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Authors: Brian Lumley

El origen del mal (29 page)

BOOK: El origen del mal
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—Un huevo de vampiro, ¿verdad? ¿Es de eso de lo que estás hablando?

Ella fijó los ojos obstinadamente en él hasta que Jazz tuvo que desviar la mirada.

—Exactamente, un huevo de vampiro —dijo Jazz encogiéndose de hombros y comenzando a vendarle los pies—. O sea que lo que me estás diciendo es que los wamphyri son ovíparos, que ponen huevos, ¿no es eso?

Zek negó con un gesto de la cabeza pero enseguida, como cambiando de opinión, hizo un gesto de asentimiento.

—¡Sí y no! —dijo—. Los wamphyri son el resultado del huevo de un vampiro cuando penetra en un hombre… o en una mujer.

Jazz calzó las sandalias a Zek. Le estaban algo grandes, de aquí que le produjeran rozaduras y ampollas. Ahora le quedaban más apretadas e impedían que los pies le rozaran.

—¿Así está mejor? —le preguntó Jazz.

Se quedó pensando un momento en lo que Zek acababa de decirle, pero decidió dejar que se lo contase a su manera y que se tomara el tiempo que quisiera.

—Ahora me siento mejor —dijo—. Gracias.

Se puso de pie, le ayudó a colgarse todos los paquetes y volvieron a dirigirse hacia el sol.

—Oye una cosa —dijo cuando se pusieron en camino—. ¿Por qué no me cuentas todo lo que te ha ocurrido desde que estás aquí y así yo me entero? ¿Por qué no me cuentas todo lo que has visto, todo lo que sabes, todo aquello de lo que te has enterado? Me parece que disponemos de tiempo sobrado y que las perspectivas son buenas, que no corremos ningún peligro inmediato. Tenemos el sol sobre nuestras cabezas y la luz de la luna es buena…

—¿Tú crees? —respondió Zek.

Jazz estiró el cuello y levantó la cabeza para mirar la luna. Había cruzado el desfiladero y sus bordes parecían rozar las cimas más orientales. Unos minutos más y habría desaparecido.

—El período de rotación planetaria es increíblemente lento —comenzó a explicar Zek—, pero por otra parte la órbita de la luna está más próxima y es mucho más rápida. Un «día» de aquí es aproximadamente como una semana de la Tierra. Ah, dicho sea de paso, este lugar es «la Tierra». Así es como la llaman ellos. No es nuestra Tierra, por supuesto, pero es la suya. Al principio lo encontré extraño, pero después pensé: ¿cómo habrían de llamarla entonces?

»De todos modos, este planeta gira hacia el oeste de una manera muy lenta y sus polos no están totalmente alineados según el sol. Es como si el planeta se bambolease. Se ve el sol como si se moviera de oeste a este, es decir, en sentido opuesto al de las agujas del reloj, describiendo un círculo lento y pequeño. Ahora bien, yo no soy astrónomo ni especialista en las ciencias del espacio, así es que no me preguntes el cómo ni el porqué, lo único que sé decirte es que es así y nada más.

»En la Tierra del Sol tenemos una "mañana" de unas veinticuatro horas de duración, un "día" quizá de setenta y cinco horas, una "tarde" de veinticuatro horas y una "noche" de unas cuarenta horas. El mediodía o el tiempo que lo rodea corresponde a la salida del sol y toda la noche es la puesta.

Jazz volvió a mirar para arriba y ahora vio la luna dividida en dos por el borde agudo de las montañas. Mientras la observaba le pareció que disminuía su fulgor, como si se dispusiese a desaparecer de la vista.

—Yo tampoco soy astrónomo —dijo—, pero me parece evidente que tenemos una luna que se mueve con gran rapidez.

—Exactamente —respondió ella—, y además también tiene una rotación muy rápida; a diferencia de la antigua luna, muestra las dos caras, la de delante y la de atrás.

Jazz hizo un gesto de asentimiento.

—No es nada tímida, ¿verdad?

Zek se echó a reír.

