El Mago (27 page)

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Authors: Michael Scott

Tags: #fantasía

BOOK: El Mago
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—Humanos —comentó una de las Dísir—. Ningún humano puede enfrentarse a la Sombra.

—Pero nosotras no somos humanas —anunció la joven apoyada en el cristal de la ventana.

Nosotras somos las Dísir —finalizó la mujer sentada en frente de Dee—. Somos las Doncellas Protectoras, las Electoras de la Muerte, las Guerreras de...

—Sí, sí, sí —interrumpió Dee de modo impaciente—. Sabemos de sobra quiénes sois: las Valkirias, probablemente las mejores guerreras que este mundo haya visto según vuestros publicistas. Queremos saber si podéis derrotar a la Sombra.

La Dísir de ojos color añil pálido se volvió y se puso lentamente en pie. Se deslizó por encima de la alfombra y se colocó enfrente del Mago inglés. De repente, sus dos hermanas se unieron a su lado y la temperatura cayó en picado.

—Sería un error mofarse de nosotras, doctor Dee —dijo una de ellas. Dee suspiró.

—¿Podéis vencer a la Sombra? —preguntó Dee una vez más—. Porque si la respuesta es no, no me cabe la menor duda de que habrá otros que estarían encantados de hacerlo —amenazó mientras extraía su teléfono móvil—. Puedo llamar a las Amazonas, a los Samurais o a los Bogatyr.

La temperatura en la habitación seguía descendiendo mientras Dee articulaba sus palabras. Al pronunciarlas, también exhalaba un vaho blanco. Unos diminutos cristales de hielo se empezaban a formar entre las cejas y la barba del Mago inglés.

—¡Basta ya con estas artimañas! —exclamó Dee. Chasqueó los dedos y su aura resplandeció brevemente de color amarillo. De pronto, la temperatura de la habitación se templó, más tarde se caldeó y finalmente se cubrió del hedor a huevos podridos.

—No hay necesidad de acudir a estas criaturas menores. Las Dísir derrotarán a la Sombra —dijo la joven que estaba al lado derecho de Dee. —¿Cómo? —exigió Dee.

—Tenemos algo que los demás guerreros no poseen.

—Estáis hablando con adivinanzas —protestó el Mago de modo impaciente.

—Decídselo —ordenó Maquiavelo.

La Dísir con mirada más pálida ladeó la cabeza hacia el italiano y después observó al Mago.

—Tú destruiste el Yggdrasill y liberaste a nuestra mascota que, durante tanto tiempo, ha estado atrapada entre las raíces del Árbol del Mundo.

Algo destelló tras los ojos de Dee y un músculo de su mandíbula empezó a temblar de forma nerviosa.

—¿Nidhogg? —preguntó, desviando su mirada hacia Maquiavelo—. ¿Tú lo sabías?

Maquiavelo afirmó con un gesto.

—Por supuesto.

La Dísir con ojos color añil dio un paso hacia delante, acercándose a Dee, y clavó su mirada en él.

—Así es. Tú liberaste a Nidhogg, el Devorador de Cadáveres.

Con la cabeza aún inclinada hacia delante, la Dísir apartó la mirada del Mago y observó a Maquiavelo. Sus hermanas imitaron sus movimientos.

—Llévanos hacia donde se esconde la Sombra y los demás. Después, déjanos solas. Cuando hayamos soltado a Nidhogg, Scathach no tendrá escapatoria.

—¿Podéis controlar a la criatura? —preguntó Maquiavelo con curiosidad.

—Cuando la bestia se alimente de la Sombra, consuma sus recuerdos y devore su carne y sus huesos, necesitará

dormir. Después del banquete que le supondrá Scathach, probablemente dormirá durante un par de siglos. Entonces podremos capturarla.

Nicolás Maquiavelo asintió con la cabeza.

—No hemos discutido sobre vuestros honorarios.

Las tres Dísir sonrieron e incluso Maquiavelo, que había presenciado horrores, dio un paso atrás al ver las expresiones en sus rostros.

—No hay honorarios —informó la Dísir de mirada añil—. De este modo restableceremos el honor de nuestro clan y vengaremos las pérdidas de nuestra familia. Scathach, la Sombra, destruyó a muchas de nuestras hermanas.

Maquiavelo hizo un gesto indicando su comprensión. —Lo entiendo. ¿Cuándo atacaréis? —Al amanecer.

—¿Por qué no ahora? —exigió Dee.

—Somos criaturas del crepúsculo. En ese momento, cuando ya no es día ni todavía es noche, estamos en plena forma —explicó una.

—En ese momento somos invencibles —añadió su hermana.

25

upongo que debo de estar aún en el horario norteamericano —dijo Josh.

