El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816) (32 page)

BOOK: El nacimiento de los Estados Unidos (1763-1816)
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La nueva era de la máquina de vapor también se inició en el transporte. Ya en 1787, John Fitch (nacido en Windsor, Connecticut, el 21 de enero de 1743) había construido un buque de vapor en el río Delaware, y estaba en funcionamiento. La mala suerte lo llevó a la bancarrota, pero en 1807 Robert Fulton (nacido en el condado de Lancaster, Pensilvania, en 1765) tuvo más suerte en el río Hudson. El barco de vapor también estimuló el comercio interno.

Lejos, pues, de pensar que su vasto territorio era una debilidad, Estados Unidos buscó una expansión aún mayor. Por ejemplo, estaba la cuestión de Florida y la costa del golfo.

Al adquirir Luisiana de Francia, hubo considerable incertidumbre acerca de Florida. En 1810, lo que ahora llamamos Florida era la «Florida Oriental», mientras que la parte de la costa del golfo desde el actual límite noroccidental de Florida, al oeste del río Mississippi, era llamada «Florida Occidental». La cuestión era si una de estas regiones o ambas estaban incluidas en la compra de Luisiana. España sostuvo vigorosamente que ninguna de ellas lo estaba, pero Jefferson afirmó con igual vigor que

Florida Occidental, al menos, estaba incluida, pues sólo con su inclusión podía la desembocadura del río Mississippi estar en manos americanas por ambas orillas. El 27 de octubre de 1810, después de que unos aventureros americanos invadieron desde el sur el territorio, Madison proclamó que la Florida Occidental formaba parte de los Estados Unidos. La parte occidental de esa región, la parte que ahora constituye la sección del Estado de Luisiana que está al este del río Mississippi, fue ocupada de hecho. La parte situada más al este quedó aferrada por España, que se mantuvo en su fuerte de Mobile, pero aun así el dominio americano sobre el Mississippi inferior fue total.

Recurso a las armas

Los indios del territorio de Ohio observaban atentamente las crecientes tensiones entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Desde la batalla de los Arboles Caídos, la afluencia de colonos blancos había continuado constantemente y estaba claro que el movimiento no se de tendría hasta que toda la tierra fuera ocupada y todos los indios se hubiesen marchado.

Pero si había guerra, los indios podían contar con la ayuda británica. Con esta idea, un nuevo jefe, Tecumseh (nacido cerca de donde está ahora Springfield, Ohio, alrededor de 1768), se dispuso a presentar un frente indio contra los Estados Unidos.

En esto, contaba con la ayuda de su hermano, un jefe religioso carismático llamado «el Profeta». Ambos, actuando como líderes político y espiritual, respectivamente, estaban obteniendo considerables resultados.

El centro de su poder estaba en el territorio de Indiana, donde se hallaba «la Ciudad del Profeta». El gobernador del territorio desde 1800 era William Henry Harrison (nacido en el condado de Charles, Virginia, el 9 de febrero de 1773), cuyo padre, Benjamín Harrison, había sido uno de los firmantes de la Declaración de la Independencia.

Harrison emprendió la acción para frustrar los sueños de los indios antes de que se llevase a cabo la unión de las tribus. Por medios muy dudosos logró que gran parte del territorio indio fuera cedido a los Estados Unidos, en parte para limitar el territorio abierto a Tecumseh y en parte para provocar a los indios a una batalla prematura.

Con la misma idea en la mente, Harrison esperó a que Tecumseh se marchase al sur para tratar de obtener allí apoyo de los indios, y luego condujo una fuerza de mil cien hombres desde Vincennes, su capital, al norte, aguas arriba del río Wabash. El 7 de noviembre de 1811 llegó al río Tippecanoe, cerca de donde estaba situada la Ciudad del Profeta. Acampó allí con la convicción de que, ausente Tecumseh, el Profeta solo no podría resistir a los que instaban a atacar al ejército americano.

Los indios efectuaron una carga y, en los primeros fieros momentos de la batalla de Tippecanoe, los americanos retrocedieron y estuvieron a punto de ser rodeados. Pero, luchando duramente, rechazaron a los indios después de dos horas. Sufrieron doscientas bajas, pero destruyeron la Ciudad del Profeta antes de marcharse.

La batalla de Tippecanoe desbarató el plan de Tecumseh y lo obligó a depender totalmente de los británicos. Puesto que la guerra todavía no había llegado, esto significó que tuvo que esperar.

Como siempre, la noticia de una victoria sobre los indios fue recibida con desbordante entusiasmo. Se oscureció la pequeñez de la victoria y Harrison fue convertido en el héroe del momento. Como se difundió la creencia de que los británicos estaban apoyando a los indios, la batalla provocó un aumento aún mayor del sentimiento antibritánico.

El creciente ánimo belicista ya se había reflejado en la elección de mitad del mandato de 1810, en la que se eligió el Duodécimo Congreso. En este Congreso, los demócratas republicanos reforzaron su predominio en el Senado y se recuperaron de las pérdidas de 1808 en la Cámara de Representantes.

