El lamento de la Garza (45 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantastico

BOOK: El lamento de la Garza
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Las palabras le habían salido de la boca como un torrente. "Ha escondido la historia en su interior durante años", pensó Hana, impresionada por lo que había escuchado y, al mismo tiempo, emocionada por el hecho de que Akio hubiera confiado en ella.

—Cuando Takeo regrese del Este, Kaede se habrá enterado de todo lo que me cuentas —afirmó—. Conseguiré separarlos. Ella nunca le perdonará. Conozco a mi cuñado: huirá de Kaede y se apartará del mundo; buscará refugio en Terayama. El templo cuenta con pocas defensas. Nadie te esperará. Allí puedes cogerle por sorpresa.

Akio mantenía los ojos entornados. Exhaló un profundo suspiro.

—Es lo único que calmará mi dolor.

Hana se vio sorprendida por el deseo de atraerle hacia sí, de aliviar parte de su sufrimiento; estaba segura de que podría consolarle por la muerte —le costaba verlo como "asesinato"— de su esposa. Sin embargo, llevada por la prudencia, decidió guardar semejante placer para el futuro. Había otro asunto que deseaba comentar con Akio.

—¿Ha conseguido Hisao fabricar un arma lo bastante pequeña para transportarla a escondidas? —se interesó—. Nadie podría acercarse lo suficiente a Takeo para matarle con una espada, pero tengo entendido que las armas de fuego pueden emplearse desde cierta distancia, ¿no es así?

Akio asintió con un gesto y, al responder, lo hizo con más calma, como si le tranquilizara cambiar de tema.

—La ha probado en el litoral. Tiene un alcance superior al arco, y la bala es mucho más rápida que una flecha —hizo una pausa—. Tu marido está especialmente interesado en el uso de esta arma, por la forma en que murió su padre. Quiere que Takeo pierda la vida de una manera igual de deshonrosa.

—Parece justo —aprobó Hana—; me agrada. Pero imagino que tendrás que darle a Hisao la oportunidad de que ensaye. Yo sugeriría una prueba para asegurarnos de que todo funciona, de que no le pierden los nervios y es capaz de mantener su objetivo a pesar de la presión.

—¿Tiene a alguien en mente la señora Arai? —Akio le clavó los ojos; cuando sus miradas se encontraron, el corazón de Hana dio un vuelco de emoción.

—De hecho, así es —respondió quedamente—. Acércate un poco más y te susurraré el nombre.

—No hace falta. Me lo imagino.

Pero de todas formas se aproximó, tanto así que Hana pudo oler su aliento y escuchar los latidos de su corazón. Ninguno de ellos habló ni efectuó movimiento alguno. El viento agitaba los biombos y desde el puerto llegaba el chillido de las gaviotas.

Pasados unos instantes, Hana escuchó la voz de Zenko, en el patio.

—Mi marido ha vuelto —anunció poniéndose en pie, sin saber a ciencia cierta si lo que sentía era alivio o decepción.

* * *

El señor y la señora Arai viajaban con frecuencia entre Kumamoto y Hofu; por lo tanto, su llegada a la ciudad portuaria al poco tiempo del regreso de los extranjeros no causó sorpresa. El barco en el que éstos llegaron había alzado velas casi de inmediato en dirección a Akashi, llevando a bordo a la señora Maruyama Shigeko, a Sugita Hiroshi y a la legendaria hembra de
kirin,
a la que la población de Hofu despidió con una mezcla de orgullo y lástima, pues dado que la insólita criatura había tomado tierra en su ciudad por primera vez, la apreciaban como algo propio. Terada Fumio levó anclas poco después para unirse en las cercanías del cabo a su padre, Fumifusa, y a la flota Otori.

Los extranjeros habían visitado a menudo la residencia del señor Arai, por lo que el hecho de que les volvieran a invitar en cuanto llegaron a la ciudad no levantó sospechas. La conversación resultaba más fluida, ya que la intérprete se mostraba más atrevida y confiada, y don Carlo ya era capaz de defenderse en el idioma del país.

—Nos habréis tomado por necios al no estar enterados de la existencia del Emperador —observó—. Ahora nos damos cuenta de que tendríamos que habernos dirigido a él, pues somos representantes de nuestro Rey y los monarcas deben tratar con sus iguales.

Hana esbozó una sonrisa.

—El señor Kono, que hace poco ha regresado a la capital y a quien creo que habéis conocido en esta residencia, está emparentado con la familia real y nos asegura que el señor Arai goza del favor del Emperador. Lamentablemente, la asunción del gobierno de los Tres Países por parte del señor Otori podría considerarse ilegal, por lo que éste ha acudido a Miyako para alegar razones en su defensa.

Don Joao mostró un particular interés cuando se tradujeron las palabras de Hana.

—En ese caso, tal vez el señor Arai pudiera ayudarnos a acercarnos a Su Majestad Imperial.

—Será un placer —contestó Zenko, ruborizado por las expectativas además de por el vino.

La intérprete tradujo la respuesta y luego añadió varias frases más. Don Carlo sonrió con cierta lástima, le dio a Hana la impresión, y luego asintió en silencio dos o tres veces.

