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Authors: Gastón Leroux

Tags: #Intriga, #Policiaco

El misterio del cuarto amarillo (26 page)

BOOK: El misterio del cuarto amarillo
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–Y ya no?

–No.

–¿Explica algo?

–Sí.

–¿Algo relativo al cadáver increíble del guardabosque?

–Sí. Ahora ese cadáver es absolutamente creíble. Esta mañana descubrí, mientras paseaba alrededor del castillo, dos tipos de pasos distintos, que anoche dejaron sus huellas al mismo tiempo, unas al lado de las otras. Y digo "al mismo tiempo" porque, en realidad, no podía ser de otro modo, ya que, si una de las huellas hubiera venido después de la otra, siguiendo el mismo camino, varias veces se habría "superpuesto a la otra", lo cual no ocurrió en ningún momento. Los pasos de uno no caminaban sobre los del otro. No, eran los pasos de dos personas que parecían estar conversando entre sí. Esta doble huella se alejaba de todas las demás hacia el centro del patio, para salir de él y dirigirse al robledal. Salía del patio con los ojos clavados en mi pista, cuando me encontré con Frédéric Larsan. Inmediatamente se interesó mucho por mi trabajo, porque esa doble huella merecía realmente nuestro interés. Volvíamos a encontrar allí la doble huella de pasos del caso del "cuarto amarillo": los pasos toscos y los pasos elegantes; pero, mientras en el caso del "cuarto amarillo" los pasos toscos sólo se unían con los pasos elegantes en el borde del estanque, para luego desaparecer -por lo que Larsan y yo dedujimos que esas dos clases de pasos pertenecían a un mismo individuo que no había hecho más que cambiar de calzado-, aquí, los pasos toscos y los pasos elegantes caminaban juntos. Semejante comprobación bastaba para hacerme dudar de mis convicciones anteriores. Larsan parecía pensar como yo; así que nos quedamos inclinados sobre las huellas, husmeando los pasos como perros al acecho.

Saqué de mi portafolios las plantillas de papel. La primera plantilla era la que había recortado sobre la huella de los zapatos del tío Jacques que había encontrado Larsan, es decir, sobre la huella de los pasos toscos; esta primera plantilla, digo, coincidió perfectamente con una de las huellas que teníamos ante nuestros ojos, y la segunda plantilla, que era el dibujo de los pasos elegantes, también coincidió con la huella correspondiente, pero con una ligera diferencia en la punta. En una palabra, esta nueva huella del paso elegante sólo difería de la encontrada a orillas del estanque en la punta de la bota. No podíamos concluir que esta huella pertenecía al mismo personaje, pero tampoco afirmar que no le pertenecía. Podía ser el mismo desconocido usando otras botas. Siempre siguiendo esta doble huella, Larsan y yo fuimos a parar a la salida del robledal, y nos encontramos ante la misma orilla del estanque que descubrimos en nuestra primera pesquisa. Pero, esta vez, ninguna de las huellas se detenía allí y ambas, tomando el sendero, desembocaban en la gran ruta de Épinay. Allí nos topamos con un gran macadán
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reciente que no nos dejó ver nada más. Volvimos, pues, al castillo sin decirnos una palabra. Al llegar al patio nos separamos; pero, como consecuencia del camino que habían seguido nuestros respectivos pensamientos, nos volvimos a encontrar delante de la puerta del tío Jacques. Encontramos al viejo criado en la cama y enseguida comprobamos que las prendas que había arrojado sobre una silla estaban en un estado lamentable y su calzado, unos zapatos absolutamente iguales a los que conocíamos, estaba extraordinariamente embarrado. Sin duda, el tío Jacques no había ensuciado de ese modo su calzado ni empapado su ropa al ayudar a transportar el cadáver del guardabosque, desde el costado del patio hasta el vestíbulo, ni al ir a buscar una linterna a la cocina, puesto que entonces no llovía. Pero había llovido antes y después de ese momento.

