El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (21 page)

BOOK: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)
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Había otras cosas más, pero el punto claro del plan de Virginia era que la cámara inferior iba a ser dominante, pues tanto la cámara superior como el ejecutivo, en último análisis, serían elegidos por la cámara inferior. Y puesto que ésta iba a representar a los Estados en proporción a la población, los Estados mayores, en efecto, dominarían la nación.

La Convención pasó a discutir los detalles: si la elección popular era segura, si habría un solo ejecutivo o una comisión, etc.

Pero los pequeños Estados, irritados por el plan que daba la supremacía a los Estados grandes, presentaron un plan propio. Era el «plan de Nueva Jersey», presentado el 15 de junio por William Paterson de Nueva Jersey (nacido en Irlanda en 1745 y llevado a Nueva Jersey de niño).

El punto esencial del plan de Nueva Jersey era que cada Estado iba a tener un voto en la legislatura, cualquiera que fuese el número de delegados presentes. De este modo, ningún Estado podía tener más poder que cualquier otro, cualquiera que fuese su tamaño.

El plan de Nueva Jersey era irrealizable, evidentemente. Equivalía a conservar los Artículos de la Confederación, enmendándolos a fin de dar al Congreso unos pocos poderes adicionales. Los Estados mayores estaban seguros de que esto era una ridicula pérdida de tiempo y rechazaron de plano el plan de Nueva Jersey, pero esto no persuadió a los Estados pequeños a que aceptasen el plan de Virginia.

La Convención habría quedado dividida, y con ello la nación, de no haber sido por el «Compromiso de Connecticut» elaborado por Roger Sherman, que hizo la sugerencia lógica de incorporar características de ambos planes a la legislatura. La cámara inferior sería elegida por voto popular en proporción a la población. La cámara superior no sería elegida por voto popular, sino mediante designación por las legislaturas estatales; y en la cámara superior cada Estado tendría un solo voto
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.

Puesto que ambas cámaras intervendrían en la legislación, se conservarían los intereses de los Estados grandes y de los pequeños. Los Estados grandes tendrían voz preponderante en la cámara inferior, pero los pequeños Estados tendrían un voto igual en la superior. El compromiso fue aceptado el 16 de julio.

Con él también fue aceptado otro compromiso sobre una disputa entre los Estados en los que la esclavitud era común, los situados al sur de la línea Mason-Dixon, y aquellos en los que la esclavitud era desaprobada cada vez más, los situados al norte de la línea.

La cuestión era si contar a los esclavos como parte de la población al calcular el número de diputados de la cámara baja y en el establecimiento de impuestos. Los Estados sureños querían que se contara a los esclavos negros como personas en el cálculo del tamaño de la diputación Estatal, ya que esto habría aumentado su poder; y no querían contarlos como personas en la fijación de impuestos, ya que esto disminuiría sus impuestos. Querían todas las ventajas.

Los Estados norteños también querían todas las ventajas, pero a la inversa. Querían que los esclavos negros no contasen como personas para calcular el tamaño de la diputación, pero contarlos como tales para fines fiscales.

Ambas partes llegaron finalmente a un compromiso, contando cada esclavo como tres quintos de una persona tanto para el número de diputados como para el establecimiento de impuestos.

En el mes final de la Convención se elaboraron otros detalles. Los diputados de la cámara inferior, o Cámara de Representantes, tendrían un mandato de dos años; los de la cámara superior, o Senado, un mandato de seis años que sería alterno, de modo que un tercio del Senado fuese elegido cada dos años. Habría un solo ejecutivo, o presidente, con un mandato de cuatro años. También se creó un Tribunal Supremo con miembros vitalicios, etc.

El método para elegir al presidente exigió otro compromiso. Algunos abogaban por la elección popular, para que hubiera un presidente fuerte, independiente del Congreso. Otros, desconfiando del pueblo y recelando de un ejecutivo fuerte, querían que fuese nombrado por el Congreso. Finalmente se decidió que votaría el pueblo, pero sólo para elegir electores. Estos electores luego elegirían al presidente. De esta manera, la influencia del pueblo tendría peso, pero el voto final reposaría en el juicio sobrio de los electores, quienes, se suponía, serían más sabios que la población en general
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.

Finalmente, el 17 de septiembre, la Constitución fue terminada, la misma Constitución, esencialmente, que la vigente hoy en los Estados Unidos.

Algunos delegados se retiraron en el curso de las sesiones, y tres que estaban presentes el día en que la Convención aprobó la Constitución se negaron a firmar.

Estos fueron Mason y Randolph de Virginia, y Gerry de Massachusetts. Los treinta y nueve delegados restantes firmaron, entre otros Roger Sherman, Alexander Hamilton, William Paterson, Benjamin Franklin, Robert Morris, James Wilson, Gouverneur Morris, John Dickinson, James Madison y, por supuesto, George Washington.