—Según cómo, me recuerdas a otro inglés que conocí —dijo—. Daba la impresión de ser ingenuo, pero en realidad de ingenuo no tenía nada.

—¿Ah, sí? —dijo Jazz mirándola—. ¿Y quién era ese hombre afortunado?

—No era tan afortunado como eso —dijo ella, inclinando ligeramente la cabeza.

Jazz contempló su rostro de perfil, iluminado por los últimos rayos de la luna, y decidió que la mujer le gustaba. Y mucho.

—Así que, ¿quién era ese hombre?

—Era miembro de tu Rama-E británica… o quizás el jefe —respondió Zek—. Se llamaba Harry Keogh y tenía un talento especial. Yo también tengo talento, pero el suyo era… diferente. No sé siquiera si podría llamársele ESP. ¡Hasta ese punto se diferenciaba de los demás!

Jazz se acordó de lo que Khuv le había dicho de Zek. Todo le parecía exagerado en lo que a él se refería, pero lo mejor era no dejar que viera su escepticismo.

—¡Ah, sí, por supuesto! —dijo—. Tú eres vidente, ¿verdad? Lees el pensamiento. Y el talento de ese Keogh, ¿en qué consistía?

—Era necroscopio —dijo Zek, con una voz que de pronto pareció helada.

—¿Era qué?

—¡Podía hablar con los muertos! —dijo ella y, callándose de pronto, como si estuviera enfadada, se apartó de Jazz.

Éste la miró sorprendido de su repentino arranque de mal genio y observó también a aquel lobo colocado entre los dos, a aquel lobo que no paraba de mover sus ojos amarillos de él a ella y de ella a él.

—¿Qué he hecho?

—¡No es lo que has hecho sino lo que has pensado! —soltó Zek—. Lo que has pensado ha sido: ¡qué montón de mentiras!

—¡Es verdad! —dijo Jazz, porque eso era exactamente lo que había pensado.

—Oye una cosa —dijo ella, de pronto—, ¿sabes cuánto tiempo estuve ocultando mis dotes telepáticas? Sabía que yo valía más que lo que ellos tenían, pero no quería trabajar para ellos. No me atrevía a trabajar para ellos, porque sabía que, si lo hacía, tarde o temprano volvería a tropezar con Harry Keogh. Yo he sufrido a causa de mis dotes telepáticas, Jazz, e incluso ahora… aquí, donde esto importa poco…, cuando admito la verdad de este poder…

—¡Demuéstramelo! —dijo él interrumpiéndola—. Me doy cuenta de que no llegaremos a ninguna parte si no existe una confianza mutua, pero tampoco llegaremos a ninguna parte si nos mentimos mutuamente o decimos cosas totalmente carentes de sentido. Si me dices que puedes hacer estas cosas, bien, lo acepto, porque sé muy bien que hay mucha gente que cree en tu talento. Pero ¿no tendrías manera de demostrármelo? Tienes que admitirlo, Zek, era fácil imaginar lo que yo estaba pensando en ese momento y no sólo de tus dotes telepáticos, sino también de ese tipo llamado Keogh… y de las cosas que, según tú, es capaz de hacer. No me digas que no has topado nunca con el escepticismo, especialmente tratándose de una cualidad que la mayoría de las personas consideran sobrenatural.

—¿Quieres tentarme? —dijo con ojos llameantes—. ¿Quieres burlarte de mí? ¿Hacer un poco de broma? ¡
Vade retro
, Satanás!

—Bueno, ese talento tuyo es cosa divina, ¿no es así?

Jazz no podía ocultar totalmente su incredulidad.

—Si de verdad eres tan buena, ¿cómo es que no sabías quién subía por el desfiladero? Si la telepatía y el ESP en general son cosas que existen realmente, ¿por qué Khuv no sabía que yo había escondido un cargador para mi metralleta, que fue precisamente lo que me permitió arrastrar a ese imbécil de Vyotsky aquí dentro conmigo?

Lobo lanzó un débil aullido y agachó las orejas.

—Lo estás poniendo nervioso —dijo Zek— y a mí también. Parece que no acabas de entenderlo. En esto eres un poco machista. Te he dicho que tengo dotes telepáticas y me pides que te lo demuestre. Después querrás que te demuestre que soy una mujer.