En cuanto a la cara del hombre, no era nada linda. Parecía reflejar un cansancio extremo, y sus ojos parpadeantes nos miraron desde el principio con espanto.

Lo interrogamos. Al comienzo, nos contestó que se había acostado inmediatamente después de la llegada al castillo del médico que el mayordomo había ido a buscar; pero tanto lo presionamos, de tal modo le demostramos que estaba mintiendo, que terminó por confesarnos que, efectivamente, había salido del castillo. Naturalmente, le preguntamos la razón; nos respondió que le dolía la cabeza y que necesitaba tomar aire, pero que no había ido más allá del robledal.

Entonces le describimos todo el trayecto que había seguido, como si lo hubiéramos visto caminar. El anciano se incorporó y se puso a temblar.

-¡Usted no estaba solo! – exclamó Larsan.

-¡Entonces lo vieron! – dijo el tío Jacques.

-¿A quién? – pregunté.

-¡Pues al fantasma negro!

Y el tío Jacques nos contó que hacía unas cuantas noches que veía al fantasma negro. Aparecía en el parque a medianoche y se deslizaba entre los árboles con una agilidad increíble. Parecía atravesar el tronco de los árboles. Dos veces el tío Jacques, que había divisado al fantasma a través de su ventana a la claridad de la luna, se había levantado y, decidido, había salido en busca de aquella extraña aparición. Dos días antes había estado a punto de alcanzarla, pero se había desvanecido en la esquina del torreón. Finalmente, anoche, cuando salió del castillo evidentemente sugestionado por la idea del nuevo crimen que acababa de cometerse, vio al fantasma negro surgir de pronto en medio del patio. Al principio, lo siguió con prudencia, luego más de cerca... Y así había dado la vuelta al robledal y al estanque, y había llegado hasta el borde de la ruta de Épinay. Allí, el fantasma desapareció súbitamente.

-¿No vio su cara? – preguntó Larsan.

-¡No! No vi más que velos negros...

-Y después de lo que pasó en la galería, ¿por qué no se abalanzó sobre él?

-¡No pude! Estaba aterrado... Apenas tenía fuerzas para seguirlo...

-Usted no lo siguió, tío Jacques -dije con tono amenazador¡Usted fue con el fantasma hasta la ruta de Épinay y caminaron tomados del brazo!

-¡No! – exclamó. Empezó a llover a cántaros... ¡Regresé!... No sé qué habrá sido del fantasma negro...

Pero desvió sus ojos de mí.

Lo dejamos solo. Cuando estuvimos afuera, comentamos el caso.

-¿Cómplice? – le pregunté a Larsan con un tono singular, mirándolo bien de frente para sorprender el fondo de su pensamiento.

-¿Quién puede saberlo?... ¿Quién puede saberlo en un caso como este?... ¡Hace veinticuatro horas hubiera jurado que no hay cómplices!...

Y me dejó, anunciándome que abandonaba el castillo de inmediato para ir a Épinay.

Rouletabille había terminado su relato. Le pregunté:

–¿Y bien? ¿Qué conclusión se puede sacar de todo esto?... A mí no se me ocurre nada... ¡No lo entiendo!... ¡En fin! ¿Qué sabe usted? ¡Todo!... -exclamó. ¡Todo!

Nunca había visto su cara tan radiante. Se levantó y me estrechó la mano con fuerza...

–Entonces, explíqueme... -le supliqué.

–Vamos a averiguar cómo está la señorita Stangerson -me respondió bruscamente.

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El macadán es una mezcla de piedra machacada y arena, utilizada para el empedrado de rutas, calles, caminos, etc.