La adopción de la Constitución

Pero la Constitución no tenía vigencia, según sus propias disposiciones, hasta que no fuese aprobada por convenciones elegidas para tal fin al menos en nueve Estados. Inmediatamente, la población empezó a alinearse en pro o en contra del nuevo documento. Quienes apoyaban el sistema federal propuesto en la Constitución fueron llamados «federalistas». Los que se oponían eran «antifederalistas».

En cierta medida era una disputa entre los jóvenes y los hombres de edad. Los viejos veteranos que durante años habían luchado contra la tiranía ejecutiva de Gran Bretaña no deseaban establecer en el país una posible tiranía ejecutiva. Tampoco los atraía la certeza de impuestos dobles, pues ahora el gobierno federal pondría impuestos, tanto como el Estado correspondiente. Más aún, los viejos líderes de la nación habían terminado por dominar sus Estados particulares como resultado de la Revolución y no deseaban ceder el poder a un gobierno central.

Por otro lado, los jóvenes que habían llegado a la conciencia política desde la Revolución y durante ella no habían pasado por la larga y difícil lucha con Gran Bretaña en las décadas anteriores, y sólo conocían la victoria. Deseaban la fortaleza de un gobierno federal.

La mejor defensa de la Constitución fue una serie de setenta y siete artículos escritos para un periódico de Nueva York. Estos exponían con gran fuerza los argumentos a favor de un gobierno central vigoroso. Fueron publicados durante un período de siete meses, a partir del 27 de octubre de 1787 y llevaban la firma «Publius». Sus autores verdaderos fueron James Madison, Alexander Hamilton y John Jay.

Mientras se estaban publicando los ensayos de «Publius» (pronto recopilados en forma de libro bajo el título de
El Federalista
), los federalistas ganaban las primeras batallas. Delaware, con una población de menos de 60.000 habitantes, era el más pequeño de los Estados a este respecto y comprendía que no podía aspirar a ninguna forma de gobierno central en la que pudiera tener mayor poder que un voto, como los otros Estados, en la cámara superior. Por ello, reunió una convención especial que votó unánimemente, el 7 de diciembre de 1787, la aceptación de la Constitución. Fue el primer Estado en hacerlo.

Pensilvania convocó también una convención ratificadora. Los federalistas de la convención, bien organizados y actuando con rapidez, forzaron una votadón antes de que los antifederalistas pudiesen reunir sus fuerzas. El 12 de diciembre Pensilvania adoptó la Constitución por 46 votos a favor y 23 en contra.

Nueva Jersey, otro pequeño Estado, cuyo «plan de Nueva Jersey» había al menos asegurado votos iguales en la cámara superior para los pequeños Estados, reunió una convención ratificadora que aceptó unánimemente la Constitución el 27 de diciembre. Le siguieron Georgia, el 2 de enero de 1788, con una votación unánime, y Connecticut, el 9 de enero, con una votación de 128 a favor y 40 en contra.

En el lapso de cinco semanas, pues, cinco Estados ratificaron la Constitución. Esto significaba que sólo cuatro Estados más tenían que ratificarla para que, en cierto modo la lucha por la Constitución estuviera ganada más que a medias.

Sin embargo, de los cinco Estados que habían aceptado la Constitución, cuatro eran pequeños en cuanto a población y era de esperar que la aceptasen. Sólo un gran Estado, Pensilvania, había aceptado ya la Constitución, y ello en gran medida gracias a una rápida treta por parte de los federalistas.

Pero en enero los antifederalistas se habían organizado y terminó el tiempo de las victorias fáciles por la Constitución.

La primera lucha verdadera se produjo en Massachusetts, donde los antifederalistas tenían mayoría entre los elegidos para la convención ratificadora. Esta se reunió el 9 de enero, y siguieron cuatro semanas de forcejeos políticos en los que los federalistas trataron de ganar votos prometiendo concesiones en lo relacionado con el futuro gobierno central. Por ejemplo, tuvieron que prometer apoyar a John Hancock como candidato a vicepresidente por la nueva Constitución.

Pero finalmente no se pudo hacer nada. Sencillamente, la Constitución no pudo ser aprobada por la convención de Massachusetts, demasiado imbuida todavía del espíritu de la lucha contra Jorge III. Si bien la Constitudón ofrecía un esquema de gobierno, no limitaba suficientemente las facultades del gobierno para infringir las libertades civiles. Cuando se produjo finalmente la votación, el 6 de febrero de 1788, Massachusetts aceptó la Constitución por estrecho margen, 187 a 168 votos, pero sólo con la recomendación de que se añadiese a la Constitución una lista de derechos que el gobierno federal no podía violar. Estaba claro que si no se hacía esto, Massachusetts estaba dispuesta al menos a provocar muchos problemas.