Jazz asintió con un gesto enfurruñado.

—Tú te valoras en mucho, ¿no te parece? Sabe Dios qué clase de hombres estás acostumbrada a tratar, pero yo…

—¡Perfectamente! —le espetó ella—. ¡Observa!

Zek miró a Lobo, le dirigió una simple mirada, después se volvió, inclinó la cabeza y se dirigió hacia el sol. Recorrió cien metros aproximadamente, mientras Jazz y el lobo permanecían en su sitio observando lo que hacía. Zek se paró y se dio media vuelta.

—Yo ahora no diré nada —dijo Zek— y tú ya me dirás qué piensas de lo que ocurra a continuación.

Jazz frunció el entrecejo y pensó: «¿Qué ocurrirá ahora?»

Pero al cabo de un momento Lobo le demostró qué ocurría. El animal se acercó más a Jazz, con sus enormes mandíbulas lo agarró fuertemente, pero con suavidad, por la manga del mono que llevaba y lo arrastró en dirección a Zek. Jazz tropezó tratando de mantener el equilibrio y, cuanto más corría, tanto más corría Lobo, hasta que los dos llegaron al lugar donde esperaba la joven. Sólo entonces el lobo soltó a Jazz, cuando estuvieron delante de ella.

—¿Y bien? —dijo Zek, cuando Jazz se detuvo jadeante.

Jazz se llevó la lengua al agujero en la encía debido a la desaparición de las dos muelas, levantó una mano y se rascó la nariz.

—Bien… —dijo—, yo…

—Estas pensando que soy domadora de animales, ¿verdad? —le cortó Zek—. Pero si lo dices en voz alta, te diré que es así. Seguiremos caminos diferentes. Hasta ahora he sobrevivido sin ti y puedo continuar como hasta ahora.

Lobo se apartó de Jazz y se puso al lado de ella.

—Estamos dos a uno —dijo Jazz con una mueca y con cierto pesar—. Y como he creído siempre en el proceso democrático… no tengo más opción que aceptar lo que dices: tienes dotes telepáticas.

Siguieron caminando, pero ahora un poco separados.

—Entonces ¿cómo es que no sabías que era yo el que subía por el desfiladero? ¿Cómo es que me llamaste como si yo fuera Vyotsky?

—Viste el castillo, ¿verdad? ¿Viste el torreón?

—Sí.

—Pues ésa es la razón.

Jazz volvió la vista atrás. El castillo que se levantaba junto a los acantilados debía estar ahora a kilómetros de distancia.

—Pero estaba vacío, abandonado.

—Tal vez sí y tal vez no. Los wamphyri están deseando apoderarse de mí. Y no son estúpidos ni mucho menos. Saben que llegué aquí a través de la esfera, de la Puerta, y seguramente piensan que tarde o temprano intentaré salir por el mismo camino por el que entré. Les concedo por lo menos este poco de inteligencia. No les habría costado mucho durante la última puesta de sol… es decir, durante cualquiera de las muchas puestas de sol… poner a algún ser allí de guardia. Debe de haber allí muchos huecos y muchos rincones en los que nunca entra el sol.

Jazz hizo un gesto negando con la cabeza y levantó la mano como para indicar que interrumpiese lo que decía.

—Aun suponiendo que entendiera lo que dices, que no es el caso, seguiría sin saber qué tiene que ver conmigo —dijo.

—En este mundo —le respondió ella— tienes que tener mucho cuidado en lo referente a cómo usas el ESP. Los wamphyri lo poseen bajo muy diferentes formas, como también en menor grado la mayor parte de los animales. Sólo los hombres de verdad carecen de él.

—¿Quieres decir que si los wamphyri dejaron algo en el castillo, una criatura cualquiera, ésta habría captado tus pensamientos?

Jazz volvía a rozar la incredulidad.

—Podría haber oído mis pensamientos dirigidos, si es eso lo que me preguntas —dijo ella asintiendo con la cabeza.

