérrez, los partidos se vean obligados a cortejar a personas como nosotros.

3.° A partir de hoy me informaré sobre lo que pasa en mi país. Leeré los periódicos más que ver los noticieros. Comprenderé que si obtengo la mayor parte de mi información política de la televisión, no estaré expuesto a grandes pedazos de la realidad nacional. Comprenderé que los límites más fuertes a la libertad de expresión con frecuencia provienen de los dos conglomerados mediáticos, Televisa y TV Azteca y lo confirmaré al revisar libros como
La Ley Televisa y la lucha por el poder en México
de Javier Esteinou Madrid y Alma Rosa Alva de la Selva o
El sexenio de Televisa
de Jenaro Villamil.

Por eso, leeré revistas como
Proceso, Nexos, Este País, Letras Libres
. Visitaré sitios de internet como
La silla rota, Reporte Índigo, Sin embargo
y
Animal político
. Iré a la página de internet de la Asociación Mexicana de Derecho a la Información (
AMEDI
), donde obtendré información sobre cómo reformar a los medios en México y la urgencia de hacerlo. Contribuiré a una cobertura más amplia y más balanceada de los medios de mi localidad, alertándolos sobre eventos que están ocurriendo en donde vivo. A partir de hoy comprenderé que si en México los medios son parte del problema, el internet es parte de la solución.

A partir de hoy formaré un club de lectura o entre mis amigos, con el objetivo de leer ya sea ficción política o libros sobre temas socialmente relevantes. Propondré novelas como
Los relámpagos de agosto
de Jorge Ibargüengoitia,
La muerte de Artemio Cruz
de Carlos Fuentes,
Pedro Páramo
de Juan Rulfo,
El regreso
de Juan Villoro,
El dedo de oro
de Guillermo Sheridan,
Guerra en el paraíso
de Carlos Montemayor,
La conspiración de la fortuna
de Héctor Aguilar Camín,
Balún Canán
de Rosario Castellanos,
Arráncame la vida
de Ángeles Mastretta, entre tantos más.

Propondré leer y discutir libros como
Los amos de México
, editado por Jorge Zepeda Patterson,
Un futuro para México
de Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín,
Si yo fuera presidente: el ‘reality show’ de Enrique Peña Nieto
de Jenaro Villamil,
Nosotros somos los culpables: la tragedia de la Guardería
ABC
y
El cártel de Sinaloa
del mismo autor,
Vuelta en U: guía para entender y reactivar la democracia estancada
de Sergio Aguayo,
Buenas intenciones, malos resultados: política social, informalidad y crecimiento económico en México
de Santiago Levy,
País de mentiras
de Sara Sefchovich,
Memorias de una infamia
de Lydia Cacho y
Los demonios del Edén
de la misma autora,
Clasemediero: pobre no más, desarrollado aún no
de Luis de la Calle y Luis Rubio,
Los socios de Elba Esther
de Ricardo Raphael,
Transición
de Carmen Aristegui,
El México narco
editado por Rafael Rodríguez Castañeda,
ciudadanos.mx: Twitter y el cambio político en México
de Ana Francisca Vega y José Merino. Entenderé que los libros son maestros poderosos con la capacidad de exponer temas y realidades que no necesariamente forman parte del debate público, aunque deberían estar allí. Los libros pueden inspirar el debate apasionado, sacar a sus lectores del estupor televisivo e incitar a la acción ciudadana informada.

Formaré un cine club con mis amigos para invitar a otros a ver y comentar películas como
La sombra del caudillo, La ley de Herodes, Canoa, Morir en el golfo, El apando, El túnel, El violín, Presunto culpable, Rojo amanecer, Voces silenciadas, Libertad amenazada, El atentado, El general, El infierno, Y tu mamá también
. Y lo haré porque, como escribió alguna vez la famosa crítica de cine Pauline Kael, las buenas películas hacen que las cosas te importen; te hacen creer de nuevo en las posibilidades.

4.° A partir de hoy me comprometo a hacerle marcaje personal a mi diputado, o a mi presidente municipal, o a mi gobernador. Comprenderé que esa persona es mi empleado porque su sueldo proviene de los impuestos que pago, y debo tratarlo como tal en vez de comportarme de manera deferencial frente a la autoridad. Al mínimo, debo tratar a esa figura como mi igual. Y si yo no permitiría que alguien robara, se ausentara, mintiera y malversara los fondos de mi compañía o de mi casa, y desapareciera después de tres o seis años como lo hacen tantos diputados y senadores— no permitiré que alguien lo haga con mi país. En el caso del funcionario elegido, prometo seguir sus pasos, vigilar sus decisiones, estar al tanto de su actuación.

En el caso de mi diputado, me informaré sobre cómo ha votado, qué iniciativas ha presentado, cuántos viajes ha hecho, cuántas veces ha regresado al estado que lo eligió. Lo llamaré, le escribiré, y organizaré a otros para que lo hagan también. Exigiré que haga pública su declaración patrimonial. Lo obligaré a ser un verdadero representante de la ciudadanía; me convertiré en su sombra; seré una conciencia persistente, abocada a recordarle para qué llegó al poder y en nombre de quien debe usarlo. Lo presionaré todo el tiempo ya que ningún politico puede ingnorar un problema si la atención pública lo mantiene vivo.

5.° A partir de hoy me sumaré al movimiento de quienes apoyan reformas como las candidaturas ciudadanas, la reelección legislativa, la iniciativa ciudadana, la consulta popular, el referéndum y el plebiscito. Entenderé que estos cambios son algo a lo cual muchos ciudadanos tienen derecho a aspirar. Algo que el sistema político no debería tener el derecho a negarles.

Me sumaré a la presión en favor de las candidaturas independientes, las candidaturas autónomas, las candidaturas que se construyen fuera de los partidos. Y preguntaré: si las candidaturas ciudadanas son tan peligrosas, tan nocivas y tan desestabilizadoras, ¿cómo explicar su existencia en democracias que admiramos y cuyo funcionamiento es mejor al de México? Si hay un consenso en torno al descrédito de los partidos, ¿qué otras formas de presión existen para obligarlos a representar de mejor manera con la sociedad? Si se reconoce que el malestar es hondo y la desconfianza también, ¿cómo encarar el déficit democrático y la crisis de representación?

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