Read El misterio del cuarto amarillo Online

Authors: Gastón Leroux

Tags: #Intriga, #Policiaco

El misterio del cuarto amarillo (31 page)

BOOK: El misterio del cuarto amarillo
7.58Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Allí me di cuenta de que el asesino que habíamos perseguido esta vez no había podido, ni normal ni anormalmente, dejar la galería. Entonces, con el extremo correcto de mi razón, tracé un círculo en el cual encerré el problema y, alrededor del círculo, deposité mentalmente estas letras resplandecientes: "Dado que el asesino no puede estar fuera del círculo, ¡está adentro!". ¿A quién vi, entonces, en ese círculo? El extremo correcto de mi razón me muestra, además del asesino que necesariamente debe encontrarse allí, al tío Jacques, al señor Stangerson, a Frédéric Larsan y a mí. Eso debía, en consecuencia, sumar, con el asesino, cinco personajes. Pero, cuando busco en el círculo o, si prefiere, en la galería, para hablar materialmente, no encuentro sino cuatro personajes. Y está demostrado que el quinto no pudo huir, no pudo salir del círculo. ¡Entonces, en ese círculo, tengo un personaje que es dos, es decir, que es, además de su personaje, el personaje del asesino!... ¿Por qué no me había dado cuenta ya? Simplemente porque el fenómeno de la duplicación del personaje no había pasado ante mis ojos. Con lo cual, de las cuatro personas encerradas en el círculo, ¿con quién pudo duplicarse el asesino sin que yo lo percibiera? Por cierto, no con las que vi, en algún momento, desdobladas del asesino. Así, vi, al mismo tiempo, en la galería, al señor Stangerson y al asesino, al tío Jacques y al asesino, a mí y al asesino. El asesino no podía haber sido, en consecuencia, ni el señor Stangerson, ni el tío Jacques, ni yo. Y sin embargo, si yo fuera el asesino, bien que lo sabría, ¿no es cierto, señor presidente?... ¿Pero vi, al mismo tiempo, a Frédéric Larsan y al asesino? ¡No!... ¡No! Habían pasado dos segundos durante los cuales había perdido de vista al asesino, pues este había llegado, como por otra parte lo señalé en mis papeles, dos segundos antes que el señor Stangerson, el tío Jacques y yo, al cruce de las dos galerías. ¡Eso le había bastado a Larsan para tomar el recodo de la galería, sacarse su falsa barba de un manotazo, volver y tropezar con nosotros, como si persiguiera al asesino!... Ballmeyer había hecho muchas de estas jugadas y aciertan si piensan que era un simple juego para él maquillarse de forma tal, que a veces se presentaba con su barba roja ante la señorita Stangerson, a veces ante un empleado de correos con una barba castaña que lo hacía parecido al señor Darzac, cuya perdición había jurado. Sí, el extremo correcto de mi razón acercaba a esos dos personajes, o más bien a esas dos mitades de personaje que no había visto al mismo tiempo: Frédéric Larsan y el desconocido al que perseguía..., para convertirlas en el ser misterioso y formidable que buscaba: "el asesino".

Esta revelación me trastornó. Traté de tranquilizarme, ocupándome un poco de las huellas materiales, de los signos exteriores que hasta entonces me habían despistado y que, normalmente, era preciso hacer entrar en el círculo trazado por el extremo correcto de mi razón.

¿Cuáles eran, ante todo, los principales signos exteriores que, esa noche, me habían alejado de la idea de un Frédéric Larsan asesino?

1.° Había visto al desconocido en el cuarto de la señorita Stangerson y, al correr a la habitación de Frédéric Larsan, había encontrado a Frédéric Larsan durmiendo a pierna suelta.

2.° La escalera.

3.° Había ubicado a Frédéric Larsan en el extremo del recodo de la galería diciéndole que iba a saltar al cuarto de la señorita Stangerson para tratar de prender al asesino. Después, había vuelto al cuarto de la señorita Stangerson donde había encontrado a mi desconocido.