—Pero esto…

Jazz refrenó su lengua antes de que pudiera ofenderla.

—Lobo los oye —dijo Zek con toda simplicidad.

—¿Y yo? —repuso Jazz lanzando un bufido—. ¿Es que el hecho de no oírlos me convierte en un idiota?

—No —dijo ella, acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza—. En un idiota no, sino en un hombre de verdad, tú no eres un «esper». Escucha una cosa, cuando yo vine hacia aquí oí tus pensamientos, unos pensamientos distantes, extraños y algo confusos. Pero no me atreví a centrarme en ti y en comprobar tu identidad, para evitar que esto desencadenase algo que permitiera identificarme. Ahora que nos encontramos bajo la luz del sol, la presión ha desaparecido, pero cuanto más cerca esté de la Tierra de las Estrellas, más cuidado debo tener. Y como no podía tener la seguridad absoluta de que tú no fueses Vyotsky, por eso tuve que desafiarte. Tú me has dicho que probablemente él me habría matado. Tal vez sí y tal vez no. Pero en caso afirmativo, también se habría visto obligado a matar a Lobo, cosa que no le habría resultado tan fácil como eso. Y si me hubiera matado, se habría quedado absolutamente solo. Aun así, era un riesgo que yo debía correr…

Esta vez Jazz aceptó todo lo que ella le dijo; tenía que empezar en algún sitio y parecía la mejor manera de proceder.

—Escucha una cosa —le dijo—, aunque me considero una persona dotada de comprensión rápida, necesitaría que me explicases muchas cosas que todavía no me has dicho. Pero antes de nada me gustaría enterarme ahora mismo de una cosa: ¿necesito poner a buen recaudo mis pensamientos?

—¿Aquí en la Tierra del Sol? ¡No! En la Tierra de las Estrellas sí, en todo momento… De todos modos, con un poco de suerte ya no tendremos necesidad de volver a la Tierra de las Estrellas.

—¡Muy bien! —dijo Jazz, y asintió con la cabeza—. Pasemos ahora a cosas más inmediatas. ¿Dónde está esa cueva de la que me hablaste? Me parece que ahora tendríamos que descansar un poco. Al mismo tiempo podría acabar de curarte los pies. Además, me parece que podrías tomar una comida bastante más sustanciosa.

Zek le dedicó, por vez primera desde que estaban juntos, una amable sonrisa. Jazz habría querido poder contemplarla bajo la luz del sol, del sol de su tierra.

—Voy a decirte una cosa —dijo ella—. Hace mucho tiempo que aprendí a no escuchar los pensamientos de los demás. A veces son agradables, te lo aseguro, pero cuando no lo son, una se siente muy incómoda. A veces pensamos cosas que no podríamos expresar con palabras. También a mí me ocurre. Una regla que observábamos todos los «espers» es que debíamos respetar la intimidad de los demás. Pero me he pasado mucho tiempo sola…, sin nadie con quien poder relacionarme, quiero decir. Ninguna persona de mi propio mundo. Así es que, mientras te oía hablar… también oía otras cosas. Cuando me acostumbre a estar contigo, haré un esfuerzo para no inmiscuirme… incluso ahora ya lo intento, pero me resulta imposible no escudriñar en tus pensamientos.

Jazz frunció el entrecejo.

—Dime, entonces, qué estaba pensando —insistió Jazz—. Me refiero a que lo único que he dicho es que deberíamos descansar.

—Pero lo que tú querías decir, en realidad, es que yo debía descansar: yo, Zek Föener. Eres muy amable y, si lo necesitara de verdad, lo aceptaría. Pero también tú has recorrido un largo camino. De todos modos yo preferiría seguir andando hasta que superemos el desfiladero. Debemos recorrer otros diez kilómetros más y ya lo habremos superado. Como puedes ver tú mismo, el sol está a punto de llegar al muro este. El proceso es lento pero antes de una hora y media el paso volverá a estar sumido en la oscuridad. En la Tierra del Sol todavía quedan veinticinco horas de sol, y la noche es igual de larga. Después… ya encontraremos algún sitio donde poder escondernos.

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