Read El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) Online
Authors: Isaac Asimov
Pero, en realidad, Greene había logrado llevar a las fuerzas de Cornwallis a realizar una persecución fatigosa e inútil. Cuando Cornwallis llegó a Virginia central-meridional, sin haber atrapado a los americanos, tuvo que volver para permitir descansar a sus hombres y reunir suministros. Se retiró a Hilisboro, en Carolina del Norte.
Pero Greene no pensaba concederle ningún reposo. Recibió refuerzos y se dirigió hacia el sur nuevamente. Cornwallis se vio obligado a tratar de detenerlo y, el 15 de marzo de 1781, los dos ejércitos se encontraron en Guilford Courthouse, a ochenta kilómetros al oeste de Hilisboro.
Allí, Greene colocó a sus hombres como lo había hecho Morgan en Cowpens. Más aún, Cornwallis arrojó a sus hombres contra los americanos en un furioso asalto frontal, exactamente como había hecho Tarleton en Cowpens.
Pero esta vez las cosas no sucedieron como antes. Los americanos no constituían la fuerza escogida que había seguido a Morgan. Algunos se llenaron de pánico ante el asalto. Greene, comprendiendo que el ejército podía quedar en peligro si permanecía allí, retiró a sus hombres. Esto convirtió el combate, técnicamente, en una victoria británica, pero los soldados americanos que no se habían dejado arrastrar por el pánico dispararon bien, de modo que las pérdidas británicas fueron grandes, considerablemente mayores de lo que Cornwallis podía permitirse.
El 28 de marzo de 1781, Cornwallis llevó a sus hombres a Wilmington, en Carolina del Norte, una ciudad costera en la cual podía asegurarse los suministros mientras los británicos dominasen el mar. Allí esperó refuerzos.
Greene ahora ignoró a Cornwallis y marchó al sur nuevamente, entrando en Carolina del Sur. Allí no ganó ninguna asombrosa victoria, pero logró restablecer la dominación americana del Estado, confinando a los británicos a la ciudad de Charleston y sus vecindades.
Así como la guerra en el norte finalmente sólo había dado a los británicos el puerto marítimo de Nueva York, así también la guerra en el sur, después de casi tres años, había dejado a los británicos solamente en posesión de los puertos marítimos de Savannah, Charleston y Wilmington.
Cornwallis decidió hacer otra jugada. Georgia y las Carolinas habían sido suficientemente vapuleadas como para ser incapaces de resistir sin ayuda del norte. Por ello, decidió atacar a Virginia, la más grande de las colonias rebeldes y la base de los suministros del ejército americano del sur. Si lograba tomarla, los americanos tendrían que abandonar toda la mitad meridional del país.
El 25 de abril de 1781 abandonó Wilmington y avanzó rápidamente hacia el norte. El 20 de mayo se unió a las fuerzas de Benedict Arnold en Petersburg, Virginia, a unos cincuenta kilómetros al sur de Richmond.
En Virginia, realizó vastas incursiones. Tarleton condujo tropas a Charlottesville, a unos cien kilómetros al noroeste de Richmond, donde se reunía el gobierno del Estado de Virginia después de haber huido de la capital. Allí estuvo a punto de atrapar al gobernador Thomas Jefferson y a la Legislatura. Los hombres que conducía Cornwallis ahora ascendían a 7.500, pero las pequeñas fuerzas americanas que conducía Lafayette y se le oponían también estaban aumentando, y los franceses las conducían muy bien.
A medida que pasaba el verano, Cornwallis pensó nuevamente que haría mejor en volver a la costa y asegurarse los suministros y refuerzos. Esta vez decidió establecerse en Yorktown, una ciudad costera situada a cien kilómetros al sudeste de Richmond y cerca de la bahía de Chesapeake. Llegó allí el 1 de agosto de 1781.
Pero con el verano también había llegado el momento de que Washington se moviese. La flota francesa de las Antillas estaba ahora al mando del almirante Francois de Grasse, quien obtuvo allí algunas victorias menores sobre los británicos. Esto hizo que pudiera trasladarse a la costa americana si lo deseaba.
En la esperanza de que pudiese hacerlo, Washington decidió que podía utilizar a esos soldados franceses. Se reunió con Rochambeau (cuyos hombres aún estaban en Newport, Rhode Island) en Connecticut y lo persuadió de que uniese sus hombres a las fuerzas americanas cerca de Nueva York. El encuentro se efectuó el 5 de julio.
El 14 de agosto finalmente llegaron a Washington noticias de la flota francesa. De Grasse tenía la opción de bloquear a Clinton en Nueva York o a Cornwallis en Yorktown. Eligió Yorktown porque estaba más cerca de su puerto en las Antillas. Hizo saber que podía estar frente a la costa americana sólo hasta mediados de octubre.
De inmediato Washington llevó sus tropas a Staten Island, como si planease un ataque a Nueva York. Cuando los británicos hicieron entrar sus tropas para efectuar la defensa, Washington rápidamente cambió de rumbo y se dirigió al sur con rapidez, demasiado rápidamente para que los británicos tratasen de interceptarlo.
