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Authors: Denise Dresser

Tags: #Ensayo

El país de uno (43 page)

BOOK: El país de uno
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Punto final al gobierno cómplice, al gobierno comparsa, al gobierno que trabaja chantajeado por los medios y no vigilado por ellos. Punto final al gobierno que da “decretazos”, eliminando el 12.5 por ciento del tiempo oficial de acceso gubernamental al espectro radioeléctrico, en beneficio de las televisoras. Punto final al gobierno que guarda silencio ante la toma del Canal 40 por parte de TV Azteca, y cierra los ojos ante las múltiples ilegalidades incurridas por su dueño, Ricardo Salinas Pliego. Punto final a la práctica de aprobar leyes “a modo”, en siete minutos, con cero votos en contra, cero abstenciones, como se aprobó la ley Televisa. Punto final a diputados y senadores que se doblegan ante las televisoras en vez de regularlas mejor. Y sí, punto final al gobierno que contribuye a crear monstruos para después acabar arrodillado ante ellos.

Punto final a la complicidad de funcionarios públicos que en vez de desmantelar ese andamiaje de privilegios y amparos y protección y discreción, lo hacen posible. Como Pedro Cerisola, ex Secretario de Comunicaciones y Transportes —y ex empleado de Telmex— que según un reportaje de
The Economist
, le pasaba los planes de negocios de la competencia a sus antiguos jefes. Como Héctor Osuna —ex presidente de la Cofetel— que cabildeó la ley Televisa para después ser recompensado con su puesto por ello. Como Emilio Gamboa y su iniciativa —largamente platicada con Kamel Nacif— para “hacer el juego” desde el Hipódromo. Punto final a los puestos públicos como asientos para la acumulación privada; como curules para el clientelismo; como recintos para la rapacidad.

Punto final al gobierno que solapa la impunidad en lugar de erradicarla. Que tolera la corrupción en vez de combatirla. Que permite el tráfico de influencias en vez de exigir su eliminación. Que deja a la deriva asuntos como Amigos de Fox y Pemexgate y Arturo Montiel y Carlos Romero Deschamps y los bonos sexenales a los sindicatos y muchos más. Que permite las licitaciones amañadas, los contratos obtenidos, las aduanas arregladas, los negocios hechos bajo la protección del poder. Punto final a quienes entran al gobierno y aprovechan su paso para enriquecerse con él.

Punto final a gobiernos que usan mano firme contra los movimientos sociales pero la doblan ante los criminales de cuello blanco. Gobiernos que exaltan de manera retórica el Estado de Derecho, pero sólo lo defienden de manera discrecional. Gobiernos que instrumentalizan a las leyes conforme a criterios políticos y las ignoran cuando les conviene hacerlo. Gobiernos que promueven medidas tan contraproducentes como el arraigo y desatiende violaciones a la Constitución tan evidentes como los monopolios. Punto final a las instituciones que se vanaglorian del Estado de Derecho mientras al mismo tiempo lo manosean.

Punto final, pues, al gobierno que no actúa como tal. A quienes gobiernan en nuestro nombre pero en realidad lo hacen para bien del suyo. Que no hablan por nosotros sino por ellos. Que no legislan para beneficiar a las grandes mayorías sino para subsidiar a las atrincheradas minorías. Que crean fideicomisos para ocultar lo que tienen la obligación ética de revelar. Que privatizan bienes públicos sin regular de manera eficaz cómo serán utilizados por concesionarios privados. Punto final a esas prácticas reiteradas, a esas reglas equívocas, a esa forma de ejercer el poder que lo deslegitima. Punto final a esa manera de gobernar que en lugar de unir al país, acrecienta su división.

México sólo será “un país ganador” —como solía decir Felipe Calderón— cuando en él haya menos perdedores. Menos personas “hartas de estar hartas” como dice el Zapata de Palou. Para que eso ocurra va a hacer falta que las personas más conscientes dejen de ser las más corrompidas. Va a hacer falta que el gobierno entienda la tarea fiduciaria que le toca: no defender a los “pacíficos” de los “violentos”, sino defender a los ciudadanos de quienes son sus verdaderos enemigos: los políticos y los empresarios y los funcionarios que exprimen al país y contribuyen a frenarlo. Ante ellos va a hacer falta un imperioso “punto final”.

