El Mago (32 page)

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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

BOOK: El Mago
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—¿Qué está sucediendo? —murmuró.

Sin embargo, Sophie pasó de largo, pues no tenía una respuesta para ello. Todo lo que sabía era que su hermano se encontraba en la planta baja.

Y entonces la casa volvió a temblar.

Sintió la vibración a través de las paredes y el suelo.

Todos los cuadros colgados en la pared a su izquierda se ladearon hasta desplomarse en el suelo.

Aterrada, la joven bajó corriendo las escaleras que conducían hacia el primer piso cuando, de forma inesperada, se abrió la puerta de una habitación y apareció Juana. Unos momentos antes, la joven guerrera había lucido un pijama de satén brillante de color esmeralda. Ahora, estaba ataviada con una armadura de metal y empuñaba una espada de cuchilla ancha.

—Apártate —ordenó Juana con un acento francés muy pronunciado.

—¡No! —exclamó Sophie—. Es Josh... ¡está en problemas!

Juana de Arco se colocó junto a ella, acompañada del tintineo metálico de su armadura.

—De acuerdo, pero mantente detrás de mí y hacia la derecha, así siempre sabré dónde estás —ordenó Juana—. ¿Has visto a Nicolas?

—Está despierto, pero tenía un aspecto enfermizo.

—Es el agotamiento. No podemos permitir que utilice más magia en su estado. Podría matarle.

—¿Dónde está Francis?

—Probablemente en el ático. Suele trabajar por la noche. Pero el estudio está insonorizado y seguro que lleva puestos los auriculares; dudo que haya escuchado nada.

—Estoy segura de que ha notado cómo la casa temblaba.

—Quizá lo ha relacionado con una buena nota del bajo.

—No sé dónde está Scatty —confesó Sophie. La joven intentaba con todas sus fuerzas ocultar el pánico que empezaba a atormentarla.

—Con un poco de suerte, estará abajo, en la cocina, con tu hermano. Si es así, Josh está a salvo —añadió Juana—. Ahora, sígueme.

Manteniendo erguida su espada entre ambas manos, la mujer se movió con suma prudencia por los últimos peldaños de la escalera hasta llegar a un amplio recibidor de mármol ubicado enfrente de la casa. Se detuvo de forma tan repentina que Sophie casi se abalanza sobre ella. Juana señaló la puerta principal. En ese mismo instante, la muchacha vislumbró una figura fantasmagórica detrás de los paneles de cristales agrietados. Entonces se produjo un chasquido, un crujido, y un hacha apareció clavada en la puerta. Un segundo más tarde, la puerta principal se rompió en una lluvia de fragmentos de cristal y astillas.

Dos figuras se adentraron en el recibidor.

Bajo la luz de la araña de cristal, Sophie pudo distinguirlas. Se trataba de dos jóvenes con una armadura de malla blanca cuyos rostros estaban cubiertos por un casco. Una sujetaba una espada y un hacha y la otra, una espada y una lanza. Reaccionó de forma instintiva. Agarrando la muñeca derecha con su mano izquierda, extendió los dedos y giró la palma hacia arriba. Unas llamas crepitantes de color azul verdoso surgieron del suelo, justo delante de las dos jóvenes, alzándose y formando una capa sólida de fuego esmeralda.

Las dos figuras cruzaron las llamas sin detenerse un segundo, pero se detuvieron al ver a Juana ataviada con su armadura. Se miraron la una a la otra, evidentemente confundidas.

—Tú no eres la humana plateada. ¿Quién eres? —exigió una de ellas.

—Ésta es mi casa, así que creo que me corresponde a mí formular esa pregunta —contestó Juana con tono serio. Entonces dio media vuelta de forma que el hombro izquierdo apuntara directamente a las mujeres. Sujetaba su espada con ambas manos y el extremo parecía dibujar un ocho entre las guerreras.

—Apártate. Nuestro problema no eres tú —ordenó una.

Juana alzó la espada, acercando la empuñadura al rostro mientras el extremo del arma apuntaba directamente hacia el techo.

—Venís a mi casa y me ordenáis que me aparte —dijo con tono incrédulo—. ¿Quiénes sois? ¿Qué sois? —preguntó.

—Somos las Dísir —respondió la que acarreaba una espada y una lanza—. Hemos venido aquí a por Scathach, ella es nuestro problema. Si te entrometes en nuestro camino, entonces también te convertirás en un problema para nosotras.

—La Sombra es amiga mía —confesó Juana.

—Entonces eso te convierte en nuestra enemiga.

Sin previo aviso, las Valkirias atacaron al unísono, una de ellas embistiendo con una espada y una lanza y la otra con una espada y un hacha. La pesada espada de Juana realizó un giro. En ese instante se escucharon las arremetidas metálicas, pero los movimientos eran tan ágiles y rápidos que Sophie no podía distinguir cómo Juana frenaba los ataques de las espadas, cómo desviaba los golpes del hacha y cómo derrotaba la lanza.

