El Mago (33 page)

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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

BOOK: El Mago
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—Sólo podremos acabar con esta bestia si la matamos con una de sus propias garras —explicó Scathach con un tono de voz sorprendentemente calmado—. ¡Cuidado! ¡Retrocede!

Josh se giró en el mismo instante en que la gigantesca cabeza de la criatura embistió uno de los muros de la casa mientras su lengua blanca revoloteaba por el aire otra vez. Iba a por él. Se estaba moviendo demasiado rápido; no tenía escapatoria y, si realizaba algún tipo de movimiento, golpearía a Scatty. Josh plantó los pies con firmeza, envolvió a Clarent con ambas manos y sujetó la espada ante su rostro. Cerró los ojos para evitar contemplar el horror que se aproximaba y, de inmediato, los volvió a abrir. Si iba a perecer, lo haría con los ojos abiertos.

Aquello era como jugar a un videojuego, pensó, excepto que este juego era verdaderamente mortal. Casi a cámara lenta, el muchacho vislumbró cómo las dos bifurcaciones de la lengua atrapaban la espada, como si fueran a arrebatársela de las manos. Josh decidió sujetar con fuerza la empuñadura, determinado a no dejar escapar la espada.

Cuando la carne de la lengua de la bestia rozó la hoja de piedra, el efecto fue inmediato.

La criatura se quedó inmóvil, después empezó a convulsionarse y a sisear. El ácido de su lengua burbujeaba sobre la espada que, entre las manos de Josh, seguía vibrando como un diapasón. Un instante más tarde, empezó a desprender calor y a destellar brillos blancos. Josh apretó los ojos...

...Y detrás de sus ojos cerrados, el joven vislumbró una serie de imágenes: un horizonte maldito y en ruinas repleto de rocas negras; un paisaje bañado en piscinas de lava bermeja; el cielo hervía de nubes mugrientas que rociaban una lluvia de cenizas y piedras carbonizadas. Extendida en la bóveda celeste, pendida de las nubes, aparecía una especie de raíces de un árbol descomunal. Las raíces eran el origen de la ceniza blanca: estaban disolviéndose, marchitándose, muñéndose...

Nidhogg sacudió la lengua para alejarla de la espada.

Josh, completamente fascinado, abrió los ojos y, de forma simultánea, su aura empezó a brillar con más fuerza, con más intensidad. El muchacho quedó completamente cegado por la luz. Asustado, balanceando la espada ante él, empezó a dar pasos hacia atrás hasta toparse con la pared de la cocina. El resplandor de su aura le había opacado la vista. Josh quería frotarse los ojos, pero no se atrevía a aflojar la empuñadura. A su alrededor, el joven escuchaba cómo se desplomaban las piedras, cómo se agrietaba el yeso y cómo se rompía la madera. Entonces se dejó guiar por una corazonada y encogió los hombros, como si estuviera esperando a que algo le cayera sobre la cabeza.

—¿Scatty?

Pero no obtuvo respuesta. Alzó el tono de voz: —¡Scatty!

Entornando los ojos, deshaciéndose de los puntos negros que bailaban ante él, Josh avistó al monstruo arrastrando a Scathach fuera de la casa. Su lengua, ahora ennegrecida y de color marrón, le colgaba de un lado de la mandíbula. Sujetando a la Guerrera en un puño bien cerrado, dio media vuelta y se abrió paso a través del jardín devastado. Su alargada cola barría los escombros hacia un lado de la casa, rompiendo en mil pedazos el único cristal que permanecía intacto. Después, la criatura se incorporó sobre sus dos patas traseras, como un lagarto cogido por el pescuezo, y se dirigió hacia el vestíbulo, casi pisoteando a la figura ataviada con una armadura blanca que permanecía en la retaguardia. Sin dudarlo, aquella silueta desapareció tras la criatura.

Josh se tropezó con un agujero en un lado de la casa y se detuvo. Echó un vistazo por encima del hombro. Aquella cocina que unas horas antes tenía un aspecto familiar y agradable ahora estaba en ruinas. Después, miró hacia la espada y esbozó una sonrisa. Había logrado detener al monstruo. La tímida sonrisa se transformó en una carcajada. Había luchado y salvado a su hermana y a todos los demás que estaban en la casa... excepto a Scatty.

Respirando hondamente, Josh saltó sobre los escalones y salió corriendo hacia el jardín, dirigiéndose hacia el vestíbulo para perseguir los pasos del monstruo.

—No me puedo creer que esté haciendo esto —murmuró—. Ni siquiera me cae bien Scatty. Bueno, tampoco me cae mal... —se corrigió.

32

icolás Maquiavelo siempre había sido un hombre cauteloso y prudente.

