El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (6 page)

BOOK: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)
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El 2 de noviembre de 1772, Adams y Warren pusieron a toda marcha su máquina propagandística. Adams hacía tiempo que enviaba cartas a todos los puntos de las colonias, siempre urgiendo a la acción unida, pero ahora él y Warren formaron «comités de correspondencia» para utilizar al por mayor el recurso de las cartas y formar una red de propaganda que ayudase a unir las colonias a favor de la causa radical
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.

En los tres meses siguientes, ochenta de tales comités se formaron en diversas ciudades de Massachusetts, y otras colonias empezaron a hacerlo. En Virginia, por ejemplo, la Cámara de los
Burgesses
creó oficialmente un comité de correspondencia, el 12 de marzo de 1773. Entre los miembros de este grupo estaba Patrick Henry, desde luego. También estaba Thomas Jefferson (nacido en Shadwell, Virginia, el 13 de abril de 1743) y Richard Henry Lee (nacido en Stratford, Virginia, el 20 de enero de 1732). George Washington, que era antibritánico pero no tan radicalmente, no figuraba entre ellos.

Sam Adams, con una organización multicolonial a su disposición, esperó su próxima oportunidad. Esta llegó desde una dirección inesperada e involucró al pequeño impuesto sobre las importaciones de té que era un residuo de las Leyes de Townshend.

Ese impuesto sobre el té se había mantenido, y, en general, Sam Adams, pese a todos sus esfuerzos, no había logrado despertar resistencia contra ese pequeño impuesto ni convencer a la gente de que debían luchar por principio, cuando la situación, en conjunto, era próspera y tranquila. Si Gran Bretaña hubiera dejado las cosas donde estaban, todo se habría calmado.

Pero, desgraciadamente, la Compañía de las Indias Orientales estaba en apuros.

La Compañía de las Indias Orientales era una empresa privada formada en 1600 para competir con la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales en el comercio con el Lejano Oriente. En su variada historia, la Compañía de las Indias Orientales llegó al pináculo de su fama cuando creó lo que prácticamente era un imperio propio en la India, a mediados del siglo XVIII.

Pero en 1773, la Compañía de las Indias Orientales tenía problemas financieros por el té. La India era una gran productora de té y la Compañía de las Indias Orientales tenía a su disposición millones de toneladas de té para las que no habría ningún mercado.

En el curso ordinario de las cosas, la Compañía de las Indias Orientales habría tenido que poner el té en su basta en Gran Bretaña y haberlo adjudicado a precios baratísimos a los comerciantes ingleses, que probable mente se las habrían arreglado para venderlo aquí y allá con un beneficio.

El gobierno británico, ansioso de salvar a la Compañía, le concedió el derecho de venderlo a las colonias británicas directamente y sin tener que pagar los impuestos sobre el té. Esto significaba que la Compañía de las Indias Orientales podía vender el té a los americanos a un precio considerablemente mayor del que habría obtenido en subasta, pero, por la supresión de los impuestos, menor del que los americanos podían conseguir en otras partes. El té era una bebida popular en las colonias y la Compañía de las Indias Orientales estaba segura de poder vender lo suficiente como para salir de apuros.

Pero ya no se trataba de un mero impuesto al té. Varios comerciantes en té de las colonias se arruinarían, pues la Compañía de las Indias Orientales usaría sus propios agentes, en un esfuerzo para reducir aún más los costes a expensas de las pérdidas de los intermediarios. Muchos contrabandistas de té también perderían mucho, pues ni siquiera por medio del contrabando podían competir.

Además de eso, hasta para los que no eran directa mente perjudicados, la mera idea de que los americanos podían ser utilizados para suministrar el dinero necesario a fin de sacar de apuros a una compañía británica era humillante. Esta vez podía no ser perjudicial, pero se establecería un peligroso precedente.

Los comités de correspondencia de Sam Adams empezaron a trabajar de inmediato y no hallaron dificultad alguna para levantar una tormenta de indignación contra el nuevo estado de cosas. Se hicieron planes para hacer el boicot al té y hasta para impedir el desembarco de los cargamentos de té.

La Compañía de las Indias Orientales, ignorante de los disturbios, embarcó medio millón de libras de té para Piladelfia, Nueva York, Charleston y Boston. Pero no se vendió ni una libra. En Charleston, el té fue descargado, almacenado en sótanos húmedos y nunca fue comprado o utilizado. En Filadelfia y Nueva York ni siquiera se llegó a eso. No se permitió a los barcos descargar, y se vieron obligados a volver a Gran Bretaña con el té todavía en sus bodegas.

Pero en Boston, como era de predecir, la situación fue peor. Allí los barcos que transportaban el té no pudieron descargar, pero se negaron a marcharse. Permanecieron en el puerto, en parte porque dos hijos y un sobrino del gobernador Hutchinson habían sido nombrados agentes de la Compañía de las Indias Orientales y esperaban hacer una buena cantidad de dinero, si podían desembarcar y vender el té.

