El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (15 page)

BOOK: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)
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El 11 de noviembre de ese año, una matanza similar fue llevada a cabo por Butler y Brant en Cherry Valley, Nueva York, a unos cien kilómetros al oeste de Albany Allí fueron reunidos cuarenta cueros cabelludos, tomados de colonos que ya se habían rendido.

Más al oeste, en Fort Detroit, el comandante británico Henry Hamilton suministró a los indios de los alrededores cuchillos y pagó primas por cueros cabelludos americanos. Por ello, se lo llamó «El Comprador de Cabello».

Los americanos, al dirigir la fuerza de que disponían contra los británicos, parecían incapaces de contrarrestar estas incursiones en el oeste, pero George Rogers Clark (nacido en el condado de Albemarle, Virginia, el 19 de noviembre de 1752) elaboró un plan. Había combatido en la Guerra de lord Dunmore y participado en la exploración y colonización de Kentucky.

Propuso conducir una fuerza para tomar puestos avanzados en el territorio de Ohio, puestos que habían pertenecido a los franceses veinte años antes y que ahora ocupaban colonos franceses bajo el mando de oficiales británicos. Argumentaba que los colonos franceses no tenían mucho apego a sus amos británicos y que, al estar Francia aliada a los Estados Unidos, los franceses del territorio de Ohio estarían dispuestos a cambiar de bando. En tal caso, sería suficiente una pequeña fuerza americana para catalizar ese cambio.

Patrick Henry, a la sazón gobernador de Virginia, aprobó el plan y dio a Clark el rango de teniente coronel. Clark reunió 175 hombres y partió aguas abajo del río Ohio el 12 de mayo de 1778. A comienzos de julio estaba en el Mississippi superior y tomó las colonias de Kaskaskia y Cahokia sin problemas, pues los franceses, en efecto, cambiaron de bando. El fuerte de Vincennes, a 160 kilómetros al este del Mississippi, también desertó de los británicos y reconoció la soberanía de Virginia. (La soberanía de Virginia, no la americana, pues Clark luchaba en nombre de su Estado.)

Hamilton el Comprador de Cabello reaccionó. Se lanzó desde Detroit con 500 hombres (la mitad de ellos indios) y el 17 de diciembre de 1778 tomó Vincennes.

Clark condujo su pequeña fuerza desde Kaskaskia a Vincennes en febrero de 1779, a través de lo que es hoy el sur de Illinois, abriéndose camino a través de tierras bajas inundadas con un tiempo helado. Avanzaron tiritando y el 25 de febrero de 1779 atacaron Vincennes. Los británicos, tomados totalmente por sorpresa, cedieron.

Lo que hizo Clark con un puñado de hombres fue de la mayor importancia. Mientras los británicos luchaban por una franja de costa marítima, Clark aseguró el dominio americano sobre vastas regiones del interior. América crecía con más rapidez que la que los británicos ponían en someterla.

Y mientras los americanos conquistaban las lejanas tierras del interior, también efectuaban terribles daños en otra frontera, en el mar. Había una Flota Continental, como había un Ejército Continental. Los barcos americanos no podían abrigar la esperanza de derrotar a la armada británica, pero podían atacar el comercio británico y lo hicieron. Fueron tomados cientos de barcos mercantes británicos.

El de más éxito de los capitanes marinos americanos fue John Paul Jones, quien había nacido en Escocia el 6 de julio de 1747 y llegado a los Estados Unidos después de iniciada la Guerra Revolucionaria. Había estado en el mar desde los nueve años, y su experiencia le aseguró una rápida promoción en la Flota Continental. El 8 de agosto de 1778 obtuvo el rango de capitán.

Capturó barcos mercantes con gratificante regularidad y fue él quien llevó las noticias oficiales de la rendición de Burgoyne a Francia. (Aunque las noticias llegaron de manera no oficial antes.) A su llegada, en esta ocasión, recibió un saludo de los barcos franceses, el 14 de febrero de 1778. Esto era un homenaje a la bandera de los Estados Unidos, que su barco hizo flamear; fue la primera demostración de reconocimiento de los Estados Unidos como nación independiente fuera de los mismos Estados Unidos.

En la primavera de 1778, Jones recorrió las aguas que rodean a las Islas Británicas, haciendo estragos en todos los barcos que pudo hallar, desembarcando en la costa escocesa y, el 24 de abril, tomando un barco de guerra británico llamado Drake, en honor al gran marino británico de dos siglos antes y que había sido el John Paul Jones de su época (véase
La Formación de América del Norte
).

En el verano de 1779, Jones estaba al frente de una pequeña flota de la que él ocupaba el buque insignia, el
Bon Homme Richard
(un viejo barco restaurado y así llamado en homenaje a Benjamin Franklin, quien había usado como seudónimo «Poor Richard» (o «Bon Homme Richard», en francés). Nuevamente, zarpó hacia las aguas británicas.