El primer signo exterior no me preocupaba en absoluto. Es probable que, cuando descendía de la escalera, después de haber visto al desconocido en el cuarto de la señorita Stangerson, este ya hubiera terminado lo que había ido a hacer. Entonces, mientras volvía a entrar en el castillo, él lo hacía en el cuarto de Frédéric Larsan, se desvestía en un abrir y cerrar de ojos y, cuando fui a golpear su puerta, mostraba el rostro de un Frédéric Larsan que había dormido a pierna suelta...

El segundo signo, la escalera, tampoco me molestaba. Era evidente que, si el asesino era Larsan, no tenía necesidad de la escalera para introducirse en el castillo, porque Larsan dormía a mi lado; pero esta escalera debía hacer creer que el asesino venía del exterior, algo necesario para el sistema de Larsan porque, aquella noche, el señor Darzac no estaba en el castillo. Por fin, esa escalera, en todo caso, podía facilitar la huida de Larsan.

Pero el tercer signo exterior me desorientaba por completo. Al haber ubicado a Larsan en el extremo del recodo de la galería, no podía explicar que hubiera aprovechado el momento en que yo iba al ala izquierda del castillo a buscar al señor Stangerson y el tío Jacques, ¡para volver al cuarto de la señorita Stangerson! ¡Este era un gesto muy peligroso! Se arriesgaba a hacerse arrestar... Y lo sabía... Y estuvo a punto de hacerse arrestar..., al no tener tiempo de recuperar su puesto, como sin duda lo había esperado... Era preciso que tuviera, para volver al cuarto, un motivo muy imperioso que se le presentó de golpe, tras mi partida, pues de no ser así, no me hubiera prestado su revólver. En cuanto a mí, cuando envié al tío Jacques al extremo de la galería derecha, naturalmente creía que Larsan seguía en su puesto, en el extremo del recodo de la galería, y el propio tío Jacques, a quien, por otra parte, no le había dado esos detalles, al volver a su puesto no miró, cuando pasó por la intersección de las dos galerías, si Larsan estaba en el suyo. El tío Jacques, en ese momento, no pensaba sino en ejecutar mis órdenes rápidamente. ¿Cuál era, entonces, ese motivo imprevisto que había llevado a Larsan por segunda vez al cuarto? ¿Cuál era?... Pensé que sólo podía ser una huella material de su paso que lo denunciaba. ¡Había olvidado alguna cosa muy importante en el cuarto! ¿Qué?... ¿La había encontrado?... Me acordé de la bujía sobre el parqué y del hombre agachado... Le rogué a la señora Bernier, que arreglaba la habitación, que buscara... Y encontró unos quevedos... ¡Estos quevedos, señor presidente!

Y Rouletabille sacó de su paquetito los quevedos que ya conocemos...

–Cuando vi estos quevedos, me espanté... Jamás había visto a Larsan con quevedos... Si no mentía, quería decir que no le hacían falta... Y menos falta le harían ahora, en un momento en que la libertad de movimientos le era tan preciosa... ¿Qué significaban esos quevedos?... No entraba en mi círculo. "¡A menos que fueran los de un présbite!" exclamé de pronto... En efecto, jamás había visto escribir a Larsan, jamás lo había visto leer. Es decir que podía ser présbite. Por cierto, en la Sûreté sabrían que era présbite, si lo era... Sin duda conocerían sus quevedos... Los quevedos del présbite Larsan, encontrados en el cuarto de la señorita Stangerson, tras el misterio de la "galeria inexplicable", eran algo terrible para Larsan. Así se explicaba que regresara a la habitación... Y, en efecto, Larsan-Ballmeyer es présbite, y esos quevedos, que tal vez reconozcan en la Sûreté, son, sin duda, suyos...

Ve, señor, cuál es mi sistema -prosiguió Rouletabille-, no les pido a los signos exteriores que me muestren la verdad; les pido simplemente que no vayan contra la verdad que me ha indicado el extremo correcto de mi razón...

