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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

El lamento de la Garza (46 page)

BOOK: El lamento de la Garza
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Maya volvió a ver a Shigeko brevemente durante la primavera, cuando su hermana llegó en barco con Hiroshi y el
kirin
hembra en el viaje hacia Miyako. La gemela se había familiarizado con la pasión de Taku por Sada, y examinó a su hermana y a Hiroshi para ver si mostraban los mismos síntomas. Parecía que hubiera pasado una eternidad desde que Miki bromeara con Shigeko acerca de Hiroshi. ¿Se había tratado tan sólo de un enamoramiento juvenil, o acaso su hermana mayor aún amaba al hombre que había pasado a ser su lacayo principal? Y él, ¿la amaría a ella? Al igual que Takeo, Maya se había percatado de la rápida reacción de Hiroshi cuando
Tenba
se asustó durante la ceremonia en Maruyama, y había sacado las mismas conclusiones. Ahora no estaba tan segura: por una parte, ambos parecían tratarse de una manera distante y formal, y por otra, daba la impresión de que cada uno interpretaba los pensamientos del otro y de que entre ellos existía una especie de armonía. Shigeko había asumido un nuevo aire de autoridad, y Maya ya no se atrevía a burlarse de ella ni a interrogarla.

En el cuarto mes, después de que Shigeko e Hiroshi hubieran partido junto al
kirin
hacia Akashi, Taku empezó a preocuparse por las demandas de los extranjeros, quienes habían regresado desde Hagi y estaban ansiosos por establecer un puesto comercial permanente a la mayor brevedad posible. Fue alrededor de ésta época cuando Maya acabó por darse cuenta de los cambios que habían ido teniendo lugar, paulatinamente, desde los primeros días de primavera. Parecían confirmar los inquietantes rumores que había escuchado en invierno.

Maya había vivido desde su infancia con la creencia de que los Muto profesaban una lealtad inquebrantable hacia los Otori, y que así mismo controlaban la fidelidad de las familias de la Tribu —con la excepción de los Kikuta, quienes odiaban a Takeo y buscaban su muerte—. Shizuka, Kenji y Taku pertenecían a los Muto y habían sido los mejores consejeros y maestros de Maya durante toda la vida de la gemela. Por eso tardó en comprender e interpretar las señales que tenía ante sus propios ojos.

Cada vez acudían menos mensajeros a la casa; la información les llegaba con tanta tardanza que carecía de utilidad. Los guardias se reían disimuladamente a espaldas de Taku por la obsesión de éste con respecto a Sada, una mujer varonil que había debilitado y desquiciado al hijo menor de Shizuka. Maya se vio forzada a realizar la mayoría de las tareas domésticas, pues las criadas se fueron volviendo perezosas, incluso insolentes. A medida que las sospechas hicieron mella en la gemela, ésta decidió seguir a las sirvientas hasta la taberna, donde escuchaba las historias que allí contaban: que Taku y Sada eran hechiceros, y que en sus encantamientos utilizaban el fantasma de un gato.

Fue precisamente en aquel lugar donde Maya se enteró de otras conversaciones entre los Muto, los Kuroda y los Imai. Después de quince años de paz durante los cuales comerciantes y campesinos habían disfrutado de un incremento sin precedentes en cuanto a prosperidad, influencia y poder se refería, la Tribu añoraba ahora los viejos tiempos en que controlaba el comercio, los préstamos de dinero y la venta al por menor, cuando los señores de la guerra competían por dominar los poderes extraordinarios de los miembros de la organización.

Las lealtades inciertas que Kenji había mantenido en pie gracias a su fortaleza de carácter, su experiencia y astucia, empezaban a deshacerse y a transformarse ahora que Kikuta Akio había emergido tras largos años de aislamiento.

Maya escuchó su nombre en varias ocasiones a principios del cuarto mes, y cada vez su interés y curiosidad iban en aumento. Una noche, poco antes de la luna llena, acudió sigilosamente a la taberna a orillas del río; la ciudad estaba más animada que de costumbre porque Zenko y Hana habían regresado con su séquito, y en el abarrotado local reinaba un ambiente bullicioso.

A Maya le gustaba hacerse invisible y ocultarse bajo la veranda. Aquella noche había demasiado ruido como para captar mucha información, a pesar de su fino sentido del oído; pero consiguió detectar la expresión "maestro de los Kikuta" y supo entonces que Akio se encontraba en el interior de la taberna.

Le sorprendía sobremanera que Akio se atreviera a aparecer abiertamente en Hofu, y más aún el hecho de que tantos miembros de la Tribu no sólo tolerasen su presencia, sino que le buscasen deseando darse a conocer. Era evidente que Akio se encontraba bajo la protección de Zenko; incluso escuchó comentarios que hablaban de Zenko como "el maestro de los Muto". La gemela tomaba semejantes palabras como traición, aunque desconocía aún su verdadera magnitud. Maya había empleado sus poderes extraordinarios a escondidas a lo largo del invierno, y había adquirido cierta arrogancia con respecto a ellos. Introdujo la mano en su casaca y palpó el cuchillo. Sin una idea clara de lo que pretendía hacer, se hizo invisible de nuevo y se dirigió a la entrada de la taberna.