Los barcos permanecieron en el puerto de Boston durante tres semanas, mientras el gobernador Hutchinson trataba de lograr que la colonia pagase el arancel y aceptase el cargamento. Luego, Sam Adams inició la acción directa.

El 16 de diciembre de 1773, un grupo de Hijos de la Libertad disfrazados con ropas mohawks abordaron los buques y arrojaron 342 cajas de té al agua. Ninguna otra cosa a bordo de los barcos fue dañada. Esto fue llamado la «Reunión de Té de Boston». Boston asediada

Finalmente, Sam Adams logró su propósito. Durante una década, en todo momento de vigilia, había tratado, de todos los modos que pudo, de provocar al gobierno británico para que hiciese algo que le enemistase con suficientes americanos como para hacer inevitable el conflicto. Hasta entonces, los británicos nunca llegaron a atravesar la línea de la que no hay retorno, pero esta vez lo hicieron.

La destrucción de las cajas de té inspiraron al rey y sus adeptos una rabia ciega. Para ellos era el colmo. Les parecía que la colonia de Massachusetts, y la ciudad de Boston en particular, era el centro de todos los problemas de la década pasada (y, en gran medida, tenían razón en pensar así).

Sin duda, deben de haber pensado, era tiempo de tomar medidas firmes contra la contumaz ciudad, aplastarla y dar así una buena lección. Una vez que Boston fuera acobardada y se le hiciese comprender quién era el amo, no habría problemas con el resto de las colonias. Al menos, así razonaba el partido del rey.

El 7 de marzo de 1774, pues, el Parlamento se reunió para considerar la situación colonial. Fue guiado por el colerizado rey Jorge, y aprobó una tras otra una serie de leyes destinadas a refrenar u obligar a Boston a observar mejor conducta. William Pitt y Edmund Burke se opusieron a esas «Leyes Coercitivas», pero la apisonadora parlamentaria pasó sobre ellos.

La primera de las Leyes Coercitivas fue el «Proyecto de Ley del Puerto de Boston», aprobado el 31 de marzo y que debía entrar en vigor el 1 de junio de 1774. Equivalía nada menos que a cerrar el puerto de Boston hasta que se pagase a la Compañía de las Indias Orientales el té que había sido destruido. No podían llegar ni partir barcos a menos que llevasen suministros militares para los británicos o alimentos y combustibles vitales, en cargamentos que debían ser autorizados por los funcionarios de aduanas. Para toda otra cosa, había que usar el puerto de Salem. Esto estaba, obviamente, dirigido a destruir la prosperidad de Boston, que dependía casi totalmente del comercio marítimo y, literalmente, obligar a la ciudad a someterse por hambre.

La «Ley del Gobierno de Massachusetts», que debía entrar en vigencia el 1 de agosto de 1774, prácticamente despojaba a Massachusetts de toda autonomía. Todos los funcionarios que antes eran elegidos ahora debían ser nombrados por el gobernador, quien a su vez era designado por el rey. Ni siquiera podían efectuarse reuniones en la ciudad sin autorización del gobernador. Más aún, el gobernador ya no sería Thomas Hutchinson, quien, aunque conservador, era americano y civil.

En cambio, gobernaría Massachusetts el general Gage, un militar británico; el 13 de mayo de 1774, trasladó su cuartel general de Nueva York a Boston. Los dos regimientos de Massachusetts fueron aumentados a cinco, mientras se instaló en el puerto de Boston una escuadra de barcos británicos. El 20 de mayo, fue anulada la carta de Massachusetts, con lo que quedó claro que las Leyes Coercitivas habían reducido a Massachusetts a la condición de un territorio bajo ocupación militar.

Y, para desalentar la resistencia, una «Ley de Administración de Justicia» dispuso que los juicios por traición se realizasen en Gran Bretaña, cuando se juzgase inseguro efectuarlos en Massachusetts.

Seguramente, ni en sus más desenfrenadas fantasías Sam Adams podía haber pedido más. Las Leyes Coercitivas hicieron en un momento lo que él no había podido conseguir en diez años. Convirtieron a Massachusetts en el héroe y mártir colectivo de todas las colonias.

Massachusetts, y particularmente Boston, y muy particularmente Sam Adams, nunca habían sido muy populares en el resto de las colonias. Había cierto fariseísmo y una tendencia a la intolerancia en la religión de Massachusetts, una calculadora y ávida inescrupulosidad en los negociantes y comerciantes de Massachusetts y una violencia en la política de esta colonia que irritaba a los que dirigían la opinión pública en las otras colonias.

Indudablemente, muchos americanos influyentes pensaban que Boston era más responsable que los británicos de los conflictos de la década anterior y que si los bostonianos abandonasen su actitud provocativa y dejasen de crear problemas, las cosas irían mejor con los británicos.