24. ROULETABILLE CONOCE LAS DOS MITADES DEL ASESINO

La señorita Stangerson había estado a punto de ser asesinada por segunda vez. Por desgracia, la segunda fue mucho peor que la primera. Las tres cuchilladas que el hombre le había asestado en el pecho, en esta nueva noche trágica, la tuvieron mucho tiempo entre la vida y la muerte y cuando, por fin, la vida prevaleció y se pudo confiar en que la desdichada mujer, una vez más, escaparía de su sangriento destino, advertimos que, a pesar de que día tras día recuperaba el uso de los sentidos, no ocurría lo mismo con su razón. La menor alusión a la horrible tragedia la hacía delirar y creo que no es exagerado decir que el arresto de Robert Darzac, que tuvo lugar en el castillo de Glandier, a la mañana siguiente del descubrimiento del cadáver del guardabosque, ahondó todavía más el abismo moral donde vimos desaparecer esa hermosa inteligencia.

Robert Darzac llegó al castillo hacia las nueve y media. Lo vi correr por el parque, los cabellos y las ropas en desorden, embarrado, en un estado lamentable. Su rostro tenía una palidez mortal. Rouletabille y yo estábamos acodados en una ventana de la galería. Nos vio y lanzó un grito desesperado hacia nosotros:

–¡Llego demasiado tarde!... Rouletabille le gritó:

–¡Está viva!...

Un minuto después, el señor Darzac entraba en los aposentos de la señorita Stangerson y, a través de la puerta, oímos sus sollozos.

...

–¡Qué fatalidad! – gemía a mi lado Rouletabille. ¡Qué dioses infernales buscan la desgracia de esta familia! ¡Si no me hubiera dormido, habría salvado a la señorita Stangerson del hombre, y lo habría dejado mudo para siempre!... ¡Y el guardabosque no estaría muerto!

...

El señor Darzac se reunió con nosotros. Su rostro estaba bañado en lágrimas. Rouletabille le contó todo: cómo había tomado precauciones para la seguridad de la señorita Stangerson y la suya; cómo hubiera logrado alejar al hombre para siempre "después de ver su rostro", y cómo su plan había naufragado en sangre, a causa del narcótico.

–¡Ah!, si usted realmente hubiera tenido confianza en mí -dijo en voz baja el joven-, ¡si le hubiera dicho a la señorita Stangerson que tuviera confianza en mí!... Pero aquí todos desconfían de todos... La hija desconfía del padre y la novia del novio... Mientras usted me decía que hiciera todo lo posible por impedir la llegada del asesino, ¡ella preparaba todo para dejarse asesinar!... Y llegué demasiado tarde..., medio dormido..., casi arrastrándome, a esa habitación donde la visión de la desdichada, bañada en sangre, me despertó del todo...

Por pedido del señor Darzac, Rouletabille contó la escena. Apoyándose en las paredes para no caer, mientras en el vestíbulo y en el patio de honor
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perseguíamos al asesino, se había dirigido hacia la habitación de la víctima... Las puertas de la antecámara están abiertas y entra: la señorita Stangerson yace exánime, echada a medias sobre el escritorio, con los ojos cerrados; su bata, roja por la sangre que brota a mares de su pecho. A Rouletabille, todavía bajo el influjo del narcótico, le parece que se mueve dentro de una pesadilla espantosa. Maquinalmente, vuelve a la galería, abre una ventana, nos anuncia a gritos el crimen, nos ordena tirar a matar y vuelve a los aposentos. Inmediatamente después, atraviesa el gabinete desierto, entra en el salón cuya puerta ha quedado entreabierta, sacude al señor Stangerson en el canapé donde se ha recostado y lo despierta como yo lo despertara a él hacía un momento... El señor Stangerson se incorpora con los ojos extraviados, se deja arrastrar por Rouletabille hasta la habitación, ve a su hija y da un grito desgarrador... ¡Ah! ¡Está despierto, está despierto!... Ahora los dos, uniendo sus fuerzas languidecientes, transportan a la víctima hasta su cama...