El 23 de septiembre, Jones encontró una escuadra de barcos mercantes británicos custodiados por barcos de guerra, el mayor de los cuales era el
Serapis
.

Contando con la superioridad del fuego de sus pequeñas armas, Jones puso al
Bon Homme Richard
junto al Serapis y los amarró. Durante tres horas, en una noche iluminada por la luna, los dos barcos combatieron cañón con cañón.

El
Bon Homme Richard
sufrió serios daños, y desde el
Serapis
gritaron. «¿Os rendís?»

John Paul Jones, según una historia contada cuarenta y cinco años más tarde, respondió resueltamente: «¿Rendirnos? Pero si todavía no hemos empezado a luchar.»

Y fue el Serapis el que se rindió, aunque el
Bon Homme Richard
se estaba hundiendo y su tripulación tuvo que ser trasladada al barco británico.

Las depredaciones de Jones no dañaron seriamente la economía británica y por sí solas no podían derrotar a Gran Bretaña. Sin embargo, sus hazañas humillaron a los británicos. Era de su armada de lo que los británicos estaban más orgullosos, y he aquí que un marino americano merodeaba por sus aguas a su antojo, tomaba barcos de guerra y, lo peor de todo, se mostraba más valiente que los lobos de mar británicos.

El pueblo británico quizá no se inmutaba por una lucha que se libraba a cinco mil kilómetros de su patria, pero con Jones a sus puertas podían ver que la guerra no marchaba bien. Lo mismo otras potencias europeas, las cuales, al descubrir que los americanos no temían el poder marítimo británico, empezaron a preguntarse por qué debían temerlo ellas.

El camino hacia la victoria

Francia interviene

Pese a las brillantes perspectivas en el oeste y en el mar, Washington sabía que no era probable que la guerra terminase sin una derrota efectiva de los británicos en la costa marítima. Para esto, sus fuerzas eran insuficientes.

En 1778, los británicos tenían firmemente en sus manos los puertos de la ciudad de Nueva York y de Newport, en Rhode Island. Mientras dominasen el mar, podían reforzar sus ejércitos en ambas ciudades a su gusto y desde ellas como bases atacar cualquier punto de la costa. Si Washington podía romper la línea de barcos británicos, cualquiera de las dos ciudades, o ambas, podía ser asediada y obligada a rendirse por hambre, y los británicos muy probablemente tendrían que renunciar a la guerra.

Pero la destrucción de la flota británica sólo podía ser obra, si es que era posible, por la flota francesa, y los franceses consideraban esta posibilidad. Poco después de que se ratificase la alianza con América, Francia envió una escuadra de diecisiete barcos al oeste, bajo el mando de Charles Héctor D'Estaing. Estos buques llegaron a las cercanías de Nueva York el 8 de julio de 1778.

Mas para entonces los británicos habían evacuado Filadelfia (precisamente porque habían recibido noticia de que estaba en marcha una escuadra francesa) y se concentraron en Nueva York. La flota británica estaba en el puerto esperando, y la cuestión era si los barcos franceses navegarían a través de los estrechos para hacerle frente.

Quizá D'Estaing estaba deseoso de hacerlo, pero sus oficiales y los pilotos locales no. Estaban seguros de que navegar hasta los cañones británicos era suicida. Por ello, la escuadra francesa cambió de rumbo y trató, en cambio, de obtener el premio menor de Newport.

En Newport, estaban a punto de desembarcar, el 29 de julio, cuando se levantó una tormenta. Los barcos franceses se alejaron para eludir las grandes olas y hallaron que una escuadra británica, con refuerzos recientemente llegados, los estaba esperando. Podía haberse producido una batalla, pero la tormenta empeoró y por un momento pareció que ambas flotas serían imparcialmente destruidas. Cuando terminó, los barcos británicos volvieron maltrechos a Nueva York, mientras los barcos franceses se dirigieron con dificultad a Boston y luego a las Antillas para pasar el invierno.

Washington no pudo hacer más que rechinar los dientes. Cualquiera que fuese el valor de la alianza con Francia, la flota francesa, en todo caso, no había logrado nada.

En cuanto a Clinton, con su cuartel general en Nueva York, pensó que, inalterado su dominio de los puertos de mar, podía atacar en otra dirección. Hasta entonces, la cota meridional no había sido tocada por la guerra. Clinton sabía que el sentimiento leal a Gran Bretaña era particularmente fuerte en Georgia y si podía atacar allí, podía establecer una base valiosa desde la cual operar contra el norte.

Por ello, el 25 de noviembre envió al sur a 3.500 hombres bajo el mando del teniente coronel Archibald Campbell, por el océano, que aún estaba firmemente en manos del poder marítimo británico. Se dirigieron a Savannah, Georgia, el puerto americano más meridional. Desde Florida (en poder de los británicos desde 1763), mil hombres comandados por Augustine Prevost marcharon hacia el norte.