—¿Por qué? —preguntó Scathach. La Guerrera y Josh se encontraban en el equipado gimnasio ubicado en el sótano de la casa del conde. Una de las paredes se hallaba cubierta por un gigantesco espejo, en el que se reflejaban el muchacho y la vampira rodeados por las últimas máquinas para hacer ejercicio.

Josh echó un vistazo al reloj colgado en la pared. —Son las tres de la madrugada... Debería estar agotado, pero aún estoy desvelado. Podría ser porque en San Francisco son las seis de la tarde. Scathach asintió.

—Ésa es una de las razones. Otra es porque estás rodeado de personas como Nicolas y Saint-Germain y, sobre todo, de tu hermana y Juana de Arco. Aunque tus poderes no hayan sido Despertados, estás acompañado por algunas de las auras más poderosas del planeta. Tu propia aura está absorbiendo parte de su poder, lo cual te llena de energía y vitalidad. Sin embargo, el hecho de que no estés cansado no significa que no debas descansar —añadió—. Bebe mucha agua. Tu aura consume muchos líquidos, así que necesitarás mantenerte hidratado.

Una puerta se abrió. De ella apareció Juana, quien enseguida se adentró en el gimnasio. Si bien Scathach lucía prendas oscuras y sombrías, Juana llevaba una camiseta blanca, unos pantalones bombachos del mismo color y zapatillas de deporte de color níveo. Sin embargo, al igual que la Guerrera, Juana también tenía un arma.

—Me estaba preguntando si necesitarías un ayudante —ofreció con expresión tímida.

—Pensé que te habrías ido a la cama —le respondió Scathach.

—Últimamente no duermo mucho. Y cuando logro conciliar el sueño, las pesadillas me atormentan. Tengo pesadillas con fuego —comentó con una sonrisa triste—. ¿Acaso no es una ironía paradójica? Estoy casada con el Maestro del Fuego y me aterran los sueños relacionados con el fuego.

—¿Dónde está Francis?

—En su estudio, trabajando. Se pasa allí las horas. Ya no estoy segura de si alguna vez duerme. Ahora —dijo cambiando de tema y desviando la mirada hacia Josh—, ¿cómo va tu progreso?

—Aún estoy aprendiendo a sujetar la espada —murmuró Josh con un tono algo avergonzado.

Había visto multitud de películas y creía saber cómo luchar con una espada. No obstante, jamás se había imaginado que el simple hecho de sujetarla fuera tan difícil. Scathach se había pasado la última media hora intentando enseñarle cómo sujetar a Clarent sin desplomarla al suelo. Sin embargo, no había tenido mucho éxito; cada vez que Josh giraba el arma, el peso se arrastraba a la empuñadura. Ahora, el suelo del gimnasio, cubierto de madera pulida, estaba lleno de grietas y agujeros provocados por la espada.

—Es más difícil de lo que creía —admitió finalmente—. No sé si aprenderé algún día.

—Scathach puede enseñarte a luchar con una espada —comentó Juana confiada-—. Ella me instruyó a mí. Convirtió a una granjera en una guerrera.

Giró la muñeca y empuñó una espada del mismo tamaño que ella. La ondeó y la giró en el aire, produciendo un sonido que fácilmente podía confundirse con un gemido humano. Josh intentó imitar los movimientos y Clarent salió disparada de su mano. Se quedó clavada en la madera del suelo, agrietándola y meciéndose de un lado a otro.

—Lo siento —musitó Josh.

—Olvídate de todo lo que sabes sobre el manejo de la espada —ordenó Scathach. Después clavó la mirada en Juana y explicó—: Ha visto demasiada televisión. Cree que puede girar la espada como si fuera la batuta de una animadora.

Juana esbozó una sonrisa. Con agilidad, volteó su espada a modo de presentación, con la empuñadura señalando al muchacho.

—Cógela.

Josh alargó su mano derecha.

—Sería una buena idea que utilizaras ambas manos —sugirió la joven francesa.

Josh prefirió ignorar el comentario. Envolviendo la empuñadura de la espada de Juana con sus dedos, intentó alzarla. Y fracasó. No podía sujetar tanto peso.

—Quizá ahora entiendas por qué no hemos adelantado —refunfuñó Scatty. La Guerrera arrebató la espada de las manos de Josh y la lanzó hacia Juana, quien la atrapó sin dificultad alguna.

—Empecemos con aprender a sujetar una espada.

Juana adoptó una posición al lado derecho de Josh mientras Scathach permanecía a su izquierda.

—Mira hacia delante.

Josh contempló el espejo. Si bien él y la Sombra se veían reflejados en el cristal, a Juana la rodeaba un resplandor plateado. El joven pestañeó y apretó los ojos de forma incrédula, pero cuando volvió a abrirlos, la neblina seguía ahí.

—Es mi aura —explicó Juana, anticipándose a la pregunta que Josh estaba a punto de formular—. Generalmente, resulta invisible para los ojos humanos, pero a veces aparece en fotografías y espejos.