Los mexicanos quieren buenas noticias, quieren buenas cifras, quieren despertar en una cotidianidad mejor. Quieren amanecer un día y encontrarse con políticos que saben construir y no sólo destruir, que saben planear y no sólo improvisar, que saben gobernar y no sólo fingir que lo hacen. Quieren ser sorprendidos por alguien que deje atrás el papel que ha desempeñado durante los últimos sexenios. Alguien que sacuda las cosas. Alguien que cambie de piel. Alguien que diga algo positivo y propositivo. Alguien que alce la voz. Alguien que diga: “No más.” Alguien que diga: “Hasta aquí”.

Los mexicanos quieren despertar y leer que un político cualquiera —azul, amarillo, verde, tricolor— pone sobre la mesa una solución para un problema concreto. Cómo incrementar el empleo. Cómo disminuir la inseguridad. Cómo combatir la corrupción. Cómo abaratar las elecciones. Cómo limpiar las calles. Cómo vigilar a los diputados. Cómo hacer crecer el crédito bancario. Cómo competir contra China. Cómo construir más facultades de ingeniería. Cómo emular a Brasil. Cómo fomentar la investigación científica. Cómo regularizar a los franeleros. Cómo acabar con las mordidas que se les paga a quienes recogen la basura. Cómo reducir los abusos de la telefonía celular. Cómo incrementar el número de patentes mexicanas. Cómo pasar de la fracasomanía habitual al éxito posible.

Los mexicanos quieren despertar y leer que otros —al igual que ellos— exigen el fin de los pleitos entre políticos y el principio de las luchas por lo que verdaderamente importa. Por las calles seguras y el agua limpia y las escuelas modernas y los servicios públicos eficaces. Por el acceso a la información y quienes saben lo que puede hacerse con ella. Por la educación para el nuevo milenio y por qué México la necesita. Por el Estado de Derecho dado que hoy no existe aunque el gobierno diga lo contrario. Por las muertas de Juárez y por quienes dejan atrás. Por las víctimas de la violencia y lo que padecieron. Por la seguridad que el Estado debe proveer y no ha logrado. Por los contratos claros y las Cortes que los hagan valer. Por los derechos humanos y cómo respetarlos. Por los derechos reproductivos y cómo fomentarlos. Por los debates necesarios, en cualquier parte, en cualquier formato, en cualquier medio.

Quieren despertar y apoyar a políticos que miren más allá de cómo acomodarse en el puesto, a líderes empresariales que sean competitivos, a comunicadores que sean independientes, a periodistas que sean profesionales, a congresistas que sean representativos, a funcionarios gubernamentales que entiendan su labor y cumplan con ella. Quieren despertar y saber que así es y así sera. Quieren despertar en un país mejor.

Yo creo que eso es posible, pero sólo ocurrirá cuando la fe de algunos se vuelva la convicción de muchos. Cuando la crítica fácil se traduzca en la participación transformadora. Cuando la creencia en el cambio se concretice en acciones diarias para asegurarlo. Cuando más mexicanos memoricen las palabras de mi amigo —el empresario y filántropo— Manuel Arango: “El que no sepa qué hacer por México que se ponga a saltar en un solo pie y algo se le ocurrirá”.

“Aventón ciudadano”.

DIEZ ACCIONES CIUDADANAS
PARA CAMBIAR AL PAÍS

Tengo la esperanza de que eso ocurra cada vez más. Pero no es una esperanza motivada por lo que podría pasar en Los Pinos, o lo que podría aprobar el Congreso, o lo que podría ofrecer algún candidato presidencial. Nace de haber recorrido el país durante los últimos años, de ciudad en ciudad, de foro en foro, de conferencia en conferencia, y de haber encontrado —desde Mexicali hasta Mérida— a un montón de personas de corazón generoso y espíritu comprometido. Personas dispuestas a acortar la distancia que niega la responsabilidad con su propio país. Dispuestas a pensar y a participar, a denunciar y a transformar, a contribuir en favor de México y a buscar formas de rescatarlo. Dispuestas a conjugar el vocabulario de la esperanza y a crear una sintaxis para la salvación. Dispuestas a fertilizar el cambio social. Dispuestas —como Alejandro Martí y Javier Sicilia y María Elena Morera e Isabel Miranda de Wallace y Miguel Concha y tantos
twitteros
— a alzar la voz. A organizarse y organizar a otros. A proveer nuevas alternativas y asumir responsabilidades cívicas que antes se dejaban en manos del gobierno.