Luego, Rouletabille quiere unirse a nosotros, para saber..., para saber... Pero, antes de dejar la habitación, se detiene junto al escritorio... Allí hay, en el suelo, un paquete... enorme... Un fardo... ¿Qué hace ese paquete ahí, junto al escritorio?... El envoltorio de sarga
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está abierto... Rouletabille se inclina... Papeles..., papeles..., fotografías... Lee: "Nuevo electroscopio condensador diferencial... Propiedades fundamentales de la sustancia intermedia entre la materia ponderable y el éter imponderable". En verdad, ¿qué es este misterio y esta formidable ironía del destino por los cuales, en el momento en que alguien asesina a su hija, alguien restituye al profesor Stangerson todos esos papeluchos inútiles, que arrojará al fuego...;al fuego..., al fuego...! al día siguiente?

...

Durante la mañana que siguió a esa noche horrible, vimos reaparecer al señor de Marquet, a su secretario y a los gendarmes. Nos interrogaron a todos, excepto, naturalmente, a la señorita Stangerson, que se hallaba en un estado próximo al coma. Rouletabille y yo, después de habernos puesto de acuerdo, dijimos sólo lo que quisimos decir. Me cuidé de informar sobre mi estancia en el cuartito triangular y la historia del narcótico. En resumen, callamos todo lo que permitía suponer que presentíamos algo y también todo lo que pudiera sugerir que la señorita Stangerson esperaba al asesino. La desdichada tal vez pagaría con su vida el misterio con el que ella misma rodeaba a su asesino... En absoluto nos correspondía hacer tamaño sacrificio inútil... Arthur Rance le contó a todo el mundo, con gran naturalidad -con tanta naturalidad que me r quedé estupefacto- que había visto al guardabosque, por última vez, hacia las once de la noche. Este había ido a su habitación, dijo, para tomar su valija, que debía llevar a la mañana siguiente, a primera hora, a la estación Saint-Michel, "y se detuvo a charlar largamente con él de caza y cazadores furtivos". Arthur William Rance, en efecto, debía dejar el Glandier a la mañana e ir a pie, según su costumbre, hasta Saint-Michel; por eso, aprovecharía el viaje matutino del guardabosque al pueblo para despachar su equipaje. Ese era el equipaje que llevaba el hombre verde cuando lo vi salir de la habitación de Arthur Rance.

Al menos, me vi inducido a pensarlo, pues el señor Stangerson confirmó sus palabras; agregó que la víspera, por la noche, no había tenido el placer de compartir la mesa con su amigo Arthur Rance, porque este se había despedido de su hija y de él hacia las cinco. Arthur Rance había pedido que sólo le sirvieran un té en su cuarto, diciendo que estaba ligeramente indispuesto.

Bernier, el casero, por indicación de Rouletabille, informó que el propio guardabosque le había pedido que persiguiera a los cazadores furtivos (el guardabosque ya no podía contradecirlo), que se habían dado cita no lejos del robledal y que, al ver que el guardabosque no llegaba, él, Bernier, había ido a su encuentro... Estaba a la altura del torreón cuando divisó a un individuo que huía a toda carrera por el lado opuesto, hacia el costado del ala derecha del castillo; en ese mismo momento, sonaron tiros de revólver detrás del fugitivo. Rouletabille había aparecido en la ventana de la galería y cuando el joven lo divisó a él, a Bernier, y lo reconoció, al comprobar que llevaba su fusil le había gritado que tirara. Entonces Bernier había disparado su fusil, que ya tenía preparado..., y estaba convencido de que había malherido al fugitivo; hasta llegó a pensar que lo había matado; y así lo creyó hasta que Rouletabille, al examinar el cuerpo que había caído por el disparo, le mostró que ese cuerpo "había muerto a causa de una cuchillada". Por lo demás, él seguía sin comprender nada de semejante fantasmagoría, teniendo en cuenta que, si el cadáver encontrado no era el del fugitivo contra el cual todos habíamos tirado, este debía de estar en alguna parte. Pero, en ese pequeño rincón del patio donde todos nos habíamos reunido alrededor del cadáver, "no había lugar para otro muerto u otro vivo" sin que lo viéramos.

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