—Y tu aura es igual que la de Sophie —dijo Josh.

Juana de Arco ladeó la cabeza expresando su desacuerdo.

—Oh, no, no es igual que la de tu hermana —contestó la joven francesa sorprendiendo a Josh—. La suya es mucho más poderosa.

Juana de Arco hizo girar su larga espada, de forma que el extremo del arma acabó clavado en el suelo, entre sus pies, mientras ésta posaba las manos sobre la empuñadura.

—Bien, haz lo mismo que nosotras. Movimientos lentos.

Entonces extendió el brazo derecho, sujetando la alargada espada con firmeza y seguridad. A la izquierda del muchacho, la Sombra estiró ambos brazos, empuñando así las dos espadas cortas que Josh ya había avistado antes.

Josh envolvió la empuñadura de la espada de piedra con sus dedos y extendió el brazo derecho. Antes de estirarlo por completo, Josh sintió cómo le temblaba por el peso del arma. Rechinando los dientes, trató de mantener el brazo firme.

—Pesa demasiado —jadeó mientras descendía el brazo y rotaba el hombro. Los músculos le ardían. En ese instante se acordó del primer día de fútbol después de las vacaciones de verano.

—Inténtalo así. Fíjate en mí.

Juana le mostró cómo asir la empuñadura con ambas manos a la vez.

De este modo, utilizando las dos manos, Josh descubrió que era mucho más sencillo sujetar la espada con estabilidad. Volvió a intentarlo, pero esta vez prefirió utilizar únicamente una mano. Durante unos treinta segundos, el arma permaneció inmóvil, sólida; después, el extremo comenzó a temblar. Con un suspiro que expresaba su desengaño, Josh bajó los brazos.

—No puedo hacerlo con una mano —murmuró.

—Con práctica, podrás hacerlo —respondió una Scathach que estaba empezando a perder la paciencia—. Mientras tanto, te enseñaré cómo blandiría utilizando ambas manos, al más puro estilo oriental.

Josh asintió.

—Así será más sencillo.

Durante muchos años, el joven había practicado taekwondo, y siempre había querido asistir a clases de kendo, esgrima japonesa, pero sus padres siempre se habían negado, alegando que era demasiado peligroso.

—Todo lo que necesita es práctica —añadió Juana con rostro serio mientras observaba la imagen de la Guerrera en el cristal. La mirada de Scatty brillaba y centelleaba.

—¿Cuánta práctica? —preguntó Josh.

—Tres años como mínimo.

—¿ Tres años ?

Tomando aliento, se secó el sudor de las manos en los pantalones y agarró una vez más la empuñadura. Después contempló su propio reflejo en el espejo y estiró los brazos.

—Espero que a Sophie le vaya mejor que a mí —susurró.

El conde de Saint-Germain había acompañado a Sophie al diminuto jardín ubicado en la azotea de la casa. Las vistas de la capital francesas eran espectaculares. La joven se inclinó hacia la barandilla para observar los Campos Elíseos. Al fin las calles estaban despejadas, carentes de tráfico, y la ciudad se hallaba sumida en un silencio absoluto. Sophie respiró profundamente; el aire era fresco y húmedo. El olor amargo del río Sena se veía apagada por las fragancias herbales que desprendían las macetas que decoraban los tejados de París. Sophie se envolvió el cuerpo con los brazos, y, temblando, se acarició los antebrazos con vigor.

—¿Frío? —preguntó Saint-Germain.

—Un poco —respondió. Sin embargo, dudaba si era frío o nervios. Sabía que el conde la había conducido hacia allí para instruirla en la Magia del Fuego.

—Después de esta noche, jamás volverás a sentir frío —prometió Saint-Germain—. Podrás caminar por la Antártida con ropa de verano y no sentirás la temperatura gélida.

El músico se apartó el mechón de cabello de la frente y arrancó una hoja de una maceta. Con cuidado, la colocó entre las palmas de las manos y las frotó. El fresco aroma a hierbabuena cubrió la atmósfera.

—A Juana le encanta cocinar. Cultiva todas sus hierbas culinarias aquí arriba —explicó mientras inhalaba hondamente—. Hay doce especies diferentes de menta, orégano, tomillo, salvia y albahaca. Y, cómo no, de lavanda. Adora la lavanda; le recuerda a la época de su juventud.

—¿Dónde conociste a Juana? ¿Aquí, en Francia?

—Finalmente, coincidimos en París, pero, lo creas o no, la conocí por primera vez en California. Fue en 1849; yo estaba haciendo un poco de oro y Juana estaba trabajando como misionera, dirigiendo un comedor de beneficencia y un hospital para aquellos que habían decidido ir hacia el oeste en busca de oro.

Sophie frunció el ceño.

—¿Tú estabas haciendo oro durante la Fiebre del Oro? ¿Por qué?

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