Lo más importante fue que en la elección del Congreso hubo una desaparición masiva de los viejos nombres que habían dominado, más o menos, el gobierno en los veinte años siguientes a la aprobación de la Constitución. Se votó a líderes jóvenes, para quienes la Guerra Revolucionaria era cosa del pasado y que no podían recordar. Habían crecido como americanos independientes y estaban llenos de sueños de poder.

Los del Norte estaban ansiosos de atacar y de apoderarse del Canadá, sosteniendo que mientras estuviese en manos británicas, sería siempre un arsenal donde los indios podían armarse y sentirse estimulados a hacer la guerra. Los del Sur tenían el mismo entusiasmo por adueñarse de Florida. Todos soñaban con mostrar a Gran Bretaña que no podía pisotear el honor americano.

Estos nuevos hombres fueron llamados sarcásticamente los «Halcones de la Guerra» por John Randolph (nacido en el condado de Prince George, Virginia, el 2 de junio de 1773), uno de los sobrevivientes de la era anterior. Era un demócrata republicano intransigente que había roto con Jefferson cuando éste no le pareció suficientemente demócrata republicano.

El miembro principal de los Halcones de la Guerra era Henry Clay de Kentucky, el primer hombre eminente en la política americana asociado a un Estado que no era uno de los trece originales. Sin embargo, había nacido en el condado de Hanover, Virginia, el 12 de abril de 1777. Era tal ahora la fuerza del sentimiento belicista que Clay fue elegido presidente de la Cámara de Representantes.

Pero los Halcones de la Guerra no siempre eran juiciosos en su fervor antibritánico. Tal era el caso del Banco de los Estados Unidos, cuyos estatutos de veinte años debían ser renovados en 1811. En general, había funcionado bien, pero era contemplado como un símbolo del federalismo y un instrumento del poder comercial. Además, unos dos tercios de sus valores estaban en manos británicas, lo cual hacía parecer, para un público cada vez más antibritánico, que el Banco era un instrumento en manos del enemigo.

Por ello, el Duodécimo Congreso se negó a renovar sus estatutos. En el Senado, la votación quedó empatada y el vicepresidente ejerció uno de los pocos privilegios de la vicepresidencia, el de votar para romper un empate en el Senado. Votó contra el mantenimiento del Banco. El cierre del Banco empeoró considerablemente la situación financiera de los Estados Unidos y lo hizo menos capaz de librar una guerra, que no era, desde luego, lo que ansiaban los Halcones de la Guerra.

Y otra dramática acción de guerra tuvo lugar en el mar. El barco de guerra británico
Guerrièrre
(palabra francesa que significa «guerrero») rondaba frente a la ciudad de Nueva York, haciendo requisa de marineros. El 16 de mayo de 1811 el barco de guerra americano
President
fue enviado para poner fin a esa situación.

El
President
divisó un barco de guerra que tomó por el
Guerriére
y lo persiguió. En realidad, el barco era el
Little Belt
, de sólo la mitad de tamaño del
Guerriére
y que no era rival para el
President
. Este alcanzó al otro barco frente al cabo Charles, donde comienza la bahía de Chesapeake y hubo un combate. Muy superado en poder de fuego, el
Little Belt
fue puesto fuera de combate, con nueve muertos y veintitrés heridos. El
President
quedó indemne.

Para los americanos, esto les parecía sólo una venganza por el asunto del
Chesepeake
. Para los británicos se trataba de una cobardía yanqui, al meterse deliberadamente con un barco mucho menor. También el público británico empezó a estar sediento de guerra.

Los gobiernos de ambas naciones eran, en general, renuentes a recurrir a las armas, por popular que fuese esta acción. La larga guerra con Napoleón estaba empezando a afectar a los británicos. En 1811 hubo una seria depresión en Gran Bretaña, y el comercio americano podía haber sido sumamente útil, aun al precio de que se produjese una filtración hacia Francia. En cuanto a Estados Unidos, Madison hacía apresurados preparativos, ampliando el ejército y mejorando la armada. Sabía que pasaría mucho tiempo antes de que Estados Unidos estuviese realmente preparado para la guerra.

El resultado fue que Madison presionaba para que se efectuasen negociaciones y los británicos, aunque con renuencia, estaban llegando a la conclusión de que debían ceder algo. El primer ministro británico, Spencer Perceval, se dispuso a anular todas las restricciones sobre el comercio americano y a ceder en todas las demandas americanas, excepto en la delicada cuestión de las requisas.

Entonces intervino el Destino. El 11 de mayo de 1812, una persona mentalmente desequilibrada asesinó a Perceval, quien fue el único primer ministro británico asesinado en tiempos modernos. Durante un tiempo, el gobierno británico estuvo sumido en la confusión y no tuvo tiempo de examinar la querella con los Estados Unidos.