Las puertas estaban abiertas de par en par para aprovechar la brisa que llegaba del sureste. Las lámparas ardían arrojando humo y el ambiente estaba impregnado de olores intensos: pescado asado, vino de arroz, aceite de sésamo y jengibre.

La gemela examinó los diferentes grupos e inmediatamente identificó a Akio, porque él la detectó a pesar de la invisibilidad. En ese momento Maya cayó en la cuenta de lo peligroso que aquel hombre era y lo débil que ella resultaba en comparación; la mataría sin dudarlo un instante. Akio se levantó de un salto y dio la impresión de que volaba por el aire en dirección a ella, sacando las armas mientras se desplazaba. Maya se percató del destello de los cuchillos, oyó cómo silbaban al atravesar el espacio y, sin pararse a pensar, se arrojó al suelo. De repente, todo cambió a su alrededor. Ahora veía a través del gato. Notaba la textura del suelo bajo las zarpas almohadilladas y con las uñas arañaba los tablones de la veranda a medida que salía huyendo y se adentraba en la oscuridad de la noche.

Percibió tras de sí la presencia del muchacho, Hisao. Notó que él la buscaba con la mirada y escuchó fragmentos de su voz que fueron formando las palabras que ella había temido entender:

"Ven a mí. Te he estado esperando."

Y el gato sólo deseaba regresar a él.

* * *

Maya escapó en busca de la única protección que conocía, la de Sada y Taku. Dormían profundamente, pero les despertó. Ellos trataron de calmarla mientras ella forcejeaba para adquirir su aspecto humano. Sada la llamaba por su nombre mientras Taku la miraba fijamente a los ojos, tratando de hacerla regresar, luchando contra la potente mirada de la niña. Por fin las extremidades se le aflojaron y pareció quedarse dormida unos instantes. Cuando abrió los ojos, ya era de nuevo un ser humano y sintió la necesidad de contarles todo lo que sabía.

Taku se mantuvo en silencio mientras Maya relataba lo que había escuchado. A pesar de su desconsuelo la gemela mantenía los ojos secos, y él admiró su capacidad de autocontrol.

—De manera que existe algún vínculo entre Hisao y el gato —observó Taku.

—Es él quien llama al gato —repuso Maya en voz baja—. Él es el maestro.

—¿El maestro del gato? ¿De dónde has sacado semejante expresión?

—Es lo que dicen los fantasmas, cuando se lo permito.

Taku sacudió la cabeza, impresionado.

—¿Sabes quién es Hisao?

—El nieto de Muto Kenji. —Hizo una pausa y añadió con indiferencia:— El hijo de mi padre.

—¿Desde cuándo lo sabes? —quiso saber Taku.

—Oí que se lo contabas a Sada el otoño pasado, en Maruyama.

—La primera vez que vimos al gato —susurró Sada.

—Hisao debe de ser un "maestro de espíritus" —concluyó Taku, quien a continuación oyó cómo Sada ahogaba un grito y notó que a él mismo se le erizaba el vello de la nuca—. Creí que sólo existían en las leyendas.

—¿Qué significa? —se interesó Maya.

—Significa que tiene la habilidad para caminar entre los mundos, que escucha las voces de los difuntos. Los muertos le obedecen. Tiene poder para apaciguarlos o incitarlos. El asunto es mucho peor de lo que imaginábamos.

Por primera vez Taku sintió miedo por Takeo, un temor primitivo ante lo sobrenatural, así como una profunda inquietud por la traición de la que Maya le había informado. Se indignó consigo mismo por su propia complacencia y su falta de atención.

—Y ahora, ¿qué hacemos? —preguntó Sada con un hilo de voz. Rodeó a Maya con los brazos y la apretó contra sí. Los brillantes ojos de la gemela, carentes de lágrimas, se clavaron en el rostro de Taku.

—Tenemos que llevarnos a Maya —respondió él—; pero antes iré a ver a mi hermano. Le haré una última petición y averiguaré hasta qué punto está involucrado con Akio, y cuánto saben ambos sobre Hisao. Imagino que desconocerán el don del muchacho; ya nadie entiende de estas cosas en la Tribu. Todos nuestros informes indican que Hisao carece por completo de dotes o poderes extraordinarios.

"¿Lo sabía Kenji?" Tal pensamiento le asaltó la mente y de nuevo cayó en la cuenta de lo mucho que añoraba al maestro de los Muto y, en un raro instante de autocrítica, reflexionó que había fracasado a la hora de reemplazarle.

—Iremos a Inuyama —anunció—. Trataré de reunirme con Zenko mañana, pero en todo caso tenemos que marcharnos. Hay que alejar a Maya de Hofu.

—No hemos tenido noticias del señor Takeo desde que Terada llegó de Hagi —comentó Sada, inquieta.

—Antes no me preocupaba; pero ahora, sí —afirmó Taku, atenazado por la sensación de que todo empezaba a derrumbarse.