Las Dísir dieron un paso atrás, recuperaron sus armas y se colocaron a cada lado de Juana de Arco, quien tenía que estar continuamente girando la cabeza de un lado a otro para vigilar a ambas.

—Luchas bien.

Juana esbozó una sonrisa salvaje. —Me enseñó la mejor. La propia Scathach fue mi maestra.

—Ya decía yo que me sonaba el estilo —dijo la segunda Dísir.

Sólo los ojos de la guerrera francesa se movían para controlar a las dos Dísir.

—No creí que tuviera un estilo. —Tampoco lo tiene Scathach.

—¿Quién eres? —preguntó la Dísir situada a su derecha—. A lo largo de mi vida sólo he conocido a un puñado capaz de resistir una embestida nuestra. Y ninguno de ellos era humano.

—Soy Juana de Arco —respondió.

—Jamás he oído hablar de ti —dijo una de las Dísir. Mientras pronunciaba estas palabras, su hermana, ubicada a la izquierda de Juana, echó atrás el brazo, preparada para lanzar su arma...

El arma se incendió convirtiéndose en una hoguera de llamas blancas.

Con un aullido salvaje, la Dísir arrojó el arma hacia un lado; en el momento en que golpeó el suelo, el mango de madera se transformó en ceniza y la perversa punta metálica se fundió en un charco burbujeante.

Sophie, inmóvil en el último escalón, pestañeó sorprendida. No sabía que era capaz de hacer eso.

La Dísir situada a la derecha de Juana salió disparada, ondeando su espada y su hacha con unos movimientos mortales en el aire. Justo cuando estaba a punto de embestir a Juana, sus armas se chocaron con la espada de la francesa, frenando así su violento ataque.

La segunda Dísir rodeó a Sophie.

Incendiar la lanza y fundir la punta metálica habían dejado exhausta a la joven, de forma que Sophie se dejó caer sobre la barandilla. Pero tenía que ayudar a Juana; necesitaba llegar hasta su hermano. Apretando la parte inferior de su muñeca, intentó invocar, una vez más, la Magia del Fuego. Un humillo brotó de su mano, pero no había rastro de fuego.

La Dísir se acercó a zancadas hasta colocarse frente a frente con la jovencita. Sophie se había incorporado en la escalera, de forma que las miradas de ambas muchachas estaban casi al mismo nivel.

—Así que tú debes de ser la humana de plata que el Mago inglés desea conseguir desesperadamente.

Tras la máscara de metal, los ojos púrpura de la Valkiria expresaban desprecio.

De forma temblorosa, Sophie cogió aire y se enderezó. Extendió ambos brazos y apretó los puños. Con los ojos cerrados, respiró profundamente, intentando calmar el latido de su corazón, y visualizó guantes de llamas; se contempló a sí misma uniendo las manos, dándole forma a una bola de fuego entre sus puños, como si fuera fango, y lanzándosela a la silueta que permanecía delante de ella. Sin embargo, cuando abrió los ojos, únicamente unas llamitas azules danzaban entre sus dedos. Dio una palmada y saltaron unas chispas dirigidas hacia la malla de la guerrera.

La Dísir golpeó suavemente su espada en el guante de Sophie.

—Tus insignificantes truquitos con fuego no me impresionan.

Un estruendo aterrador proveniente de la cocina hizo temblar la casa una vez más. Una araña de decoración situada en el centro del recibidor empezó a balancearse de un lado a otro, tintineando melódicamente mientras las sombras danzaban al mismo compás. —Josh —murmuró Sophie.

El temor se convirtió en ira: esta criatura le estaba impidiendo que llegara hasta su hermano. Y la ira le proporcionaba fuerza. Intentando recordar lo que Saint-Germain había hecho en la azotea de la casa, la muchacha señaló con su dedo índice a la guerrera y desató toda su furia en un único rayo.

Una lanza de fuego sólido de color mugriento, entre amarillo y negruzco, salió disparada del dedo índice de Sophie. Un instante más tarde, la lanza explotaba contra la malla de la Dísir. El fuego cubrió completamente a la guerrera y el golpe la obligó a arrodillarse. Exclamó una palabra incomprensible que fácilmente podía confundirse con el aullido de un lobo.

Al otro lado del vestíbulo, Juana se aprovechó del momento de distracción y embistió con fuerza a su atacante, empujándola hacia una puerta en ruinas. Las dos mujeres estaban ahora equilibradas, pues aunque la espada de Juana fuera más larga y pesada que la de su oponente, la Dísir tenía la ventaja de empuñar dos armas. Además, había pasado mucho tiempo desde la última vez que la guerrera francesa se había puesto una armadura y había luchado con su espada. Sentía cómo le ardían los músculos de los hombros y le dolían las caderas y las rodillas por el peso de todo el metal que acarreaba. Tenía que acabar ya con todo eso.