Había sobrevivido e incluso prosperado en la corte de los Médicis, famosa por sus atrocidades, en Florencia a lo largo del siglo XV, una época en que la intriga era un modo de vida y las muertes violentas y los asesinatos, el pan de cada día. Su libro más famoso, El Príncipe, fue el primero en sugerir que el uso de la astucia, los tapujos, las mentiras y los engaño eran perfectamente aceptables si se trataba de un gobernante.

Maquiavelo era un superviviente porque era sutil, prudente, listo y, sobre todas las cosas, astuto.

Entonces, ¿qué le había empujado a acudir a las Dísir? Las Valkirias no entendían el significado de sutil y no conocían la palabra cautela.

Su idea de inteligencia y astucia se había limitado a liberar a Nidhogg, un monstruo incontrolable, en el corazón de una ciudad moderna. Y él lo había permitido.

Ahora, las calles retumbaban con el sonido de cristales haciéndose añicos, madera rompiéndose y edificios tambaleándose. Las alarmas de cada automóvil y casa del distrito habían empezado a sonar y había luces encendidas en las casas vecinas de aquel callejón por el que, de momento, no se había aventurado nadie.

—¿Qué está ocurriendo allí? —se preguntó Maquiavelo en voz alta.

—¿Nidhogg se está dando un festín con la Guerrera? —sugirió Dee distraídamente. Su teléfono móvil empezó a vibrar, abstrayéndole de lo verdaderamente importante.

—¡No, no lo está! —exclamó de forma repentina Maquiavelo. Abrió la puerta, se apeó del coche, agarró a Dee por el cuello y le arrastró fuera del coche. Después, gritó—: ¡Dagon! ¡Sal!

Dee intentó encontrar el suelo con los pies, pero el italiano seguía arrastrándole, alejándole del coche.

—¿ Te has vuelto loco ? —chilló el doctor.

De forma inesperada, se produjo una explosión de cristales y Dagon salió propulsado directamente hacia el parabrisas del coche. Se deslizó por la capota hasta aterrizar junto a Maquiavelo y Dee, pero el Mago ni siquiera miró a la criatura. En su lugar, contempló aquello que había asustado al italiano.

Nidhogg se desplazaba por la sinuosa callejuela, hacia ellos, apoyándose sobre sus dos patas traseras. Una silueta de cabellera pelirroja colgaba entre sus garras.

—¡Atrás! —exclamó Maquiavelo, arrojándose al suelo y empujando a Dee con él.

Nidhogg pisoteó sin vacilar el elegante coche negro de marca italiana. Una de sus patas traseras atropelló directamente el centro del techo, aplastándolo hasta el suelo. Las ventanillas reventaron, rociando cristales cual una metralleta mientras el coche se doblaba por la mitad, de forma que las ruedas delanteras y traseras no rozaban el suelo.

La criatura desapareció entre la oscuridad nocturna.

Un segundo más tarde, una Dísir blanca pasó casi volando por encima de los restos del coche, evitándolo con un salto, mientras seguía a la criatura.

—¿Dagon? —susurró Maquiavelo mientras se daba la vuelta—. Dagon, ¿dónde estás?

—Estoy aquí.

El conductor se enderezó lentamente. Finalmente se incorporó y se sacudió los cristales de su traje negro. Se quitó las gafas de sol, completamente destrozadas, y las lanzó al suelo. Arco iris de colores le recorrían la mirada.

—Estaba sujetando a Scathach —dijo mientras se aflojaba el nudo de la corbata y se desabrochaba el primer botón de su camisa blanca.

—¿ Está muerta ? —preguntó Maquiavelo.

—Hasta que no lo vea con mis propios ojos, no creeré su muerte.

—Estoy de acuerdo. A lo largo de los años han aparecido varios informes detallando su muerte. ¡Y entonces aparece! Necesitamos un cuerpo.

Dee se levantó de un charco de lodo; sospechaba que Maquiavelo le había arrojado allí a propósito. Vertió el agua que se le había introducido en el zapato.

—Si Nidhogg la tiene, entonces la Sombra está muerta. Hemos conseguido nuestro objetivo.

Dagon desvió su mirada bulbosa para mirar el rostro del Mago.

—¡Maldito arrogante! Es evidente que hay algo en la casa que le ha asustando, y por eso está corriendo. Y, obviamente, no puede ser la Sombra porque la lleva entre

sus garras. Y recuerda, esta criatura no conoce el miedo. ¡Las tres Dísir entraron en. ese edificio, y sólo una ha salido con vida! Algo terrible ha sucedido ahí dentro.

—Dagon tiene razón: esto es un desastre. Debemos reconsiderar nuestra estrategia —comentó Maquiavelo, volviéndose hacia su chófer—. Te prometí que si las Dísir fracasaban, Scathach era tuya.

Dagon asintió.

—Y siempre has cumplido tu palabra.