—¿Qué has dicho? —preguntó Hana a Madaren.

—Os pido disculpas, señora Arai. Hablaba de un asunto religioso con don Carlo.

—Cuéntanoslo a nosotros. Mi marido y yo estamos interesados en las costumbres de los extranjeros, y receptivos a sus creencias.

—Al contrario que el señor Otori, por cierto —intervino el sacerdote—. Yo había dado por hecho que se mostraría comprensivo y albergaba grandes esperanzas respecto a la salvación de su bella esposa; pero nos ha prohibido predicar abiertamente o construir una iglesia.

—Nos interesa hallarnos al tanto de estos asuntos —repuso Hana educadamente—; a cambio, desearíamos conocer con cuántos barcos cuenta vuestro rey en las Islas del Sur, y cuánto tardaría su flota en navegar hasta nuestras costas.

* * *

—Veo que tienes nuevos planes —señaló Zenko a su mujer aquella noche, cuando estaban a solas.

—Estoy familiarizada con las creencias de los extranjeros. La razón por la que siempre se ha odiado a los Ocultos es que obedecen al dios Secreto antes que a cualquier autoridad mundana. El
Deus
de los extranjeros es igual: exige lealtad absoluta.

—He jurado lealtad a Takeo en muchas ocasiones. No me agrada la idea de que se me conozca por romper juramentos, como a Noguchi; para ser sincero, es lo único que aún me detiene.

—Takeo ha rechazado a
Deus,
está claro por lo que hemos escuchado hoy. ¿Y si
Deus
decidiera castigarle?

Zenko soltó una carcajada.

—Si también me proporciona barcos y armas, estoy dispuesto a negociar con Él.

—Imagina que el Emperador y el dios de los extranjeros ordenasen acabar con Takeo. ¿Quiénes seríamos nosotros para cuestionar sus mandatos, o desobedecerlos? —razonó Hana—. Tenemos la legitimidad; tenemos el instrumento.

Sus miradas se encontraron, y ambos se echaron a reír de forma incontrolable.

Más tarde, cuando la ciudad se hallaba en calma y ella en brazos de su marido, Hana anunció, somnolienta y saciada:

—Tengo otro proyecto más.

Zenko estaba casi dormido.

—Eres un filón de buenas ideas —observó, acariciándola distraídamente.

—¡Gracias, mi señor! Pero ¿no te interesa enterarte?

—¿Acaso no puedes esperar hasta mañana?

—Hay asuntos que conviene comentar en la oscuridad.

Zenko bostezó y giró la cabeza hacia ella.

—Susúrrame tu plan al oído y lo meditaré en sueños.

Una vez que Hana se lo hubo comunicado, Zenko se quedó tumbado un buen rato, tan silencioso que podría haber estado durmiendo. Sin embargo, Hana sabía que se hallaba completamente despierto. Por fin, su marido respondió:

—Le daré una oportunidad más. Al fin y al cabo, se trata de mi hermano.

35

A pesar de los esfuerzos de Sada y del pegajoso bálsamo de Ishida, la herida en la mejilla de Maya dejó una cicatriz al curarse, una línea malva que le atravesaba el pómulo como un brote de lavanda. La gemela sufrió diversos castigos por su desobediencia: la obligaron a realizar las tareas domésticas más bajas, le prohibieron hablar y la privaron de sueño y alimento. Pero ella aceptó las sanciones sin rencor, consciente de que las merecía por haber atacado y herido a su padre. No vio a Taku durante una semana entera y aunque Sada le curaba la herida, no le dirigía la palabra ni le ofrecía los abrazos y caricias que Maya tanto anhelaba. Al encontrarse sola durante la mayor parte del día, ignorada por todos, tuvo numerosas oportunidades para reflexionar sobre lo ocurrido. Continuamente recordaba que al darse cuenta de que quien la asaltaba era su propio padre, había estallado en lágrimas. Sin embargo, ella nunca lloraba: la otra vez que recordaba haberlo hecho fue cuando en el manantial de agua caliente, en compañía de Miki y de Takeo, le había contado a su padre cómo había conseguido dormir al gato con el sueño de los Kikuta.

"Sólo lloro en presencia de mi padre", reflexionó. Tal vez las lágrimas habían sido, en parte, de rabia. Le vino a la memoria la ira que había sentido hacia él por aquel hijo varón del que nunca había hablado, por todos los demás secretos que le podría haber ocultado a ella misma, por todos los engaños que separan a padres e hijos.

Pero también se acordó de que su propia mirada había dominado la de su padre, de que ella había escuchado su paso ligero y le había detectado a pesar de que él se encontraba invisible. Maya se daba cuenta de cómo el poder del gato que llevaba dentro aumentaba el suyo propio. Semejante fortaleza aún le asustaba; pero con el paso de los días y a medida que la falta de sueño, alimento y conversación agudizaba sus sentidos, la atracción por el espíritu del gato fue en aumento y Maya empezó a vislumbrar la manera de controlarlo.