La Valkiria que yacía en el suelo se incorporó delante de Sophie. La parte frontal de su malla había recibido toda la fuerza de la embestida, de forma que los enlaces se habían derretido como cera caliente. La guerrera agarró la malla y se la arrancó del cuerpo, apartándola hacia un lado. La toga blanca que llevaba debajo estaba chamuscada y ennegrecida y algunos pedazos de metal se habían fundido con la ropa.

—Jovencita —susurró la Dísir—, me voy a asegurar de que jamás vuelvas a jugar con fuego.

31

a lengua pegajosa del Nidhogg se desplegó por el aire, dirigiéndose hacia Scathach, quien todavía estaba inmovilizada contra la pared de la cocina, sujeta firmemente entre las garras de la criatura. La Guerrera luchaba en silencio absoluto, moviéndose con dificultad entre el puño del monstruo, arrastrándose hacia un lado y otro, deslizando los tacones de aguja sobre el suelo resbaladizo. Con los brazos pegados al cuerpo, Scathach era incapaz de utilizar sus espadas cortas.

Josh sabía que si se paraba un momento para pensar, no lograría asumir el signifícalo de todo aquello. El hedor que desprendía la criatura le estaba provocando vómitos y el corazón le latía tan fuete que apenas podía tomar aliento.

La lengua bífida pasó rozando la mesa, dejando una estela chamuscada sobre la madera. Tropezó contra una silla, atravesándola, mientras se dirigía directamente hacia la cabeza de la Guerrera.

Todo lo que tenía que hacer, se recordaba Josh una y otra vez, era pensar que la lengua del Nidhogg era como una pelota de fútbol. Sujetando la espada Clarent con ambas manos, tal y como le había mostrado Juana unos minutos antes, imitó un movimiento que su entrenador del colegio había estado intentando mostrarle a lo largo de la temporada.

Justo en el momento en que saltó, Josh se dio cuenta de que había calculado mal. La lengua se movía demasiado rápido y él estaba demasiado lejos. En un esfuerzo desesperado, lanzó la espada desde su brazo.

La punta de la espada se clavó en una de las bifurcaciones de la carnosa legua del Nidhogg.

Los años de entrenamiento de taekwondo no sirvieron de nada cuando Josh se desplomó sobre el suelo resbaladizo. El golpe había sido duro, pero aun así se las arregló para apoyar las palmas en el suelo y propulsar el cuerpo hacia delante, realizando una voltereta, e incorporándose sobre los pies, a pocos centímetros de aquella lengua carnosa. Y de la espada. Agarrando la empuñadura, Josh utilizó todas sus fuerzas para extraer la espada de la lengua. Se despegó como si fuera una cinta de velero y la lengua se enroscó y siseó mientras se introducía, una vez más, en la boca del monstruo. Josh sabía que, si se detenía, tanto él como Scathach morirían. Entonces sumergió el extremo de Clarent en el brazo de serpiente de la criatura, justo por encima de la muñeca. A medida que la espada se hundía lentamente en la piel del animal, empezó a vibrar, a producir un sonido agudo que puso los pelos de punta a Josh. Sintió cómo una ráfaga de aire caliente le recorría el brazo hasta llegar al pecho. Un instante más tarde, una oleada de fuerza y energía erradicó todos sus dolores y sufrimientos. Cuando arrancó la espada de la criatura, su aura empezó a resplandecer con un brillo dorado cegador y alrededor de la hoja de piedra del arma emergió un zarcillo de luz.

—Las garras, Josh. Córtale una garra —gruñó Scathach mientras Nidhogg la sacudía con fuerza. Las dos armas cortas resbalaron de las manos de la Guerrera, provocando un gran estruendo.

Josh arremetió contra el monstruo, intentando cortar una garra, pero la pesada espada de piedra se giró en el último momento, de forma que quedó clavada entre sus piernas. Lo volvió a intentar; esta vez la espada asestó un golpe al animal, arrancándole tiras de piel.

—¡Eh! Ten cuidado —gritó Scathach cuando la espada se le acercó peligrosamente a la cabeza—. Ésa es una de las armas que realmente puede matarme.

—Perdón —murmuró Josh, apretando los dientes—. Jamás había hecho algo así antes —confesó mientras atacaba una vez más la garra de la criatura. Las chispas saltaron al rostro de la Guerrera. Josh no pudo retener un segundo más la curiosidad y, entre gruñidos, preguntó—: ¿Por qué queremos una garra?

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