Maryland le siguió, el 28 de abril, por una votación de 63 a 11, también con una recomendación de que se agregase una «Ley de Derechos» a la Constitución. Carolina del Sur la ratificó el 23 de mayo, con una votación de 149 contra 73.

A fines de mayo de 1788, pues, ocho Estados habían ratificado la Constitución, mientras Virginia estaba enzarzada en una lucha homérica entre el pro y el contra. Si ella, el Estado más grande, ratificaba la Constitución, con lo que sería el noveno en hacerlo, cosa bastante apropiada, la cuestión estaba terminada.

El más enérgico combatiente a favor de la Constitución en Virginia, por supuesto, era Madison. El gobernador Randolph también la apoyaba. Se había negado a firmar la Constitución por resentimiento, porque su plan no había sido aceptado en la forma en que lo había presentado. Pero después de reflexionar se convenció de que la Constitución era bastante buena de todos modos, y anunció su conversión.

Contra la Constitución estaba George Mason, quien tampoco la había firmado, porque hería sus vigorosas opiniones liberales la falta de una Ley de Derechos en el documento y por no poner en entredicho la esclavitud. Patrick Henry y Richard Henry Lee, viejos luchadores de los días prerrevolucionarios, también se oponían firmemente a la Constitución.

Pero mientras Virginia discutía, New Hampshire actuaba. Había vacilado durante toda la primavera, pero ahora la urgencia de adelantarse a Virginia y ser el noveno Estado agitó los sentimientos lo suficiente como para efectuar la ratificación por 57 votos contra 47, el 21 de junio.

Desde el punto de vista legal, pues, la Constitución de los Estados Unidos se convirtió en la ley básica del país el 21 de junio de 1788, cinco años después del final de la Guerra Revolucionaria y casi doce años después de la Declaración de la Independencia.

Pero, en realidad, toda unión en la que no estuviese Virginia se hallaba condenada al fracaso, de modo que el voto de Virginia todavía era decisivo. Poco a poco, Madison fue respondiendo a todas las objeciones con fría lógica. Lo apoyaba con eficacia John Marshall (nacido en Virginia el 24 de septiembre de 1755), quien había combatido en el Ejército Continental durante la guerra y había estado junto a Washington en Valley Forge.

Los antifederalistas hicieron un último intento de condicionar la aceptación de la Constitución a la adopción de una Ley de Derechos, en vez de recomendar solamente que se adoptase tal ley. Pero el mismo Washington puso toda su abrumadora influencia del lado de la Constitución y el intento de aceptación condicional fue derrotado. El 25 de junio, cuatro días demasiado tarde para ser el noveno Estado en ratificarla, Virginia aceptó la Constitución por 89 votos contra 79, y se convirtió en el décimo Estado de la Unión.

En Nueva York, donde la lucha había sido particularmente sucia, Hamilton y Jay finalmente lograron dificultosamente obtener la ratificación el 26 de julio de 1788, por una votación de 30 contra 27. Nueva York se convirtió en el undécimo Estado que aceptó la Constitución.

Sólo quedaban dos Estados, Carolina del Norte y Rhode Island, y la nación decidió no esperarlos y proceder a la formación de un nuevo gobierno. El Congreso, que aún actuaba bajo los Artículos de la Confederación, echó a rodar el balón el 13 de septiembre de 1788 llamando a elecciones para formar un nuevo Congreso
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, que actuase según la Constitución.

También dispuso la elección del primer presidente de los Estados Unidos según la Constitución, fijando su mandato de cuatro años a partir del 4 de marzo de 1789. Luego el viejo Congreso sencillamente se disolvió, pues nunca volvió a reunirse después del 21 de octubre de 1788, de modo que por cinco meses los Estados Unidos estuvieron sin un gobierno central.

Varios Estados votaron electores, cuyo número era igual a la suma de senadores y representantes de cada Estado. Puesto que cada Estado tenía dos senadores y al menos un representante, el número mínimo de electores de cada Estado era tres (el caso de Delaware, por ejemplo). Virginia, con dos senadores y diez representantes, tenía doce electores, el mayor número de todos los Estados.

Sólo diez Estados votaron realmente electores. Carolina del Norte y Rhode Island aún no habían ratificado la Constitución, y Nueva York no se molestó en elegirlos. Fueron elegidos un total de sesenta y nueve electores, que se reunieron el 4 de febrero de 1789. De acuerdo con la Constitución, cada uno debía votar por dos hombres. El que obtuviera más votos sería presidente, y el segundo vicepresidente.

Cada uno de los sesenta y nueve electores puso a George Washington como uno de los dos hombres por los que votaban. Así, Washington fue elegido unánimemente primer presidente de los Estados Unidos. Treinta y cuatro de los electores votaron también por John Adams. Puesto que ningún otro fue mencionado tantas veces, John Adams se convirtió en el primer vicepresidente de los Estados Unidos.

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