Al final de la semana Taku envió a buscarla y le comunicó que al día siguiente partirían hacia Hofu.

—Tu hermana, la señora Shigeko, viaja en barco con los caballos —explicó—. Quiere despedirse de ti.

Maya se limitó a hacer una reverencia, sin responder, y Taku prosiguió:

—Ya puedes hablar; el castigo ha concluido.

—Gracias, maestro. —Respondió ella con tono sumiso y luego, añadió:— Lo lamento mucho.

—Es la clase de cosas que todos hemos hecho; no sé cómo, pero los niños siempre sobreviven a estos episodios. Seguro que te he hablado de la vez que tu padre me atrapó en Shuho.

Maya sonrió. Era una historia que a ella y sus hermanas les encantaba escuchar cuando eran pequeñas.

—Shizuka nos la contaba para recordarnos que teníamos que ser obedientes.

—Pues da la impresión de que ha conseguido el efecto contrario... Tanto tú como yo tuvimos suerte de toparnos con tu padre. No olvides que la mayoría de los miembros de la Tribu matan sin pensárselo dos veces, aunque se trate de un niño.

Shigeko trajo en el barco dos yeguas adultas de Maruyama (que eran hermanas) para Maya y Sada. Una de ellas era baya y la otra, para deleite de la gemela, tenía el pelaje gris pálido y la crin y cola negras, y se parecía mucho a
Ryume,
el viejo caballo de Taku, a su vez hijo de
Raku.

—Sí, puedes quedarte con la gris —accedió Shigeko, notando el destello en los ojos de su hermana—. Tienes que cuidarla bien durante el invierno —examinó el rostro de Maya—. Ahora podré distinguirte de Miki... —bromeó, y tras llevar a la gemela aparte, añadió en voz baja:— Nuestro padre me ha contado lo que te pasa. Sé que resulta difícil para ti. Obedece en todo momento a Taku y a Sada. Mantén los ojos y los oídos bien abiertos cuando llegues a Hofu; estoy segura de que nos serás muy útil en la ciudad.

Las hermanas se abrazaron. Una vez que se hubieron separado, Maya se sintió fortalecida por la confianza que Shigeko depositaba en ella; fue una de las cosas que la ayudaron a pasar el largo invierno en Hofu, cuando el viento helado soplaba constantemente desde el mar trayendo consigo lluvia gélida y nevisca, en lugar de nieve propiamente dicha. El pelaje del gato era cálido, y a menudo Maya pensaba en utilizarlo; al principio lo hacía con cautela y más tarde, con progresiva seguridad, conforme aprendía a conseguir que el espíritu del animal se sometiera a ella. Aún existían elementos relativos al espacio que separaba los dos mundos que seguían aterrorizándola, como los fantasmas con sus anhelos insaciables y la certeza por parte de Maya de que una especie de inteligencia la perseguía. Era como una luz brillando en la oscuridad. A veces Maya miraba hacia tal energía y notaba luego la atracción que ésta ejercía, pero por lo general esquivaba el resplandor y permanecía en las sombras. De vez en cuando, escuchaba fragmentos de palabras, susurros que no acababa de entender...

Otro asunto que ocupó sus pensamientos a lo largo del invierno fue precisamente el que había provocado que ella misma se enfadara tanto con su padre: el misterioso muchacho, su hermanastro, de quien Takeo nunca hablaba, de quien Taku aseguraba que acabaría por matar a su propio padre, al padre de Maya. Cuando la gemela pensaba acerca de ese chico, sus emociones se tornaban confusas e incontrolables y el espíritu del gato amenazaba con asumir el mando y hacer lo que en realidad deseaba: correr hacia la luz, escuchar la voz, reconocerla y prestarle obediencia.

Maya se despertaba a menudo gritando a causa de las pesadillas, sola en la habitación, ya que Sada pasaba todas las noches junto a Taku. Entonces permanecía despierta hasta el amanecer, temerosa de cerrar los ojos, tiritando de frío, anhelando sentir la calidez del gato y, al mismo tiempo, temiendo hacerlo.

Sada había hecho disposiciones para que se alojaran en una de las viviendas de los Muto situadas entre el río y la mansión de Zenko. Antiguamente había sido una destilería, pero el aumento de clientes, a medida que Hofu iba creciendo, obligó a la familia propietaria a encontrar un establecimiento de mayor tamaño, y ahora el edificio se empleaba únicamente como almacén.

Al igual que en Maruyama, los Muto les proporcionaron guardias y sirvientes, y Maya siguió disfrazándose de varón de puertas afuera, aunque en el interior de la casa la trataban como la chica que era. Recordando las instrucciones de Shigeko, la gemela mantenía los oídos abiertos y escuchaba las conversaciones que fluían a su alrededor en susurros; deambulaba por el puerto cuando las condiciones del tiempo lo permitían y les transmitía a Taku y a Sada la mayor parte de lo que oía. Pero no les contaba todo: algunos de los rumores la conmocionaban e indignaban, y no deseaba repetirlos. Tampoco se atrevía a formular preguntas acerca del muchacho, su propio hermano.

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