Pero las Leyes Coercitivas cambiaron todo eso. La respuesta a la Reunión de Té de Boston fue tan desmesurada que, en un abrir y cerrar de ojos, Boston pasó de ser una ciudad pendenciera y alborotadora a ser una mártir postrada. Las que los británicos llamaban Leyes Coercitivas en América fueron llamadas en todas partes las «Leyes Intolerables».

Y el gobierno británico, como en una deliberada locura, pasó a llevar a cabo otros actos que sólo podían estar destinados a encolerizar aún más a las otras colonias, aparte de Massachusetts. El 2 de junio de 1774 se revivió la Ley de Acuartelamiento, no sólo para Massachusetts, lo cual ya habría sido bastante malo, sino también para todas las colonias.

Además, en una acción que no tenía nada que ver con las Leyes Coercitivas, el 22 de junio los británicos eligieron ese momento para reorganizar el gobierno de Quebec, la provincia canadiense capturada quince años antes por los británicos, pero aún ocupada principalmente por católicos franceses. El Parlamento británico puso a Quebec bajo un gobierno centralizado. Los franceses de Quebec estaban habituados a este tipo de gobierno distante y despótico, pero los colonos británicos lo consideraron como un precedente peligroso para ellos. Se concedió plena tolerancia a la religión católica y hasta se le reconocieron sus comunes privilegios sobre otras religiones, algo que los protestantes americanos hallaron detestable.

Finalmente, y esto fue lo peor de todo, los límites de la provincia fueron extendidos al sur del río Ohio. Esta había sido la situación de los días del dominio francés, y la Guerra contra Franceses e Indios, librada sangrientamente de 1754 a 1763, se había desencadenado para expulsar a los franceses de esa región. Ahora los británicos la devolvían a los franceses.

Esto era tanto más grave cuanto que algunas de las colonias reclamaban el territorio para ellas, por los términos de sus viejas cartas. Así, partes de ese territorio eran reclamadas por Massachusetts y Connectitcut.

El gobierno británico podía ignorar las reclamaciones de Nueva Inglaterra ahora que Massachusetts estaba siendo aplastada, pero también Virginia tenía sus reclamaciones sobre el territorio. Había sido su interés por el territorio lo que había desatado la Guerra contra Franceses e Indios (véase
La Formación de América del Norte
) y no estaba dispuesta a abandonar sus pretensiones. La Ley de Quebec disgustó a la poderosa colonia de Virginia más que todo lo que el gobierno británico hizo a Massachusetts.

Sam Adams, mientras tanto, estaba trabajando tan afanosamente como el Parlamento. Azuzó a la opinión pública de Massachusetts con tanta eficacia que el general Gage sólo controlaba el terreno que pisaban sus soldados. Fuera de Boston, Massachusetts era prácticamente una colonia en rebelión, que se autogobernaba en desafío al Parlamento.

El comité de correspondencia de Adams escribió interminablemente a todos los puntos de las otras colonias, llamando a la acción unida y a realizar demostraciones abiertas de apoyo a Massachusetts.

Tales demostraciones se produjeron. Aportes de alimentos y dinero empezaron a llegar a Boston de todas partes, y Boston se volvió tanto más intransigente cuanto que se sentía a la cabeza de una coalición colonial.

En verdad, tan claramente estaban las colonias unidas contra las Leyes Coercitivas que pareció natural convocar a una reunión de delegados de todas las colonias, como en los días de la Ley de Timbres. La primera medida en esa dirección la tomó Virginia.

El 24 de mayo de 1774, cuando llegó la noticia de que el Proyecto de Ley del Puerto de Boston se había convertido en ley, la Cámara de
Burgesses
de Virginia, bajo el liderazgo de Patrick Henry, denunció inmediatamente la ley, diciendo que ponía a Massachusetts bajo una «invasión hostil». Designaron el 1 de junio, el día en que entraría en vigor la Ley del Puerto de Boston, como día de plegaria.

El gobernador de Virginia, que era John Murray, cuarto Earl de Dunmore, inmediatamente disolvió la Cámara de los
Burgesses
, puso fin a sus reuniones y mandó a sus miembros a su casa. Pero antes de marcharse, sus miembros radicales instruyeron a sus comisiones de congresos para que sondeasen a las otras colonias en lo concerniente a una posible reunión de delegados de todas las colonias.

Sam Adams se adhirió a esta idea inmediatamente, por supuesto, y se convocó a tal reunión. Para destacar el hecho de que estaban representadas colonias de todo el continente norteamericano, se lo llamó espectacularmente un «congreso continental». Habitualmente es conocido en la historia como el «Primer Congreso Continental».

Doce de las trece colonias (Georgia era la excepción) enviaron delegados, y cincuenta y seis hombres se reunieron en Filadelfia el 5 de septiembre de 1774. Peyton Randolph de Virginia (nacido alrededor de 1721) fue elegido presidente del Congreso (y desde entonces los términos «presidente» y «congreso» han formado parte de la política americana).

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