Está allí, en Tabasco y en Tamaulipas, en Querétaro y en Quintana Roo, en Ciudad Júarez y en Ciudad Obregón. El ejército incipiente de los que caminan, paso a paso, sabiendo que la larga marcha para construir ciudadanía es una batalla que se debe dar y se puede ganar. El batallón creciente de los que saben —como dijera Vaclav Havel— que hay pocas cosas tan poderosas como un grupo de individuos actuando de acuerdo con su conciencia, y con ganas de ayudar.

En Ciudad Júarez, por ejemplo, la violencia ha llevado a la creación de todo tipo de organizaciones. Los médicos armaron un comité para exigir el cese de los secuestros y los asesinatos de sus colegas. Los estudiantes organizan caminatas para protestar por la matanza de jóvenes y maestros. Los fines de semana, colectivos de artistas recorren colonias asoladas por las ejecuciones y leen poemas, bailan
breakdance
, presentan obras de teatro, pintan esténciles pacifistas en las paredes para animar a la población a recuperar los espacios públicos. Decenas de amas de casa imparten talleres de duelo en Iglesias, se capacitan como psicoterapeutas y recorren las colonias más violentas. Un grupo de mujeres profesionistas, apodadas “Las guerreras”, sale los domingos en motocicleta a donar alimentos y medicinas.

Alejandro Martí e Isabel Miranda de Wallace.

Ellas y tantas personas más forman parte del escuadrón entusiasta de los asociados con una gran idea: México puede ser transformado a través de las acciones acumulativas, grandes y pequeñas, de millones de personas. Los maestros y las amas de casa y los médicos y los ingenieros y los biólogos y empresarios y los jóvenes y los contadores. Los ciudadanos que sistemáticamente deben quejarse y critican las instituciones, el desempeño gubernamental, la forma en la que funciona la democracia. Los ciudadanos guiados por la necesidad de vigilar las decisiones del gobierno, de denunciar los abusos de la autoridad, de exigir cuentas a los gobernantes.

No basta con tener una democracia mínima, en la cual lo único a lo que podemos aspirar es a la competencia entre élites partidistas. La democracia también requiere que un número importante de ciudadanos influyan cotidianamente en la toma de decisiones de su gobierno. La democracia también entraña la demanda diaria por derechos civiles como el derecho a la información, el derecho a la libertad de expresión, el derecho a votar y a ser votado, el derecho a la libertad de asociación, el derecho a la no discriminación racial, de género o religiosa.

Esto es lo que me gustaría que dijeran todos los que quieren ser parte del esfuerzo por cambiar a México a partir de la ciudadanización de lo público y la lucha por los derechos civiles:

1.° A partir de hoy entenderé que la irreverencia frente al poder es una actitud vital para ser un ciudadano de cuerpo entero. La irreverencia lleva al cuestionamiento; la curiosidad entonces se vuelve compulsiva; la pregunta que guía la acción se convierte en “por qué”. La mía será una filosofía personal anclada en el optimismo, la imaginación, el deseo de crear, el humor, y el rechazo a los dogmas tanto de derecha como de izquierda.

Comprenderé que un buen ciudadano no desempeña el papel de quejumbroso y plañidero ni se erige en la Casandra que nadie quiere oír. No lleva a cabo una crítica rutinaria, monocromática, predecible. Más bien un buen ciudadano busca mantener vivas las aspiraciones eternas de verdad y justicia en un sistema político que se burla de ellas. Sabré entonces que el mío debe ser un papel puntiagudo, punzante, cuestionador. Sabré que me corresponde hacer las preguntas difíciles, confrontar la ortodoxia, desafiar los usos y costumbres del poder en México. Sabré que debo asumirme como alguien cuya razón de ser es representar a las personas y a las causas que muchos preferirían ignorar. Sabré que todos los seres humanos tienen derecho a aspirar a ciertos estándares decentes de comportamiento de parte del gobierno. Sabré que la violación de esos estándares debe ser detectada y denunciada: hablando, escribiendo, participando, diagnosticando un problema o fundando una ong para lidiar con él.

Comprenderé que ser un buen ciudadano en México es una vocación que requiere compromiso y osadía. Es tener el valor de creer en algo profundamente y estar dispuesto a convencer a los demás sobre ello. Es retar de manera continua a las medias verdades, la mediocridad, la corrección política, la mendacidad. Es resistir la cooptación. Es vivir produciendo pequeños shocks y terremotos y sacudidas. Vivir generando incomodidad. Vivir en alerta constante. Vivir sin bajar la guardia. Vivir alterando, milímetro tras milímetro, la percepción de la realidad para así cambiarla. Vivir, como lo sugería George Orwell, diciéndole a los demás lo que no quieren oír.

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