El plan fue cumplido a la perfección. El 29 de diciembre de 1778, Savannah fue tomada por los británicos con escasas dificultades. Una fuerza americana de menos de mil hombres fue sencillamente barrida. Desde Savannah, Campbell avanzó al norte, a Augusta, que fue tomada el 29 de enero de 1779.

Los americanos contraatacaron lo mejor que pudieron ganando algunas batallas menores en los lindes (útiles desde el punto de vista moral), pero ni Augusta ni Savannah pudieron ser retomadas. El principal esfuerzo se efectuó el 3 de septiembre de 1779, cuando D'Estaing llevó la flota francesa a Savannah desde las Antillas. Disponía de treinta y cinco barcos y 4.000 soldados. En Savannah, defendiendo la ciudad, estaba Prevost, con sólo 3.000 soldados.

La situación parecía favorable a los americanos. Algunos barcos británicos fueron tomados cerca de Savannah, y se puso sitio a esta ciudad. Alrededor de 1.500 soldados americanos al mando de Benjamin Lincoln (nacido en Hingham, Massachusetts, en 1733), quien había prestado buenos servicios en Saratoga, bloquearon los accesos terrestres y, por supuesto, los barcos franceses bloquearon la ciudad por mar.

Pero la estación estaba avanzada y había posibilidades de tormentas a medida que el otoño se acercaba a su fin. D'Estaing pensó que sus buques estaban peligrosamente expuestos y se puso cada día más intranquilo. El 9 de octubre pensó que era necesario intentar un asalto directo contra las posiciones fortificadas británicas, pero fue como Bunker Hill al revés.

La fuerza atacante fue barrida. D'Estaing quedó herido y Casimir Pulaski, que cargó temerariamente a la cabeza de sus hombres, recibió la muerte. Fue el primero de los voluntarios extranjeros importantes que murió por la causa americana. Había combatido bien en Brandywine y Germantown, y había estado con el ejército en Valley Forge.

D'Estaing, totalmente desalentado, llevó de vuelta su flota a Francia. Había estado frente a la costa americana durante más de un año y no había logrado nada, aunque, para hacerle justicia, había hecho todo lo que pudo.

A fines de 1779, toda Georgia estaba en manos británicas y, después de cuatro años y medio de lucha, los británicos podían decir que habían sometido al menos a una de sus antiguas colonias.

Contrarrestaban la pérdida de Georgia algunos éxitos americanos en el Norte. Clinton había expandido cautamente su dominio de las regiones que rodeaban a Nueva York. Hizo incursiones por la costa de Connecticut y llevó sus fuerzas aguas arriba del río Hudson. El 31 de mayo de 1779 tomó un fuerte americano sin terminar en Stony Point, a cincuenta kilómetros al norte de Nueva York. Colocó 1.700 hombres en el fuerte como guarnición.

La acción siguiente fue emprendida por el general Anthony Wayne (nacido en Waynesboro, Pensilvania, el 1 de enero de 1745), quien había estado con Arnold en la retirada de Quebec, había luchado en Brandywine y Germantown y había padecido en Valley Forge. Se había desempeñado particularmente bien en Monmouth, donde su conducción tuvo un papel importante en hacer que la batalla terminase en un empate después de que Charles Lee hubiese desaprovechado la ocasión.

Ahora su intención era atacar Stony Point con 1.500 hombres. Un desertor que abandonó el ejército para no participar en tal temeraria operación llamó loco a Wayne por soñar siquiera en tal acción. Wayne no sólo la soñó: sino que la llevó a cabo. El 16 de julio de 1779, a la medianoche, lanzó una carga salvaje. Los británicos, demasiado confiados, estaban durmiendo, y toda la guarnición, junto con quince cañones y algunos valiosos suministros, fue tomada a costa de sólo un puñado de bajas de los americanos. El resultado de esta carga supuestamente loca fue que Wayne ha sido conocido desde entonces por los historiadores como el «Loco Anthony».

En el interior del Estado, John Sullivan, que había combatido en Brooklyn y en Trenton, condujo fuerzas americanas contra los leales a los británicos y los indios, quienes habían efectuado matanzas como las de Wyoming Valley y Cherry Valley. Llevó a sus hombres al noroeste desde Wilkes-Barre y se le unió otra fuerza proveniente del suroeste, de Albany. Un total de 2.700 hombres se desplazaron hacia el oeste, a lo que es ahora Elmira, Nueva York. Allí, el 29 de agosto de 1779, los Comandos de Butler y sus aliados iroqueses al mando de Joseph Brant fueron rotundamente derrotados.

Luego las fuerzas americanas procedieron torvamente a acabar con los iroqueses. Los asentamientos indios fueron sistemáticamente destruidos, los huertos segados y los campos de cereales arrasados. La destrucción fue total y el poder iroques quedó destruido para siempre.

De allende los mares llegaron noticias de una nueva ayuda.

España había combatido con Gran Bretaña, intermitentemente, durante dos siglos, y estaba tan ansiosa como Francia de debilitar a su gran enemiga.

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