El retraso se produjo en un momento en que Madison ya no podía resistir las crecientes presiones en el Congreso y otras partes para que se hiciese una declaración de guerra. En aquellos días no había un cable atlántico ni manera alguna de enterarse del asesinato de Perceval antes de varias semanas, y por lo tanto no se comprendía el desorden que reinaba en Gran Bretaña.

Madison dispuso que los barcos americanos permanecieran en sus puertos para impedir su captura si estallaba la guerra; luego, el 1 de junio de 1812, envió un mensaje al Congreso pidiendo la guerra. El debate fue acalorado. Los Estados costeros de Nueva Inglaterra, así como Nueva York, Nueva Jersey y Delaware, fuertemente antifranceses y probritánicos, votaron contra la guerra, pero predominaron el Sur y el Oeste. La guerra fue declarada por 79 votos a favor y 49 en contra en la Cámara de Representantes, y por 19 a 13 en el Senado. Madison firmó la declaración el 18 de junio y, por segunda (y última) vez en su historia, Estados Unidos estuvo en guerra con Gran Bretaña.

Mientras tanto. Gran Bretaña se había calmado después del asesinato y nuevamente se abordó la cuestión de las restricciones comerciales a los barcos americanos. Todas las restricciones fueron levantadas el 16 de junio, y los últimos trámites parlamentarios sobre la cuestión fueron completados el 23 de junio.

Así, las noticias viajaron simultáneamente en ambos sentidos a través del Atlántico, y ambas partes se enteraron de que estaban en guerra por un asunto que ya había sido resuelto. Pero es difícil detener una guerra una vez que se ha lanzado el insensato grito de la defensa del «honor nacional». Estados Unidos ofreció declarar un armisticio si los británicos, además de lo que ya habían acordado, también renunciaban al derecho de requisa. Pero los británicos no estaban dispuestos a ello, por lo que subsistió un motivo de guerra, pese a todo.

Desastre y triunfo

Los Estados Unidos parecían gozar de una considerable ventaja en la guerra cuando ésta se inició. La frontera con Canadá parecía ser el frente de guerra lógico, y en Canadá Gran Bretaña sólo tenía 7.000 soldados (incluidos 4.000 soldados regulares británicos) para proteger una frontera de más de 1.600 kilómetros de largo. La población canadiense, de sólo medio millón de personas, aún era de cultura acentuadamente francesa y no podía contarse con que se pusiera al servicio de los británicos. Además, los británicos, como en la Guerra Revolucionaria, tenían que reforzar sus tropas enviándolas a cinco mil kilómetros a través del Atlántico tormentoso. La situación de Gran Bretaña, por añadidura, era peor que en la Guerra Revolucionaria, pues la nación estaba desgastada por la guerra que había librado contra Francia durante veinte años, y tenía sus mejores tropas ocupadas en España. Aun su mayor arma, su dominio del mar, no iba a ser tan útil contra los Estados Unidos como contra Francia, pues los americanos habían construido una pequeña armada bien concebida y tripulada por hábiles marinos, algo que los británicos no sabían pero pronto descubrirían.

Pero las cosas no eran tampoco fáciles para los Estados Unidos. Aunque su población era quince veces mayor que la de Canadá y luchaba en su país, la parte más rica de éste, el noreste comercial, estaba tan radicalmente en contra de la guerra que se hallaban casi dispuestos a separarse de la Unión. Ni su potencial humano ni su dinero contribuían al apoyo de la guerra. En verdad, Nueva Inglaterra comerció con Canadá y Gran Bretaña durante toda la guerra y contribuyó abiertamente al esfuerzo bélico enemigo.

Lo peor de todo era que Estados Unidos empezó la guerra con un grupo de generales viejos y totalmente incompetentes, y con un ejército pequeño y prácticamente sin entrenamiento.

Pese a esto, Estados Unidos soñaba con victorias napoleónicas. (El ejemplo de Napoleón Bonaparte, que era un genio militar, inflamaba a todos los otros generales de la época, aunque pocos tenían tan sólo una décima parte de la brillantez que constituía el éxito de Napoleón.)

Una triple ofensiva fue planeada contra Canadá al comienzo mismo de la guerra. Desde el lago Champlain, iba a haber un avance hacia Montreal y Quebec; desde el Niágara, un avance hacia el oeste; y desde Detroit un avance hada el este.

Mas por grandioso que pareciera en el mapa, era un plan imposible. Los británicos dominaban el mar y los Grandes Lagos, y el ejército americano era un conjunto de hombres no preparados bajo el mando de ancianos incompetentes.

El avance desde el lago Champlain, que era la parte más importante de la ofensiva, ni siquiera comenzó nunca. Requería soldados de Nueva Inglaterra, y los gobernadores de los Estados de Nueva Inglaterra sencillamente no contribuirían con hombres a lo que llamaban «la guerra del señor Madison». Sin el avance contra Montreal y Quebec, las otras dos puntas de la ofensiva carecían de sentido, pero fueron puestas en marcha lo mismo.

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