Para estar totalmente seguro de la verdad sobre Larsan, pues Larsan asesino era una excepción que requería que uno se rodease de alguna garantía, cometí el error de querer ver su rostro. ¡Cómo fui castigado! Creo que el extremo correcto de mi razón es el que se vengó R, de que, a partir de la "galeria inexplicable", no me apoyara sólida, definitivamente y con total confianza en ella..., descuidando olímpicamente encontrar otras pruebas de la culpabilidad de Larsan que la de mi razón. Entonces, la señorita Stangerson fue atacada...

Rouletabille se detiene..., se suena la nariz..., vivamente emocionado.

*     *     *

–Pero, ¿qué iba a hacer Larsan -preguntó el presidente- en ese cuarto? ¿Por qué intentó asesinar dos veces a la señorita Stangerson? – Porque la adoraba, señor presidente...–Sin duda es un motivo...

–Sí, señor, un motivo perentorio. Estaba loco de amor..., y por esa causa y también por otras muchas cosas, era capaz de todos los crímenes.

–¿Lo sabía la señorita Stangerson?

–Sí, señor, pero naturalmente ignoraba que el individuo que la perseguía era también Frédéric Larsan..., pues si no fuera así, Frédéric Larsan no hubiera venido a instalarse en el castillo y, la noche de la "galeria inexplicable", tampoco hubiera entrado con nosotros a los aposentos de la señorita Stangerson, después de lo sucedido. He señalado, por lo demás, que se quedó en la oscuridad y que continuamente mantuvo el rostro hacia abajo... Sus ojos debían buscar los quevedos perdidos... La señorita Stangerson tuvo que sufrir el acoso y los ataques de Larsan bajo un nombre y un disfraz que ignoramos, pero que ella ya podía conocer.

–¿Y usted, señor Darzac? – preguntó el presidente. ¿Tal vez recibió las confidencias de la señorita Stangerson en relación con esto?... ¿Cómo es posible que la señorita Stangerson no le haya hablado de eso a nadie?... Hubiera podido poner a la justicia tras las huellas del asesino... Y si usted es inocente, se habría ahorrado el dolor de ser acusado.

–La señorita Stangerson no me dijo nada -dijo el señor Darzac.

–¿Lo que dice el joven le parece posible? – le volvió a preguntar el presidente.

Imperturbablemente, Robert Darzac respondió:

–La señorita Stangerson no me dijo nada...

–¿Cómo explica que, la noche del asesinato del guardabosque -prosiguió el presidente, volviéndose hacia Rouletabille-, el asesino haya devuelto los papeles robados al señor Stangerson?... ¿Cómo explica que el asesino se haya introducido en el cuarto cerrado de la señorita Stangerson?

–¡Oh! En cuanto a la última pregunta, creo que es fácil de responder. Un hombre como Larsan-Ballmeyer debía saber dónde duplicar sin dificultad las llaves que le fueran necesarias... En cuanto al robo de los documentos, creo que Larsan, de entrada, no había pensado en hacerlo. Espiando por todas partes a la señorita Stangerson, decidido a impedir su matrimonio con Robert Darzac, fi un día sigue a la señorita y a Robert Darzac a las grandes tiendas de la Louve, se apodera del bolso de la señorita Stangerson, que ella pierde o se deja quitar. En ese bolso, hay una llave con cabeza de cobre. Él no sabe la importancia de esa llave. Le es revelada por el anuncio que pone la señorita Stangerson en los diarios. Escribe al poste restante de la señorita, como lo solicita el anuncio. Pide sin duda una cita, haciéndole saber que quien tiene el bolso y la llave es el que desde hace un tiempo la requiere de amores. No recibe respuesta. Va a la oficina 40 a cerciorarse de que la carta no está más allí. Cuando lo hace, adopta el aspecto y, dentro de lo posible, viste las mismas ropas que el señor Darzac pues, decidido a todo para tener a la señorita Stangerson, ha preparado las cosas para que, pase lo que pase, el señor Darzac, amado por la señorita Stangerson, a quien él detesta y a quien 4 quiere perder, sea considerado culpable.