El 30 de agosto de 1781, la flota de De Grasse llegó frente a Yorktown, y Cornwallis contempló espantado un mar en el que los barcos que se aproximaban eran los del enemigo. Fue la primera vez en la guerra que el mar no era un amigo y un aliado de los británicos; la primera vez que una fuerza británica en una ciudad costera fue rodeada, pues Cornwallis estaba frente a De Grasse por mar y a Lafayette por tierra.
Los barcos británicos llegaron casi en seguida, desde luego, para hacer frente a De Grasse. Pero el 5 de septiembre de 1781 De Grasse condujo sus barcos contra los británicos con bastante éxito, pues infligió considerablemente más daños de los que recibió. Cuando llegaron refuerzos para los franceses, los barcos británicos se vieron obligados a alejarse y abandonar a Cornwallis.
De Grasse era partidario de efectuar un ataque inmediato contra Cornwallis, ya que De Grasse no abrigaba ilusiones de poder mantener el dominio del mar por mucho tiempo contra los británicos. Pero Lafayette insistía en que debían esperar la llegada de Washington. Sencillamente, Washington debía participar en la cacería, y el leal Lafayette no tenía ningún deseo de arrebatársela para él.
A fines de septiembre, llegó al escenario de la lucha el cuerpo principal del ejército de Washington, con su contingente francés al mando de Rochambeau, y se montó el asedio en regla de Yorktown.
La posición de Cornwallis era desesperada. El 17 de octubre no vio más alternativa que rendirse. Ofreció su rendición a Rochambeau, pero el francés la rechazó. Cornwallis tenía que rendirse al comandante en jefe americano. El 18, Cornwallis cedió también en esto, y el 19, cerca de 8.000 soldados británicos depusieron sus armas. La espada de Cornwallis fue entregada al general Lincoln, quien un año antes había tenido que rendir Charleston.
Clinton acudió con barcos y hombres al auxilio de Cornwallis, pero llegó una semana más tarde y, al hallar que los americanos estaban en posesión de Yorktown, se apresuró a volver a Nueva York.
Washington habría seguido y lanzado el mismo género de ataque por tierra y por mar contra Nueva York que había tenido éxito con Yorktown, pero De Grasse no quería saber nada de ello. Hasta entonces había tenido suerte al desafiar a los británicos, pero no quería seguir tentando esta suerte. Era tiempo para él de volver a las Antillas, y hacia ellas se dirigió. (En la primavera siguiente, fue derrotado y capturado por una flota británica, con lo que terminó el año del predominio francés en el mar, pero éste había sido suficientemente largo y se había producido en el momento oportuno.)
Clinton aún estaba seguro en Nueva York, pues, pero esto realmente no importaba. Las noticias de la rendición de otro ejército británico finalmente convencieron hasta al más tozudo halcón de los legisladores británicos de que la guerra era un completo fracaso.
Cuando lord North recibió la noticia de la rendición de Cornwallis, exclamó: «¡Oh, Dios, todo ha terminado!» Y así fue. El 20 de marzo de 1782, después de haber persuadido con lágrimas a Jorge III de que firmase la paz, aun a costa de conceder la independencia americana, renunció como primer ministro. Fue sucedido por lord Rockingham, el mismo que había subido al poder en la época de la revocación de la Ley de Timbres, y se suponía que la tarea de Rockingham era otorgar la independencia a América y hacer la paz.
El 4 de abril Clinton fue relevado como comandante en jefe de las fuerzas británicas en América y fue sucedido por Carleton (quien cinco años y medio antes había defendido Canadá contra Montgomery y Arnold). La tarea de Carleton era sencillamente hacerse cargo de las tropas británicas hasta que se sellara la paz. Por eso, llevó todas las tropas a Nueva York. Wilmington, Savannah y hasta Charleston fueron evacuadas antes de fines de 1782.
Pero Yorktown no significó la paz para las regiones rurales. Los «leales» y los indios continuaron sus incursiones en las zonas apartadas. Todavía fue necesario luchar contra ellos. Por ello, siguieron las batallas menores, y la última de importancia se libró en el oeste. George Rogers Clark, que había expulsado a los británicos del territorio de Ohio tres años y medios antes, ahora reunió fuerzas y, el 10 de noviembre de 1782, derrotó a los indios shawnees en lo que es ahora el sur de Ohio.
Mas para entonces estaban en su apogeo las negociaciones de paz. Benjamin Franklin, John Jay y John Adams estaban en París, conversando de manera no oficial con representantes del gobierno británico. El 19 de septiembre de 1782 las conversaciones se hicieron oficiales cuando el representante británico recibió la autorización adecuada para tratar con los americanos. En esta autorización se hacía referencia a los «Trece Estados Unidos», lo cual equivalía a un reconocimiento oficial de la independencia americana.