* * *

Esa misma noche, aunque apenas se atrevía a admitirlo ante sí mismo y mucho menos ante Sada o cualquier otra persona, Taku llegó a la conclusión de que Takeo estaba sentenciado, de que la red se iba estrechando a su alrededor y no tendría escapatoria. Mientras yacía despierto, consciente del robusto cuerpo de Sada a su lado, escuchaba la respiración constante de su amada y contemplaba cómo la noche iba palideciendo mientras cavilaba sobre cómo debía actuar. Tenía sentido obedecer a su propio hermano, quien tomaría las riendas de la Tribu, o incluso se las entregaría al propio Taku: los Muto y los Kikuta se reconciliarían y él no tendría que renunciar a Sada ni a su propia vida. Los instintos pragmáticos propios de los Muto le urgían a seguir ese camino. Intentó calcular mentalmente el precio que habría que pagar por su posible decisión. Sin duda, la vida de Takeo; también la de Kaede y probablemente la de sus hijas. Tal vez no la de Shigeko, a menos que ella se alzara en armas; pero Zenko consideraría peligrosas a las gemelas. Si Takeo luchaba hasta el fin, sucumbirían varios millares de guerreros Otori, aunque eso tampoco le preocupaba en exceso. En cuanto a Hiroshi...

Fue el pensamiento de Hiroshi lo que le detuvo. De niño, siempre había envidiado en secreto a su amigo por su carácter franco propio de los guerreros, su valentía y su inquebrantable sentido del honor y la lealtad. Habían competido entre sí y Taku solía bromear con él, tratando en todo momento de impresionarle favorablemente. Le había querido más que a cualquier ser humano hasta que conoció a Sada. Taku era consciente de que Hiroshi se quitaría la vida antes que abandonar a Takeo y servir a Zenko, y no soportaba pensar en el semblante de Hiroshi si se enterara de que Taku había desertado para unirse a su hermano mayor.

"Qué necio es Zenko", pensó como otras veces; odiaba a su hermano por haberle colocado en aquella posición intolerable. Atrajo a Sada hacia sí. "Nunca imaginé que me fuera a enamorar", se dijo mientras la despertaba con delicadeza y, aunque en ese momento lo ignoraba, por última vez. "Nunca creí que fuera a ejercer el papel de noble guerrero."

* * *

Taku envió mensajes a la mañana siguiente y recibió la respuesta antes del mediodía. Se le ofrecían las cortesías habituales y se le invitaba a la residencia de Hofu a cenar con Zenko y Hana. Pasó las horas siguientes preparándose para el viaje, si bien no abiertamente, ya que no deseaba llamar la atención con respecto a su partida. Fue cabalgando a la residencia del castillo con cuatro de los hombres que le habían acompañado desde Inuyama, pues confiaba más en ellos que en los que los Muto le habían proporcionado a su llegada a Hofu.

En cuanto Taku vio a su hermano percibió un cambio en él. Zenko se había dejado bigote y barba, pero sobre todo mostraba un nuevo aire de seguridad, una arrogancia mayor. También se percató, aunque no hizo comentario alguno, de que Zenko llevaba alrededor del cuello una elaborada hilera de cuentas de marfil para la oración, similar a las que exhibían don Joao y don Carlo, quienes también se hallaban presentes. Antes de proceder a cenar se le pidió a don Carlo que pronunciara una bendición, durante la cual Hana y Zenko permanecieron sentados con las manos entrelazadas, la cabeza baja y una expresión de pronunciada piedad.

Taku se dio cuenta de la nueva cordialidad entre su hermano y los extranjeros, de las atenciones y alabanzas que se dedicaban mutuamente. Escuchó repetidamente el nombre de Deus en la conversación y, con una mezcla de perplejidad y disgusto, tomó conciencia de que su hermano se había convertido a la religión de los extranjeros.

¿Había asumido sus creencias realmente, o fingía haberlo hecho? Taku no consideraba posible que la actitud de Zenko fuera sincera. Siempre había sido un hombre carente de fe o intereses espirituales —como él mismo a este respecto—. Por tanto dedujo que su hermano debía de haber descubierto alguna ventaja para sí, tal vez en el terreno militar, y la ira empezó a crecer en su interior al reflexionar lo mucho que los extranjeros podían aportar en cuanto a barcos y armas de fuego.

Zenko percibió el creciente malestar de Taku y cuando la cena hubo terminado, comentó:

—Hay asuntos que tengo que discutir con mi hermano. Por favor, excusadnos durante un rato. Taku, ven al jardín. Es una hermosa noche, con la luna casi llena.

Taku le siguió, con los sentidos alerta, aguzando el oído en busca de pasos desconocidos, de un aliento inesperado. ¿Acaso habría asesinos escondidos en el jardín, y su hermano le acercaba a corta distancia de sus cuchillos? ¿O serían armas de fuego? El vello se le erizó al pensar en aquella arma que mataba desde lejos, que ni siquiera las dotes de la Tribu podían detectar.

Como si leyera sus pensamientos, Zenko dijo:

—No hay razón para que seamos enemigos. Tratemos de no matarnos el uno al otro.

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