Digo pase lo que pase, pero creo que Larsan no pensaba todavía que se vería obligado al asesinato. En todo caso, toma precauciones para comprometer a la señorita Stangerson bajo el disfraz de Darzac. Larsan, por otra parte, tiene más o menos la misma altura de Darzac y casi el mismo pie. No le será difícil, si es necesario, tras haber dibujado la huella del pie del señor Darzac, mandar a hacer, a partir de ese diseño, los zapatos que calzará. Es un juego de niños para Larsan Ballmeyer.

Así pues, no hay ninguna respuesta a su carta, ninguna cita, y sigue teniendo la preciosa llavecita en su bolsillo. Y bueno, ¡ya que la señorita Stangerson no va a él, él irá a ella! Su plan está concebido desde hace tiempo. Se ha documentado sobre el Glandier y el pabellón. Una tarde, cuando el señor y la señorita Stangerson acababan de salir a pasear y el propio tío Jacques ha partido, se introduce en el pabellón por la ventana del vestíbulo. Está solo por el momento, tiene tiempo... Mira los muebles. Uno de ellos, muy curioso, parece una caja fuerte y tiene una cerradura muy pequeña... ¡Vaya! ¡Vaya! Eso le interesa... Como lleva la llavecita de cobre..., piensa en ella..., asocia ideas. Prueba la llave en la cerradura; la puerta se abre... ¡Papeles! Sin duda esos papeles son preciosos para que los hayan guardado en un mueble tan particular..., para que le den tanto valor a la llave que abre ese mueble... ¡Ajá! ¡Ajá!, eso siempre puede servir... Un pequeño chantaje..., eso lo ayudará tal vez en sus designios amorosos... Rápido, hace un paquete con esos papelotes y los deposita en el lavabo del vestíbulo. Entre la expedición al pabellón y la noche del asesinato del guardabosque, Larsan tuvo tiempo de ver de qué se trataban esos papeles. ¿Qué hará con ellos? Son más bien comprometedores... Aquella noche, los volvió a llevar al castillo... Tal vez esperó que la devolución de esos papeles, que representaban veinte años de trabajo, despertara la gratitud de la señorita Stangerson... ¡Todo es posible en un cerebro como ese!... En fin, sea cual fuera el motivo, devolvió los papeles, sacándose un peso de encima.

Rouletabille tosió y yo comprendí qué significaba esa tos. En ese punto de sus explicaciones, evidentemente se hallaba en un aprieto, por su voluntad de no revelar el verdadero motivo de la horrenda actitud de Larsan hacia la señorita Stangerson. Su razonamiento era demasiado incompleto para satisfacer a todo el mundo y el presidente, sin duda, le hubiera hecho esa observación si, astuto como un zorro, Rouletabille no hubiera gritado:

–¡Ahora llegamos a la explicación del misterio del "cuarto amarillo"!

*     *     *

En la sala se movieron sillas, hubo ligeros empujones, ¡shh! enérgicos. La curiosidad había llegado al colmo.–Pero -dijo el presidente-, me parece, según su hipótesis, señor Rouletabille, que el misterio del "cuarto amarillo" está completamente explicado. Y el propio Frédéric Larsan fue quien nos lo explicó al contentarse con engañarnos respecto del personaje, poniendo al señor Robert Darzac en su propio lugar. Es evidente que la puerta del "cuarto amarillo" se abrió cuando el señor Stangerson estaba solo y que el profesor dejó pasar al hombre que salía del cuarto de su hija sin detenerlo, tal vez incluso por pedido de su hija, para evitar un escándalo...

–No, señor presidente -protestó con energía el joven. Olvida usted que la señorita Stangerson, medio muerta, no podía pedir nada, que no podía volver a cerrar la puerta con llave ni echar el cerrojo... Olvida también que el señor Stangerson juró, por su hija agonizante, que la puerta no se abrió.

BOOK: El misterio del cuarto amarillo
7.58Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Catalyst by Ross Richdale
Conditional Offer by Liz Crowe
The Governess Club: Claire by Ellie Macdonald
The Lion and the Lark by Malek, Doreen Owens
Moon Craving by Lucy Monroe
Georgia's Greatness by Lauren Baratz-Logsted
Blood Moon by Alexandra Sokoloff