Los negociadores americanos no tuvieron una tarea fácil. Aunque los británicos estaban tan cansados de la guerra que deseaban darle fin casi a toda costa, los americanos pusieron pegas en puntos menores y corrieron el riesgo de agotar la paciencia de los británicos. La posición británica en el mar se hacía cada vez más fuerte, y hay límites para todo. Además, los franceses y los españoles tampoco estaban ansiosos de que la nueva nación se hiciese demasiado fuerte e hicieron todo lo posible por alinearse calmosamente con los británicos contra las exigencias americanas más extremas.
Pero los americanos se mantuvieron firmes en un punto, además de la independencia, y era que su tierra se extendería hasta el Mississippi e incluiría todo el territorio situado al sur de los Grandes Lagos que había sido británico desde 1763. Francia habría querido que los Estados Unidos quedasen limitados a la franja costera al este de los Apalaches, pero los Estados Unidos no querían saber nada de esto, y ganaron. El territorio fue concedido en un tratado de paz preliminar firmado en París el 30 de noviembre de 1782. (Sin duda, los españoles habían tomado la costa del golfo de Gran Bretaña en el último par de años e insistían en conservarla y en tomar Florida, que había sido suya durante dos siglos y medio antes de 1763. Pero España era aliada de América, y Gran Bretaña estaba deseosa de que los Estados Unidos se hiciesen cargo de esta nación por su cuenta.)
La paz preliminar se haría efectiva cuando Gran Bretaña llegase a un acuerdo con Francia. Este se alcanzó finalmente (pese al fastidio de Francia hacia los negociadores americanos, por tratar de obtener los términos más ventajosos para ellos, y más favorables de lo que hubiese preferido Francia), el 20 de enero de 1783.
El 19 de abril, el Congreso, que eligió deliberadamante el octavo aniversario del tiroteo de Lexington para tal fin, proclamó el fin de la guerra. Por último, terminaron las formalidades finales y el Tratado de París entró en vigor el 3 de septiembre de 1783.
La guerra había terminado y los Estados Unidos habían obtenido su independencia.
Después de la guerra
La nueva nación era enorme para patrones europeos. Su superficie era de 2.200.000 kilómetros cuadrados, o sea cuatro veces la de Francia. Su población aún era pequeña, pero estaba creciendo rápidamente. Al final de la guerra, era de unos 3.000.000, de los cuales 500.000 eran esclavos. Virginia era todavía el Estado más grande, con una población de 450.000 habitantes.
Las cicatrices de la guerra fueron relativamente leves. Las ciudades, en general, no habían sido tocadas, y con excepción de las incursiones lealistas e indias no hubo verdaderas atrocidades. Las bajas americanas quizá fueron 19.000, con unos 4.000 registrados como muertos en acción. No se conocen las bajas británicas, pero se estiman que fueron al menos el doble que las americanas.
La mayor tragedia fue la de los «leales», quienes habían luchado por lo que consideraban su patria y su rey. Si la rebelión americana hubiese sido aplastada, habrían sido héroes; pero, según ocurrieron las cosas, fueron traidores. Lo mejor que podían hacer era abandonar un país que ahora era activamente hostil hacia ellos. El 26 de abril de 1783, 7.000 «leales» abandonaron la ciudad de Nueva York en condición de refugiados, como los llamaríamos hoy. Algunos se marcharon a Gran Bretaña, otros a Canadá. Hubo muchos más, pues las estimaciones sitúan el número total de los refugiados «leales» que abandonaron los Estados Unidos o fueron expulsados en 100.000. Muchos otros miles se quedaron, sufriendo grados diversos de malos tratos, hasta que se calmaron las pasiones de la guerra.
Los británicos también se marcharon. En noviembre, los británicos de Nueva York se replegaron, dispuestos a embarcarse. El 25 de noviembre de 1783, se marcharon de la ciudad de Nueva York y el 4 de diciembre abandonaron Staten Island.
El Congreso disolvió el Ejército Continental el 3 de noviembre, y el 4 de diciembre George Washington se despidió de sus oficiales en Fraunces Tavern, en Nueva York. Luego viajó a donde celebraba sus sesiones el Congreso, en Annapolis, Maryland, y el 23 de diciembre renunció formalmente a su cargo. Durante ocho años y medio había realizado una agotadora labor, y en todo ese tiempo, en medio de derrotas y desastres provocados a veces por la acción militar, a veces por un clima implacable y a veces por la incapacidad del Congreso, se había mantenido firme e inquebrantablemente en su puesto.
El resultado no sólo fue la victoria, sino también una gran admiración hacia Washington de los americanos, a través de toda su historia, y, en verdad, admiración también de todo el mundo.
La acción de Washington, al retirarse en lugar de tratar de usar la popularidad obtenida con una guerra victoriosa para ganar poder político sobre la nación, fue admirada tanto interior como exteriormente. Fue llamado «el Cincinato americano», por el legendario general romano que en el siglo V a.C., fue llamado de su granja y hecho dictador para que condujese el ejército romano contra un enemigo amenazante. Condujo el ejército a la victoria y luego renunció inmediatamente a la dictadura para volver a su arado.