—Ya hace cuatrocientos años que trabajas conmigo, que estás a mi lado. Siempre has sido leal y por ello te debo mi vida y libertad. Por eso, te libero de mi servicio —dijo finalmente el italiano—. Encuentra el cuerpo de la Sombra... y si aún sigue con vida, entonces haz lo que debes hacer. Márchate. Cuídate, viejo amigo.

Dagon dio media vuelta de inmediato. Entonces, de forma repentina, se detuvo y echó la mirada atrás.

—¿Cómo me has llamado?

Maquiavelo sonrió.

—Viejo amigo. Ten cuidado —dijo en tono amable—. La Sombra es más que peligrosa y ha asesinado a muchos de mis amigos.

Dagon aceptó con un movimiento de cabeza. Se quitó los zapatos y los calcetines, dejando así al descubierto sus pies de tres dedos.

—Nidhogg se dirigirá hacia el río —informó Dagon, abriendo la boca en un intento de sonreír—. Y el agua es mi hogar.

Entonces echó a correr por las calles parisinas, apoyando los pies descalzos sobre el pavimento.

Maquiavelo miró hacia la casa. Dagon tenía razón; algo había aterrado a Nidhogg. ¿Qué había ocurrido allí dentro? ¿Dónde estaban las otras dos Dísir?

De repente, empezaron a escuchar unos pasos. Un segundo más tarde, avistaron a Josh Newman corriendo por

el callejón, quien sujetaba la espada de piedra entre sus manos dejando una estela dorada a su paso. Sin mirar a la derecha ni a la izquierda, el muchacho pasó junto al coche destrozado sin inmutarse. Josh estaba concentrado en seguir las alarmas de los coches que se habían disparado cuando el monstruo había pasado por allí.

Maquiavelo miró a Dee.

—¿No es ése el chico norteamericano?

Dee afirmó con un gesto.

—¿Has visto lo que tenía entre las manos? Parecía una espada —comentó en voz baja—. ¿Una espada de piedra? ¿Crees que podría ser Excalibur?

—No era Excalibur —respondió Dee de inmediato.

—Sin duda, era una espada de piedra gris.

—Pero no era Excalibur.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Maquiavelo.

Dee hurgó bajo su abrigo y extrajo una espada de piedra corta, un arma idéntica a la que Josh empuñaba. La espada temblaba, vibraba casi de forma imperceptible.

—Porque yo poseo a Excalibur —contestó Dee—. El muchacho tiene su gemela, Clarent. Siempre sospechamos que Flamel la tenía.

Maquiavelo cerró los ojos e inclinó la cabeza ligeramente hacia atrás.

—Clarent. Con razón Nidhogg ha huido de la casa —dijo mientras sacudía la cabeza. ¿Podía empeorar todavía más la noche?

El teléfono de Dee volvió a vibrar y los dos hombres dieron un brinco. El Mago casi parte el teléfono cuando contestó.

—¿Qué? —gruñó.

Permaneció en silencio unos momentos, escuchando la voz del otro lado de la línea. Después, colgó el teléfono con tranquilidad. Cuando volvió a hablar, su voz se había convertido en un suave susurro.

—Perenelle ha escapado. Ha huido de Alcatraz.

Sacudiendo una vez más la cabeza, Maquiavelo dio media vuelta y comenzó a caminar hacia los Campos Elíseos. Acababa de obtener la respuesta a su pregunta. La noche acababa de empeorar. Nicolas Flamel le asustaba, pero su esposa, Perenelle, le atemorizaba.

33

o soy ninguna jovencita! —exclamó Sophie Newman furiosa—. Y créeme que sé mucho más que sólo Magia del Fuego, Dísir. El nombre le vino a la cabeza de forma repentina. Ahora, Sophie sabía todo aquello que la Bruja de Endor conocía sobre estas criaturas. La Bruja las despreciaba.

—Sé quiénes sois —dijo bruscamente mientras su mirada destellaba un brillo plateado—. Valkirias.

Incluso entre los Inmemoriales, las Dísir eran diferentes. Jamás habían habitado en Danu Talis, sino que habían preferido poblar las tierras heladas ubicadas en la parte más al norte del mundo, el hogar de vientos cortantes y hielo aguanieve. Los terribles años que siguieron después de la caída de Danu Talis, el mundo había girado sobre su propio eje y la Gran Helada había afectado a la mayor parte del planeta. De norte a sur, unas capas de hielo fluían por el paisaje, empujando así a los humanos hacia el diminuto cinturón verde que existía al borde del ecuador. Civilizaciones enteras desaparecieron, devastadas por los continuos cambios climáticos, las enfermedades y el hambre. El nivel de los mares subió, sumergiendo así a centenares de ciudades costeras y alterando el paisaje mientras el hielo invadía los pueblos y las ciudades del interior.

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